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PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (IX)

PROYECTO M–20  "NUESTRAS BASES" (IX)

 CUESTIONES IDEOLÓGICAS

I- La hora de un nuevo paradigma
 
(a) El eje de la alternativa comunitaria

 

Existe acuerdo para definir la alternativa comunitaria como Socialismo Patriótico. Para evitar que éste se convierta en otro palabro vacío de contenido, presto a ser utilizado por cualquier desaprensivo vendedor de humo del Régimen (sobre todo por sus extremos políticos) señalamos que el Socialismo Patriótico está unido indisolublemente a tres ideas fuerza:
- la primera es la Redefinición de España (y asimismo la de Europa) y qué misiones y objetivos pretendemos para ellas;
- la segunda es la República laica, entendida como Estado supra-confesional, no laicista;
- y la tercera es el Socialismo como única alternativa posible de convivencia socio-económica. Éste no puede defenderse sólo en términos socio-económicos (éste ha sido el error de muchos, lo que ha provocado en buena medida el fracaso de bastantes experiencias y la desbandada final de fuerzas políticas y sociales inicialmente socialistas) y también ha de quedar siempre claro que República laica supraconfesional, Comunidad Nacional y Comunidad-Proyecto significan facetas del mismo Socialismo.
 
Cualquier sustracción de una de estas facetas invalida enteramente tanto el carácter socialista como el atributo patriótico, y nos encontraremos con otra estafa pseudopolítica más.
 

 

Es sencillo de entender: no hay Justicia sin Patria, ni Patria sin Justicia. Y para que, en la actual etapa histórica, existan Patria y Justicia, es necesario luchar por el Socialismo. Y para obtener una comunidad socialista es imprescindible abogar por una Comunidad-Proyecto y una República laica ante modelosidentitarios (sean seculares o confesionales) es decir, abogar por un «Estado Político» que se oponga, resueltamente, tanto al «Estado-Mercado» imperante como al «Estado Étnico».
 

 

Y aunque el Socialismo no puede agotarse en un modelo económico y exige también una ética, para que exista Socialismo se debe imponer una orientación política práctica que busque transformar necesariamente, de un modo u otro, las estructuras del modelo económico capitalista. Si no hay socialización de los medios de producción y distribución y, sobre todo, del sistema financiero, de los sectores estratégicos, de las grandes concentraciones oligopólicas y de todos los servicios públicos, no hay socialismo que valga. Y una Comunidad-Proyecto, un Estado laico, implica un «Imperium», por encima de oscuras «unidades» identitarias, sean éstas étnicas, genéticas, culturales, religiosas, lingüísticas, costumbristas, memoriales, iconográficas o fóbicas (frustraciones, miedos u odios «ancestrales» que, siempre, son inducidos expresamente por ciertas instancias), hechos que pertenecen al ámbito del «Dominium».
 

 

(b) Socialismo

 

 
Es importante aclarar que existe un único socialismo. Las tendencias, escuelas o movimientos de acción en que, históricamente, se ha dividido el socialismo son manifestaciones políticamente diferentes, cuando no desviaciones de un origen común. Afirmamos esa continuidad ideológica y condenamos las desviaciones y enfrentamientos sufridos por el socialismo en la historia.
 
Por tanto, si nos preguntan si consideramos al marxismo dentro de esta categoría común, la respuesta es que por supuesto que sí. El asumir la continuidad ideológica con todas las formas de Socialismo Comunitario y Revolucionario surgidas en el seno de nuestros pueblos significa uno de los pasos más importantes para redefinir lo esencial de nuestra propuesta político-cultural. Lo que implica dotarse de unos instrumentos críticos más amplios y efectivos que los usados hasta ahora, nos atrevemos a decir, por casi todos los socialistas.
 
Esto significa también romper muros muy compactos levantados por la incomprensión, por la desidia y, sobre todo, por la falsedad durante más de dos siglos. Los muros del capitalismo han dividido a nuestros pueblos de tal manera que apenas podemos ver más allá de los cercos mentales que han comprimido nuestro pensamiento crítico y nuestro espíritu rebelde. Por lo pronto, el marxismo tuvo el valor de reunir y desarrollar tres características básicas que el Socialismo Patriótico asume:

 

 

(º1) El socialismo como anhelo de justicia y de lucha por un mundo mejor

 

 
Somos socialistas porque ni nos desentendemos de angustias sociales urgentes, ni de la idea de construir una sociedad más justa y mejor. Marx y varios de sus discípulos expresaron seriamente ese anhelo de justicia y de lucha por un mundo mejor, y por ello se sacrificaron muchos miembros del movimiento obrero y sindical inspirados por él. Aunque el socialismo comunitario tenga un aspecto «ético», avisamos que muchos han querido convertir tal aspecto en diluyente de una acción metódica para la construcción de una comunidad socialista. Desde ese supuesto «socialismo ético» han derivado en un «socialismo estético» para soslayar la cuestión principal que señalamos: un socialismo que no tiene una orientación política práctica y no busque transformar, de un modo u otro, las estructuras mismas de la sociedad capitalista, no es socialismo.
 

 

(º2) El socialismo es una alternativa global al sistema social capitalista

 

 
Hemos insistido en que el socialismo, o es una alternativa global al sistema social dominante, el capitalista, o no es socialismo. Dado que el capitalismo tiene un carácter esencialmente economicista, necesariamente, su alternativa tendrá que hacer frente a esa esencia economicista.
 
Por ello, la crítica a la economía política del capitalismo es fundamental, porque es la crítica a su propia esencia. Como avisamos, el socialismo debe ser más que economía, sin duda. Pero es que el capitalismo también lo es. Sin embargo, donde gravita el capitalismo es en sus fundamentos ideológicos económicos que hacen que todo el sistema social gire alrededor del subsistema económico, cúspide del Sistema, y factor decisivo para la aparición de su modelo antropológico.
 
Aunque la crítica a la economía política burguesa y capitalista es antigua, los primeros en sistematizar esa crítica son las obras económicas de Marx y de varios discípulos suyos. Tales obras no están exentas de errores, sobre todo por contaminación ideológica de las corrientes racionalistas burguesas de la época de Marx, pero siguen teniendo gran valor para sistematizar la crítica a la economía política capitalista. Nos referimos a la obra estrictamente económica de su madurez. La anterior de Marx, sus textos más filosóficos y políticos, tienen poco valor y son las que han marcado el «marxismo» como ideología política. También condenamos el maximalismo del marxismo ante otras tendencias socialistas, y rechazamos, sobre todo, su óptica racionalista burguesa que, al final, ha terminado volviéndose en su contra. Pero su análisis de la sociedad burguesa, su denuncia implacable de la opresión y de las ideologías opresivas, y su crítica sistemática de la economía capitalista, hacen que el socialismo científico sea de gran valor para todos los socialistas.
 
Así pues, una crítica superficial de algunos aspectos metodológicos, críticos y políticos del socialismo científico sobra entre nosotros cuando se hace desde posiciones humanistas, liberales o reaccionarias. Nosotros no caeremos en esa trampa.

 

 
(º3) El alcance del capitalismo va mucho más allá de la esfera económica

 

 

 

 

El Sistema Capitalista significa el triunfo de la «economización» de las vidas mediante la devaluación de todos los demás elementos de la existencia. El capitalismo metamorfosea las actividades, deseos e interacciones de la gente en «necesidades» cuya satisfacción requiere la intermediación del mercado. El capitalismo es un proyecto economizador totalitario. Así pues, esta sociedad es una «sociedad de mercaderes» no sólo porque esté basada en el intercambio comercial, sino porque en ella opera una suerte de «mentalidad colectiva», un conjunto de valores que caracterizan todas las demás instituciones que, supuestamente, están más allá de la economía. Con el capitalismo los valores del mercado determinan el comportamiento de todas las esferas sociales.

 

Por tanto, el alcance del Sistema Capitalista (que, como hemos venido señalando anteriormente, ya esglobalitario) va mucho más allá de la mera esfera económica en la medida en que su consolidación interna e instauración a escala mundial supone una verdadera mutación antropológica: la reducción de cualquier valor al valor mercantil y el empobrecimiento brutal que de ello resulta.

 

 
Marx no sólo ha sido uno de los primeros en exponer, de forma convincente, cómo el capitalismo organiza la expropiación de los productores sobre la cual se funda. Ha sido también quien, de forma óptima, ha entendido que el capitalismo es un sistema antropológico, mucho más que un sistema puramente económico. Las páginas maestras que Karl Marx dedica al «fetichismo de la mercancía», a partir de las cuales Lukács ha podido formular el concepto de «Reificación», ilustran perfectamente el modo en que la apropiación de la Tierra por el Capital introduce una verdadera «cosificación de las relaciones sociales, donde el hombre no es sólo sometido a la mercancía sino que es el hombre mismo quien se transforma en mercancía».
 
Este dispositivo recuerda lo que Heidegger señaló acerca del sistema de fuga hacia adelante en lo ilimitado. Junto a sus enseñanzas valiosas, Marx falla al sobrevalorar la mera economía, cosa que lleva a esperar el advenimiento de otra forma de organización económica, en lugar de cuestionar la economía misma como valor (punto donde, a través de Ricardo, sigue dependiendo de la escuela clásica). Desarrolla también una filosofía lineal de la historia que es sólo una transposición profana del historicismo cristiano. Marx subraya justamente la realidad de las luchas de clase, pero se equivoca viendo en éstas el motor de toda la historia humana. Marx entendió muy bien que la clase que detenta el capital encuentra en la acumulación del capital la fuente de su poder, y que las fuerzas productivas se desarrollan siguiendo la estela de la soberanía de esta clase. Pero se equivocó al caracterizar a la burguesía como la clase que detenta los medios de producción, sin ver que era también, y sobre todo, portadora de valores nuevos.

 

 (º4) Las seis condiciones necesarias para el socialismo

 

 
Para que exista el socialismo, se deben dar seis condiciones necesarias. Si falta una cualquiera de estas seis condiciones no hay socialismo:
 

 

- 4.1. Dentro de una comunidad el socialismo exige que las necesidades colectivas estén por encima de los intereses individuales, sean éstos intereses de particulares, sectoriales o de grupo.

 

 

- 4.2. Además, el socialismo exige que el subsistema económico quede supeditado al poder político (el Estado de la comunidad popular)
 

 

- 4.3. El socialismo exige un principio de racionalidad frente a la anárquica producción capitalista: la planificación.
 

 

- 4.4. Asimismo, el socialismo exige la desaparición de la división social en base a clases económicas.
 

 

- 4.5. El socialismo exige que el trabajo (en todas sus formas) sea el factor fundamental de la economía política.
 

 

- 4.6. Y, por último, el socialismo exige que deje de funcionar la teoría del valor-trabajo en la economía política.
 

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VIII)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VIII)

 

IV El salto histórico: la creación de un vector dirigente

 

 

(a) Hacia el Partido de Cuadros

 

Un futuro partido de cuadros no debe aparecer como el pro­ducto exterior de una actividad «so­cial», sino como resultado de la capacitación y la toma de conciencia de una masa crí­tica suficiente que ha conseguido agruparse en torno a unas ideas claras y actuar en consecuencia. Una comu­nidad que sepa que sólo la acción deci­dida de un colectivo organizado y comprometido puede abrir brecha en el muro im­puesto por el Poder y consentido, por el momento, por la masa social, así como mantener la continuidad y la dirección recta de la lucha.

 

Antes, durante y después de la convergencia de las prime­ras inteligencias indivi­duales y de las voluntades suficientes para ponerse en marcha, los cuadros del frente deben ser diá­fanos, ante sí mismos y ante el exterior, en cuanto a quien «ac­­túa»: no hablaremos en nombre de la Nación ni del Mun­do en general ni de la Es­pecie, ni seremos la voz de la «gente corriente», ni de ningún grupo marginal, ni re­presentaremos a las clases oprimidas, explotadas o excluídas del «Modo de pro­­duc­ción capitalista». Por supuesto, hablaremos siempre como parte activa del pue­blo español real (y recalcamos lo de «real», no del pueblo español imaginario ni esencial) que se en­cuentra sometido y atenazado, en primer lugar, por el Régi­men, y en última instancia, por el CapitalismoGlobalitario. Nos manifestaremos como parte comprometida del mundo, y se­guiremos llamando a la masa de do­minados, ex­plotados y excluidos por la Clase dominante, para que tomen conciencia de quién los tiene alienados o quién les ha excluido del «Es­tado-Mercado de Bie­nes­tar». Menos aún seremos por­tavoces ni de generaciones, ni de etnias, ni demás cla­sificaciones hu­ma­nas inconsistentes propias demitomaniacos, como tam­poco hablaremos en nombre de abstracciones como el Pro­gre­­so, la Libertad, la Razón o la Identidad, consignas con ín­fulas de universalidad u objetividad cuando son ex­pre­siones de simples subjetivismos o particularismos que quieren im­po­nerse tota­li­ta­riamente o desviar la atención de la realidad.

 

No seremos vanguardia de nada ni portavoces de nadie. So­mos españoles que no sólo detestan esta sociedad que nos ha tocado vivir, sino que deciden pasar de la­mentaciones y constituirse en fuerza de oposición radical. En el plano na­cio­nal, no sólo somos «desafectos», sino hostiles, en primer lugar a las patrañas del Ré­gi­men. Pero hostiles tanto con las que provienen oficialmente de los órganos del «Trián­gulo Cen­tral» del Régimen (derechistas, progresistas y naciona­listas, siendo otra falsedad que el actual régimen surge en oposición al anterior) como ofensivos con los timos y cuentos de los subproductos residuales de ultraderecha o extrema­iz­quierda (siendo otra patraña, alimentada por todos ellos, la fi­sura entre «na­ciona­les», «demócratas» y «extrema izquier­da»).

 

Pero como españoles de oposición radical, vemos más allá de los «contenedores y farolas del barrio», y no nos cegamos en la «oposición local», sino que, ine­vita­ble­mente, somos una fuerza de oposición global. Enemigos del Régimen, y ene­migos del «modelo de incivilización» global que nos ha tocado padecer, modelo que no es otro que el «extremo-occi­den­tal» (consecuencia y fase ter­minal del occi­dental), que no sólo destruye y devora bienes materiales y vidas humanas fuera del «Prilmer Mundo», sino que destruye y devora los bienes y vidas de aquí mismo, co­mo actualmente muchos pue­den comprobar alrededor, ya que, con la crisis, «se aca­bó la fiesta».

 

Toda fuerza de oposición seria debe dar el salto histórico de romper con in­con­for­mismos parcia­les, pseudo-disidencias y falsas posiciones «antisistema», expresio­nes de disgustos par­ti­culares ante una variante de lo «Establecido», cuando no son, sencillamente, estafas o trampas para in­cautos. Una cosa es que la disidencia se sirva de ellos para llegar a más gente. Pero no se puede dar crédito alguno a in­conformismos reduccionistas, falsas disidencias y parodias antisistemas. Sin duda éste es un juego difícil y peligroso, donde es fácil caer en el extremismo o el re­for­mismo (igual de pro­sistémicos) pero para eso se necesitan auténticos cuadros re­vo­lucio­na­rios. Al tiempo que se les utiliza coyunturalmente, nada evita que se de­nun­cien incansablemente sus posi­ciones falsarias.

 

V El fin último: el partido de masas

  

(a) El camino electoral ahora

 

Ahora tal camino no es posible. Como señalamos, antes se debe formar una co­mu­nidad militante. Pero un partido de ma­sas debe ser el objetivo final, preparán­dose para poder or­ganizarlo cuando sea factible. Por eso, la comunidad que se forme ha de ser una escuela de cuadros que sepa diri­girse tanto a unos pocos, más pre­parados y conscientes, como ca­paz de lanzar pocos mensajes sencillos a los españoles en general, haciendo que reconozcan la situación actual, rela­cio­nando lo particular con lo global, y convoncándolos a la tarea de transformar radicalmente no sólo situacio­nes sectoriales, o la realidad nacional, sino la situación del mundo ac­tual, pues, hoy más que ayer, las realidades sectoriales y nacionales es­tán es­tre­chamente relacionadas con la realidad global.

 

Como hemos señalado, «el mundo es único y la lucha es tam­bién única», pero junto a ello no diremos «Otro mundo es po­sible», sino que lanzamos la consigna de «Otro mundo es cuestión de vida o muerte».

 

U «Otro mundo existe, y está contra éste».

 

VI Frente al Régimen y sus instituciones

 

(a) El Enemigo Directo

 

Como ya hemos señalado en «Análisis del ámbito estatal», para cualquier alter­nativa, el enemigo directo es este Ré­gi­men. Sus instituciones parlamentarias, ju­diciales, sus die­cio­cho gobier­nos, la monarquía, los partidos políticos del mismo, no re­presentan el adversario político sino el ene­mi­go in­me­diato, el «Frente de Fuer­zas» establecidas sobre nosotros aquí y ahora. Las instituciones del Régimen cons­titucional (aun­que la Constitución no deja muchas veces de ser papel mojado) desde los jueces de la Audiencia Nacional hasta los subsecretarios de los go­bier­nos regionales y los altos man­dos militares y policiales, lo tienen también muy cla­ro. El pro­blema es que demasiados supues­tos «rebeldes», «in­confor­mistas» y «re­volu­cionarios» españoles nunca lo tuvieron claro.

 

Junto a las instituciones oficiales, en sintonía con o sobre ellas, actúan los antes llamados «Pode­res Fácticos» cor­pora­tivos o privados, «nacionales» o «multina­cio­nales» (capital y banca no tienen patria). Todo aquel que presente enemigos di­fe­rentes o no tengan relación con éstos ha de ser de­nun­ciado, sin piedad, como agente enemigo destinado a con­fundir, engañar, desviar y enredar a los que pue­den tomar con­ciencia de los males del régimen. Denunciar a los «en­re­da­dores» y en­turbiadores (nutren la ultraderecha y la infra­izquierda) cuya tarea consiste en se­ñalar falsos objeti­vos y fomentar divisiones o choques antisociales (interétnicos, terri­toriales, lingüísticos o religiosos) como parte de la estrategia de la «Guerra So­cial», es un imperativo revolucionario.

 

(b) El Enemigo Mayor

 

Otra necesidad imperativa es denunciar dos tipos de «es­pañolismos»: a los patrio­teros cipayos que piden que España «juegue en Champions» y «tenga más peso en el mundo» como sicaria del criminal-imperialismo; y a los «nacional-do­mésticos», por su obtusa o interesada ceguera respecto al peso determinante de las dinámicas glo­bales, pues es ine­lu­dible tomar postura ante «el peso del mundo en España», como he­mos explicado en «Análisis del ámbito mundial». Cuando llamamos al re­cono­ci­miento de la situación actual (para luego pasar a la tarea de transformarla) hay que mos­trar que la Monarquía de partidos está estrechamente li­gada al marco interna­cional hegemónico, y no sólo porque la rea­li­dad nacional está más estrechamente rela­cionada con la glo­bal, sino porque so­bre el Régimen español actúa el Es­tado-Mer­cado Atlántico, representado sobre todo por los Es­ta­­dos Unidos, del cual este Ré­gimen es colonia por elección ajena, pero también propia. El Estado-Mercado Atlán­tico es, por tanto, nuestro Enemigo Mayor.

