PROYECTO M20 "NUESTRAS BASES" (IV)
ANÁLISIS ÁMBITO ESTATAL
III Las Tenazas del Régimen
(a) Las Tenaza Nacional: Partido Popular/PSOE
Si señalamos a los nacionalistas como la «Tenaza Periférica» del régimen, la «Tenaza Central» del Partido Único de la Burguesía está conformada por PP y PSOE. Durante la fase de estabilización sociopolítica llamada «transición» había cuatro partidos de ámbito nacional con apreciable representación en las Cortes Generales. Esto vino bien en los años de fundación de la Monarquía de Partidos-Estado de las Autonomías, pero esa situación, a la larga, no convenía a la Oligarquía.
Por un lado, no habiendo aún masas que se identificaran totalmente con los postulados económicos del capitalismo, era precisa una «izquierda de diseño» del capital. Pues sólo algo etiquetado de «izquierda» podía hacer lo que la «derecha corriente» no podía: reconversión industrial, entrega definitiva de España a la OTAN, disolver los movimientos sociales, implicar por vez primera a la nación en operaciones imperialistas, legalizar los contratos-basura... Una fuerza real a la izquierda del PSOE hubiera puesto en evidencia el simulacro progresista, un PSOE creado por los servicios de inteligencia nacional e internacionales, y financiado por la socialdemocracia alemana, más relacionado con la corriente social-católica progresista del franquismo que con Iglesias, Largo o Prieto.
Y por otro lado, una derecha política desunida daba pie para que pudieran avanzar los que cuestionan el tinglado montado por las derechas. La derecha unificada era la «casa común» de la «mayoría natural» invocada por los voceros liberal-conservadores, mientras la Patronal, la Banca, la jerarquía eclesiástica y el Ejército, sólidos muros de carga de la contrarrevolución española, cebaban y aplaudían la política retórica, la corrupción sistemática y el saqueo del estado por el felipismo.
El Bipartidismo forma parte del «Gran Tinglado» que nos domina, regido por una Dinastía, gestionado por unos «gobiernos» de turno nacionales y regionales, gobernado por una Oligarquía, defendido por un Brazo represivo, bendecido por Poderes fácticos y acrisolado por un Orden internacional. PSOE y PP se pelean y se critican ácidamente, pero se protegen unos a otros, y basta ver el contenido de sus disputas para comprobarlo. Es cierto que PP y PSOE se odian mutuamente, pero sus dirigentes saben bien que se necesitan. Destinan casi todos sus recursos mediáticos y aparatos partidarios a discutir entre sí sobre lo accesorio, remarcando unas diferencias más aparentes que reales, acudiendo al griterío e incluso al insulto. Y cuando no disputan por cuestiones accesorias, cuando entran en asuntos serios, tales disputas se quedan en amagos y simulaciones. Quien caiga en sus disputas amañadas podrá ser cualquier cosa menos un disidente del Régimen.
En general, la gente percibe que, al menos uno de los dos partidos, es el gran adversario a batir para alcanzar aspiraciones legítimas populares o impedir que las cosas vayan a peor. Sin embargo, muchos son los que no perciben que ambos forman parte de la misma tenaza. El Bipartidismo es el «primer cerrojo» del Régimen, y garantiza el desenvolvimiento de corruptelas y abusos de ambos. El dilema tramposo es tan simple como perverso: al elector le hacen creer que votando PSOE se frena o condena al PP, y apoyando al PP castiga o expulsa al PSOE. Lo que ocurre es lo contrario: unos y otros votantes legitiman la otra punta de la misma tenaza, cuyas cúpulas enjuician el voto a sus siglas respectivas como lo que realmente es: un cheque en blanco del electorado para seguir engañando y abusando del poder. PP y PSOE comparten casi todo y coinciden en impedir que ninguna otra fuerza les haga sombra para mantener el Bipartidismo nacional. La propia ley electoral del Régimen ha impedido tanto la consolidación de otras fuerzas a nivel nacional, como ha garantizado esa bisagra burguesa, periférica y chantajista representada por las formaciones nacionalistas.
