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M-2O

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (y XIII)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (y XIII)

III Apoyo crítico a los movimientos de Liberación Nacional

 

 

(a) Nada en Europa por hoy

 

Constatamos lo que es evidente: la actual Europa es un erial polí­tico y social. Por ahora sólo he­mos visto bullicios oca­sio­nales en Grecia, y protestas sectoriales en Rumanía, Francia o Gran Bre­taña. Al día de hoy, no existe en el horizonte europeo ningún movimiento en marcha de liberación nacional. Ni existe ni se le espera. Por lo tanto, quedan automáticamente des­califi­cados todos aquellos grupos que hablan de una «Lucha por Euro­pa», de un «Movimiento Anticapitalista global», de una «Re­vo­lu­ción Nacional» europea o de una «Red antisistema inter­na­cionalista», como si todo ello estuviera en marcha o en curso. Y como si todos fuéramos unos necios, idiotas o nos gustara jugar con fan­ta­sías. Si el panorama europeo no fuera ya los suficien­te­­mente triste y políticamente devastador, quizás nos movería a risa. Pero encima hay que aguantar pregoneros de «fantasías in­capacitantes».

 

Durante mucho tiempo hemos escuchado a quienes se ex­cu­saban en la ausencia de condiciones objetivas para no hacer nada o para seguir jugando en recreos senti­mentales. Conforme avanza la crisis, nadie puede negar que esas condiciones obje­tivas maduran cada vez más. Algunos lo sabía­mos y lo decía­mos: lo que falla­ban no eran las condiciones objetivas, sino las con­diciones subje­tivas de tantos llamados «rebeldes», «incon­for­mistas», «antisistemas» o «disidentes». Ya no hay excusa. Lo que falla estrepitosamente en España, y en el resto de Euro­pa, son las condiciones sub­jetivas para cambiar las cosas por parte de los mismos autollamados disidentes.

 

Porque otro hecho muy significativo descalifica también por completo a estos pre­goneros que ha­blan de luchas, liberaciones y revoluciones completamente ine­xis­tentes: su desprecio por las lu­chas contra los opresores, hacia los movimientos de liberación y revoluciones reales que se producen allen­de los mares y mon­tañas de Europa. Esta postura, además de sus fantasías pueri­les, y su au­sencia de com­promiso serio, es lo que les delata sobre todo.

 

 (b) La Prensa del Régimen ante la esperanza en Oriente Medio e Hispanoamérica

 

La «Perrera mediática» de la derecha y el «Imperio media­pro­gre» españoles coinciden en lan­zar continuas campañas de cri­mi­na­lización contra los gobiernos de dos realidades concretas en el mundo: la República Islámica de Irán, y los movi­mientos emer­gentes y con perspectivas de cambio en Iberoamérica. Ambas rea­lidades destacan actualmente, no sólo por no some­ter­se a los desig­nios del criminal-imperialismo angloamericano, sino por ser ejemplo y base de apoyo para otras na­ciones y mo­vi­mientos que luchan por sacudirse de encima tanto el dominio político-militar de las potencias imperialistas como las relaciones abusivas mundiales del Sistema Global.

 

Para nosotros, esto ilustra a qué intereses sirven los medios de manipulación de masas espa­ñoles, tantos los «liberal-dere­chis­tas» como los «progresistas». Por mucho que algunos de ellos se hayan mostrados ácidos con la administración Bush (más bien la han ridiculizado o descalifica­do, pero sin cuestionar sus­tan­cialmente el papel de los EEUU), o se refieran a los «espe­cu­lado­res financieros» como directos responsables de la crisis que padecemos, o hablen, de vez en cuando, de los «ex­cesos» del ente sionista, lo cierto es que la totalidad de los medios se han apuntado al bombardeo de aquellos gobiernos y fuerzas que, realmente, ofrecen resistencia a los designios hiper hegemóni­cosde EEUU, denuncian con ahínco los estragos del capita­lismo y se oponen, en la teoría y en la práctica, al estado más racista del mundo (que lo es para asegu­rar a los EEUU un porta­aviones permanente en el co­razón del «Viejo Mundo»).

 

Si bien la «Perrera mediática» de la derechona no esconde su de­terminación en lo­grar que Espa­ña sea, cada vez más, acólita del imperialismo usaco, y defiende, cada vez con menos com­ple­jos, más vueltas de tuerca antisociales para asegurar las ga­nan­cias de la clase capitalista, y tampoco es­conde su admi­ración por las prácticas terroristas y genocidas del ente sionista (en las que se re­conoce abier­tamente), los me­dios progresistas mantienen ciertos reparos con respecto a todo esto. ¿Es miedo? ¿es esquizofrenia? En el fondo no. Sencillamente es un reparto de papeles. La «Iz­quierda colabora­cionista» cumple su papel de «conciencia moral» o maquillaje del imperialismo an­gloamericano, del Sistema Capitalista y del racismo auto­mesiá­nicosionista, como lo es en Italia, en Francia, en Alema­nia, en Gran Bretaña y en el resto de Europa.