  

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VII)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VII)

CUESTIONES ESTRATÉGICAS

 

III Tres caras del mismo vacío: Culturalismo, Agitación virtual y Movida activista

 

Tres tremendos errores de naturaleza en su constitución misma, consecuencia ine­vitable de tres formas erróneas de encarar el mundo y estar en sociedad, han lastra­do enormemente a muchos grupos e individualidades, y los han precipitado a la na­da. Tres gran­des errores porque olvidan la misma perspectiva política en el pensar, en el hablar y en el actuar.

 

 (a) El culturalismo: de la nada a la nada mientras unos se incorporaban a las Tenazas del Régimen

 

El primer callejón sin salida lo han constituido los grupos o fo­ros culturalistas. Ha sido el propio de los «metapolíticos», los que gustan de lo «intelectual», debatir y «estudiar». Por su­pues­to es nece­sario que los disidentes se formen, adquieran co­no­ci­mientos, despierten más inquietudes y que apren­dan a debatir yendo al fondo de las cosas. Pero esta formación y es­tos deba­tes no sirven de nada si no se pro­yectan al exterior, si no se co­rresponden con una línea de agitación para más per­so­nas, si no se «baja a la arena» de los problemas cruciales que in­quietan y afectan a la gente, para dar res­puestas a esos pro­ble­mas.

 

Sabemos que «hacen falta células de personas intelec­tual­mente bien prepara­das». Pero esa pre­paración intelectual sirve para no perder el norte en el «fregado» de los acontecimientos, para no hacerle el juego al adversario y para realizar con éxito la «adaptación divergente». Es decir, todo de­bate cultural, histórico o psicoló­gico, o cualquier conocimiento ad­quirido, o se aplica para sumi­nistrar medios rectos de com­bate y forjar el carácter de hombres y comunidades para la re­sistencia, o no sirve de nada. La formación intelectual es nece­sa­ria para fundamentar la lucha. Si no hay lucha, todo ese cono­ci­miento es maldito, inútil.

 

La formación intelectual ha de señalar qué somos o qué pre­ten­demos ser y, sobre todo (pues el entorno es dialógico y somos antagónicos al Sistema) para señalar siempre qué no somos. Pero si se enseña y se «conoce la teoría» y no se actúa de forma natural en coherencia, entonces una de dos: o realmente «no se cree en la pe­lícula» («todos son palabras para ocultar nues­tra mise­ria») o la teoría es un cuento gringo. La formación, o sirve para reafirmar qué es lo que somos, y actuar en con­se­cuencia con lo que decimos que somos, o es cháchara ociosa. La teoría, o sirve para explicar cómo se encuentra el mundo que nos ha tocado vivir, para posi­cionarnos correcta­mente en él (y contra él), o no sirve de nada. El debate, o sirve para entender por qué luchamos y por qué actúa el Sistema de la forma en que actúa en cada circunstancia, definiendo sus ca­rac­te­rísticas y atri­butos actuales, o no nos vale para nada. La cul­tura, o sirve para tener claro cómo se lucha y contra qué lu­chamos, y para cubrir puestos en la lucha, o se puede tirar todo a la basura.

 

Constatamos que los círculos, publicaciones culturales o los foros permanentes de debate, com­prendidos los verbalmente más «radicales», incluso los que perma­ne­cen más tiempo «en el can­delero», no llevan más que a continuas divagaciones sin pro­yección práctica, a mantener largas discusiones que, encima, se repiten en un bucle. Los círculos y las publicaciones cultu­ra­les, histó­ricas o de otro cariz, tienen su lugar legítimo y nece­sario, pero siempre que sirvan para ayudar a diagnosticar los pro­ble­mas que han de tratarse por el bien común, y las cau­sas de esos pro­blemas, en todo momento sirviendo como muni­ción o com­ple­mento de una acción organizada y de una agi­ta­ción que se pro­yecte en lenguaje llano, y sin dejar de ser, ja­más, un factor su­bordinado para las tribunas que den res­pues­tas a situa­ciones, necesidades y problemas vitales del presente.

 

Ésta sería la función recta de los círculos o foros de debate: ayudar a ganar una perspectiva po­lítica ofreciendo análisis de los males sectoriales o parciales rela­cionándolos con lo global y facili­tando la comprensión de los hechos concretos para llegar al origen de los mismos: en primera instancia, el Régimen; en segunda, los marcos internacionales hegemónicos e imperia­listas; y en última instancia, el Sis­tema occidental post-moderno. Es decir, constituirse en factor forma­tivo que ayude a mantener, simultá­nea­mente, los otros dos factores: la agitación y la orga­ni­zación.

 

Constatamos también la facilidad con la que ciertos in­te­lec­tuales que «han pa­sado» por la disi­dencia, explicando procesos, publicando manifiestos «contra esto y lo otro» (y alguno hasta for­mulando manuales de comportamiento disidente), han aca­ba­do colaborando con los canales que sustentan el «Núcleo Duro» del Sistema. En este caso sus tareas sí han tenido una pro­yec­ción prác­tica: además de resolver sus economías personales, sirven para adornar las «jornadas de odio» de los «cen­tinelas de Occidente», para am­pliar ligeramente las perspectivas de los «Pe­rros del Po­der» (poder que va más allá del ejecutivo de turno, pues los perros son rabio­sa­mente hosti­les al «capataz» si «no da la talla» ante sus amos) y para que la apo­logía mas faná­tica del Sistema se vea «matizada» inocuamente (cumpliendo así el pa­pel de «poli bueno»). Estos intelec­tuales son emisores de críticas ino­cuas (aun­que sean emitidas con grandes broncas) y cuando no, formulan ocu­rrencias que incluso refuerzan de for­ma auxiliar, o «exótica», la secuencia de confor­mación del pen­sa­miento «más duro» o «políticamente incorrecto», de tal modo que este pen­sa­miento tenga algo de «condimento» o una «gama de sa­bo­res» para su mejor di­gestión por las masas.

 

 (b) La trampa de Intenet

 

Cuando apareció «Internet», muchos creyeron (o trataron de hacer creer) que ésta constituiría la gran herramienta para llegar al público, soñando que serviría como medio definitivo e im­pa­rable pa­ra ex­tender sus ideas y fines entre las masas. Gru­pos e individualidades que se consideraban (o se lla­maban) radi­cales, anti­sistemas o re­volucionarios, entraron en una red creada por el propio Siste­ma, y en la práctica (pues participaron en ella) acep­taron los mismos objetivos que anunciaba la red y la propia filo­sofía que emanaba de ésta: era el «lugar más demo­crático» y el «campo abierto» que ofrecía «infinitas opor­tuni­da­des».

 

En Internet podría funcionar, por fin, «de forma pura», sin obs­táculos, la famosa «Ley de la libre oferta y demanda», ley que, en las transacciones de la calle, en la «vida cotidiana», no fun­ciona mucho por la existencia de diversos tipos de barreras. En Internet desaparecían la mayor parte de las desventajas eco­nó­micas y otros im­pe­dimentos y dificultades físicas. Todos ad­ver­tían que, al pa­sar los años, aumen­taría el número de per­sonas con acceso a Internet. Como casi toda la pobla­ción ten­dría, más tarde o más temprano, acceso a la red, más grupos y personas po­drían «ofertar» sus productos y demandarlos en «libre con­cu­rrencia» a través de ella. En resumen: como Internet era el cum­plimiento del sueño del «Libre Mer­cado», los «ene­mi­gos del Sis­tema» podían aprove­charse de ello.

 

Constatamos que, como era de esperar, el Sistema no creó alegremente una herra­mienta para autodestruirse. Y más cuando es un medio dirigido específica­mente al uso y abuso individual. La Gran Red no ha sido la gran herramienta para extender re­vo­lución alguna, sino otra gran herra­mienta de «pacificación so­cial». Cual­quier revolución o agitación se queda en virtual y de­­viene en algo inocuo, ya que, por muy «rebelde» que sea el men­saje, éste sale en pantalla, es decir: apare­ce como espec­táculo. Lo que se creyó iba a ser la gran herramienta para la di­vul­gación y agitación, ha sido la gran trampa. La Gran Red ha sido, en efecto, la gran red para atrapar a muchos. Si las habita­ciones donde se ve televisión se han con­vertido en el mayor exilio de la «vida so­cial», Inter­net se ha convertido en el mayor exilio de la «actividad política y social» de nuestro mundo.

 

Internet ha propiciado la multiplicación de foros, blogias, por­ta­les, enlaces, diarios digitales... Pero esa misma multipli­ca­ción ha generado una situación donde impera la dis­per­sión y la ausencia de orientaciones mínimas, claras y comuni­ta­rias, donde los lu­ga­res que logran mantener una ba­se firme y coherente se hallan sumergidos en una selva donde pre­dominan las vulgaridades, derivas, confusiones, «spam» y «tro­yanos» ideológicos. En co­rres­pondencia con esta dispersión ma­siva social e ideológica, la Gran Red no sólo no ha facilitado ninguna coordinación o di­rec­ción operativa para centrar esfuer­zos, sino que los ha desper­di­gado, desperdiciándolos como agua en un colador.

 

La propia forma de esta herramienta (con unos formatos me­nos propicios que otros) es más perjudicial que beneficiosa, pues, por su propia estructura, facilita la dispersión, propicia el en­cap­sulamiento personal y atrapa a la gente en el engaño con­for­table de «la pantalla y yo».

 

El cine y la televisión nos acomodaron a la «imagen espec­tá­culo» y a «sentir» his­torias donde todo empezaba, transcurría y finalizaba en dos horas u hora y media. El cine, y sobre todo la tele­visión, han provocado que los debates de las tribunas públi­cas y la misma «historia» hayan queda­do reducidas a ciertas «imá­genes», y que nos moleste dedicar algo de tiempo al estu­dio y análisis del presente que los iconos nos representa y en­cubre. La aparición posterior de más canales de te­levi­sión nos ha­bi­tuaron al «zapping», a no soportar intervalos, y a cambiar con­tinua­mente de rela­tos e «historias» donde apenas logramos seguir atentamente alguna de ellas. Esto ha provocado que nos acostumbremos a no perseverar ni terminar tarea alguna. Tantos canales (antes analógi­cos y ahora unos cuantos más digi­ta­les) sólo han venido rellenando la misma pantalla plana, que trans­mite al público el mismo plano de credulidad cómoda y, a la vez, de escepticismo conformista (tanto la credulidad como el es­cep­ticismo dominantes son caras de la misma moneda: la apatía so­cial). En general, la Gran Red, no ha hecho más que generar mayor pasi­vidad en los usuarios y fa­cilitar la confusión de la realidad con la virtualidad. Es re­sumen: Internet ha propi­ciado, todavía más, el in­dividualismo, la intolerancia ante el es­fuerzo, el ansia de inmediatez, el autoengaño y la credulidad y el escep­ti­cismo con­fortable. Y, como no, el anonimato ha favo­re­cido la estupidez y la cobardía de los villanos a la hora de «tra­tar» con los demás.

 

Por muy buenos documentos, datos, reflexiones y debates que se cuelguen o se pro­duzcan en la red (esto no lo ponemos en duda en ningún momento), y por mucho que puedan servir para una for­mación adecuada o como elementos factibles para la agi­tación, si no existe un mínimo de orden y disciplina en el se­gui­miento de los mismos, para luego convocar, articular y orga­nizar a los enla­za­dos, nos hallare­mos ante foros de debate per­ma­nente o emisoras de consignas sin repercusión que no llevan más que a continuas divagaciones o a repetir explica­cio­nes sin pro­yección práctica.

 

Internet es un medio, tremendamente útil debido a carac­terís­ticas como su agili­dad, su inmediatez y, sobre todo, su increíble y desbordante capacidad de albergar información, pero es un me­dio se­cundario. La Gran Red sólo puede servir como útil com­plementario de la formación (la cual defini­mos como «mu­chas ideas complejas, tanto fundamentales como técnicas, para pocos») y como «antesala» de la agita­ción (que podemos definir como «pocas ideas, sencillas y claras, para mu­chos»). Y siem­pre y cuando exista una comunidad militante que respalde y sepa utilizar en su favor tal herramienta, una organización míni­ma «no digital» (que se mantenga y no actúe improvisada­mente) que avance junto a tal herramienta. Si esta organización no se pro­duce, la formación y la agitación son nulas.

 

 (c) La agitación activista - oportunista: de la nada a la nada pasando por la unidad de quemados

 

Y el gran error del polo opuesto ha sido el activismo, que puede ser «sindical», «ve­cinal», «juve­nil» o «marginal-macarra». Los fenómenos activistas (caigan o no en la violencia, esto es irrele­vante) se caracterizan por la ausen­cia de previsión, de pro­yecto político, de programa o, incluso, de posibilidades de ela­borarlo. El acti­vismo es lo que más gusta a muchos con «ganas de mar­cha», que se «aburren» si no ven «acción in­me­diata». Pero junto a los activistas tenemos espectadores que se animan si «ven marcha». Mientras lo que le queda al «ac­tivista prota­gonista» es acometer la acción por la acción, sobre todo si se exhibe, lo que aprueba el «es­pectador del acti­vismo» es con­tem­plar esa acción improvisada. Lo único que am­­bos de­sean ver son éxitos instantáneos, y re­cordar, después, esos gol­pes ins­­tan­­táneos que fueron, inevitablemente, «flor de medio mi­nu­to». Unos acometen mien­tras otros jalean acciones opor­tu­nistas sin estrategia y sin perspectiva histó­rica. Mu­chos bien sa­bían que el activismo no conducía a nada, pero se han dejado arras­­trar por los «marchosos» para no «defraudar». Otros su­puestos «res­pon­sa­bles» también sabían que la agita­ción acti­vista no lleva a nada, pero amparaban la indisciplina por­que así mantenían apo­yos. Vemos que los «marchosos» no tardan en de­saparecer de la circulación. Es imperativo negarse a «mo­vi­das» sin perspec­tiva política ni plan alguno, y disuadir a los que están en ellas.

 

Pues otro de los motivos que explican el páramo político de la disidencia española o los grupos alternativos es que se han que­mado durante mucho tiempo esfuerzos y recursos humanos sin sen­tido. La agitación activista ha provocado «unidades de que­mados». Muchos eran elementos inser­vibles, que sólo se acer­caban movidos por impulsos, querencias sentimentales y fobias particu­lares, y así seguían arras­trando a otros en una de­riva penosa. Pero otros elementos podían haber sido mili­tan­tes válidos. Todos han acabado de la misma forma: en la nada de «la unidad de que­mados» o subsistiendo en circos pa­té­ticos virtuales u oportunismos «pseudo-real-políticos».

 

Nada hemos visto hasta ahora en ellos porque nada podemos esperar del activismo. Los milagros existen, pero éstos no de­pen­den de nuestra voluntad.

 

 (d) Los tres factores

 

Como hemos señalado, para que cualquier comunidad militante tenga una mínima consistencia, es necesario que se den, simul­tá­neamente, estos tres factores: For­ma­ción, Agitación y Orga­ni­za­ción. Si cualquiera de estos factores es nulo, todo el producto es nulo. Es más, si un sólo factor es nulo, cada uno de los fac­tores se convierte asimismo en nulo.

 

(º1) La Formación 

 

En primer lugar, donde se informe sobre qué somos. Es nece­saria una labor de formación a nivel de la doctrina, es decir, en el Orden de los fundamentos. Es imperativo que todos asuman que existe un solo eje desde el «vértice» (desde el Orden de los fundamentos) hasta el Orden de la acción. Todos los militantes han de tener más o menos clara la «unidad ver­ti­cal» señalada en el tercer apartado («Cuestiones Ideo­ló­gicas») de esas tres ideas-fuerza («Socialismo; Rede­fini­ción de España; Estado Laico») y la lucha, nacional o inter­na­cional, de los pueblos con­tra los opreso­res globalitarios («Apoyo crítico a los movi­mien­tos de Liberación Na­cional») pues, como adverti­mos en ese apar­tado, esas ideas-fuerza, y ese apoyo internacional, ni pue­den defenderse prefe­rentemente en el plano ideal, ni úni­ca­mente desde la ética, ni en términos meramente socio-eco­nó­micos, ni ha­blan­do solamente de «po­lí­tica real», sino todo ello a la vez. Quien olvida cual­quiera de estos planos representa un problema.

 

No cabe duda que, formándose en el Orden de los funda­mentos, «pocos serán los escogidos», pero se ha de estimular a cuantos se pueda, y dejar claro, siem­pre, esa «unidad verti­cal». Ante todo no se puede permitir que se asu­man fun­ciones de responsabilidad sin haber obtenido la cua­­lifi­cación ideo­ló­gica suficiente para ello. Sólo teniendo cla­ros los fundamentos se podrá ganar la homogeneidad bási­ca en la comunidad mili­tante. No hay cosa más práctica para el Orden de la acción que conocer los principios. Quien desprecie los prin­cipios actúa en favor del Enemigo.

 

En segundo lugar, donde se informe sobre qué queremos. Las tres ideas fuerza que expone­mos en «Cuestiones Ideológicas» se hallan, propiamente, en el nivel de los objetivos, es decir, en el Orden de los fines. Al igual que la «unidad vertical» citada, debe también quedar clara la «unidad horizontal» de nuestras tres ideas fuerza, y la relación estrechísima de una lucha nacio­nal con el apoyo internacional a los movimientos y estados que luchan contra el criminal-imperia­lismo, pues sig­nifican facetas de una misma e indivisible lucha por la alternativa. Cualquier sus­tracción de una de estas facetas no sólo invalida el conjunto sino que anula com­ple­tamente cada una de sus par­tes, y nos veremos con otra impostura más del Enemigo Directo y del Ene­migo Mayor que señala­remos en el apartado próximo II.6 («Frente al Régimen y sus instituciones»). El eje es único, como el mundo es único y, por tanto, la lucha es también única.

 

De este Orden de los fines partirá la agitación, pues serán los fines y el análisis de las situacio­nes, los que van a marcar la elec­ción de las ideas más sencillas para difundir e insistir en ellas.

 

Y en tercer lugar, donde se analice con qué y con quién con­tamos. Donde, con­ti­nuamente, se examine el nivel de los re­cur­sos, tanto humanos, como técnicos, como económicos, como de conocimientos. Es decir, una formación que trate del Orden de los medios. Este orden de los me­dios se encuentra estre­cha­mente liga­do con las labores de organización.

 

(º2) La Agitación 

 

Como señalamos, la agitación consiste en lanzar pocas ideas y consignas, sen­cillas y diáfanas, para muchos. Aunque sea a través de la transmisión de muchos datos y de noticias varia­das, o de comentarios más o menos extensos, todas esas no­ticias y comentarios han de darse reiterando unas pocas ideas, unas consignas de muy sencilla comprensión para la mayoría.

 

La agitación no puede depender nunca del oportunismo (aun­que sí de la opor­tu­nidad) ni de las ocurrencias. Y menos por atender intereses parciales o senti­men­ta­lismos particulares que no ayuden a reforzar el eje que señalamos. Esas ideas y con­sig­nas han de servir, en cualquier mo­mento, para identificar el eje de las tres ideas fuerza, para entender como propia la cau­sa de los pueblos oprimidos que luchan contra los opreso­res, y, como explicamos en el apartado opor­tuno, para ayu­dar a com­prender las críticas de la adaptación divergente.