PP y PSOE representan el adversario interno más visible e inmediato, pero no el enemigo directo. Éste es el propio régimen. PP y PSOE son, nada menos, pero también nada más, que gestores o administradores de los intereses de la Alta Burguesía, a quienes representan y sirven. Esta clase dominante es el factor principal que ha impedido una España vista como patria de todos los españoles. Para ellos España ha sido y debe seguir siendo patrimonio corporativo de la Alta Burguesía, y el resto de españoles no somos otra cosa que peones en su cortijo. Si el Bipartidismo ha servido para que España siga siendo patrimonio de los menos (u, ocasionalmente, afición de unos deportistas profesionales cuando ganan). PP y PSOE han sido también decisivos para conseguir que la conciencia de clase, antes extendida en la clase obrera española, haya desaparecido excepto en el seno de la Alta Burguesía, que sí que conserva, y bastante bien, su conciencia de clase dominante. En correspondencia a la clase socio-económica que representan, PP y PSOE también comparten la misma conciencia de clase política del Régimen. Por eso hemos señalado que, aunque se odien y se descalifiquen recíprocamente, se protegen unos a otros porque se necesitan mutuamente.
(b) El Cinturón de Hierro Mediático del Régimen
En España no habría sido posible el bipartidismo que empezó a consolidarse a partir de 1982 si no hubiera sido por la constante prédica y la sistemática labor de manipulación informativa del llamado «Cuarto Poder». Y es que los grandes medios masivos de difusión (ante todo los audiovisuales) hace tiempo que funcionan muy por encima de la capacidad de influencia y adoctrinamiento de las escuelas, universidades, iglesias, editoriales de libros o los propios partidos políticos. Los medios masivos de difusión constituyen el frente más potente en la formación y orientación de las conductas, creencias y sentimientos sociales a escala masiva.
La función esencial de las empresas mediáticas, los llamados medios de «comunicación», se define sobre todo por la manipulación informativa orientada al control de la «opinión pública». Sus objetivos no son sociales ni desinteresados, como describe la mitología de la «objetividad periodística», ni las empresas mediáticas privadas son «expresiones vivas» de la «sociedad civil» o del «pluralismo social» como nos cuenta el mendaz discurso demoliberal establecido en el autocalificado «Mundo Libre». Asimismo, esa famosa división que ciertos medios, para distinguirse un poco de la competencia, establecen entre «opinión» e «información» supone también otra falacia, ya que la propia información que el medio ofrece a su público implica una selección previa de datos y evaluaciones, es decir, el establecimiento de una estructura jerárquica de lo que a ese medio le interesa que su público conozca o desconozca.
Las famosas banderas de «ética» o de «estilo» del periodismo como la imparcialidad, la objetividad o la libertad de expresión, no son nada más que mitemas encubridores, en primer lugar, del multimillonario negocio mediático que moviliza a diario el «mercado de la información» a escala global. El proceso de fabricación y distribución de la información no está motivado por la necesidad de «informar» al público, sino por la necesidad capitalista de vender noticias como puro producto. Los medios, como cualquier otra empresa capitalista, generan necesidades masivas de consumo en la sociedad y trazan estrategias informativas destinadas a favorecer su crecimiento empresarial y posicionarse para competir con éxito en el mercado. La información, en esta sociedad, es una mercancía destinada a producir rentabilidad económica como cualquier otro producto, vital o no, como las medicinas, los alimentos o la bisutería. En términos funcionales, completamente al margen de las leyendas que los mismos medios capitalistas fabrican, las empresas periodísticas no se guían por fines sociales sino por la búsqueda del lucro económico.