 

El progresismo confirma ser una izquierda de diseño al servicio de la Alta Burgue­sía. Mantiene el «tic» de escandalizarse o pro­testar, por cuestiones de forma mu­chas veces, o cuando ciertos efec­tos del Sistema son difíciles de ocultar. Pero el pro­gre­sismo está estrechamente incardinado al po­der establecido y junto a la dere­cha conforma el Partido Americano en Europa. Sus porta­voces al­zarán la voz afeando ciertas cosas que hace Occidente; pero siempre se ponen del lado occi­den­tal a la hora de atacar a quienes resisten de verdad y quieren levantar alternativas reales. Y no es sólo el progresismo. Actualmente, casi toda la llamada izquierda es «Izquierda sistémica», y como seña­lábamos, los elementos de la extrema izquierda no se dis­tinguen ya, en su fa­na­tismo pro sistémico de hecho, de los sicarios de la ultra­de­re­cha que representan un refuerzo pasional etno-mítico-reli­gioso del Sistema.

 

 (c) Una lucha imprescindible y un apoyo inexcusable

 

La época del llamado «Estado del Bienestar» fue sólo un esta­dio en la adaptación del Sistema Capitalista tras la Guerra Civil española y la derrota de los fascismos en 1945. Fue una fase de pre­vención, así como de extensión de una masa de consu­mi­dores. Mientras existió la Unión Soviética y partidos comunistas fuertes en Oc­cidente, el Sistema Capitalista fue propenso a re­conocer dere­chos sociales (y no sin lucha) como contrapeso ante el temor del avance del comunismo. Pero al caer el co­mu­nismo, el Sistema, al no encontrar oposición, reinició imparable su programa liberal-mundialista promoviendo la desvertebración de los estados y lanzándose, como excavadoras sio­nistas sobre casas palestinas, al asalto y derribo de las con­quistas sociales, ante unos pueblos y unas clases obreras doblemente alienadas: «desnacionalizadas» y sin referencias patrias (por causa, entre otras, de la izquierda internacionalista); y domesticadas y ador­mecidas por décadas de reformismo, pri­mero post-marxista, y después social-liberal.

 

(º1) La Re-nacionalización y la Recuperación de la conciencia de clase 

 

El progresismo europeo ha realizado un servicio inestimable al capitalismo. Sin referencias na­cionales (se dejó que las dere­chas patrioteras siguieran apropiándose y desvirtuando esas re­fe­rencias), y sin referencias de clase, los trabajadores nos hemos quedado aislados.

 

Hemos señalado que el enemigo inmediato es el Régimen, pero nuestro enemigo mayor es el Estado-Mercado Atlántico. La lucha contra lahiperhegemonía anglo­americana y el mun­dia­lismo capitalista es tarea imprescindible para los militantes so­cialistas españoles. Todos deben com­prender que Partido Úni­co de la Alta Bur­guesía y Partido Americano en España son la misma cosa. Los EEUU son, hoy, la principal base de anclaje del Sistema Capitalista Mundial. El eje es único, el mundo es único y la lucha es única. Y hoy más que nunca se cumple esta verdad.

 

Re-nacionalizar a los trabajadores pasa, ineludiblemente, por comprender la nece­sidad de libe­ración nacional frente al impe­ria­lismo y su «alter ego» el mundialismo capitalista. Si no existe un estado libre, es decir, soberano, no pueden existir ni tra­­bajadores ni ciudadanos libres. Lo hemos dicho: el enemigo inmediato es uno, a la vez social y nacional: Partido Único de la Alta Burguesía / Parti­do Americano en España. Pero esta libe­ración nacional también está estrechamente ligada a la exi­gen­cia nacional contra los neofeudalismos y etnicismos, e impedir más des­ver­te­braciones de los estados. La lucha contra el Esta­do-Mercado exige luchar contra los Estaditos Étnicos, tan que­ridos por ciertas ultraderechas, y contra los neofeuda­lismos aceptados de facto por las extremas izquierdas: neo­feuda­lismos y etni­cis­mos son alimentados por el mundialismo para seguir socavan­do las soberanías y debilitando los estados, así como para mantener la Guerra Social en el interior de las na­ciones. Así pues, re-nacionalizar a los trabajadores y recuperar la conciencia de clase forma parte del mismo proceso. Y tanto como la necesidad de generar movilizaciones sociales para contrarrestar la ofensiva liberal que aspira a extender, aún más, el Reino de la Precariedad, la conciencia de clase incluye tam­bién, ne­ce­sa­riamente, tomar conciencia de la enorme depen­den­cia que sufren las economías reales con respecto a los «Amos del Mundo»: las finanzas trans­nacionales.