 

Será la comunidad militante, a través de sus órganos, quienes señalen las líneas maestras de la agitación. Quienes lleven los «medios» o salgan a la calle deben seguir estas líneas maes­tras, que han de señalarse de forma clara y precisa tantas ve­ces como podamos.

 

(º3) La Organización 

 

La organización es una necesidad. Dotarse de una estructura de funcionamiento y seguimiento para conjuntar y dirigir nues­tras voluntades a la consecución de los objetivos que nos mar­quemos. La organización es lo contrario del individualismo, el oportunismo y la improvisación. Señalamos que este factor está estrechamente ligado con el nivel de los recursos, con el or­den de los medios. Pero, aún más, la orga­nización está estre­cha­mente ligada al plano de lo «Que tenemos que ha­cer», con el nivel de la acción. Es decir, con el Orden de la Táctica.

 

La Organización y el nivel de la Acción van, por tanto, in­di­so­lu­ble­mente unidos. Por eso recha­zamos el activismo y el opor­tu­nismo, el «hacer algo por hacer algo». Hay que tener esto tan claro como que sin agua no hay vida posible. Sin orga­nización ni preparación no hay acción que valga la pena.


PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VI)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VI)

CUESTIONES ESTRATÉGICAS

l fracaso del trIiansversalism

I

(a) El fracaso de los precedentes: «frentes amplios» o «vinculaciones sociales»

 

Constatamos que todos los intentos encaminados a crear «frentes amplios» ob­viando la cuestión de la alineación e iden­tifi­cación básica enemigo-amigo, no sólo ante el Sistema, sino ni siquiera an­te el Régimen, han sido inútiles, cuando no con­tra­producentes. La obsesión por sumar, reunir como sea o lograr hipotéticas uni­dades de acción con más elementos, em­pujó a buscar coincidencias hasta con los «residuos» reac­ti­vos del Sistema. No sólo se aceptó la alianza con «in­con­for­mis­tas» con el poder público de turno que lo eran por mo­tivos secundarios, rivalidades o disgustos perso­nales, sino, in­cluso, con quienes critican a los dirigentes políticos del mo­mento por su «debilidad» o «buenismo» ante los enemigos del «Mundo Libre». La situación era un disparate ¿Cómo se puede pre­ten­der formar un frente común o buscar la unidad de acción entre disidentes o revo­lucionarios de un lado, y de­man­dantes de un poder más reaccionario, más duro o pro­sisté­mico del otro?

  

 

Pero la obsesión por buscar «unidades» llevó a un disparate aún mayor que inten­tar sumar posi­cionamientos e ideas radi­cal­mente contrapuestas: se buscaron com­promisos con sec­tores que ca­recían siquiera de criterios políticos. Y es que, en la sociedad española, existen especies cuyo gran objetivo en la vida social es lo lúdi­co-político, o lo festival-religioso, que dedican su tiempo libre a mantener mitemas o «memorias», a ondear banderas con unos colores u otros o a recordar sím­bolos, fechas o agravios pasados. Que la principal de­manda de bastantes simpatizantes o «afines» fuera que una militancia perdiera el tiempo en estas tareas, lo dice todo.

 

Otra vía propuesta para romper el muro de silencio fue la «vinculación social». Constatamos que ésta tampoco llevó a nada positivo. La propuesta pecaba de una sobre­valoración del elemento afectivo. Estaba dirigida a atraer gente «co­rriente», sin definición política, a través del «roce» per­sonal con militantes en actividades so­ciales con bajo perfil político o sin perspectiva política alguna. Los militantes debían vincular­se a ONGs, asociaciones vecinales, gabinetes lite­rarios, clu­bes, de­portivos, sindicatos... y una vez demos­trada su «nor­ma­lidad», podían invitar a sus conocidos a pro­seguir la «ca­rrera asociacionista» o «participativa» en el movimiento polí­tico. No se buscaba atraer con propuestas y perspectivas polí­ticas, sino a través del afecto generado por la participación co­mún en asociaciones de diverso tipo. Se olvi­daba algo básico: la lucha política es mucho más que «par­ti­cipar» en grupos que responden a circunstancias parti­cu­la­res y sectoriales: es ac­tuar com­prendiendo que todo tiene re­lación con el todo, con la política. Esos intentos inútiles se pro­­ducían por culpa de la idealización de los cauces socio­lógicos o de los elementos sociales «naturales».

 

Claro es que esas ideas partían de responder afirmativa­mente a una pregunta de praxis política: ¿Es posible actuar den­tro del Régimen? Pero el fallo no residía tanto en la res­puesta afirmativa, sino en la formulación del cómo se debía o podía actuar dentro del Régimen. Pues ni los criterios adop­ta­dos para una praxis política dentro del Régimen eran realis­tas (o por lo menos sinceros), ni el análisis de las condi­cio­nes ob­jetivas generales resistía la prueba más sencilla de rigor, ni se tenía nada claro, ante todo, cuales eran las con­diciones sub­je­tivas mínimas para reunirse o «romper el muro», tanto por par­te de los activistas, como por parte del tipo de per­so­nas a quie­nes habría que atraer o formar un fren­te co­mún.

 

 (b) La opción de moda: el «transversalismo»

 

De un tiempo a esta parte, se viene presentando como op­ción el «trans­ver­sa­lismo»: la búsqueda de causas y metas co­yunturales donde puedan coincidir gente de espacios o «tra­di­ciones» políticas diversas. Lo que se propone es el lanza­mien­to de propuestas concretas sobre problemas muy de­ter­mi­na­dos, de una forma que puedan «atravesar» pre­juicios so­cioló­gicos, barreras ideológicas o inercias his­­ricas, y que lle­guen satisfactoriamente a sectores de población con inquie­tudes, incli­naciones o pasiones diferentes e, incluso, opues­tas.

 

Por supuesto que buscar causas, metas o propuestas con­cretas que puedan compartir gentes de tendencias socioló­gicas o políticas diferentes no sólo resulta lícito sino, incluso, necesario para po­der actuar políticamente. Ahora bien, el pro­blema surge por la misma gran causa que provocó el fracaso de «frentes amplios» o «vinculaciones sociales»: la coinci­den­cia en asuntos de coyuntura o parciales no puede esconder mucho tiempo la discrepancia radical en cuestiones funda­men­­tales. Aquellos que perciben claramente la necesidad de generar posturas de opo­sición global al Sistema, pueden utili­zar (mejor sería decir que deben utilizar) tantos argumentos transversales como vean oportunos y sean necesarios con el fin de «remover» y «soliviantar» al mayor número de nuestros contemporáneos, pero no pueden aglutinar o levantar una fuer­za tomando como base esos argu­mentos o las personas que han sido atraídas sólo por esos motivos.

 

Esto sería construir sobre barro. No ha dado resultado con ningún grupo alternativo. Puede ser efectivo para una fuerza política surgida del régimen, aprovechando, entre otras cir­cuns­tancias, las distancias ideológicas mínimas entre sus «Te­na­zas». Éstos sí pueden ser «transversales», pues las lí­neas que escogen para «atravesar» el campo político son cor­tas, ya que van dirigidas a una am­plia masa que no cues­tiona el modelo de sociedad. Para nosotros la «trans­ver­sali­dad» podrá prac­ticarse una vez asentado un movimiento polí­tico, con dirigentes y cuadros mínimamente iden­tifi­cados con las cau­sas rectoras del movimiento, capaces de selec­cio­nar e ins­truir a los elementos atraídos por esas causas «trans­ver­sa­les». Insistimos que tal estra­tegia puede emplearse, pero para des­pués, en una fase avanzada, no en los inicios.

   

II El falso debate de partido histórico «versus» autonomía histórica

 

 (a) La superación de un falso debate

 

Durante años se estuvo agitando, como gran descubrimiento político, la deno­minada «autonomía histórica». Tal fue la carta prin­cipal jugada por varios grupos en contraposición a otros: los llamados «partidos históricos». Como señala uno de sus ideó­logos: la «autonomía histórica» era el principio de razón suficiente de los pri­meros con respecto a los segundos. Por ello, los partidos con autono­mía histó­rica no podían tener com­promiso alguno con los históricos, pues eso sería trai­cio­nar su principal razón de ser: la misma autonomía histórica.

 

Ha pasado el tiempo, y hoy casi nadie debate por esta dis­tinción política. Pero esto no es porque, por fin, se haya asu­mido o se tenga ya clara esta diferencia. Sen­cilla­mente es que ya no importa. ¿Acaso las razones esgrimidas para justificar esta dis­tancia tajante con los «partidos hisricos» han per­dido hoy validez? Si observamos los argumentos y el curso de los hechos, hallamos que los llamados partidos con «auto­no­mía histórica» jamás cuestionaron los fundamentos políticos o na­cionales en los que se basaban los «partidos históricos» con quienes, supuestamente, mar­caban distancias. Nunca dis­cu­tieron, en serio, más que sobre preferencias tácticas: si mantenerse fieles a unas formas y seguir ligados abiertamente a referencias históricas determinadas, o si desprenderse de esas formas para presentarse en pú­blico «limpios de con­no­ta­ciones del pasado». El debate nunca fue otra cosa que una sim­ple disyuntiva táctica: entre la necedad que supone acudir a la escena polí­tica con siglas, signos y figuras identificadas con un pasado públicamente denos­tado, y la necesidad de acu­dir en público con un lavado o abandono completo de tales formas.

 

Por tanto, nunca hubo distinción, examen o revisión seria de contenidos u obje­tivos, sino un deba­te estético. Y si aten­de­mos a los hechos, durante estos años hemos visto a partidos con autonomía histórica utilizar referencias, signos, figuras y acontecimientos abiertamente ligados a partidos his­­­ricos. Por ahí un grupo con auto­nomía histórica se coa­li­gaba con siglas «históricas»; acá el cabeci­lla de otra «auto­historia», pu­blica y vende libros de movimientos y per­so­najes del pa­sa­do histórico, significándose hasta el ex­tremo de sufrir con­de­nas judiciales por ello; por allí el diri­gente de otra autonomía his­­rica se deja filmar en su des­pacho con retratos y ban­de­ras «históricas»; y por allá la tele­visión sor­prende al respon­sa­ble de un partido con auto­no­mía histórica hablando muy bien de figuras históricas mal­ditas y diciendo que muy a su pesar no puede reivin­di­car­las en pú­blico... Es decir, todo esto ha con­sis­tido en una tác­tica vulgar que, en­cima, sus defensores no han man­tenido.

 

En conclusión: hemos tenido otro falso debate lanzado como globo-sonda para medir las reaccio­nes de unos, las respues­tas de otros y los efectos en más allá. Querían ave­riguar si, manteniendo durante una temporada la táctica de la «auto­no­mía histórica», se lograban los objetivos siguientes: el primero, comprobar si po­dían aparecer bajo el manto de «lo nue­vo» («lo nuevo es bueno») y ser tomados como tal por los ex­traños (aparatos mediáticos, partidos parlamentarios e in­ves­tigadores); el segundo objetivo era ver a cuántos des­pistados conseguían, con esa táctica, atraer a sus posi­ciones; y, cono­ciendo la existencia de muchos burgueses vergon­zan­tes que, en la intimidad, son afectos a la «memoria» y mitemas de los «par­­tidos históricos», pero sin el coraje para participar en estos grupos, temerosos de verse «manchados» e iden­tifi­ca­dos con formas denostadas, el tercer objetivo era des­cubrir a cuántos de esos asustadizos vergonzantes lo­gra­ban «re­cu­pe­rar» con un «nuevo formato».

 

Y todo esto buscando la forma de hacerlo de tal modo que sus miembros iniciales de esos grupos, pro­venientes práctica­mente en su totalidad de los residuos «histó­ricos», no se re­sin­­tieran demasia­do. En definitiva: la «autonomía histórica» fue una patraña para mantener un doble discurso y encu­brir los postulados de siempre: los mismos que tenían los «par­ti­dos históricos». El globo sonda se ha retirado en la práctica (aunque de vez en cuando alguno lo vuelva a sacar) y el falso debate ha sido superado por ausencia o desaparición.

  

 

 

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (V)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (V)

ANÁLISIS ÁMBITO ESTATAL

 

(c) La Ultraderecha: del franquismo al eurosionismo

 

Cuando se habla de ultraderecha en España, se suele caer en un error de apreciación sobre la función específica que desempeñan las llamadas «fuerzas nacionales». Sólo durante los años de la Transición, cuando la derecha «convencional» estaba recomponiéndose tras la muerte de Franco, la ultraderecha tuvo cierta capacidad y ganas de «dar un susto» a las fuerzas políticas protagonis­tas de la instauración de la Monarquía de Partidos y Estado de Autonomías. Esa ultraderecha post­franquista, tardointegrista o neofascista, no se adaptaba al nuevo Régimen, y llamaba «traidora» y «mema» a la derecha convencional que pactaba con los «social-comunistas», pues éstos (decía la ultra) iban a «suprimir la propiedad privada», «acabar con la familia» y «perseguir a la religión».

 

Obviamente, no ocurrió nada de eso. La derecha empresarial y la banca estuvieron jaleando du­rante bastante tiempo a Felipe González; la crisis de la familia no estaba causada realmente por medidas políticas, sino por la dinámica propia de la sociedad burguesa; y la Iglesia Católica sos­tuvo una «entente cordial» con el PSOE hasta el punto de que un arzobispo emérito (Ramón Torrella) llegó, en 1993, a descalificar públicamente el que se dieran noticias sobre la corrupción del PSOE.

 

Hoy, la ultraderecha, como fuerza social e histórica, está mayoritariamente integrada en el PP y en su «Cinturón Mediático». Hay otra ultraderecha, solidaria de los neofeudalistas, que ha hecho del chantaje su principal negocio «político-económico». Pero lo que los medios e investigadores socia­les deno­minan «extrema derecha» no es más que un pozo de residuos, un apéndice de la derecha políti­ca que, reorganizada como alternativa de poder tras 1982 (cuando finaliza la «Primera Transi­ción» con el triunfo del PSOE), estuvo en el gobierno nacional entre 1996 y 2004. La «Experiencia Az­nar» lo fue de toda la derecha. Entonces, la etiqueta de «centro reformista» fue utilizada co­mo táctica y arma electoral (Aznar, incluso,llegó a reivindicar a Azaña) en la fase previa de acceso al po­der (re­fundación congresual de AP-PP) y como parte de su acción de gobierno en su pri­mera le­gislatura. Era una etiqueta políticamente necesaria, dadas las condiciones sociológicas del país y de la épo­ca. Después, libre ya de las «cargas» y «peajes», el gobierno del PP -y toda la derecha- arrojó la careta «centro reformista» y elaboró un programa neoliberal-derechista que empe­zó a asu­mir, más o menos «sin complejos», los principales mitemas de la ultraderecha postfran­quis­ta, inclu­so los de las ultraderechas tardointegrista, neofascista y, ahora especialmente, «anti-inmigrante».

 

La ultraderecha es un apéndice para la derecha liberal. Esto puede parecer extraño para la mente convencional, también para los escasos afiliados y simpatizantes de grupos y corrientes ultras que compiten por un hipotético porcentaje electoral que sólo existe en su imaginación. Por ello la exis­tencia virtual, supletoria, subalterna y «amenazante» de los «pa­triotas» es tanto más necesaria pa­ra el PP cuanto más reaccionario, ultraliberal, xenófobo y criminal-imperialista es el rumbo político del PP. Si esta supuesta derecha «radical» no existiera habría que inventarla. Y de hecho, desde Génova y el «Brunete Mediático» se reinventa periódicamente, supurando ideologías y estrategias de «recambio» como el «identitarismo», el antiinmigracionismo o el odio al moro, y desplazando agentes para controlar internamente el franquismo residual.

 

No existe, pues, ninguna «derecha radical» ni «derecha nacional» por oposición a una «derecha liberal». Existe una «derecha exaltada subsidiaria», que depende de los poderes dominantes y que, política y sentimentalmente, forma una piña con el entramado sociológico que sostiene al PP.

 

Habiendo sido siempre el «bajo fondo» de la derecha convencional, desde que existe el PP la in­mensa mayoría vota PP, pues los extremistas de derecha, como además se conocen a sí mismos, no se votan ni entre ellos. Si toda la ultra no se agrupa aún junto al PP es por simples intereses personales, por querencias y parafernalias simbólicas, o porque desean un PP aún más duro y vis­ceralmente más xenófobo y reaccionario. Pero debido a la ofensiva «neocons», el PP va anulando incluso los últimos «hechos diferenciales» con la ultraderecha. El discurso clásico de ésta, el de una «patria» como patrimonio exclusivo de una etnia, de los adeptos de unas costumbres o hábitos religiosos, o de un sector detentador de privilegios que los preserva o los acrecienta a costa de la nación y del mundo, secundada por una guardia de la porra (la ultra espera ser ella) les ha sido arre­batado por FAES y PP. Todos saben que los que nutren sus grupúsculos ultras son descere­brados que hacen gala de su irracionalidad, y en la práctica ningún exaltado de derechas «serio» vota listas de ultraderecha, pues percibe que la razón de existir de tales grupos es servir de «válvu­las de escape». La ultraderecha es como el puticlub: uno va y vuelve, no se queda a vivir allí.

 

Por otro lado, si a algunos les había parecido imposible o improbable que la ultraderecha española (sobre todo la tardointegrista y la neo-fascista) pudiera convertirse en eurosionistadebido al odio secular que había profesado hacia los «judíos» (un odio religioso, de sangre o histórico, o un odio mixturado) ya pueden ver su error. La ultraderecha española, al igual que las ultraderechas ultrapi­renaicas, y demostrando su solidaridad con el en­tramado que sostiene al PP, se ha descubierto también eurosionista. Y es lógico: a nadie debe ex­trañar este apoyo final (abierto o «asio­­nista») de las ultrade­rechas españolas (euro­peísta, españo­lista oneofeudalista) al sionismo. Al fin y al cabo el sionismo es una i­deología ultra que habla en los mismos términos que la ultra de toda Europa: un estado exclusivo para un grupo par­ticular(raza, religión, lengua...) que debe de­­sarrollarse en ba­­­­­se a los hábitos ancestra­les que, se supone, les caracterizaron en el pasado. Un modelo mesiánico y exclusivista. Aunque la ultra­de­recha europea no apoyara antes del todo al sionismo por ser de raíz «judía», las ideas-fuer­za del sionismo son las mis­­mas que la mayor parte de las posiciones ultras.

 

Por supuesto, todos los mitemas de la ultraderecha (nacional-católica, tradicionalista, nacio­nal-po­pulista, social-identitaria...) no son otra cosa que una superestructura mítico-pasional para encubrir los intereses y preferencias de unas minorías de poder, y amparar una realidad social lesiva incluso para las masas que se identifican con esos mitemas.