Pero, además de negocio, la función informativa que desarrollan los medios tiene un indudable carácter estratégico. Por tanto, esos mitemas encubren también su naturaleza de herramientas claves para el control y manipulación de los procesos económicos, políticos y sociales. Así pues, señalamos que tales motivos impiden que los medios practiquen la «objetividad informativa» o la independencia editorial. Pero lo que diferencia un movimiento alternativo de las simples críticas a tendencias concretas de un medio u otro, es el señalar que la dependencia estructural de los medios de difusión con respecto al sistema de poder económico que controla todos los resortes de la producción, las finanzas y el comercio internacional, impide, encima, que ninguna empresa periodística se atreva a buscar un mercado que cuestione esas estructuras mundiales. Para nosotros, la mejor explicación de la posición demoliberal de los grandes medios es que ambos motivos (objetivos comerciales propios y dependencia estructural al poder económico) están estrechamente relacionados.
Dicho de otra forma: los medios de manipulación sólo trabajan para quien paga o puede pagar por sus servicios «informativos». Y lo que paga cualquier público que consume esos medios es muy inferior a lo que paga el propio poder económico. Por eso, todas las empresas periodísticas en una sociedad capitalista trabajan para preservar el Sistema, más allá de proclamas nacionales, sociales, éticas o religiosas. En la medida en que este Régimen es la adaptación, en un tiempo, lugar y circunstancias concretas, del Sistema Capitalista, la prensa en su conjunto y sin excepciones (incluso los señalados como extrema derecha y extrema izquierda) trabaja para quien paga más.
Sin embargo, siendo inmenso este poder de conformación de la «opinión publica» y siendo una realidad que nadie puede negar, sigue siendo costumbre entre grupos o congregaciones de todo tipo y tendencias diversas, criticar en muy pocas ocasiones la función de la prensa, excepto cuando esos grupos se ven directa y personalmente agredidos, u ofenden sus particulares iconos emotivos. Y es que ninguno de ellos, incluso los que presumen de inconformistas o rebeldes, se atreven a criticar en serio al Poder Mediático: no sólo no critican el servicio que prestan para preservar el Sistema Capitalista globalitario, sino ni siquiera su función básica de cinturón de hierro del régimen. No sólo no lo hacen, sino que la mayoría acostumbra a repetir las consignas que la prensa difunde.
IV Las Tenazas de los Extremos
Es imprescindible para la lucha antisistema denunciar con contundencia la función de los extremos, y esto pasa necesariamente por desenmascararlos.
(a) La estafa del enfrentamiento de los extremos con el Sistema
La crónica muestra que, pese a que tanto la extrema-izquierda como la ultra-derecha han llamado durante décadas a «luchar contra el sistema», no existen hechos sustanciosos que demuestren que éstas hayan combatido jamás al Sistema. Su mecánica parece funcionar sólo en los estertores de la política, en los ámbitos residuales propios de las subculturas urbanas (ahora también interináuticas) en vez de en el campo propiamente político. Los hechos así lo testimonian.
Sin embargo tanto la una como la otra se atribuyen el monopolio de la lucha antisistema, cosa que el propio Sistema no duda en difundir en sus medios de manipulación. La sociedad visualiza que la única forma existente de enfrentarse al sistema es perteneciendo a los estercoleros políticos extremistas, por lo que toda critica al Sistema es, de facto, desprestigiada y deslegitimada. La mayoría de la gente concluye que «si ésos son la alternativa al Sistema, mejor quedarse con el Sistema».
Los integrantes de los extremos, lejos de intentar contrarrestar la imagen pésima que la propaganda del Sistema les adjudica, confirman con sus actitudes tal imagen, y la realidad llega a ser peor que la mentira más burda difundida por el «Cuarto Poder». En esos extremos, cualquier buena idea (y se tienen algunas) queda ensombrecida, cualquier idea justa (que las hay) queda emponzoñada, y cualquier persona válida que haya estado con ellos queda desautorizada para siempre.
El Poder establecido aprovecha las numerosas muestras de nulidad intelectual y de exaltación de impulsos brutales (como la violencia por la violencia, o los odios primarios) de los extremos, para desacreditar cualquier impulso y planteamiento legítimo de lucha antisistema. Lo que los extremos han conseguido, a lo largo de décadas, es acotar el espacio político, tanto por la «izquierda» como por la «derecha», parapetar el Régimen y cerrar el arco parlamentario. Es decir, han sido (aún sin quererlo) los tontos útiles, los que han realizado de forma antiheroica un doble trabajo sucio: por un lado, como partida de la porra; y por otro, como representación patética de la oposición al Sistema.