 

La lucha contra el Sistema y por la justicia se realizará desde la defensa de las so­beranías na­cionales, buscando la confor­mación de bloques geopolíticos con fuerza suficiente para re­sistir al imperialismo yanqui-sionista y el mundialismo capita­lista. No será posible hacerlo de ninguna otra forma. El «dere­cho de autodeterminación» sólo podrá esgrimirse para lo que siempre ha servido en la historia: para dividir el campo ene­migo. Para que un estado pueda ser soberano es nece­sario que sea ca­paz de disponer y desarrollar sus recursos humanos y materiales, y para lograr tal capa­cidad debe estar unido, no sólo por dentro, sino con otros estados que com­partan la mis­ma meta. Y para que los estados puedan revertir sobre sus pue­blos los beneficios del desarrollo, de­ben defender su sobe­ranía. Cierto es que un estado so­berano no implica en sí mis­mo la sobe­ranía nacional que busque la justicia. Es lo que pasa en las sociedades capitalistas: existe una sobera­nía de clase (la de la Alta Bur­guesía, «nacional» o extranjera) sobre las demás. Pero sin so­bera­nía, ni se puede hacer justicia, ni se puede llevar a cabo política viable alguna para los pue­blos. Y para que un estado o un bloque geopolítico puedan cumplir esos obje­ti­vos, junto a unos tra­baja­dores con conciencia de clase, han de existir unos pueblos con conciencia y dignidad nacional.

 

En resumen: la guerra por el trabajo y la justicia va inexora­ble­mente ligada a la re­construcción nacional y soberana de los estados. El avance liberal capitalista va unido al imperialismo nortea­mericano y su expresión máxima, el capitalismo mun­dial, y se construye sobre la desvertebración y colonización política y económica de los estados nacionales.

 

Por eso cualquier lucha social debe ser, en esencia, nacional y anti-imperialista. Si no es anti-imperialista no es nacional, si no es nacional no es social.

 

(º2) Apoyo crítico a los estados y movimientos de resistencia y liberación nacional 

 

Por tanto, desde España es inexcusable prestar apoyo (aun­que sea crítico) a los que han enten­dido no sólo que la lucha por la Justicia y por una Patria fuerte con­forman facetas de una misma lucha integral, política, social, ideológica y ética, sino que su mayor enemigo es, justamente, nues­tro Enemigo mayor. O entramos a formar parte del Frente común de la Resistencia contra la opre­sión de los pueblos frente a los devoradores del mundo, o estaremos demostrando que no nos en­te­ramos (o no queremos enterarnos) de nada. Como hemos apuntado: el eje es único, el mundo es único y la lucha es también única.

 

Los estados y movimientos que plantan cara al criminal-impe­rialismo también pelean por no­sotros, o, al menos, su lucha nos favorece. Bien lo saben las Tenazas políticas y mediáticas del Ré­gimen (el Partido Único y el Gabinete de Prensa de la Alta Burguesía) y por ese motivo toman partido contra ellos. Este mundo es un todo entrelazado, interdependiente e inte­rrela­cio­nado. Na­die puede alegar que «lucha por su pueblo» o por «la justicia social» en su país, si no reconoce como suya la guerra que libra el Frente de resistencia de los Pueblos, quienes, ade­más, son los que están soportando el mayor peso de esa guerra contra nuestros enemigos. En un mundo glo­balizado hay pocos asuntos que «no nos conciernen a nosotros». Todo de­pende de lo que se en­tienda, claro está, por «nosotros». Cuan­do se elige encerrarse en la fiebre sectaria del asedio, o en mi­te­mas y mundillos virtuales, a uno le afectan pocas cosas ex­te­riores. Pero en el mundo real las cosas se plantean de forma radical­mente diferente. Cualquiera que piensa en tales tér­minos sale de la historia.

 

En ese discurso del «no nos concierne» o «no es nuestro pro­blema», vemos, sobre todo, la marca lamentable, patética, del egocentrismo tribal. El individualismo consiste en no intere­sar­se más que en uno mismo y en desinteresarse por los de­más. Y esto es, precisamente, el caldo de cultivo ideal para las Pluto­cracias. Por eso señalamos al egocentrismo tribal como un mal para los pueblos del mismo calibre que el criminal-imperialismo y el mundialismo capitalista.