 

En conclusión: si es cuestionable que en el pasado próximo existiera alguna «derecha radical» o «tradicional» por opo­sición a una «derecha liberal» o moderna, hoy no cabe duda: es un apén­dice de la última. La ultra no pretende cambiar las estructuras del Régimen, ni mucho menos subvertir el mo­delo sistémico dominante. La ultra está dentro, y se define por lo que defiende: el in­dividualismo burgués y su corolario (la propiedad privada de los medios de pro­ducción); el Occiden­te realmente existente (no el que míticamente tiene cada uno en su cabeza); el liberalismo polí­tico; la cultura de masas norteamericana; la hegemonía tecnológica-militar de la OTAN para aplastar los «desafíos a Occidente»; los abusos institucionalizados a cuenta de la «seguridad nacional»; la «Econo­mía de Libre Mercado» (la que «crea riqueza» y demás falacias); y ciertos valores de la tradición euro­­pea desvirtuados (cristianismo, patria, monarquía, fa­milia, etc.). Sin embargo, no perdamos la perspec­tiva: los ultras españoles ni hacen ni quieren ha­cer política. El cometido de sus grupos es dejar suelto al cabestro que muchos pequeño-burgueses llevan dentro, como los hinchas de los equipos no juegan al fútbol, sino que dejan ese deporte para los profesionales que se mueven en el césped. Por tanto, es falso que al Régimen le inquiete un «ascenso» de la Extrema Derecha.

 

Pero si la combatimos es porque las energías ultras sintonizan con los intereses ocultos (y no tan ocultos) del Capitalismo globalitario y porque suelen actuar como perros de presa del Sistema. La ultra causa poco daño cuando fomenta causas en solitario. Pero cuando se in­corpora como auxiliar del Poder establecido y expresa una versión «más dura» (o «políticamente incorrecta», co­mo di­cen) del propio discurso del Poder, el daño que provoca es considerable. Cuando la infraizquierda «antifascista» se suma a las campa­ñas represivas político-poli­ciacas orquestadas por las institucio­nes y medios del Sistema, cumple esa misma fun­ción de perros del capitalismo. Vivimos en el «tin­glado» montado por la derecha: tanto la ultra como el otro extremo son perros de presa del mismo.

 

Y hay, además, otro motivo para combatirla: cierta ultraderecha se vende como «incon­formista» o «patrio­ta» siendo tan ultraconformista y antipatriota como el resto. Y no sólo hemos de ata­carla por su farsa de presentarse como adversarios del poder establecido (igual que hace la in­fraizquier­da), si­no porque lo hacen pervirtiendo figuras, consig­nas y referencias valiosas, ha­bien­do confundi­do a elementos que po­drían haber sido válidos, y los han abocado al limbo, la impotencia y el basu­re­ro, convir­tién­dolos en resi­duos del Sistema con etique­tas de «in­con­formistas» o «patriotas».

 

(d) Falangistas, nacional-revolucionarios y anarquistas

 

Muchos de sus militantes han considerado que estos movimientos no eran parte ni de la derecha ni de la izquierda totalitaria. Pero la alternativa tampoco puede seguir leyendas ni ser tibia en esto.

 

(º1) Falangistas: una incongruencia y esquizofrenia permanente

 

La primera realidad contradictoria del falangismo es que, mientras unos falangistas pensaban (o se auto engañaban con ello) que eran parte de un partido revolucionario enemigo de un Sistema to­talitario, otros falangistas han estado sirviendo (o han querido servir) durante décadas como cen­tinelas del mismo Sistema. Las protestas de muchos falangistas dirigidas al Poder no estaban mo­tivadas por las injusticias o abusos que cometía el mismo, sino porque el Poder les parecía blando y por no mantener una represión más fuerte y tomar represalias más duras contra los enemigos del modelo político-social que identifican con la «Patria». Mientras unos creían (o decían) que eran oposición frontal a un Sistema corrupto, otros falangistas servían de encubridores de la corrupción como «mal menor» o llegaban, incluso, a exigir el silencio de quienes denunciaban la corrupción por poner en peligro la paz social o la seguridad. Mientras unos hablaban de un movimiento contra un Sistema injusto y decadente, y pregonaban valores como la integri­dad y la dignidad de las per­sonas, otros falangistas aparecían como apologistas del subjetivismo eurocéntrico, fanáticos de la supremacía occidental, y propagandistas de la decadencia como signo del desarrollo e «identi­dad» de los pueblos occidentales, exigiendo cometer más atropellos contra los «incivilizados pue­blos» del «Tercer Mundo». Tal ha sido la esquizofrenia falangista vivida durante décadas.

 

Ante este panorama, muchos falangistas han estado durante décadas quejándose de la falta de unidad. Como la unidad entre posturas tan opuestas era imposible, y sólo podría lograrse si «una falange» aniquilara totalmente a «la otra», la conclusión es que muchos de los falangistas no han sido más que mediocres pequeños-burgueses apegados a una memoria y una «identidad» de ico­nos, mitemas, colores y sentimientos «de club». Igual que una afición futbolística o de «frikis». Es decir, para ellos la Falange no era un movimiento político, sino otro subproducto infrapolítico, otra «tribu urbana» de las sociedades del espectáculo del capitalismo avanzado, con la diferencia que una parte de ella sirvió de «residuo-reserva» en manos del núcleo duro del Sistema, como la ultra.

 

Otra contradicción es la obsesión por la memoria ¿Por qué promover en el seno de esta sociedad el respeto a «los servicios prestados» o la memoria? ¿Que pretenden con ello los falangistas (y otros grupos que hacen lo mismo, como PSOE o IU)? ¿Que esta sociedad consumista, hedonista e insolidaria, acoja o mantenga iconos, mitos o referencias personales ajenas a ella? Los falangis­tas, como los otros, confunden lo que son, con lo que soñaron ser o les contaron que fueron.

 

Otra contradicción enorme del falangismo es criticar el «patriotismo averiado» de las derechas al tiempo que asume acríticamente la historiografía nacional de las mismas. El patriotismo que no es crítico no es patriotismo. Pero el patriotismo crítico que lleva a reconocer la ruina del presente, no puede volverse apologista del pasado. Es bastante contradictorio ser crítico con el presente y ado­rar un pasado que también dejó mucho que desear. El patriota es crítico tanto con el hoy como con el ayer de su nación. Si el nacionalismo lleva a identificarse con los hábi­tos más vulgares co­mo características nacionales a preservar, las falanges, en general, si no han sido nacionalistas de la España contemporánea («la Borbónica»), lo han sido de la vieja España («la de los Austrias»).

 

En general, al liberal-progresista le desagrada la historia española por la oscuridad de un pasado dominado por la Inquisición, la miseria, conquistas y privilegios nobiliarios. Pero el progresista no acomete un juicio crítico del pasado de España, sino sencillamente desprecia esa historia que tan poco tiene que ver con sus ilusiones. Le avergüenza saber que es producto de aquello. Hace lo mismo que la mayoría de consumidores de carne: les desagrada entrar en la cocina de un restau­rante o en el matadero, pero en ningún momento renuncian a comer su carne. Por su parte, el de­rechista convierte la historia de España en un canto a la gloria y grandeza de unos poderes que identifica forzadamente con el «ser» de España, y luego en un lamento, añorando el poder per­dido en el pasado, que no le parece oscuro porque se identifica con esos poderes de casta y fac­ción confesional. Lo que le acompleja o apena ver es la desaparición del férreo dominio que tenían so­bre España y el mundo. Todos los recursos de España no fueron más que instrumentos al servicio de esos poderes, pero la derecha «borra» este hecho y hace ver que el dominio, la grandeza, eran de España como tal. Por mucho quelanzasen las falanges una retórica revolucionaria e, incluso, mostraran programas económicos de izquierda nacionalizadora o sindicalista, al comulgar con la historia nostálgica y esencialista de la derecha, no se han despegado de ésta. Compartiendo los mitemas y leyendas de la ultra ha sido natural que asumieran tantas veces las mismas posiciones.

 

(º2) Nacional-revolucionarios: una irrealidad e indefinición permanente

 

Resulta difícil hablar de un «sector nacional-revolucionario», pues carece de una historia, textos y figuras comunes de referencia, cosa que, al menos, sí poseen el falangismo y el anarquismo. Los nacional-revolucionarios no tienen teórico o manifiesto reconocido por el conjunto de quienes así se llaman. No sería injusto señalar que es indefinible al carecer de una teorización profunda. A lo máximo, dispone de una serie de consignas comunes que les ha dado una sensación de entidad política, algo que no ha llegado a existir realmente. Para unos, lo nacional-revolucionario era otra forma de llamar a los fascismos y reivindicarlos sin nostalgias. Para otros, la actualización política de un tradicionalismo sin los límites del integrismo católico. Para aquellos otros, la radicalización del nacionalismo pero rechazando el capitalismo. Y todo esto en el mejor de los casos, pues para otros, lo nacional-revolucionario no fue más que un logotipo «marchoso» de esa ultraderecha que asocia el vocablo «revolución» con violencia «incontrolada» al servicio del «orden» sin implicar a los aparatos del estado directamente. Y cuando no, la cobertura de una estafa para inadaptados.

 

Pero al margen de estafadores y matones de la ultra con marca ocasional «NR», podemos reco­nocer como «nacional-revolucionario» a un sector con impulsos rebeldes, más o menos sentidos como sinceros, que criticaba las falacias del Régimen, advertía la falsedad de la dicoto­mía de las izquierda/derecha oficiales, oponía las naciones europeas a los poderes fácticos y el imperialismo, y quería trastocar el Sistema Capitalista desde posiciones de «tercera vía». Pero en este sector se advertía el pánico a perder ese «corazón rebelde» inicial para no caer en el pozo de la ultra o en el reformismo. Por tal motivo, muchos se han mantenido en el maximalismo del «todo o nada», lo que les ha llevado, lógicamente, a quedarse en nada. El hecho de que muchos «nacional-revolu­cionarios» se destaparan como ultras (o derechistas corrientes) cuando han saltado a la «política real», ha podido explicar esa parálisis. El enemigo, pues, para ellos, era intentar hacer política real, ya que sólo en el testimonialismo y la margina­lidad podían seguir siendo fieles a sí mismos.

Pero su verdadero enemigo ha sido la falta de realismo, de método, de rigor intelectual, de com­promiso, de temple para hacer política real en una línea u otra. El enemigo fue la excusa de que había que prepa­rarse para la lucha final (sin señalar qué); en la que tumbaremos al Sistema (no se sabe cuándo); y mientras, era mejor no hacer nada, no «caer tan bajo» de participar en luchas políticas y so­ciales «del Sistema»; o bien «actuar de otra forma» (sin explicar cómo). La inacción de estos nacional-revolucionarios ha sido un extremo desmovilizador, tan antipolítico como el ex­tremo contrario, el activismo sin rumbo que lleva a la «unidad de quemados». Algo cierto había en tal temor: muchos reproches se dirigían a los nacional-revolucionarios para «bajar a la arena» de la «política real», pero para reforzar la polítíca real de la derecha. Aquí, en­tonces, la cuestión no es tanto si se hace política real o no, sino señalar qué política u orientación real se quiere hacer.

 

Si los nacional-revolucionarios se hallan fuera del marco conceptual de la realidad es porque no han resuelto este error teórico: pensar que teniendo la «razón» y la «voluntad» era imparable la revolución. Ésta (cambio profundo de modelo o de estructuras) necesita de condiciones objetivas y subjetivas, y su objeto es cambiar esas estructuras (subvertir un régimen) o el modelo sistémico (cambiar un Sistema). La razón o la voluntad no determinan ninguna condición objetiva y mala­mente van a determinar las subjetivas (sobre todo si las masas no demandan esa revolución). Lo que ha pasado es que los nacional-revolucionarios nuncaanalizaron las condiciones objetivas y subjetivas, análisis que se reemplazaba con puro subjetivismo. El resultado no podía ser otro que la nada, pues desde 1945, en Europa, no se han dado condiciones ni objetivas ni subjetivas sufi­cientes para poder provocar un proceso revolucionario. La alternativa era hacer política real, pero para eso (sin abandonar la alta perspectiva revolucionaria) había que entrar en discursos para los cuales los nacional-revolucionarios ni estaban preparados ni querían estarlo, pues con ello sentían traicionar el impulso revolucionario. Si se quiere hacer política no queda más remedio que jugar en ciertos parámetros que marca el actual Sistema. ¿Pero que parámetros? Ahí está la cuestión.

 

Para hacer «política real» hay que participar del marco conceptual «realmente existente», que no es otro que este modelo sistémico capitalista expansivo basado en un economicismo a ultranza. Ante esto sólo hay dos posiciones: aceptar el modelo aunque necesite «reformas»; o ser crítico con él. En la primera posición está el espectro político del Sistema, incluida la ultraderecha, bajo un análisis utilitarista y liberal (en cualquiera de sus formas). Y en el segundo están los que, desde dentro del esquema economicista, diseccionen la esencia de dicho esquema, evidenciando su na­turaleza y contradicciones. No habiendo más análisis de carácter economicista para tal disección, con un mínimo de rigor, que el marxista, no quedaba otra opción que asumirlo, pero los nacional-revolucionarios se han negado a ello prefiriendo mantenerse en su Europa mítica-romántica.

 

(º3) Anarquistas: una disolución individualista y antesala del liberalismo

 

A diferencia de falangistas y nacional-revolucionarios, el anarquismo español llegó a constituir en el pasado un formidable movimiento de masas que sí combatió por la revolución. No repasaremos su historia, repleta tanto de luchas como también de graves errores. Quizás podamos evaluar que a principios de la II República, con el triunfo de las tesis libertarias frente a las anarcosindi­cales en el seno de la CNT, se inició la caída de la mayor parte del movimiento en po­siciones insostenibles de extrema izquierda, que, si bien sirvieron en los prime­ros años para entu­siasmar con las utopías libertarias, llegado el momento de la verdad (tanto en la revolución como en la guerra), se vieron impracti­cables o contraproducentes, cosa que sus rivales no desaprovecharon para desautorizar­los. El hecho es que iniciada la guerra civil, la CNT concitaba tanto apoyo popular como la UGT y el PSOE de Largo y Prieto. Tras la guerra, el anarquismo estaba completamente desacreditado y como fuerza jamás llegó a inquietar a la Dictadura. Durante la transición, la CNT era una fuerza aún más socialmente despreciada que la Falange, que ya es decir.

 

Actualmente el anarquismo se encuentra dividido en dos organizaciones: CNT y CGT. Otros co­lectivos anarquistas se sostienen como editoriales (podemos destacar la del «Viejo Topo», aunque tal revista rebasa desde luego el área anarquista) pero es significativo que sea un grupo musical (Ska-P) quien parezca mantener la bandera más representativa de estas posiciones. De la misma manera que muchas cosas señaladas de la ultraderecha eran extensibles a las falanges y al «am­biente nacional-revolucionario», muchas cosas que hemos advertido en la extrema izquierda valen para evaluar, en términos generales (pues hay excepcio­nes) al actual movimiento anarquista.

 

Y es que los anarquistas han sido también arrastrados por la postmodernidad y la contracultura. Insistiendo en sus posiciones clásicas de oposición a la izquierda totalitaria y a cualquier autorita­rismo (y en el antifascismo común en la izquierda y la derecha) han caído en un indivi­dua­lismo ra­dical que les acerca, cada vez más, a las posiciones liberales más extremas. Por ello no extraña que anarquistas de ayer despierten ahora como fanáticos ultralibera­les, y de inme­diato sean, de facto, neoconservadores (pues el liberalismo puro es percibido fácilmente como una quimera). Si nos olvida­mos de parafernalias, signos, poses, vestimentas y cortes de pelo, lo único que va dis­tinguiendo realmente un anarquista medio actual de un ultraliberal es que, en los conflictos labora­les, el pri­mero se pone de parte de los asalariados, y que, al menos todavía, ningún grupo anar­quista ha dejado de pronunciarse en contra de la OTAN y el imperialismo norteamericano (cosa que sí han dejado de hacer falangistas y nacional-revolucionarios, por ejemplo). Pero los proyec­tos comunales ideados (e incluso realizados) en el pasado han desaparecido, así como las tesis de organización social basadas en el sindicalismo. No se sabe cómo pretenden CNT o CGT tum­bar al capitalismo, ni las propuestas que marquen las líneas generales de su alternativa social.

 

El anarquismo se halla asimismo atenazado por el antifascismo alucinado de la extremaizquierda y el instrumental de la progresía capitalista. Por convicción o por miedo, tienen mucho cuidado de no incurrir en los «desvíos extraños» o «violentos» que les marcan los comisarios políticos de la pro­gresía. Resulta muy llamativo que, proclamando su rechazo frontal al maquillaje progre y de­nunciándolos como reformistas vendidos al capital, los anarquistas permitan, sin embargo, que los progres les marquen los límites que no pueden tras­pasar bajo pena de estigmatización inme­diata. Que el enemigo sea la máxima autoridad moral para aprobar o condenar lo que haga o diga el movimiento anarquista, lo dice todo sobre la descomposición a la que ha llegado éste.

 

(e) La lección para cualquier alternativa antagónica

 

La lección está clara. La extrema izquierda se ha dejado arrastrar por la contracultura que política y sindicalmente la ha anulado e incorporado al capitalismo globalitario, convirtiéndola en correa de transmisión de la impostura progresista, y su obsesión antifascista es la gran vía para acabar sien­do otro frente parapolicial del capitalismo. Por su parte, las «derechas radicales» o áreas «patrio­tas» significan un refuerzo subalterno pasional de la única derecha real y el capitalismo globalitario (puro cálculo de intereses que desprecian a los pueblos y a las personas). Ni hay más derecha que la liberal-capitalista, cipaya de EEUU, eurosionista e imperialista globalizadora, ni existe otro cami­no a la derecha que la de Rajoy y Aznar, bendecida por el Vaticano y los neo-druidas «identitarios». Los mitemas supremacistas,etnicistas y confesionales sirven para dos cosas: primero, para que una masa de descerebrados se identifique con la minoría que se mueve por puro cálculo de intere­ses; y segundo, para facilitar sentimentalmente las brutales operac­iones de la única dere­cha real a la hora de imponer sus intereses, sin que les asalte la mala conciencia, pues sólo con el des­precio supre­macista por sus víctimas, la derecha real puede realizar tranquilamente sus operaciones.

 

Pero si estas observaciones no fueran suficientes, tenemos además la vivencia de estos siete lus­tros de Monarquía Parlamentaria. Tal experiencia nos indica que todos los intentos de colaboración con los extremos políticos, confiando en cierta sinceridad de su retórica antisistema y en una apa­rente disposición abierta de algunos sectores de la ultraderecha o la extrema izquierda (incluimos ya al falangismo, el anarquismo o el entorno nacional-revolucionario) no han servido para absoluta­mente nada, puesto que todos ellos, conscientemente o por estupidez, son en definitiva los colabo­radores más fanatizados del Sistema. La ultraderecha lo es por la obsesión enfermiza de combatir al comu­nismo cuando éste ha desaparecido de la escena, y, ahora, por culpar al inmigrante de todos los males reales o imaginados que padece la nación, actualizando el miserable «patriotismo averiado» de las derechas, que no es sólo un nacionalismo chauvinista promotor de los prejuicios más mise­rables hacia otros pueblos, sino que, en relación con su propia nación, es un nacionalismo abyecto y servil de los poderes fácticos. Y la extrema izquierda porque prefiere batirse con el ca­dáver del fascismo vencido en 1945, antes de enfrentarse a la realidad, y porque se ha empapado de la con­tracultura antisocial y estético-lúdica de la «Bohemia burguesa» que ha tirado por la borda todo su arsenal ideológico revolucionario y su legado histórico y cultural transformador.