(b) La Extrema izquierda: de la utopía a la esterilidad
Es hora de señalar, sin miedo y sin victimismos, la propia responsabilidad de las fuerzas presuntamente anticapitalistas en su fracaso. Entre ellas está generalizada la queja constante ante lo que «el sistema nos hace»: que si el poder tiene la culpa de la imagen que dan, que si el sistema «nos hace ser» de tal modo, que si los medios de difusión dan una imagen distorsionada… No ha existido una generación de «revolucionarios» más patéticos y ridículos que los componentes de la actual extrema izquierda. Ésta no es más que un producto del Sistema, un puñado de niñatos y no tan niños aburridos, burgueses con ganas de fantasía y locuras controladas o virtuales. A la mayoría de la gente de extrema izquierda no le importa nada su pueblo, ni su cultura, ni su sociedad, y mucho menos le importa combatir el capitalismo.
Pero de esto, buena culpa tienen también sus predecesores. Porque desde hace mucho tiempo la mayor parte de los resortes de movilización de la extrema-izquierda consiste en querellas con la ulitra, pero no con la ultraderecha «mayor», la integrada en el Partido Popular o el «Cinturón Mediático» de la Derecha «españolista», ni, menos aún, con la derechaneofeudalista (con ésta, a veces, incluso aparecen juntos), sino con la residual. Y como sucede con esta ultra residual, sus querellas no están motivadas ni siguen criterios políticos. Toda la agitación y tensión (con violencia física o sin ella) entre los grupos de extrema-izquierda y ultra-derecha (y también las peleas dentro de extremo-izquierdistas y ultraderechistas) no tiene otra explicación que la paranoia y la demencia de una lucha irracional sin objetivos claros, sin enemigos determinados en base a la realidad actual.
Son frecuentes en foros de extrema izquierda los comentarios sobre la connivencia entre lo que ellos llaman «fascistas» (aunque en realidad, en sus delirios, llaman fascistas a todo el mundo) y el Estado. Dejando de lado el hecho que el Sistema Globalitario no tolera de modo alguno el fascismo ni sus valedores (otra cosa bien distinta ha sido el neofascismo de servicio), ocurre que la extrema izquierda lleva mucho tiempo actuando en connivencia con el simulacro progresista, y de ese modo se ha constituido en una réplica del matonismo irregular de servicio que la ultraderecha, neofascista o no, ha venido prestando al estado capitalista y su clase dominante. Así pues, la extrema izquierda es parte activa de este diverso pero coherente sistema autoproclamado «Nuevo Orden Mundial».
En el pasado, la extrema izquierda se caracterizaba por abanderar utopías. Al margen del nivel de conciencia de sus abanderados sobre sus posibilidades, y de la carga de infantilismo que tuvieran, tales utopías servían de ideas-fuerza para movilizar a muchos. Aunque bastantes fueran, probablemente, conscientes de reclamar sueños sin posibilidad de hacerlos realidad, también comprobaban que luchar por esos sueños, aun siendo impracticables o inalcanzables, sí tenía un efecto práctico: la propia lucha por lo imposible generaba un tipo humano entregado a una causa que manifestaba virtudes como el compañerismo y el heroísmo, y hacía posible una comunidad militante. Esas utopías, aún siendo irrealizables, servían como mitos movilizadores que conseguían cambiar sustancialmente una realidad circundante, al menos, para crear y mantener una comunidad de lucha.