 

Pero, por último, hay otra poderosa razón para prestar apoyo al Frente de los Pueblos que lu­chan. Desde nuestra visión del mundo no puede haber dejación en el justo apoyo que debe­mos dar a los que piden justicia, tienen la razón y dan un ejemplo de lucha y sacrificio. Ya quisié­ramos tener muchos españoles sólo una pizca del convencimiento, compromiso y capacidad de sa­cri­ficio que muestran varios pueblos y movimientos en estas luc­has de liberación.

 

En definitiva, se trata, en España, en Europa y en todo el mundo, de favorecer la lucha de los pueblos frente a las pluto­cracias; se trata de subvertir el des-orden inter­nacional al que nos ha conducido el capitalismo; y se trata de favorecer todo aquello que vaya en la dirección de ayu­dar a destruir a nuestros enemigos (EEUU y Partido americano en Europa) hasta con­seguir la liberación de los españoles y del resto de Europa. Por eso es necesario reflejar en nuestros medios, en nuestras ca­lles, los ejemplos y mensajes de quienes luchan de verdad en el mundo, y no sig­nos equívocos y menos aún pendones feudales nacidos al amparo del trono y el altar, representa­ciones del om­bliguismo más abyecto y reaccionario.

 

 

 

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (XII)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (XII)

II  Metodología: adaptación divergente

 

 (a) Frente a la adaptación sistémica la adaptación alternativa

 

Tanto para hacer política como para, sencillamente, comprender la situación en la que vivimos, son necesarios un compromiso y una metodología de análisis realistas. Puesto que el Sistema se ha ido adaptando, sucediéndose por fases y metamorfoseándose a lo largo del siglo XX y principios del XXI, no presentando la misma faz a lo largo de la historia reciente, es perentorio comprender esas fases sucesivas, y las respuestas correspondientes a tales fases y cambios. Por ello urge es­tablecer dinámicas de trabajo y de seguimiento que faciliten la convergencia teórica y práctica de los disidentes. Para lanzar un discurso de alcance, tanto en extensión como en profundidad, que atienda esas metamorfosis del Sistema, y que vaya dando respuestas radicales a los problemas que sufren los pueblos, la única metodología de trabajo posible para el desarrollo de tal discurso y sus res­puestas es lo que llamamos la adaptación divergente. No se puede afrontar la situación ac­tual des­de los parámetros tácticos-ideológicos de movimientos desplegados en si­tuaciones ya pa­sadas. La única manera de hacer frente a un poder que se adapta es el de la adaptación, ofrecien­ndo nuevas respuestas a los problemas que plan­tea. Pero nuestra adaptación a sus cambios debe ser de en­frentamiento radical, lo que da como resultado la adaptación divergente.

 

Asimismo, hay dos formas de ver y analizar la realidad co­ti­diana: la primera es a través de docu­mentos o declara­ciones de principios. Esto lleva a estudiar las insti­tuciones del Sis­tema según sus definiciones de «como deberían ser» o «co­mo de­ben comportarse». En otras palabras, esto lleva a es­tu­diar al Sistema «como se describe a sí mismo», que es lo que suelen hacer la mayoría de sus apologistas, pero también su­puestos detractores del sistema como los «tradicionalistas» y la ma­yoría de «anti-igualitaristas». La segunda forma es estu­diar la realidad del poder y su clase domi­nante teniendo como objetivo la práctica diaria de esa misma rea­lidad y los discur­sos «auxiliares» o extraoficiales para justificar esa práctica dia­ria. Es decir, ver cómo se desenvuelve el poder día a día, y no cómo al poder le gus­taría actuar, o cómo le gustaría fue­ran las cosas, o las normas o va­lores que el poder dice que respeta, defiende y propaga.

 

Pues bien. No sólo hay que recordar y comprender las fases y épocas distintas, sino también mo­mentos puntuales y los fa­mosos «ciclos del capitalismo». Estadios de relativa «norma­lidad» o «es­tabilización» (al menos para la mayoría de la po­blación del «Primer mundo») se alternan con esta­dios de cri­sis o conflictos. Y unas veces son estadios de crisis coyun­tural y otras veces crisis más profundas: sisté­micas. Unas ve­ces son crisis ante todo económicas, y otras veces son crisis pre­fe­rentemente políticas, con conflictos graves, cuando se cues­tionan las propias es­tructuras de po­der y éste se en­cuen­tra (o cree hallarse) en peligro. Hemos re­cor­dado que las fases o estadios de «es­tabilización» no son ni han sido siem­pre los mismos. Varían los paradigmas sociales e ideo­lógicos, incluso los regímenes en el mismo Sistema. La adaptación di­vergente es prestar atención a todos los aspectos y cursos: al cómo se enfrentan a los peligros (reales o supuestos) en su práctica dia­ria, en horas de conflictos graves, así como a los dis­cursos y formas que el Sis­tema adopta para esos mo­mentos de crisis; y entender finalmente en qué fase nos halla­mos y qué paradigma sisté­mico es el dominante para la épo­ca que «re­cam­bia» a la época precedente.