 

Nosotros hemos llegado al convencimiento de que es la hora de levantar la alternativa que rompa con los valores que han informado eso que han llamado «Civilización Occidental», y para ello es necesario liberarse de los prejuicios y tópicos de la cultura burguesa y de sus secreciones más pu­rulentas. Es hora de enfrentar la realidad con herramientas nuevas y con realismo. Es hora de se­ñalar que los parámetros oficiales de la izquierda / derecha actuales ya nada tienen que ver con los parámetros de la realidad que separa efectivamente el mundo, entre los intereses de los menos y las necesidades de los más, entre los opresores y los oprimidos, entre explotadores y explotados: la izquierda y la derecha actuales están en la «misma orilla», al lado del Sistema, cuyo núcleo duro es la derecha (y por eso es nuestro principal enemigo) y su contorno, la izquierda progresista o so­cial-liberal. Y es hora de confirmar, de una vez por todas, que los respectivos extremos de izquierda /derecha son subproductos del Sistema y que en éstos se encuentran los elementos más descere­brados, alucinados, obsesivos y fanatizados del propio sistema (aunque se vistan de antisistema): en uno y otro extremo no hay nada más que esterilidad, necedad y pérdida de tiempo y energía.

 

De lo que se trata es: en primer lugar, de elaborar un discurso creíble que se pueda presentar a la gente sin que la mayoría «vomite» al escucharlo; y en segundo lugar, reconocer nuestras limita­ciones como fuerza para influir en la sociedad, lo que nos debe llevar a dar nuestra exigua ayuda a cuantas luchas sean justas, y ocasional y tácticamente a los grupos que aún siendo parte del siste­ma y del Régimen, puedan poner de manifiesto puntualmente las contradicciones y la falsedades de éste. Pero nuestros apoyos han de estar canalizados en todo momento por nosotros, no por otros, y esto exige que nos organicemos. No sólo nos debemos acercar al pueblo hablando de co­sas que la gente entienda, sino que luchando por lo que es justo se enarbola la mejor bandera de nuestra política, siempre que, al mismo tiempo, pongamos de manifiesto que la causa de esos ma­les es el propio Sistema o el mismo Régimen, teniendo claro cual es la división fundamental en el mundo actual, en el marco conceptual «realmente existente»: una clase socioeconómica domi­nante, la capitalista, que nos ex­plota; representada por las instituciones políticas que nos mandan; los medios de manipulación de masas que nos mienten; y los cuerpos armados que nos disparan si todo lo anterior falla.

 

No se puede perder más tiempo, no se puede dar más oportunidades a los cretinos, es hora de posicionarse, es hora de elegir bando.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (IV)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (IV)

ANÁLISIS ÁMBITO ESTATAL

 

III Las Tenazas del Régimen

 

(a) Las Tenaza Nacional: Partido Popular/PSOE

 

Si señalamos a los nacionalistas como la «Tenaza Periférica» del régimen, la «Tenaza Central» del Partido Único de la Burguesía está conformada por PP y PSOE. Durante la fase de estabiliza­ción sociopolítica llamada «transición» había cuatro partidos de ámbito nacional con apreciable re­presentación en las Cortes Generales. Esto vino bien en los años de fundación de la Monar­quía de Partidos-Estado de las Autonomías, pero esa situación, a la larga, no convenía a la Oligarquía.

 

Por un lado, no habiendo aún masas que se identificaran totalmente con los postulados económi­cos del capitalismo, era precisa una «izquierda de diseño» del capital. Pues sólo algo etiquetado de «izquierda» podía hacer lo que la «derecha corriente» no podía: reconversión industrial, entrega definitiva de España a la OTAN, disolver los movimientos sociales, implicar por vez primera a la na­ción en operaciones imperialistas, legalizar los contratos-basura... Una fuerza real a la izquierda del PSOE hubiera puesto en evidencia el simulacro progresista, un PSOE creado por los servicios de inteligencia nacional e internacionales, y financiado por la socialdemocracia alemana, más relacio­nado con la corriente social-católica progresista del franquismo que con Iglesias, Largo o Prieto.

 

Y por otro lado, una derecha política desunida daba pie para que pudieran avanzar los que cues­tionan el tinglado montado por las derechas. La derecha unificada era la «casa común» de la «ma­yoría natural» invocada por los voceros liberal-conservadores, mientras la Patronal, la Banca, la je­rarquía eclesiástica y el Ejército, sólidos muros de carga de la contrarrevolución española, ceba­ban y aplaudían la política retórica, la corrupción sistemática y el saqueo del estado por el felipismo.

 

El Bipartidismo forma parte del «Gran Tinglado» que nos domina, regido por una Dinastía, gestio­nado por unos «gobiernos» de turno nacionales y regionales, gobernado por una Oligarquía, defen­dido por un Brazo represivo, bendecido por Poderes fácticos y acrisolado por un Orden internacio­nal. PSOE y PP se pelean y se critican ácidamente, pero se protegen unos a otros, y basta ver el contenido de sus disputas para comprobarlo. Es cierto que PP y PSOE se odian mutuamente, pero sus dirigentes saben bien que se necesitan. Destinan casi todos sus recursos mediáticos y apara­tos partidarios a discutir entre sí sobre lo accesorio, remarcando unas diferencias más aparentes que reales, acudiendo al griterío e incluso al insulto. Y cuando no disputan por cuestiones acceso­rias, cuando entran en asuntos serios, tales disputas se quedan en amagos y simulaciones. Quien caiga en sus disputas amañadas podrá ser cualquier cosa menos un disidente del Régimen.

 

En general, la gente percibe que, al menos uno de los dos partidos, es el gran adversario a batir para alcan­zar aspiraciones legítimas populares o impedir que las cosas vayan a peor. Sin embargo, muchos son los que no perciben que ambos forman parte de la misma tenaza. El Bipartidismo es el «primer cerrojo» del Régimen, y garantiza el desenvolvimiento de corruptelas y abusos de ambos. El dilema tramposo es tan simple como perverso: al elector le hacen creer que votando PSOE se frena o condena al PP, y apoyando al PP castiga o expulsa al PSOE. Lo que ocurre es lo contrario: unos y otros votantes legitiman la otra punta de la misma tenaza, cuyas cúpulas enjuician el voto a sus siglas respectivas como lo que realmente es: un cheque en blanco del electorado para seguir enga­ñando y abusando del poder. PP y PSOE comparten casi todo y coinciden en impedir que nin­guna otra fuerza les haga sombra para mantener el Bipartidismo nacional. La propia ley electoral del Régi­men ha impedido tanto la consolidación de otras fuerzas a nivel nacional, como ha garanti­zado esa bisagra burguesa, periférica y chantajista representada por las formaciones nacionalistas.

 

PP y PSOE representan el adversario interno más visible e inmediato, pero no el enemigo directo. Éste es el propio régimen. PP y PSOE son, nada menos, pero también nada más, que gestores o administradores de los intereses de la Alta Burguesía, a quienes representan y sirven. Esta clase dominante es el factor principal que ha impedido una España vista como patria de todos los espa­ñoles. Para ellos España ha sido y debe seguir siendo patrimonio corporativo de la Alta Burguesía, y el resto de españoles no somos otra cosa que peones en su cortijo. Si el Bipartidismo ha servido para que España siga siendo patrimonio de los menos (u, ocasionalmente, afición de unos deportis­tas profesionales cuando ganan). PP y PSOE han sido también decisivos para conseguir que la conciencia de clase, antes extendida en la clase obrera española, haya desaparecido excepto en el seno de la Alta Burguesía, que sí que conserva, y bastante bien, su conciencia de clase dominante. En correspondencia a la clase socio-económica que representan, PP y PSOE también comparten la misma conciencia de clase política del Régimen. Por eso hemos señalado que, aunque se odien y se descalifiquen recíprocamente, se protegen unos a otros porque se necesitan mutuamente.

 

 

(b) El Cinturón de Hierro Mediático del Régimen

 

En España no habría sido posible el bipartidismo que empezó a consolidarse a partir de 1982 si no hubiera sido por la constante prédica y la sistemática labor de manipulación informativa del lla­mado «Cuarto Poder». Y es que los grandes medios masivos de difusión (ante todo los audiovisua­les) hace tiempo que funcionan muy por encima de la capacidad de influencia y adoctrinamiento de las escuelas, universidades, iglesias, editoriales de libros o los propios partidos políticos. Los me­dios masivos de difusión constituyen el frente más potente en la formación y orientación de las con­ductas, creencias y sentimientos sociales a escala masiva.

 

La función esencial de las empresas mediáticas, los llamados medios de «comunicación», se de­fine sobre todo por la manipulación informativa orientada al control de la «opinión pública». Sus ob­jetivos no son sociales ni desinteresados, como describe la mitología de la «objetividad periodísti­ca», ni las empresas mediáticas privadas son «expresiones vivas» de la «sociedad civil» o del «plu­ralismo social» como nos cuenta el mendaz discurso demoliberal establecido en el autocalificado «Mundo Libre». Asimismo, esa famosa división que ciertos medios, para distinguirse un poco de la competencia, establecen entre «opinión» e «información» supone también otra falacia, ya que la propia información que el medio ofrece a su público implica una selección previa de datos y evalua­ciones, es decir, el establecimiento de una estructura jerárquica de lo que a ese medio le interesa que su público conozca o desconozca.

 

Las famosas banderas de «ética» o de «estilo» del periodismo como la imparcialidad, la objetivi­dad o la libertad de expresión, no son nada más que mitemas encubridores, en primer lugar, del multimillonario negocio mediático que moviliza a diario el «mercado de la información» a escala glo­bal. El proceso de fabricación y distribución de la información no está motivado por la necesidad de «informar» al público, sino por la necesidad capitalista de vender noticias como puro producto. Los medios, como cualquier otra empresa capitalista, generan necesidades masivas de consumo en la sociedad y trazan estrategias informativas destinadas a favorecer su crecimiento empresarial y po­sicionarse para competir con éxito en el mercado. La información, en esta sociedad, es una mer­cancía destinada a producir rentabilidad económica como cualquier otro producto, vital o no, como las medicinas, los alimentos o la bisutería. En términos funcionales, completamente al margen de las leyendas que los mismos medios capitalistas fabrican, las empresas periodísticas no se guían por fines sociales sino por la búsqueda del lucro económico.

 

Pero, además de negocio, la función informativa que desarrollan los medios tiene un indudable ca­rácter estratégico. Por tanto, esos mitemas encubren también su naturaleza de herramientas claves para el control y manipulación de los procesos económicos, políticos y sociales. Así pues, señala­mos que tales motivos impiden que los medios practiquen la «objetividad informativa» o la indepen­dencia editorial. Pero lo que diferencia un movimiento alternativo de las simples críticas a tenden­cias concretas de un medio u otro, es el señalar que la dependencia estructural de los medios de difusión con respecto al sistema de poder económico que controla todos los resortes de la produc­ción, las finan­zas y el comercio internacional, impide, encima, que ninguna empresa periodística se atreva a bus­car un mercado que cuestione esas estructuras mundiales. Para nosotros, la mejor ex­plicación de la posición demoliberal de los grandes medios es que ambos motivos (objetivos comer­ciales propios y dependencia estructural al poder económico) están estrechamente relacionados.

 

Dicho de otra forma: los medios de manipulación sólo trabajan para quien paga o puede pagar por sus servicios «informativos». Y lo que paga cualquier público que consume esos medios es muy in­ferior a lo que paga el propio poder económico. Por eso, todas las empresas periodísticas en una sociedad capitalista trabajan para preservar el Sistema, más allá de proclamas nacionales, socia­les, éticas o religiosas. En la medida en que este Régimen es la adaptación, en un tiempo, lugar y circunstancias concretas, del Sistema Capitalista, la prensa en su conjunto y sin excepciones (inclu­so los señalados como extrema derecha y extrema izquierda) trabaja para quien paga más.

 

Sin embargo, siendo inmenso este poder de conformación de la «opinión publica» y siendo una realidad que nadie puede negar, sigue siendo costumbre entre grupos o congregaciones de todo tipo y tendencias diversas, criticar en muy pocas ocasiones la función de la prensa, excepto cuando esos grupos se ven directa y personalmente agredidos, u ofenden sus particulares iconos emotivos. Y es que ninguno de ellos, incluso los que presumen de inconformistas o rebeldes, se atreven a cri­ticar en serio al Poder Mediático: no sólo no critican el servicio que prestan para preservar el Siste­ma Capitalista globalitario, sino ni siquiera su función básica de cinturón de hierro del régimen. No sólo no lo hacen, sino que la mayoría acostumbra a repetir las consignas que la prensa difunde.

 

 

IV Las Tenazas de los Extremos

 

Es imprescindible para la lucha antisistema denunciar con contundencia la función de los extremos, y esto pasa necesariamente por desenmascararlos.

 

(a) La estafa del enfrentamiento de los extremos con el Sistema

 

La crónica muestra que, pese a que tanto la extrema-izquierda como la ultra-derecha han llamado durante décadas a «luchar contra el sistema», no existen hechos sustanciosos que demuestren que éstas hayan combatido jamás al Sistema. Su mecánica parece funcionar sólo en los estertores de la política, en los ámbitos residuales propios de las subculturas urbanas (ahora también interi­náuticas) en vez de en el campo propiamente político. Los hechos así lo testimonian.

 

Sin embargo tanto la una como la otra se atribuyen el monopolio de la lucha antisistema, cosa que el propio Sistema no duda en difundir en sus medios de manipulación. La sociedad visualiza que la única forma existente de enfrentarse al sistema es perteneciendo a los estercoleros políticos extre­mistas, por lo que toda critica al Sistema es, de facto, desprestigiada y deslegitimada. La mayoría de la gente concluye que «si ésos son la alternativa al Sistema, mejor quedarse con el Sistema».

 

Los integrantes de los extremos, lejos de intentar contrarrestar la imagen pésima que la propagan­da del Sistema les adjudica, confirman con sus actitudes tal imagen, y la realidad llega a ser peor que la mentira más burda difundida por el «Cuarto Poder». En esos extremos, cualquier buena idea (y se tienen algunas) queda ensombrecida, cualquier idea justa (que las hay) queda emponzoñada, y cualquier persona válida que haya estado con ellos queda desautorizada para siempre.

 

El Poder establecido aprovecha las numerosas muestras de nulidad intelectual y de exaltación de impulsos brutales (como la violencia por la violencia, o los odios primarios) de los extremos, para desacreditar cualquier impulso y planteamiento legítimo de lucha antisistema. Lo que los extremos han conseguido, a lo largo de décadas, es acotar el espacio político, tanto por la «izquierda» como por la «derecha», parapetar el Régimen y cerrar el arco parlamentario. Es decir, han sido (aún sin quererlo) los tontos útiles, los que han realizado de forma antiheroica un doble trabajo sucio: por un lado, como partida de la porra; y por otro, como representación patética de la oposición al Sistema.

 

(b) La Extrema izquierda: de la utopía a la esterilidad

 

Es hora de señalar, sin miedo y sin victimismos, la propia responsabilidad de las fuerzas presun­tamente anticapitalistas en su fracaso. Entre ellas está generalizada la queja constante ante lo que «el sistema nos hace»: que si el poder tiene la culpa de la imagen que dan, que si el sistema «nos hace ser» de tal modo, que si los medios de difusión dan una imagen distorsionada… No ha exis­tido una generación de «revolucionarios» más patéticos y ridículos que los componentes de la ac­tual extrema izquierda. Ésta no es más que un producto del Sistema, un puñado de niñatos y no tan niños aburridos, burgueses con ganas de fantasía y locuras controladas o virtuales. A la mayoría de la gente de extrema izquierda no le importa nada su pueblo, ni su cultura, ni su sociedad, y mu­cho menos le importa combatir el capitalismo.

 

Pero de esto, buena culpa tienen también sus predecesores. Porque desde hace mucho tiempo la mayor parte de los resortes de movilización de la extrema-izquierda consiste en querellas con la uli­tra, pero no con la ultraderecha «mayor», la integrada en el Partido Popular o el «Cinturón Mediáti­co» de la Derecha «españolista», ni, menos aún, con la derechaneofeudalista (con ésta, a veces, incluso aparecen juntos), sino con la residual. Y como sucede con esta ultra residual, sus querellas no están motivadas ni siguen criterios políticos. Toda la agitación y tensión (con violencia física o sin ella) entre los grupos de extrema-izquierda y ultra-derecha (y también las peleas dentro de ex­tremo-izquierdistas y ultraderechistas) no tiene otra explicación que la paranoia y la demencia de una lucha irracional sin objetivos claros, sin enemigos determinados en base a la realidad actual.

 

Son frecuentes en foros de extrema izquierda los comentarios sobre la connivencia entre lo que ellos llaman «fascistas» (aunque en realidad, en sus delirios, llaman fascistas a todo el mundo) y el Estado. Dejando de lado el hecho que el Sistema Globalitario no tolera de modo alguno el fascismo ni sus valedores (otra cosa bien distinta ha sido el neofascismo de servicio), ocurre que la extrema izquierda lleva mucho tiempo actuando en connivencia con el simulacro progresista, y de ese modo se ha constituido en una réplica del matonismo irregular de servicio que la ultraderecha, neofascista o no, ha venido prestando al estado capitalista y su clase dominante. Así pues, la extrema izquierda es parte activa de este diverso pero coherente sistema autoproclamado «Nuevo Orden Mundial».

 

En el pasado, la extrema izquierda se caracterizaba por abanderar utopías. Al margen del nivel de conciencia de sus abanderados sobre sus posibilidades, y de la carga de infantilismo que tuvieran, tales utopías servían de ideas-fuerza para movilizar a muchos. Aunque bastantes fueran, probable­mente, conscientes de reclamar sueños sin posibilidad de hacerlos realidad, también comprobaban que luchar por esos sueños, aun siendo impracticables o inalcanzables, sí tenía un efecto práctico: la propia lucha por lo imposible generaba un tipo humano entregado a una causa que manifestaba virtudes como el compañerismo y el heroísmo, y hacía posible una comunidad militante. Esas uto­pías, aún siendo irrealizables, servían como mitos movilizadores que conseguían cambiar sustan­cialmente una realidad circundante, al menos, para crear y mantener una comunidad de lucha.

Pero todo esto es cosa del pasado. Como hemos adelantado, un factor ha convertido definitiva­mente a la extrema izquierda en perros de presa de la impostura progresista, es decir, de una de las alas del capitalismo. Tal factor es el antifascismo. Éste no sólo sirve como instrumento político-policíaco para imponer el «pensamiento único» (en el fondo, es imponer el no pensar) erradicando el pensamiento crítico y ayudando a mantener la complacencia y pasividad de la izquierda social ante la izquierda de diseño de la Alta Burguesía, sino que las posiciones antifascistas han servido en las últimas décadas para reforzar las mismas posiciones del ala derechosa del Sistema.

 

Así, la extrema izquierda antifascista dedicó mucho tiempo y esfuerzo en reclamar la supresión de los servicios militares o cualquier educación patriótica. Gobiernos capitalistas, incluso liberal-con­servadores, han abolido los servicios militares para crear ejércitos «profesionales» (léase mercena­rios de estado) que son utilizados por los gobiernos capitalistas sin dar apenas explicaciones, cosa que antes, al menos, sí se veían obligados a hacer. Y cuando los capitalistas no usan mercenarios de estado, financian ejércitos privados. Esos antifascistas no han hecho otra cosa que facilitar la «pro­fesionalización» e, incluso, la privatización de los cuerpos armados, y ayudar a que el empleo de la violencia del poder escape por completo de los códigos militares y penales. Por su parte, la supre­sión de cualquier educación nacional sólo ha favorecido una mayor apatía y la insolidaridad más extrema, consustancial de las junglas sociales del capitalismo avanzado. Todo un éxito.