Pero todo esto es cosa del pasado. Como hemos adelantado, un factor ha convertido definitivamente a la extrema izquierda en perros de presa de la impostura progresista, es decir, de una de las alas del capitalismo. Tal factor es el antifascismo. Éste no sólo sirve como instrumento político-policíaco para imponer el «pensamiento único» (en el fondo, es imponer el no pensar) erradicando el pensamiento crítico y ayudando a mantener la complacencia y pasividad de la izquierda social ante la izquierda de diseño de la Alta Burguesía, sino que las posiciones antifascistas han servido en las últimas décadas para reforzar las mismas posiciones del ala derechosa del Sistema.
Así, la extrema izquierda antifascista dedicó mucho tiempo y esfuerzo en reclamar la supresión de los servicios militares o cualquier educación patriótica. Gobiernos capitalistas, incluso liberal-conservadores, han abolido los servicios militares para crear ejércitos «profesionales» (léase mercenarios de estado) que son utilizados por los gobiernos capitalistas sin dar apenas explicaciones, cosa que antes, al menos, sí se veían obligados a hacer. Y cuando los capitalistas no usan mercenarios de estado, financian ejércitos privados. Esos antifascistas no han hecho otra cosa que facilitar la «profesionalización» e, incluso, la privatización de los cuerpos armados, y ayudar a que el empleo de la violencia del poder escape por completo de los códigos militares y penales. Por su parte, la supresión de cualquier educación nacional sólo ha favorecido una mayor apatía y la insolidaridad más extrema, consustancial de las junglas sociales del capitalismo avanzado. Todo un éxito.
Asimismo, representar el racismo y la xenofobia como fenómenos ligados preferentemente al fascismo ha ayudado al desarrollo de los nacionalismos y racismos que infectan Europa y el resto del mundo pues, en el último medio siglo, ninguno de ellos guarda relación con los fascismos, aunque los medios sigan confundiendo al público. Más bien sucede lo contrario: casi todas las corrientes xenófobas y grupos que fomentan el odio y el antagonismo entre etnias, nacionalidades o razas, ya asumen sin problema un carácter antifascista. Los exclusivismos étnicos neofascistas son marginales incluso en la marginalidad. La extrema izquierda antifascista, de la mano de la impostura «progre» también antifascista que siempre la ha utilizado, sólo atacan el nacionalismo y la xenofobia cuando éstas les parecen fascistas. Los antifascistas de izquierda nunca han combatido las fobias étnicas, de raza o de fe que pudren y sacuden las naciones, sino que han ayudado a consolidar los grupos que las fomentan promoviendo la asimilación liberal antifascista de esos grupos. Lo que han provocado es la consolidación de una «xenofobia respetable». Gracias a la obsesión de la extrema izquierda antifascista, los odios raciales, étnicos o religiosos siguen sirviendo como gran instrumento del Capitalismo globalitario para mantener y promover la «Guerra social». Asimismo, el «derecho de autodeterminación» tan querido por esa extrema izquierda es utilizado (como lo fue siempre) por el imperialismo para fragmentar los estados nación insumisos al «Nuevo Orden Mundial».
Igualmente, la conversión de la extrema izquierda en acratismo lúdico-estético, asumiendo -como hizo la fachada progresista- gran parte de la Contracutura (pues sus valores hedonistas e individualistas se hallaban en las antípodas del fascismo) ha acabado arrastrándola a la sociedad de consumo occidental, donde se limita a radicalizar preocupaciones pequeño-burguesas y las ilusiones propias de la NeoReligión demoliberal-capitalista. El impulso transgresor basado en la negación de las normas por ser normas («las normas son fascistas») lleva inevitablamente a negar las reglas más elementales de la lógica en el pensar, discutir y actuar. Por ello, la extrema izquierda cae de lleno en paranoias y expresiones sin sentido: ya es tan descerebrada e irracional como la ultraderecha.
En conclusión: el sectarismo antifascista no sólo es un gran lastre en la lucha ideológica y político-social anticapitalista, antiliberal y antiimperialista, sino es, además, un signo del control hegemónico de la fachada progre. El antifascismo es una argucia estalinista que impide el seguimiento de cualquier vía distinta, en una época donde la izquierda se halla en desbandada, sin poder resistir el empuje del liberalismo ni evitar degradarse en «conciencia moral» del capitalismo. El antifascismo no ha sido más que otro elemento funcional e imprescindible para el capitalismo en su fase de absolutización neorreligiosa que ha precipitado a la extrema izquierda en el pantano de la esterilidad.