 

(º1) Ejemplo de adaptación política-institucional del Sistema 

 

Expongamos un ejemplo de cambio en el seno del Estado demoliberal. En las primeras déca­das del siglo XX se pen­saba que uno de los males endémicos de este Estado era su debilidad consustancial por «no creer en sí mismo» y por sus fraccionamientos partidistas. Es probable que fuese así has­ta la II Guerra Mundial, pero tal situación cambió comple­ta­mente. En primer lugar, desde entonces, el estado demo­liberal sí cree en sí mismo, o al menos cree, de forma abso­luta, que no puede tolerar algo distinto a él mismo. En se­gundo lugar, desde hace décadas, las leyes electorales evi­tan indeseados fraccionamientos parlamentarios y la apari­ción de partidos minorita­rios de ámbito nacional. En tercer lu­gar, las cúpulas partidarias del subcontinente europeo man­tie­nen férreas «disciplinas» que impiden fracciona­mien­tos o discrepancias internas serias. Así tam­bién, en sus elec­ciones ya no se dirimen modificaciones importantes, pues nin­gún partido cuestio­na las grandes «reglas del jue­go»  (otra cosa es que se las salten con disimulo, hagan tram­pas o sus tribunales prevariquen) ni mucho menos el modelo po­lítico y socio-económico capitalista. Las elecciones son sólo plebiscitos por seguir o cambiar unas figuras por otras u op­tar por unas siglas en vez de otras. El mismo poder demo­li­beral permanece, y permanecen los pueblos a quienes las plutocracias explotan y metódicamente exprimen.

 

Así pues, las elecciones no son más que el mecanismo que las sociedades «mo­dernas» (o ya «post-modernas») crean para dar legitimidad a la acción de las es­tructuras de poder que son los partidos políticos, con siglas y figuras que no van a cambiar nada sustancial, porque en el caso hipotético de que una estructura parti­daria pueda o se proponga cam­biar las cosas, el poder de­moliberal «corrige» la anomalía de forma implacable o toma las «medidas preventivas» para ello.

 

Pues bien. Todavía existen sectores anclados en las crí­ticas al parlamentarismo liberal formu­ladas en las tres prime­ras décadas del siglo XX, una clase de críticas que sirvieron, entre otras co­sas, para justificar otros «recambios» sisté­mi­cos: como las Dictaduras ibéricas (Franco y Salazar) o la de «los Coroneles» de Gre­cia, por un lado, o por otro los regí­menes demoliberales europeos antifascistas-anti­comunistas que «sí creen en sí mismos» de la II posguerra mundial.

 

(º2) Ejemplo de adaptación política-militar del Sistema 

 

Entremos en otro aspecto de este cambio histórico de «re­afirmación» operado en las democra­cias liberales, un hecho más tenebroso pero no menos importante, sobre todo para los disidentes. La «Red Gladio», por ejemplo, era la estruc­tura clandestina montada «preventivamente» por la OTAN y la República Italiana para causar una campaña de sabotajes y asesinatos en caso de que los euro­comu­nistas ganaran las elecciones en Italia. El poder demoliberal permitía a los euro­co­munistas italianos poder presentarse a las generales (así podían presumir de «Es­caparate Demo­crático»), pero su ac­ceso al gobierno estaba vetado. Si alguna vez hubiera ga­nado el PCI, el po­der demoliberal habría provocado un golpe de estado militar (utilizan­do las «tramas negras») y una re­pre­sión masiva directa desde las ins­tituciones oficiales; y si esta «vía correctiva militar», co­mo la provocada en Brasil («Es­tado Novo»), en Grecia («Dictadura de los Coroneles») en Chile (Pino­chet) o las repúblicas rioplatenses («Juntas Mi­li­tares Antisubversivas» de Uruguay y Argen­tina) no hubie­ra sido factible, la «Gladio» habría desatado el infierno en Ita­lia a través de grupos sicarios clandestinos (como los «neo­fascistas»), em­pleando la «vía correctiva armada pri­va­da», como en Colombia («Paramilitares»), Guatemala («Au­to­defensas»), El Salvador («Escuadrones de la Muerte») o Nica­ragua («Contras»). La «Red Gladio» formaba parte del Ejército Secreto que la OTAN disponía en toda Europa por si la «democracia» daba alguna sorpresa.