 

Asimismo, representar el racismo y la xenofobia como fenómenos ligados preferentemente al fas­cismo ha ayudado al desarrollo de los nacionalismos y racismos que infectan Europa y el resto del mundo pues, en el último medio siglo, ninguno de ellos guarda relación con los fascismos, aunque los medios sigan confundiendo al público. Más bien sucede lo contrario: casi todas las corrientes xenófobas y grupos que fomentan el odio y el antagonismo entre etnias, nacionalidades o razas, ya asumen sin problema un carácter antifascista. Los exclusivismos étnicos neofascistas son margina­les incluso en la marginalidad. La extrema izquierda antifascista, de la mano de la impostura «pro­gre» también antifascista que siempre la ha utilizado, sólo atacan el nacionalismo y la xenofobia cuando éstas les parecen fascistas. Los antifascistas de izquierda nunca han combatido las fobias étnicas, de raza o de fe que pudren y sacuden las naciones, sino que han ayudado a consolidar los grupos que las fomentan promoviendo la asimilación liberal antifascista de esos grupos. Lo que han provo­cado es la consolidación de una «xenofobia respetable». Gracias a la obsesión de la extrema iz­quierda antifascista, los odios raciales, étnicos o religiosos siguen sirviendo como gran instrumen­to del Capitalismo globalitario para mantener y promover la «Guerra social». Asimismo, el «derecho de autodeterminación» tan querido por esa extrema izquierda es utilizado (como lo fue siempre) por el imperialismo para fragmentar los estados nación insumisos al «Nuevo Orden Mundial».

 

Igualmente, la conversión de la extrema izquierda en acratismo lúdico-estético, asumiendo -como hizo la fachada progresista- gran parte de la Contracutura (pues sus valores hedonistas e individua­listas se hallaban en las antípodas del fascismo) ha acabado arrastrándola a la sociedad de consu­mo oc­cidental, donde se limita a radicalizar preocupaciones pequeño-burguesas y las ilusiones pro­pias de la NeoReligión demoliberal-capitalista. El impulso transgresor basado en la ne­gación de las normas por ser normas («las normas son fascistas») lleva inevitablamente a negar las reglas más ele­mentales de la lógica en el pensar, discutir y actuar. Por ello, la extrema izquierda cae de lleno en paranoias y expresiones sin sentido: ya es tan descerebrada e irracional como la ultraderecha.

 

En conclusión: el sectarismo antifascista no sólo es un gran lastre en la lucha ideológica y político-social anticapitalista, antiliberal y antiimperialista, sino es, además, un signo del control hegemónico de la fachada progre. El antifascismo es una argucia estalinista que impide el seguimiento de cual­quier vía dis­tinta, en una época donde la izquierda se halla en desbandada, sin poder resistir el em­puje del liberalismo ni evitar degradarse en «conciencia moral» del capitalismo. El antifascismo no ha sido más que otro elemento funcional e imprescindible para el capitalismo en su fase de abso­lutización neorreligiosa que ha precipitado a la extrema izquierda en el pantano de la esterilidad.

 

En la actualidad, es la derecha global e ideológica, como tal, la que manda, cultural y económica­mente. Si el social-liberalismo (como antaño fue el reformismo social-demócrata, el social-cristiano u otro) es la reconversión de la «izquierda» en «maquillaje» y «conciencia moral» de la derecha global triunfante, el antifascismo ha sido la trampa y la excusa para apoyar a los que defienden la explotadora y asesina democracia capitalista. El antifascismo de Hollywood ha servido como meca­nismo imprescindible en la configuración de un imaginario occidental que se extiende y cohesiona las masas despolitizadas, desnacionalizadas, insolidarias y sin conciencia de clase del capitalismo avanzado. La violencia del antifascismo callejero es expresión de un activismo infrapolítico e irra­cional, pero partícipe parapolicial de los dogmas y ritos de las sociedades postmodernas. Detrás de la extrema izquierda antifascista no hay nada. Carece de ideología alguna que le sustente (las refe­rencias ideológicas son anecdóticas u ocasionales, como la preocupación social en la ultraderecha) y por no ser, la extrema izquierda no es ni siquiera anticapitalista o antiimperialista, ni en lo cultural ni en lo político, ni en lo económico ni en lo militar. La extrema izquierda no pretende contradecir ya la dinámica de explotados y explotadores, ni transformar la sociedad capitalista, sino se ha transfor­mado en un frente parapolicial de la burguesía bohemia y en una inquisición, tan visceral co­mo irregular, de la Neo Religión demoliberal-capitalista.

PROYECTO M –20 "NUESTRAS BASES" (III)

PROYECTO M –20 "NUESTRAS BASES" (III)


ANÁLISIS ÁMBITO ESTATAL


 El Régimen constitucional

 

(a) La función del Rey

 

Solemos escuchar la queja que el Rey «no sirve para nada», y que recibe de las arcas públicas un dinero que no se gana. Esta protesta vulgar indica ceguera o pereza mental. Para nosotros, el Rey ha demostrado, en momentos oportunos, que la Monarquía sí sirve, y lo que cobra de los presu­puestos del Estado no es mucho para los beneficios que ocasiona a los intereses que debe cuidar.

 

El Rey garantizó de forma ejemplar el tránsito de los españoles de la dictadura despolitizadoraa la democracia desnacionalizadora. Gracias a su intervención se evitó una ruptura peligrosa para los intereses de la oligarquía económica española. Gracias a su habilidad se logró conjurar la amenaza de un movimiento desestabilizador, del signo que fuera, que diera al traste el mon­taje del nuevo Ré­gimen político asentado en la casta de los partidos y «autonomías» regionales.

 

Fue gracias al Rey como se pudo entregar un territorio español, y unos españoles, al despotismo cleptocrático y asesino del Régimen alauita. Gracias al Rey la «joven democracia» española aceptó que algunos hasta entonces ciudadanos del Reino fueran secuestrados, torturados y desapareci­dos en «guantánamos» de su «hermano mayor» Hassan II. La «modélica transición» pudo asumir la carga de dejar abandonados antiguos ciudadanos del Reino gracias al Rey Juan Carlos I.

 

Fue también gracias al Rey, como el Ejército y las F.O.P. aceptaron, aún a regañadientes, el papel momentáneo de «poco fiables», a quienes el propio poder político hizo sospechosas de «ruido de sables» para asustar a las fuerzas que aún planteaban la ruptura con lo heredado del franquismo. Uno de los «poderes fácticos» del Régimen anterior debía ser despreciado ysemisacrificado en la transición para servir de pararrayos y dejar intacto el prestigio y los intereses de los demás, Y qué mejor para tal sacrificio que el signo del poder más visible de la dictadura (Franco era un militar) y más a causa de la historia reciente de la nación, donde el Ejército y las F.O.P. fueron, junto a cierto sector político, los más comprometidos con la represión comportándose como tropas de ocupación. Cuando ciertos militares se hartaron de cumplir ese papel, sintiéndose patos de feria que tiraban al vertedero cuando eran abatidos (en los años de más asesinatos etarras y funerales vergonzantes) y trataron de torcer ese camino con la doble intentona del 23-F de 1981 («Golpe duro» del General Rojas o «Golpe de Timón» del General Armada) el Rey manejó las opciones. Al final, tras estropear el «loco» de Tejero la maniobra «salvadora» de Armada, fue el Rey quien decidió asegurar el rum­bo más conveniente para los intereses de la cupulocracia política y los poderes económicos.

 

Gracias a su papel de «figura histórica» y «mejor embajador de España», el Rey ha logrado que gentes de antiguas colonias se alisten hoy en sus ejércitos profesionales y mueran defendiendo los intereses del Reino. Las leyes de extranjería que él firma han facilitado esta tarea.

 

Si el Rey ha amasado una gran fortuna gracias a los manejos de varios amigos reales, y también a cierto préstamo de las monarquías árabes nunca pagado, es porque un monarca parlamentario no puede ser un monarca pobre si debe ejercer su papel con eficacia. Por ello no podemos decir que el Rey no sirve para nada o que cobra mucho.

 

(b) La Monarquía del Gran Partido de la Burguesía

 

Formal y jurídicamente, el Régimen que tenemos no es ninguna expresión política de estamentos vasallos del Rey, ni tiene que ver con un despotismo ilustrado. Las supuestas críticas que preten­den desacreditar esta Monarquía acudiendo a imágenes anacrónicas son una estafa. Quien ataca formas del pasado ha de ser descalificado por «combatir» con fantasmas, en lugar de hacerlo con­tra el poder real actual. Este Régimen es un estado moderno de derecho y es oficialmente una Mo­narquía Constitucional y Parlamentaria. Y basta un vistazo para comprobar que tenemos una Mo­narquía de Partidos, pues son las cúpulas de éstos quienes determinan, en listas cerradas, los miembros de los Parlamentos nacional y regionales, debido tanto a la ley electoral (aprobada antes de las primeras elecciones) como al funcionamiento interno de los partidos, pero, sobre todo, por causa del poderoso cinturón mediático que los respalda y encubre.

 

Esta Monarquía de Partidos ha sostenido e implementado los equilibrios oligárquicos político-eco­nómicos de la Dictadura, haciéndolos converger con nuevas minorías burguesas ascendentes, tan­to de las regiones del interior como de las regiones periféricas, que ejercieron una muy leve y sola­pada opo­sición antifranquista. Otro vistazo, menos simple quizás pero no menos claro, demuestra que los partidos del Régimen (PP, PSOE y neofeudalistas) han representado siempre al bloque oli­gárquico-bur­gués de unas y otras regiones. Por eso la llamamos también Monarquía del Gran Parti­do de la Alta Burguesía. Tras más de siete lustros de despolitización de la Dictadura fran­quista han venido siete lustros de desnacionalización de la Monarquía juancarlista, dos procesos exigidos por la Alta Bur­guesía. El nuevo Régimen es, también en esto, heredero natural del anterior.

 

El bloque oligárquico-burgués que domina España ha logrado mantener su implacable proceso de acumulación ingente de capital durante estos siete lustros de «Democracia» sin mucho sobresalto, no sólo debido a los servicios de su «Partido Único con varias siglas», sino gracias a la figura del Rey y a sus intervenciones. Cierto es que sería lógico que el Rey cobrase de los Consejos de Ad­ministración del Banco Santander, BBVA, Endesa, Telefónica, La Caixa o Acciona, pero ¿Acaso no son los bancos los que financian al Gran Partido de la Burguesía indirectamente, a través de las deudas que los partidos tienen con ellos y cuyos cobros son aplazados indefinidamente?

 

En esta Gran Recesión iniciada en 2007, el bloque oligárquico-burgués pasa por dificultades ma­yores. Ciertos portavoces patronales andan temerosos pues, si bien es cierto que les conviene un alto número de parados, la lista de desempleados es enorme, y prevén algunas revueltas cuando falle la «economía sumergida». Los continuos engaños políticos, los casos de corrupción, así como las disputas entre las tenazas estatales del Gran Partido de la Burguesía, han desacreditado a la clase política. Al igual que ocurre en otros países, el descrédito es mayor para la tenaza «progre» por sus «recortazos» para salir de la deuda soberana. Además, como la mejor forma que encuentra cada tenaza del Gran Partido de la Burguesía (PP y PSOE, tan de acuerdo en lo sustancial), para mantener el afecto de sus acólitos no pagados, es acusar a la otra punta de tenaza de ser aún peor que ella, tal cálculo cortoplacista está perjudicando la imagen y el funcionamiento «normal» de las instituciones. Así pues, el bloque oligárquico-burgués no puede contar tanto con su «Partido Único» estatal para afrontar los sobresaltos de esta crisis estructural del Capitalismo. Por eso el Rey cobra un protagonismo que hubiera sido impropio en otra legislatura de estos «Treinta Años de Democra­cia», convirtiéndose en impulsor de nuevos «Pactos de la Moncloa».

 

Que nadie diga que la Monarquía del Gran Partido de la Burguesía no sirve para nada y cuesta mucho. Cuando empiezan a fallar las cúpulas del Gran Partido, atrapadas en sus querellas propias e intereses inmediatos, el monarca interviene sirviendo a quien tiene que servir. El problema es que la Dinastía sirve a los intereses de los menos, en vez de a las necesidades de la nación, los más. Nuestra tarea es denunciarla por estar al servicio de los intereses antinacionales y antipopulares de la oligarquía altoburguesa, y no del bien común de los españoles. Es imperativo rechazar la crítica fácil, la que, por interés o desidia, esconde el papel fundamental del Rey apelando a la envidia del vulgo necio, el mismo al que, en otras jornadas, se le cae la baba ante la fanfarria monárquica.

 

II El Estado de las Autonomías

 

Más que el sistema de partidos, una de las principales «novedades» del Régimen Político ha sido la reorganización territorial del Estado Monárquico. Novedad relativa pues el «estado de las autono­mías» ya se ensayó anteriormente con poco éxito y muchos problemas. Fue durante la II República, que no fue una Republica Federal ni un modelo confederal.

 

(a) La ligazón entre la Monarquía de Partidos y el Estado (multi) Autonómico

 

Entendemos que estado autonómico y Monarquía del Gran Partido de la Burguesía están íntima­mente ligados pues corresponden al modo y manera en que se realizó el reparto del «pastel» de­mocrático-constitucional, a través del «Consenso» entre tardofranquistas, post-republicanos y na­cionalistas. De la misma forma que se pactó el control del mundo laboral, la sumisión de la clase obrera, la desarticulación de los movimientos sociales, el «pasotismo» de la juventud, las ayudas a la prensa del Régimen y el desmantelamiento de la industria pesada, se pactó el neofeudalismo po­lítico-financiero como instrumento de los «barones» regionales de los «partidos nacionales» y los «para-estados de bolsillo» con «derechos históricos» o «hechos diferenciales».

 

Por ello vemos que no puede separarse el Estado de las Autonomías de la Monarquía Parlamen­taria juancarlista, ni éstos del Partido Único del bloque oligárquico-burgués que domina Espa­ña.

 

 

(b) Las Incompetencias autonómicas

 

Lo más llamativo del Estado de la Autonomías es su carácter abiertamente asimétrico que contra­dice las aspiraciones universales de igualdad que proclama la Democracia. Asimismo es muy lla­mativo que, en siete lustros de juancarlismo, aún no se hayan fijado las competencias que tendrán las administraciones autonómicas y cuáles serán las áreas reservadas a la dirección central del Es­tado. Pero no sólo no se terminan de establecer sino que, encima, los impulsores de cada nueva reestructuración advierten que la última que llevan a cabo es temporal. España va de «Perestroika» a «Perestroika» territorial cada poco tiempo. La constante histórica del Estado de las Autonomías es la misma que la del capitalismo y la del imperialismo: nadie le pide cuentas de resultados por lo que ha hecho, y sólo sabe responder para «seguir en marcha» huyendo siempre hacia adelante.

 

Más que sobre competencias autonómicas hay que hablar de incompetencias. Los partidos y diri­gentes locales tienen por costumbre no responder sobre lo que han hecho, o sobre lo que van a ha­cer con los medios y recursos de que disponen, es decir, con las competencias que tienen, sino que se dedican a reclamar más transferencias del Poder central. En ciertos casos, hemos visto que los poderes locales han instado al Gobierno central a transferir ciertas competencias, advirtiendo, en pleno «Estado de Derecho», que si no eran transferidas las asumirían por su cuenta. Pero en esas ocasiones reclamaban asuntos competenciales que figuraban en los estatutos autonómi­cos, es decir, que habían tenido el visto bueno o habían sido pactados previamente con el gobierno de la nación. Eso indica que los problemas derivados por las disputas de transferencias a los pode­res autonómicos han sido creados principalmente por el gobierno de la nación y las Cortes Generales.

 

Si se considera, por caso, que la cesión de materias como la Seguridad Social supone una quie­bra del sistema de caja única (y efectivamente lo es) y una significativa fractura interterritorial (que, pese a todo, se halla bien lejos de la infame fractura social entre rentas altas y rentas populares), la situación es muy grave, pero no tanto por causa de las instancias regionales, sino por aquellos que cedieron en ese asunto. Por ello, si se pone en evidencia el disparate del modelo autonómico, los máximos culpables del desaguisado no son grupos de poder locales sino los «partidos nacionales», los poderes generales del Estado y los poderes fácticos que los asesoran. En esto se nota que la ensalzada transición tuvo también mucho de chapuza, de huida hacia adelante y de reparto del bo­tín llamado España. El Estado monárquico de las autonomías y del Gran Partido de la Burguesía se asentó gracias a la docilidad de un pueblo adocenado y atemorizado tras una dictadura donde im­peraba el miedo y la despolitización, y una mayoría acostumbrada a ver el mundo sólo a través de la televisión. Pero, sobre todo, se estableció gracias al reparto del «pastel» a través del «Consen­so» entre los grupos oligárquico-burgueses de las regiones del interior y de la periferia.

 

Concluimos que no hay problemas de competencias porque aquí lo que menos ha importado es ser competente en el servicio público. Hay un problema de incompetencias e irresponsabilidades con­tinuas por parte de los dirigentes políticos de entonces y de ahora, tanto a nivel general como regional, encubiertos por una prensa del Régimen «localizada», encargada de distraer y ocultar es­ta realidad a los ciudadanos. Por tanto, si uno de los objetivos anunciados era «acercar la adminis­tración a los problemas» de la población, ese fin ha sido un fracaso, o ha constituido una estafa.

 

(c) El Despilfarro autonómico

 

En España no ha existido una descentralización del Estado, descentralización que, por cierto, no era discutida por nadie. La existencia de duplicidades, redundancias y excesos de gasto de las tres Administraciones (en algunas regiones son cuatro) que interactúan en el territorio español así lo de­muestra. Se suponía que la Administración General del Estado debía suprimir sus órganos perifé­ricos para dejar vía libre a las administraciones regionales, reservándose para sí facultades de su­pervisión. Pero esto no es lo que ha ocurrido aquí.

 

Lo que ha existido es un reparto de poder y una recentralización con una multiplicación del gasto, doblando (o triplicando) las mismas ocupaciones en diecisiete espacios y ocasionando un derroche de recursos, no orientado a prestar mejores servicios a los pueblos de España, sino a mantener o aumentar parcelas de poder y, ante todo, de negocio. Tiene que caer una crisis como la del 29 para que algunas voces del propio Régimen empiecen a reconocer el despilfarro que conlleva el modelo. Pero esas voces no aceptan que las Autonomías van ligadas al Régimen, y que si los grandes par­tidos «nacionales» son responsables de los desmanes autonómicos por no supervisar el cumpli­miento de las normas del Estado, eso ha sido para comprar-mantener la «adhesión inquebrantable al Ré­gimen» de unas cupulocraciasy sus clientelas partidarias. Las normas importan muy poco.