En la actualidad, es la derecha global e ideológica, como tal, la que manda, cultural y económicamente. Si el social-liberalismo (como antaño fue el reformismo social-demócrata, el social-cristiano u otro) es la reconversión de la «izquierda» en «maquillaje» y «conciencia moral» de la derecha global triunfante, el antifascismo ha sido la trampa y la excusa para apoyar a los que defienden la explotadora y asesina democracia capitalista. El antifascismo de Hollywood ha servido como mecanismo imprescindible en la configuración de un imaginario occidental que se extiende y cohesiona las masas despolitizadas, desnacionalizadas, insolidarias y sin conciencia de clase del capitalismo avanzado. La violencia del antifascismo callejero es expresión de un activismo infrapolítico e irracional, pero partícipe parapolicial de los dogmas y ritos de las sociedades postmodernas. Detrás de la extrema izquierda antifascista no hay nada. Carece de ideología alguna que le sustente (las referencias ideológicas son anecdóticas u ocasionales, como la preocupación social en la ultraderecha) y por no ser, la extrema izquierda no es ni siquiera anticapitalista o antiimperialista, ni en lo cultural ni en lo político, ni en lo económico ni en lo militar. La extrema izquierda no pretende contradecir ya la dinámica de explotados y explotadores, ni transformar la sociedad capitalista, sino se ha transformado en un frente parapolicial de la burguesía bohemia y en una inquisición, tan visceral como irregular, de la Neo Religión demoliberal-capitalista.
10 comentarios
Antonio del Corral -
Fascismo y xenofobia -
ANTAGONISTAS -
Es decir, que tiene su origen en una ideología negada, condenada y perseguida por el sistema político-axiológico en presencia y tipificada como delictiva en numerosas legislaciones positivas actuales.
O sea: que el neo-racismo socio-político "democrático" (traidor a su origen)que mantiene -según se dice- centaneras de congresistas, decenas de euro-diputados, miles alcaldes, bastantes ministros, multitud de consejeros regionales, líderes políticos, mogollón de creadores de opinión, cantidad de charlatanes mediáticos, miles de maricuelas en nómina, etc, etc.
pertenecen todos ellos a una especie multiforme y multitudinaria de "delincuentes políticos masivos y anónimos" a los que el sistema no puede por menos que tolerar, financiar y hasta elevar a los altares de la nueva dirigencia paneuropea...
Es verdad que mucho ex-antisemita se ha descubierto "magicalmente" como eurosionista; pero estos son solamente casos patéticos que todos conocemos -y quizás tú mejor que nadie....-
Nota que tu discurso hace aguas, y que tu mismo quizás estés todavía flotanto en un oceáno de delirios y conjeturas...
Mucha "lógica", poco sentido común.
Fascismo y xenofobia -
ANTAGONISTAS -
El neo-racismo que las democracias etnistas promueven es un fenómeno nuevo en la medida que se agita desde la presunta "legitimación" de la sociadad civil y del estado de derecho esencialmente antifascista, antiracista y garantista.
La democracia liberal es hoy superstición porque es "supervivencia" neo-religiosa de la secularización histórica y filosófica occidental.
La democracia etnista comprende ya que no necesita "justificar" sus crímenes e ignominias recurriendo a la "santidad de los medios".
Si los medios son santos, por tanto siempre se "justi-fican" (se hacen justos y necesarios per se)en la medida que los "principios" son sagrados, justos, necesarios y axiomáticos, en sí, por sí y para sí; que diría el tio Hegel.
Estamos en la posdemocracia-fetiche.
Ora pro nobis.
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Pilar -
Fascismo y xenofobia -
Pero el origen era ese. De ahí que el texto diga ya asumen, de donde se colige que antes no era así...
Jordi -