 

Otro caso de fases distintas o adaptaciones, es el fenó­meno, estrechamente liga­do al aspecto anterior, de las Gue­rras Sucias ¿Estado liberal de derecho y Terro­rismo de Es­tado son situacio­nes incompatibles? La respuesta es que no. Signi­fican una contra­dicción visible que se debe apro­vechar para cuestionarlos, pero Estado de Ga­rantías y Terrorismo de Es­tado son expresiones pro­pias del mismo Estado pluto­crático, momentos o estadios abiertos desde el seno del Sistema, mé­todos alternos utilizados por el mismo Poder, a ve­ces ejecutados por las mismas fuerzas y los mismos regí­menes e, incluso, en ocasiones, por las mismas figuras. La «Lu­cha Antiguerrillera» en Venezuela en los 60 (con Carlos An­drés Pérez como ministro del interior), los «Años de Plo­mo» en Italia, los «GAL» en España, son buenos ejemplos. La Guerra Sucia aparece en momentos en los que el Estado Li­beral de Derecho (un derecho que es la expresión ju­rídica que con­viene a la Clase dominante) se enfrenta a situa­ciones donde se pone en cuestión su propia exis­tencia. Es­tos casos ilustran que no siempre hace falta, siquiera, que figuras o fuer­zas de «recambio» internas del Siste­ma des­placen y sustituyan a otras para pro­tagonizar la alternancia de ambos métodos. 

 

(º3) Ejemplo de adaptación política-económica del Sistema 

 

Otro caso de fases sucesivas visiblemente contradictorias pero que responden a la misma lógica de intereses ha sido la desregulación de los mercados acentuada por la Reserva Federal y las ad­ministracionesusacas entre 1997 y 2008, y el dis­curso y práctica ultraliberal de condenar cual­quier inter­vencionismo en los nego­cios privados. Hasta fechas tan tar­días como julio de 2008, en Doha, la secretaria de estado nor­teamericana Rice lanzaba amenazas contra los gobiernos que se negaban a la desregulación comercial y financiera que exigía EEUU. Pues bien, a raíz del terre­moto financiero que tuvo como epicentro el Colapso de dos «Torres Gi­gan­tes» yanquis en sep­tiembre de 2008 (el banco inversor Leh­man Brothers y la mayor aseguradora mundial, AIG) la ad­mi­nistración Bush, la predicadora a ultran­za de la «Autorre­gu­lación de los Mercados», que conde­naba como atentados a la Libertad toda medida intervencionista, fue justamente la misma que, a principios de ese mes, nacionalizó las so­cie­dades hipotecarias Freddie Mac y Fannie Mae (ava­lis­tas de la mitad de hi­potecas de EEUU), yendo el gobierno más allá de la com­pra efectuada por parte de la Reserva Federal, me­ses antes, de casi treinta mil millones de dólares de activos del banco inversor Bear Stearns.

 

Pero ya este último precedente de «intervencionismo» semi­público revelaba algo muy signifi­cativo: la Reserva Fe­de­­ral compraba los activos «contaminados» del Bear Stearns, mientras que la banca Morgan adquiría los activos sol­ventes. Es decir, nos encontrábamos con una política de «so­cialización» de las pérdidas simultánea a una política libe­ral ante los beneficios. ¿Contradic­torio? ¿In­compa­ti­ble? Apa­rentemente sí, pero en el fondo no lo era en absoluto. Ambas políticas respondían a la misma lógica de intereses. Se nacionaliza (o se socializa) aquella parte que inte­resa y cuando interesa a unos pocos, y se liberaliza o se deja «en manos de Dios» (es decir, de la «Mano invisible del Mer­ca­do») la parte que inte­resa y cuando interesa a esos mismos pocos. Re­velador también que, al final de una administración republicana más li­beral-derechista que la de Reagan, la Re­serva Federal tomase un acuerdo sin precedentes en toda su historia: nacionalizar la AIG comprando el ochenta por cierto de sus activos.

 

Parecía difícil de justificar que defendieran un modelo sin regulación y de «dejar hacer» a los mer­cados y que per­mi­tíeran que los beneficios fueran repartidos sin trabas entre ac­cionistas y eje­cutivos; pero cuando hubiera peligros de quie­bras y bancarrotas, pidieran a los gobiernos acu­dir a su res­cate con dinero público, siendo los pueblos los que tu­vieran que pagar las pérdi­das genera­das, mientras los cau­santes del desastre escapaban embolsándose autoidem­ni­zaciones multimi­llo­narias por despido. Parecía difícil tanto de justificar como de hacer, pero es lo que han he­cho en ambas orillas del Atlántico gobiernos hasta entonces ultra­li­berales, y lo que defendía sin vergüen­za alguna la CEOE a través de su pre­si­dente, que declaró que «se debe hacer un pa­rén­tesis en la economía de mer­cado». Pues para responder a estas adaptaciones y estos mensa­jes que abren y cierran pa­réntesis cuando a la Clase Dominante le conviene, está la adap­tación divergente. 