 

 

(d) La Corrupción multiplicada y el «Independencierismo» autonómico

 

Vemos que los particularismos y egoísmos locales van de la mano de los particularismos y egoís­mos de la clase dominante. Y es lógico que clasismo y nacionalismo vayan juntos. El predominio de intereses particulares es consustancial al Sistema. Por tanto, es natural que los administradores de los intereses particulares de la Alta Burguesía agiten los egoísmos de las tierras y pueblos de Es­paña para mantenerse, o para desplazar a la competencia partidista, en las áreas de poder locales. Lo que ha hecho el «Estado de las Autonomías» es consolidar clases políticas locales inmersas en una España donde todas las opciones han acabado defendiendo el mismo modelo socio-económi­co e ideológico. Clases políticas locales cuyas facciones, no moviéndose más que por oportunismo, no tienen otra salida -para explicar su existencia, mantenerse o ganar posiciones- que la de promo­ver pasiones nacionaleras, los egoísmos particularistas y su propia insaciabilidad «competencial».

 

Así pues, las corrupciones autonómicas no se han instalado por la «naturaleza pecadora del hom­bre», o porque el «poder corrompa» u otra sandez dada por los voceros auxiliares del Régimen tra­tando de esconder las causas de la corrupción, sino porque desde el principio los poderes locales han servido a intereses y pasiones particularistas, por encima de sentidos de estado o bien común.

 

Por eso afirmamos que, excepto la «izquierda aberchale» vasca (utilizada durante años como un «sacude árboles» para que otros «recogieran las nueces»), incluso las listas llamadas «soberanis­tas» no son realmente independentistas sino «independencieras», en una España cuya soberanía está anulada por la Alianza Atlántica, Eurolandia y los «mercados de deuda». Agitar el victimismo y buscar pendencias con el poder central u otras regiones, no para afrontar los males y problemas del pueblo, sino para que las gentes y territorios que controlan lascupulocracias locales se sientan enfrentadas o antagónicas con otros pueblos y territorios del mismo estado, es la única salida que les queda a los neofeudalistas para mantener la adhesión de sus «vasallos». El neofeudalismo es independenciero y seguirá siempre siéndolo por una cuestión de pura supervivencia de casta.

 

Por tanto, concluimos que, si el propósito del «Estado de las Autonomías» era resolver el llamado «problema nacional», éste no sólo no ha sido resuelto sino que, incluso, se ha agravado. Pero no perdamos la perspectiva histórica: después de siete lustros de despolitización acometida por la Dic­tadura franquista, fase necesaria para domesticar al pueblo español, era preciso otro proceso para entregar España a la OTAN, a la Europa de los mercaderes y al capitalismo globalitario: la desna­cionalización del pueblo español. El«Independencierismo» ha sido el gran complemento «interior» para generar una masa sin conciencia nacional ni sentido de las solidaridades sociales, una masa su­mergida en la apatía más inmovilista, cuando no servil, dispuesta a corear «vivan las caenas».

 

Así, aunque pueda verse otra cosa, el Estado de las Autonomías / Monarquía del Gran Partido de la Burguesía no ha perdido un ápice de poder por más banderitas regionales broten a su sombra, multi­plicándose por sí mismo tantas veces como sea posible, dentro de una dinámicapolítica de represión y corrupción bajo la cobertura de los medios de manipulación de masas. Por más que aparezca com­partimentado, segmentado, parcelado y saturado, a causa de tanta atribución y redundancia de po­testades, transfererencias y asunciones arbitrarias administrativas, normativas, impositivas y presu­puesta­rias, con gobiernos y asambleas variopintas, el Estado Monárquico no ha cedido sus funcio­nes bá­sicas ante instancias del interior, ni su monopolio legal de la violencia ni su aparato bu­rocrá­tico-re­presivo, en ningún momento. Dado que no es un estado federal, las Autonomías son un mon­taje que ha propiciado un confederalismo asimétrico, arbitraria e intencionalmente previsto en función de inte­reses espurios y traspaso de corruptelas («competencias»), y un entramado clientelar que ha moder­nizado y legitimado la vieja política caciquil de casino y pucherazo. La retroalimenta­ción finan­ciera de los partidos a través de ayuntamientos y consejerias autonómicas demuestra bien el grado funcional de complicidad entre los neofeudalistas y los grandes partidos «nacionales» del Régimen.

 

El motivo de todos los ramalazos «soberanistas», agravios, pendencias entre regiones, derechos históricos y hechos diferenciales que azuzan y recrean los neofeudalistas, es que a las clases políti­cas regionales, para justificar la existencia de sus diversas siglas dentro del Partido Único de la Bur­guesía, no les queda otro recurso que la agitación de los egoísmos y pasiones particularistas en una masa despolitizada y desmovilizada sin conciencia nacional ni sentido social. Las reivindicaciones, «soberanistas» o regionalistas, son discursos igualmentefuncionales al proyecto «asimétrico-inte­gral» que determina el «diferencialismo» pequeño-burgués del Estado de las Autonomías. Para no­sotros, los nacionalismos representan la «Tenaza Periférica» del Régimen.

 

En conclusión: el Estado de las Autonomías no sólo no resuelve ningún problema, sino que supone un problema estructural que complica los problemas nacionales. Agrava, por ejemplo, la crisis actual.

 

PROYECTO M-20 "NUESTRAS BASES " (II)

PROYECTO M-20 "NUESTRAS BASES " (II)

ANALISIS ÁMBITO MUNDIAL

 

II El Mundo Globalitario en Crisis

 

(a) El momento en que esto «petó»

 

Nadie niega que, actualmente, nos encontramos en una situación definida por la crisis financiera iniciada en 2007 en Norteamérica tras el petardazo de la burbuja de las famosas «subprime». Al año siguiente, el desmoronamiento de los activos que contenían esas «hipotecas basura» arras­tró a las principales sociedades hipotecarias de EEUU y sirvió de espoleta para otros «activos tóxicos» ocultados por los bancos, que provocaron el colapso de grandes «firmas de inver­siones» como Lehman Brothers, así como de la mayor compañía de seguros del mundo (AIG) en septiem­bre de 2008. De la misma forma que la Reserva Federal había ido comprando activos contami­nados para salvar a las grandes compañías hipotecarias, desde el gobierno y el legislativo norteamericano se arbitró un colosal rescate financiero con dinero público. La misma decisión se tomó en los países de la Unión Europea: el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra inyec­taron enormes can­tidades de dinero alegando lo mismo que Bush: la necesidad de proporcionar liquidez a los bancos y frenar la caída de las Bolsas. Esa decisión la tomaron tanto gobiernos libe­ral-conservadores como liberal-reformistas, tanto socialdemócratas como democristianos.

 

Pudo resultar paradójico tal intervencionismo estatal en el seno de la potencia campeona del neo­liberalismo. Más cuando en sus mandatos Bush había puesto en marcha la desregulación del sis­tema financiero propugnando su «autorregulación». La ausencia de controles rigurosos sobre esas entidades y de supervisión de sus operaciones de riesgo y de sus sofisticados inventos financie­ros, provocó la opacidad y el desmadre del sistema financiero norteamericano y, por extensión, del sis­tema mundial.

 

Lo que sí quedó claro fue el impacto de la crisis financiera yanqui en las economías de Europa y del resto del mundo: una muestra de la enorme dependencia de buena parte del planeta hacia los EEUU. Pudo, entonces, parecer probado que no bastaba con que los controles aplicados a las enti­dades financieras en una zona del mundo por sus gobiernos, fueran más rigurosos que los esta­blecidos en EEUU para no verse afectados por los huracanes que provienen de estos últimos.

 

Pudo parecer, también en ese momento, que el ciclo de las desregulaciones financieras tocaba ya a su fin. Pudo parecer que todos empezaban a reconocer como gravemente dañino y fracasado el modelo liberal neoclásico, si hacíamos caso de las declaraciones de socialdemócratas y populistas de derechas, que nos hablaban de la necesidad de «refundar» o «reformar el capitalismo». Pudo parecer, durante un tiempo, que todos iban a tomar conciencia de que estábamos pagando el pre­cio de las erróneas tesis ultraliberales de alegre «autorregulación» de los mercados financieros, y que se exigía un fuerte control de los mismos en todas partes o, al menos, que se alzaran barreras se­rias frente a los países donde no se establecían esos controles.

 

Pero, además de estas causas «externas» (aunque en una nación del capitalismo globalitarioy sin soberanía monetaria resulta muy complicado discriminar cuáles son sus factores económicos «ex­ternos»), lo que provocó el inicio de la crisis eco­nómica en España fue el «petardazo» de «la burbu­ja in­mobiliaria», petardazo que cualquier observador había podido advertir como desenlace inevita­ble a lo largo de la «década prodigiosa» (1997-2007) de crecimiento desaforado del ladrillo y, más aún, de los precios del ladrillo construido o proyectado. Que la clase política y comentaristas a sueldo de los medios hablaran poco de ello no ocultaba que la mayoría sabía que el «milagro espa­ñol» (del que tanto presumieron el Partido Popular, primero, como después el PSOE) se asentaba en barro: en la especulación inmobiliaria y en el consumo que gastaba el dinero solicitado a crédito.

 

4 NUESTRAS BASES: ÁMBITO MUNDIAL

(b) Pese a todo, el liberalismo contraataca y se refuerza

Pudo parecer que la mayor parte de la clase política y económica había empezado a reconocer el fracaso del modelo liberal. Pero en los últimos años constatamos que el discurso imperante (en los medios de difusión sobre todo, convertidos en «guías espirituales» de gobiernos y naciones) ha sido el contrario: se afirma que para gestionar la crisis hay que profundizar en el modelo. Esto nos demuestra que para enfrentar las situaciones adversas lo decisivo no es la acumulación de datos negativos o malos resultados, sino asumir un análisis adecuado de la causa de los problemas, tomar conciencia de nuestra responsabilidad y tener voluntad de cambiar las cosas empezando por pronunciar: «¡Esto no!». Es decir, lo más importante no es que se produzcan las condiciones obje­tivas, sino provocar las condiciones subjetivas.

 

El discurso económico dominante, el liberal, siempre se ha manifestado totalmente insensible a las múltiples evidencias que, en casi todos los parámetros de comparación (económicos, sociales, culturales, medioambientales...), muestran unos efectos bastante mediocres, cuando no pésimos, en el seno de las naciones. Así pues nos preguntamos ¿Por qué iban a cambiar ahora los econo­mistas, los comentaristas de la radio, los cargos políticos o los directivos de la patronal y de la ban­ca que han venido pregonando ese discurso? Era de ilusos esperar que reconocieran el fracaso del modelo, y constatamos que, para salir del atolladero, los pregoneros del modelo más liberal del capitalismo han contraatacado con una «huida hacia adelante». Como hemos señalado, la crisis no está sirviendo para recapacitar sobre el modelo adoptado y rectificar el rumbo del capitalismo, sino que está sirviendo de coartada para imponer un modelo que acrecienta la explotación y la miseria de la mayoría. Lo que nos proponen es «salir de la sartén para caer en las brasas».

 

(c) ¿Crisis Coyuntural o Crisis Estructural?

 

La diferencia de esta «nueva crisis» capitalista con respecto a las anteriores es que sus efectos palpables son tan fuertes en el «Primer mundo» como la famosa crisis del 29, y que los recursos (incluso los «parches») para combatirla parecen agotados. Pero el Sistema Capitalista, como tal, no se encuentra ni en crisis ni en quiebra, pues se trata de un modelo de explotación que se reestruc­tura en ciclos recesivos y depresivos, ciclos que, como estamos viendo, afectan principalmente a los trabajadores de todo el orbe mientras las grandes fortunas continúan obteniendo grandes bene­ficios. Entendemos que no importa cuan profunda sea, o si es de carácter coyuntural o estructural, pues por muy profunda o estructural que sea una crisis económica, por sí misma, no va a provocar una reacción que cuestione el modelo y exija una salida anticapitalista. Como hemos señalado, en el panorama público, lo que manda es la demanda de profundizar aún más en este modelo, no im­porta sus consecuencias sociales, por devastadoras que sean, ya que los voce­ros del capitalismo han tomado buena nota de la resignación y desmovilización generalizadas. Por ello vemos perfec­tamente que una forma de salida es la del Capitalismo de Guerra: desatar una gran conflagración que sirva tanto para destruir las naciones emergentes como para generar una actividad económica que mantenga sofisticadas fuerzas de ocupación y que «reconstruya» bajo control angloamericano lo que destruye. Tal fue la política que aplicaron Bush y Cheney en el Iraq agredido y ocupado.

 

La hegemonía cultural y política de la plutocracia globalitaria es de tal magnitud que no sólo ha conseguido naturalizar el papel de la especulación financiera a costa de las naciones, sino que va logrando, además, que se acepten como normales y justificables sus campañas imperialistas de agresión. En uno y otro caso, los grandes medios de difusión de masas occidentales juegan un papel importantísimo para que la población acepte esas nefastas «huidas hacia adelante».

 

(d) ¿Decadencia del modelo o Crisis Terminal de Civilización?

 

Consideramos que vivimos en las sociedades llamadas «posmodernas», «herederas» del mundo «deconstruído» por la Civilización moderna Occidental. Esta renombrada civilización, si hablamos con propiedad, no existe, aunque haya mucho «centinela de Occidente» «defendiéndola». Existen sus criaturas, abandonadas en manos de unas oligarquías depredadoras, y existe el Sistema eco­nomi­cista que conviene a estas últimas: el Capitalista, también criatura de la misma civilización agotada. Por ello, lo que se vive en estas sociedades posmodernas no es tanto una decadencia o crisis de va­lores y puntos de referencia, sino una situación de evasión-frenesí-supervivencia donde un cú­mulo de residuos de todo tipo (mitemas, fobias, rituales, frases, procedimientos...) sobreviven co­mo inercias, formalismos o «cáscaras» de valores de una civilización que se acabó.

 

 

5 NUESTRAS BASES: ÁMBITO MUNDIAL

Certificamos que la Civilización moderna Occidental ha muerto, aunque quien ocupa su lugar es una «criatura» suya: el Sistema Capitalista, ahora financiarista y globalitario. Pero los mitos degra­dados en mitemas, las fórmulas vaciadas y los valores adulterados también cumplen una función y esto se comprueba cuando las instituciones de un Sistema tan economicista como éste utilizan, en su provecho, los residuos de la Civilización Occidental, incluyendo los vestigios religiosos. En este sentido, actualmente, cumple un papel importante el paradigma «neocon», sustituto del paradigma «progre» (con el que comparte mucho más de lo que suelen reconocen unos y otros). El «neocon­servadurecimiento» resulta más apropiado para la actual fase de «solidificación» totalitaria del Sis­tema, solidificación incluso de la confusión, donde hasta el materialismo y utilitarismo im­perantes pre­sumen de unas «raíces» religiosas. Pues para sostener el impulso del Globalitarismo y controlar unas sociedades instaladas en el escepticismo «confortable» y la resignación timorata, donde las instituciones son aceptadas socialmente únicamente por el miedo general al vacío o al «coco» de la propaganda, se sabe que el liberalismo puro no sirve, y que las propuestas imagina­das por el mun­dialismo socialdemócrata son irrealizables.

 

De la misma forma que el gran éxito del progresismo fue conformar decisivamente, durante una época, hasta la mentalidad de los sectores en un principio no identificados como progresistas, y del mismo modo que el gran triunfo de los nacionalismos fue que fuerzas, inicialmente no naciona­listas, hicieran suyos los parámetros nacionalistas, el pensamiento neoconservador está consi­guiendo que, incluso, sus supuestos enemigos asuman, de forma creciente, sus posiciones. La apelación a valores tradi­cionales o supuestamente tradicionales cuando lo que se persigue son objetivos o ape­titos espu­rios ha sido siempre una característica dominante en las derechas. Era lógico esperar que tanto la derecha más liberal como la más conservadora e, incluso, la más reaccionaria, asumie­ran la visión del mundo neocon, pues esa mezcolanza de mesianismo y escepticismo cínico, de evolu­cionismo y conservadurismo, de ultraliberalismo y tradicionalismo, de populismo reactivo y de brutal voluntad de poder para oligarquías, era una oferta bastante oportuna para servir como marco co­mún de la «Alianza antiprogre» en unas sociedades del capitalismo avanzado tan desnaturalizadas. Pero ve­mos que el paradigma neoconservador es asumido por los sectores no sólo progresistas, sino tam­bién por aquellos que se presentaban como completamente opuestos o disidentes al mun­do globa­litario y al imperialismo.

 

Sobre la actual crisis, cabe la discusión acerca de si ésta refleja la aceleración de la contracción de los ciclos del Capitalismo o si representa ya su crisis terminal, con la condición de aceptar que lo más importante no es que se esté produciendo una u otra, sino saber si existen conjuntos de hom­bres y mujeres que cuestionen siquiera el modelo que padecemos y tengan voluntad de intervenir en el curso de los acontecimientos para cambiarlo. Es decir, que se den las condiciones subjetivas pa­ra cambiar. Pues, como estamos viendo, por muy profunda que sea la crisis, si no aparecen per­sonas con otra forma de ver este mundo y dispuestos a operar ante el capitalismo globalitario, no queda más que esperar otra «salida capitalista» para que los menos sigan teniendo cada vez más, y los más ten­gan cada vez menos.

 

(e) Los fuertes coletazos del Imperialismo

 

Entendemos que, aún en el supuesto de que la crisis sea terminal, o de que la deuda soberana de los Estados Unidos conduzca a la potencia hiperhegemónica a su bancarrota, eso no significa que el Sistema vaya a desaparecer, o que los encargados de su control político-militar desistan de ese control. Bien pudiera ocurrir que el Capitalismo y su brazo militar, el Imperialismo angloamericano emprendieran una huida hacia adelante y destruyeran el planeta como último impulso de reestruc­tu­ración «arriesgada» de los grupos financieros o para evitar perder su hiperhegemonía mundial.

 

No cabe descartar que ocurra como tienen previsto sus protegidos sionistas en caso de amenaza de derrumbamiento de su estado. En este caso, el sionismo ha programado destruir to­das las gran­des ciudades y zonas más provechosas de Oriente Medio con bombas atómicas. De la misma for­ma que el nacionalismo judío no puede aceptar vivir en paz en un territorio donde ellos no tengan la hegemonía absoluta sobre otros pueblos, un capitalismo enteramente financista no puede aceptar dejar de ganar grandes sumas de capital, como tampoco el imperialismo angloamericano puede con­cebir vivir en un planeta que ya no puede dominar, amenazar ni devorar como hasta ahora. Por si fuera poco, en EEUU gana posiciones la creencia apocalíptica que espera (y desea) el Fin del Mundo para que vengan los profetizados «Mil Años del Reino de Cristo». El hecho de que existan países emergentes que no sean como los europeos, es decir, sumisos a EEUU, es lo que motiva que éstos se muevan por el mundo para evitar la pérdida de su hiperhegemonía.

6 NUESTRAS BASES: ÁMBITO MUNDIAL

III Entre la solidificación y el cuestionamiento del «Orden» Globalitario

 

(a) La cristalización Neo-Religiosa del Capitalismo globalitario

 

Ya hemos señalado que el Occidente moderno como tal, el anunciado en los llamados «Renaci­miento» e «Ilustración» y en las Revoluciones Burguesas, representa un ciclo ya superado por la de­nominada «Posmodernidad». Y ésta no es otra cosa que el envoltorio o hábitat del Capitalismo, que, ni mucho menos, consiste sólo en un sistema económico, habiendo cosificado el mundo ente­ro, incluyendo las naciones y las personas, en mercancías. Así pues, el Capitalismo es también un sis­tema social, cultural y político, nacido en el seno de la Civilización Occidental, el cual, ade­más de cambiar el resto del mundo, también ha transformado profunda­mente su «civilización madre» de forma que, hablando en propiedad, ésta ya no existe.