 

Para concluir: estaremos condenados a no entender el Sis­tema liberal-capitalista si no vemos que éste, siempre, se ha apli­cado dependiendo de ciertos intereses, y que jamás el libe­ralismo político o económico se ha desenvuelto sólo. No ol­videmos que el liberalismo siempre ha instrumentalizado o se ha asociado a elementos no liberales o aparentemente anti­liberales, como el nacionalismo, el proteccionismo, el in­ter­vencionismo, el militarismo o el sectarismo religioso. La cri­sis actual lo ha vuelto a revelar. El liberalismo puro no ha exis­tido jamás porque no puede existir, pues el libera­lismo fue ideado y está destinado, única y exclusivamente, a bene­fi­ciar a la clase capitalista. Sirve para garantizar que los resultados de las socie­dades capitalistas vayan a manos privadas cuan­do se generan ganancias. Pero el mismo Sistema demoliberal hace un paréntesis en el «libre mer­cado» para socia­lizar los resultados de esas sociedades cuando generan pérdidas. Ve­remos una contradicción ostentosa, pero ésta se da sólo en la superficie. En el fondo, no hay contra­dicción: se hace siempre lo que interesa a los detentadores de capital. De­pen­diendo del ciclo, el Estado dejará «hacer» a la iniciativa privada o intervendrá en ella, siempre en beneficio de los mismos. Igual ha pasado con la generación de guerras, las «limpiezas» ét­nicas o en tantos otros campos.

 

 

 

 

 

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (XI)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (XI)
CUESTIONES IDEOLÓGICAS
  
(d) República laica supraconfesional
 
La tercera idea-fuerza, la República laica integradora, es otra faceta indisoluble de la Comunidad-Proyecto, del «Imperium». Antes de seguir, recordamos el grave problema que representa no sólo la pérdida del sentido de las palabras, sino la subversión literal de las definiciones en Occidente, debido al proceso constante de «neolenguaje» practicado por sus agentes, que confunden e impiden la comunicación normal a la hora de analizar, explicar y proponer las cosas. Uno de los términos más maleados es «laico» y «laicidad», ya que, tanto por parte de grupos sectarios como de fuerzas antirreligiosas, cuando esgrimen tales términos están abogando por una cruzada contra otra religión o contra cualquier manifestación de sacralidad. Así, para ellos, laicidad no es sinónimo de neutralidad o imparcialidad, sino de beligerancia laicista y sectaria contra unas religiones concretas o bien contra todas ellas.
 
Lo que tenemos, con las reclamaciones de laicidad, es lo que suele ocurrir en el «Mundo Libre»: lo que esconden muchas reclamaciones de defensa de la libertad, no es la libertad para todos, sino la libertad exclusivamente para unos; de igual forma, muchos que hablan de neutralidad del Estado y de laicidad están enmascarando la defensa del laicismo, entendido como herramienta de combate antirreligioso (antirreligioso real) para erradicar cualquier manifestación pública del fenómeno religioso o de otras confesiones.
 
(º1) Clericalismo y laicismo: primos hermanos
 
Ante el enturbiamiento general propiciado por la «Ceremonia de la Confusión» que vivimos, aclaramos que los asuntos del laicismo y del clericalismo, de la laicidad y de la confesionalidad, y de la indiferencia y la religiosidad, son de naturaleza bien distinta, ya que son manifestaciones de tres planos diferentes.
 
- Laicismo y clericalismo se mueven en el orden ideológico con claras implicaciones político-sociales.
 
- Laicidad y confesionalidad guardan un componente ideológico (aunque no tienen porqué identificarse con las ideologías antes citadas), pero se refieren al espacio político-institucional.
 
- Por último, la indiferencia y la religiosidad son hechos pertenecientes a un orden de fenómenos totalmente distintos de los antedichos: el antropológico.
 
Por desgracia, en la vida diaria y la sociedad del espectáculo estos planos se entremezclan. No interesa distinguir las cosas, sino dar rienda suelta a las filias y fobias de cada clientela «laica» o «religiosa».
 
Clericales y laicistas comparten como base de su posición el resentimiento y la fobia por todo lo que no comprenden ni quieren entender, sentimientos que tendrán orígenes ligeramente distintos, pero que en realidad les hace igualmente insoportables y engreídos, quejumbrosos y sectarios, victimistas y patéticos. Clericales y laicistas son presentados como polos antágonicos y así lo creen ellos. En realidad, son primos hermanos.
 