 

Pero el Sistema Capitalista ha recogido varios elementos de su civilización de origen y los ha reci­clado para servirse de ellos como referencias, coberturas o sublimaciones simbólica-sentimentales. Actualmente constatamos una fase de «solidificación» totalitaria no sólo en la esfera política, mili­tar, policial y judicial, tanto nacional como internacional, sino en las creencias, tanto populares como oficiales, que han alcanzado el rango neorreligioso. Ninguna organización puede esquivar esta situación que acompaña al Capitalismo globalitario: la cristalización neorreligiosa del pensa­miento dominante, con una estructura dogmática que nadie puede cuestionar sin caer en anatema, y un deber de culto que no es posible ignorar bajo peligro de muerte civil. Aunque el movimiento «neocon» no es el único impulsor, lo identificamos como «núcleo duro» de la pseudorreligión social y oficial, producto de la conjunción liberal-democrática capitalista, a la vez agnóstica y tradicionalis­ta, nihi­lista y absoluta, progresista y etnicista, individualista y totalitaria, igualitarista y supremacista.

 

Esta cristalización y reproducción neorreligiosa del Sistema tiene su plasmación en el plano mun­dial parapolítico donde decir «Comunidad Internacional» significa, exclusivamente, «conjunto de naciones creyentes demoliberales», y que, en la práctica, en el plano político-militar, coincide con la hiperhegemonía norteamericana y su corte de «países aliados». Pero ambos planos son ya identi­ficados también con marcos etno-religiosos: naciones de «raza blanca» y de «raíces judeo-cris­tianas». Quien ha mezclado planos y metamorfoseado todos esos elementos que antes significa­ban cosas distintas o se distinguían entre sí (e, incluso, se oponían) y los ha fundido en un nuevo «todo parapolítico», ha sido, principalmente, el pensamiento neoconservador.

 

Los «sacerdotes» de la neorreligión demoliberal-capitalista progresista y tradicionalista disponen de predicadores (medios de difusión de masas), doctores (fundaciones, «tank thinks»,,,) y jerar­quías (Davos, Bilderberg...). Pero, por mucho que alaben la transparencia y la democracia, tales je­rarquías, doctores y predicares demoliberales no son elegidos por ninguna escuela, órgano, insti­tución o comunidad electoral: son autoelegidos, o elegidos por la «Mano Invisible del mercado».

 

(b) El papel de la Unión Europea

 

Los países europeos fueron ocupados por aliados o por soviéticos al fin de la II Guerra Mundial, y desde la «Caída del Muro», sólo por la OTAN. El hecho de que unos estados como España o Por­tu­gal se sometieran al «Amigo Americano» sin ejércitos invasores (aunque España se hallaba en una situación de sometimiento por una fuerza «nacional» de ocupación) no esconde la circunstan­cia que tanto uno como otro lo hicieron como dictaduras de desarrollo sin gran consistencia polí­tica in­terior y con apoyos sociales cobardes, regímenes que temían lo que podían provocar los EEUU si no se sometían. Lo ocurrido en la transición española es revelador: el respaldo dado al Reino de Marruecos para ocupar el Sáhara occidental y el chantaje a los gobiernos de Suárez consistente en asistir a los separatismos si España no entraba en la OTAN, indica que los usacos ganaron otro «amigo y aliado» bajo presiones y amenazas. El PSOE no hizo otra cosa que comprar un seguro de poder local a cambio de confirmar la entrega de España a EEUU en el famoso referéndum de «OTAN de entrada no, y de salida tampoco».

 

Negar esta situación, que somos países ocupados por EEUU, es otra prueba de colaboracionismo con la potencia ocupante. Y no hay peor traición y cobardía que negarse a ver la ocupación de la propia nación ocupada, por conveniencia particular o por necedad general. En tal sentido podemos afirmar que los negacionistas de la Ocupación usaca no son, verdaderamente, ni españoles ni eu­ro­peos, aunque puedan engalanarse nacionaleramente con los colores «patrios» tantas veces co­mo se les ocurra (en general sólo cuando «van ganando») y se les llene la boca con los vocablos «España», «Europa» o «Libertad».

7 NUESTRAS BASES: ÁMBITO MUNDIAL

Los negacionistas podrán ser, en todo caso, «nativos» del país, la mayoría entroncados con lina­jes «de rancio abolengo», pero representan la peor especie en que pueden degenerar los hijos de cualquier nación: siervos del imperialismo ocupante que esconden su condición aparentando ser hombres libres. Así pues, es revelador comprobar no sólo el papel de las fuerzas liberal-conser­vadoras o socialdemócrátas «europeas», sino el carácter de los llamados «movimientos naciona­les» europeos: panoplia de serviles antinacionales que abogan por mantener el sometimiento de Europa a la Alianza Atlántica.

 

La situación de la Ocupación Angloamericana de Europa es correlativa al hecho de que toda la Unión Europea se encuentra gestionada por oligarquías o cupulocracias crecidas al amparo del pa­raguas norteamericano, aunque provengan de antiguas nomenclaturas comunistas. Vemos que ambas realidades se encuentran estrechamente ligadas entre sí: control de las oligarquías locales y ocupación usaca. La democracia, en Europa, es una farsa montada por sus oligarquías, que, cons­cientes de su debilidad interna, se constituyen en diversas secciones, siglas o «familias internas» del Partido Americano en Europa. Cualquier cargo público europeo que no sea tonto sabe que, en última instancia, depende de EEUU para seguir gestionando el poder local, no del pueblo que apa­rentemente le «elige», y que la debilidad política y militar de las naciones europeas favorece el con­trol y la justificación de las oligarquías. Pues desengancharse del sometimiento americano implica un suicidio para cualquier dirigente o grupo político europeo.

 

En síntesis: la Unión Europea es una mega estructura de poder geoeconómico -sin voluntad ni poder geopolítico alguno- compuesta por una panoplia decadente de Estados Nacionales ocupa­dos por EEUU, identificados socio-políticamente con la ideología demoliberal, la nueva religiosi­dad del Occidente contemporáneo y su «monoteísmo de mercado». Es la «reserva espiritual» su­balterna del Capitalismo globalitario, el pilar europeo de la Alianza Atlántica y el «espacio antropo­lógico» más identificado históricamente con la burguesía occidental de masas. Y en la actualidad, no existe en el panorama político europeo ninguna izquierda consistente que luche por la transfor­mación de la sociedad y la emancipación nacional ante el imperialismo y el capitalismo, y menos aún, «fuerza nacional» alguna que pretenda levantar un estado soberano, sino nacionalismos al servicio de la Re­acción oligárquica y el imperialismo, promoviendo neofeudalismos e identitaris­mos para provo­car confrontaciones inter-territoriales y «guerras étnicas», en definitiva, un mayor debilitamiento de las unidades políticas con posibilidades de ser soberanas. Hoy por hoy, en Europa no hay en mar­cha ninguna revolución, ni la preparación de un alzamiento, ni una rebelión, ni se les espera.

 

(c) El papel de las potencias emergentes

 

Sabemos que lo fundamental son los modelos ideológicos, políticos y socio-ecónomicos que se defienden. Pero también juega un papel importantísimo la relación de fuerzas entre los conjuntos geopolíticos. Si los propios voceros del Sistema lo hacen, asociando el «Mundo Libre» con el pre­dominio mundial norteamericano y el mantenimiento del pelotón de sus satélites anglooceánicos y europeos (el resto de satélites, a excepción de los «tigres» del Asia Norte pacífica y, como no, del «superfavorito» Ente sionista, son despreciados sistemáticamente), es legítimo y oportuno estable­cer una relación entre el ascenso de otros polos de poder geopolítico y el cuestionamiento del «Or­den» globalitario. Sabemos que lo más importante son los contenidos y no los continentes, pero si los apologistas liberalcapitalistasasocian el sostenimiento del Sistema con el mantenimiento de la subordinación geopolítica y «securística» de las naciones europeas, insular-peninsulares extremo­orientales y otras naciones a los Estados Unidos, es lógico considerar que la ruptura de esas su­bordinaciones y la búsqueda e impulso de otros ejes geopolíticos puede ayudar, bastante, a la cau­sa alternativa en Europa.

 

El fortalecimiento de ejes geopolíticos y espacios soberanos sólidos, en lo político, lo económico y lo militar, desligados de «Angloamérica» es, por tanto, una necesidad estratégica capital. O aún más: es una necesidad vital. Todo lo que se oponga al Enemigo globalitario(enemigo que tiene un asen­tamiento geopolítico, político-social, militar y mediático definido y concreto) no sólo merece la aten­ción de los europeos que aspiramos a la libertad de nuestros pueblos, sino que exige nuestro apo­yo aunque no nos identifiquemos con el contenido de su oposición. Entender esta ley y asumir sus im­plicaciones es cuestión de vida o muerte en la lucha, porque ésta es de carácter total y nos lo ju­gamos todo. El que no lo entienda así está jugando y favoreciendo al Adversario. Si los mismos de­fensores locales del Sistema globalitariose posicionan contra esos desafíos a la hiperhegemonía angloamericana y al dominio de sus protegidos «especiales», nosotros no sólo no podemos desen­tendernos de esos desafíos, sino apoyarlos decididamente.

8 NUESTRAS BASES: ÁMBITO MUNDIAL

(º1) La alternativa europea ante la reafirmación de la Federación Rusa

 

Observamos que el «Regreso de Rusia» y su reafirmación en el tablero mundial es un signo alentador. Alentador en general para el conjunto de las naciones de la Tierra, pues supone un contratiempo para ese «Nuevo Orden Mundial» unipolar manifestado en la II Guerra del Golfo, confirmado con el desplome de la Unión Soviética y reforzado tras septiembre de 2001, y alenta­dor en particular para los europeos que quieran liberarse de las cadenas atlánticas.

 

En la medida que la Federación rusa se afirme, y asegure alianzas externas que ayuden a nacio­nes menos poderosas a resistir con éxito las presiones brutales de la hiperhegemoníaangloame­ricana-sionista, aumenta la posibilidad de percibirse, como una vía practicable y realista, la eman­cipación europea con respecto a los EEUU, a través del establecimiento de estrechos lazos con la potencia rusa. En este sentido, una aspiración nada irreal sería la proposición de un Eje Moscú-Berlín-París-Madrid-Roma. Somos conscientes que, actualmente, tanto Alemania como Fran­cia, y no digamos España o Italia, se hallan bajo el dominio de una clase política que forma parte, entu­siasta o moderada, del Partido Americano en Europa y, sobre todo, se encuentran influen­ciados por unos medios de manipulación de masas constituídos en «Prensa del Régimen de Ocu­pación». Pero la fuerza y el poder «convence» a muchos a reconocer situaciones o posibilidades que antes no se hubieran atrevido a reconocer o explorar.

 

La alternativa, por muy radical que sea de fondo (en realidad, si es verdaderamente radical es esta línea la que debe seguir) debe reconocer las circunstancias presentes y ofrecer al pueblo vías que sean posibles de recorrer. Lo grave es perder la coherencia y el sentido de los objetivos políticos, culturales y sociales que deben ser alcanzados: y el objetivo a medio plazo es desen­ganchar las naciones de la Unión Europea de la hiperhegemonía norteamericana, y para ello es necesario contar con una Rusia más fuerte y que consolide la reconstrucción de su espacio geo­político y de influen­cia en los Balcanes, Europa Oriental, Cáucaso y Asia Central. Cierto es que la política exterior de la Federación rusa parece dar una de cal y otra de arena, pero nosotros ni ve­mos ni pretendemos decir que Rusia se haya convertido en un polo de lucha revolucionaria.

 

(º2) El ascenso de China continental, la Unión India, Brasil y Turquía

 

Otro signo alentador es la expansión económica significativa de cuatro naciones que, si bien si­guen sosteniéndose, más o menos, como colaboradores de Estados Unidos (quien lo es en me­nor medida es China continental) cuentan con dirigencias políticas que vienen realizando movi­mientos que contravienen los planes de la hiperhegemonía. China continental se percibe como una poten­cia a la que EEUU debe tratar cuidadosamente pues no puede presionarla impunemente y nece­sita de su colaboración inmediata, aunque, a largo plazo, tiene previsto una confrontación abierta con ella. China continental, como Rusia, tampoco es una potencia que se decide por rechazar de­finitivamente los proyectos imperialistas de EEUU, dando «una cal y otra de arena». La China con­tinental tampoco representa un polo de resistencia declarado, sino que mantiene una calcu­lada ambi­güedad de «competidor» frente a lahiperhegemonía.

 

Para la alternativa que aspira a liberar Europa, son los últimos movimientos de las emergentes Brasil y Turquía los que representan hechos más positivos. No sólo porque hasta hace pocos años se erigían como sólidos colaboradores de la hiperhegemonía usaca, Brasil en Sudamérica y Turquía en Oriente Próximo, sino porque una Europa liberada necesitará, ineludiblemente, enten­derse con espacios políticos soberanos y económicos autocentrados en Iberoamerica y el Le­vante, y a este respecto, se están dando pasos en el buen camino. Brasil ha tomado posturas en Sudamérica y Centroamérica divergentes con los planes norteamericanos de desestabilización de países con gobiernos abiertamente adversos. Y tanto en relación con Palestina como con Irán y con Iraq, Turquía ha roto barreras existentes con las naciones árabes e Irán.

 

La causa de liberación de Europa necesita que Brasil y Turquía impulsen en sus respectivas par­tes del mundo políticas de integración política, económica y militar con vistas a la liberación defini­tiva de esos grandes espacios (Iberoamérica y Caribe, y Levante turco-árabe-persa) de lahiperhe­gemonía norteamericana-sionista. Si el objetivo en Iberoamérica es la constitución del eje Cara­cas-Quito-La Paz-Brasilia-Buenos Aires, en Levante el gran objetivo ha de ser la creación del eje Ankara-Teherán-Bagdad-Damasco. No sólo resulta necesario para la libertad de Europa, sino que resulta justo, pues no aspiramos a sacudirnos el imperialismo angloamericano para suplantarlo por otro nefasto imperialismo ante otros pueblos del mundo. Ese giro político emprendido por sus dirigentes respectivos, Lula y Erdogan, debe mantenerse con los dirigentes que van a sucederles.

9 NUESTRAS BASES: ÁMBITO MUNDIAL

(º3) El cuestionamiento declarado de las «naciones desafiantes»

 

Uno de los hechos que muestran hasta qué punto la Unión Europea sirve como entidad subal­terna del imperialismo norteamericano, es la política que sus gobiernos (y sobre todo sus medios de difusión de masas) secundan con respecto a dos fenómenos concretos del mundo: los movi­mientos emergentes y con perspectiva de cambio en Iberoamérica y la República Islámica de Irán.

 

El motivo de tanta hostilidad manifiesta del amo americano y sus siervos europeos no es otro que tantos esos movimientos emergentes iberoamericanos como Irán, tienen la consistencia y la voluntad para sostener no sólo una desafiante política de soberanía y dignidad nacional frente al imperialismo en dos zonas significativas, Iberoamérica (considerado el «patio trasero» de EEUU) y Oriente Próximo (centro del «Viejo Mundo» y fuente de recursos energéticos), sino que promue­ven causas de resistencia ante la opresión y las agre­siones directas o indirectas cometidas por los norteamericanos y sus protegidos «especiales».

 

En Iberoamérica la principal punta de lanza del imperialismo es la Colombia de la «Seguridad Democrática», el régimen más sanguinario de América con respecto a su propio pueblo, donde su oligarquía económico-político-paramilitar ha asesinado a varios miles de opositores. Sólo una par­te de muertos son guerrilleros, pues la mayoría han sido sindicalistas, afiliados políticos y activis­tas campesinos, empleando a los paramilitares pero también al Ejército. Un régimen con el que se han alineado abiertamente los grandes medios de difusión españoles, tan democráticos y guardia­nes de los derechos humanos según pregonan.

 

En Oriente Próximo, son el ente sionista y el estado saudita las principales plataformas de lahi­perhegemonía. El primero es el principal ente racista del mundo, construido sobre el expolio, la destrucción y la deportación del pueblo que habitaba (y una parte sigue haciéndolo aunque empa­redado y sometido a bloqueos y abusos diarios) el territorio que ocupa el sionismo. El segundo es un régimen de poder exclusivamente clánico y con la cobertura de una ideología puritana.

 

Tres ejemplos clasos de qué significan, en realidad, los famosos «valores occidentales», para qué sirven las no menos renombradas «libertades democráticas», y porqué se esgrimen los caca­reados «derechos hu­manos», tanto en los EEUU como en la prensa del Régimen español que for­ma una piña en su hostilidad manifiesta hacia los movimientos emer­gentes iberoamericanos e Irán por «amenazar» la seguridad de tales protegidos de EEUU. Pese a las amenazas usacas y de sus protegidos, tales movimientos iberoamericanos e Irán (que acertadamente ha estrechado relacio­nes con algunos de ellos) mantienen su com­promiso de seguir apoyando las causas de liberación.

 

Los motivos del inexcusable apoyo que cualquier europeo debe prestar a estas naciones desa­fiantes son tres:

 

En primer lugar, porque suponen un estímulo de voluntad política, dignidad nacional y capa­cidad de resistir las amenazas del criminal-imperialismo, para cualquier europeo bien nacido que aspire lo propio para sus naciones. Es evidente que los «nativos» de Europa que quieran seguir siendo subalternos de los «Amos del mundo» no pueden sentir más que una envidia insana y enojo ante quienes ponen en evidencia su patético estado de servidumbre.

 

En segundo lugar porque el mundo es un todo entrelazado e interdependiente, y en la actuali­dad esta más interrelacionado que nunca. Las políticas de las «naciones desafiantes» implican el desarrollo de unos conflictos contra el hiperhegemonismo americano, brazo político-militar del Enemigo globalitario. Por tanto, de forma indirecta, sus desafíos y los conflictos que mantienen con EEUU y sus criminales estados protegidos favorece a quienes no estamos jugando con dis­fraces o pseudorrebeliones, sino que pretendemos de verdad la liberación de Europa.

 

Y en tercer lugar, porque mayor número de españoles y europeos deben comprender que la situación en que nos hallamos se debe, en gran parte, a la fragmentación de las clases y nacio­nes promovida por las plutocracias, que sí tienen elevada conciencia de «cuerpo». Éstas han pro­piciado el aislamiento de las gentes, logrando que las luchas sociales sean sectoriales, de for­ma que la mayoría tiende a desentenderse completamente de esas luchas, e, incluso, se posi­cio­ne a favor de la injusticia establecida porque esas luchas les incomodan. De la misma forma que cualquier lucha social puede escapar del aislamiento federándose con otras luchas sociales, las luchas en las nacionales europeas sólo pueden ser serias si apoyan a todos aquellos esta­dos y movimientos que cuestionen el Des-orden internacional y laminen el poder del Enemigo. Por ello es necesario denunciar todos los intentos de «desentendimiento» o «equidistancia» de los conflictos internacionales que sólo conducen al chauvinismo más abyecto y reaccionario.

10 NUESTRAS BASES: ÁMBITO MUNDIAL