Porque los laicistas son la versión postmoderna y pijo-progre de un clerical, sólo que en lugar de tener un dios y seguir los símbolos con devoción o por interés, buscan circuitos de inserción, enchufe y seguidismo propios de la sociedad ultraliberal del espectáculo donde se reconocen, y a la que quieren «limpiar» de residuos «oscuros». Por su parte, los clericales son, en realidad, los precursores más bien torpes y moralistas de la desacralización y el nihilismo pasivo que hoy completa y consuma la lógica del desarraigo y el universalismo abstracto. No obstante, la desaparición del clericalismo es cosa de tiempo y en pocas décadas su clientela se verá reducida a expresiones anecdóticas. Y no por «la inevitable marcha del progreso» sino por los nuevos modelos de consumo, el triunfo de los lenguajes publicitarios y la abolición de toda pregunta que no pueda ser satisfecha con la tarjeta de crédito (aunque ésta fuera de una «entidad religiosa»).
 
El laicismo es un fenómeno que corre paralelo a la creciente afirmación del egotismo puro en el que ninguna instancia está por encima de las «decisiones» (más bien caprichos, ocurrencias y deseos inducidos) del individuo atomizado al que los medios de manipulación, las agencias publicitarias, el discurso oficial y las campañas electorales convencen que es «libre».
 
El laicismo es uno de los envoltorios con que se presenta el nihilismo pasivo. Es una pseudo-religión de resentidos que, sin embargo, se acomodan en el desorden establecido y desplazan, como los extremistas, las prioridades políticas hacia sus obsesiones personales. El laicismo no reconoce sus antecedentes pero el hecho que un hijo no reconozca a su padre (o viceversa) no cambia el vínculo genético existente entre ambos.
 
(º2) El socialismo comunitario ante el hecho religioso
 
Quede claro que nuestra alternativa laica no sólo no es antirreligiosa, sino que se atreve a considerar, con la seriedad que merece, el fenómeno religioso y la dimensión espiritual en el hombre. Y ello por dos motivos de vida o muerte, perentorios para nuestro pueblo y el planeta:
 
- En primer lugar para entender (cosa que el laicismo es incapaz) cómo se viene instrumentalizando y pervirtiendo lo religioso, y cómo su carga imaginaria simbólica sentimental resulta muy útil al Sistema en múltiples ocasiones y sentidos (por ejemplo, para apoyar la tesis del Choque de Civilizaciones, esconder las causas de la miseria provocada por el neocolonialismo, demonizar naciones víctimas del imperialismousaco, o justificar «limpiezas» étnicas como la ejecutada por el sionismo).
 
Sólo reconociendo correctamente los fenómenos religiosos puede combatirse la instrumentalización y contrarrestar la perversión de tales fenómenos por el Sistema. Éste es otro aspecto que nos distingue de los simplistas, como aquellos que han querido acabar con las guerras condenando la violencia y suprimiendo las armas, o impedir las facciones políticas fomentando la despolitización de los pueblos, «soluciones» que han venido a ser como intentar acabar con los accidentes mortales de tráfico prohibiendo la rueda, o apelando al «buen rollo» o al «talante» entre automóviles.
 
- Y en segundo lugar, porque reconocemos que el hombre tiene una articulación tripartita: espiritu, alma y cuerpo. Afirmamos asimismo la primacía del Espíritu no sólo sobre lo físico, sino, sobre todo, sobre lo psíquico y anímico. Observamos que las religiones han sido hechos fundamentales en el devenir humano. La función principal y legítima de las mismas ha consistido en ofrecer métodos de realización personal que unifiquen al hombre, que le permitan el dominio sobre sí mismo y puedan liberarlo de las presiones exteriores.
 
Confirmamos que toda visión legítima y no reduccionista del mundo jamás ha considerado la vida como un simple juego de factores materiales. Lo espiritual ha sido resorte decisivo en la vida de los hombres y de los pueblos. La civilización materialista (no necesariamente atea: pues se puede ser ateo e idealista; de la misma forma que muchos son «creyentes» y profundamente materialistas, como vemos actualmente) no ha hecho más que crear sucedáneos para estrangular o desviar este resorte. En la medida en que las religiones han recordado esta dimensión fundamental, han tenido un papel justo y necesario.
 
Vemos absurdo y contrario a la naturaleza constitutiva y auténtica del hecho religioso la imposición a la fuerza o la coacción de las conciencias, por parte de cualquier creencia o práctica religiosa. Pero sobre todo indicamos como totalmente contrario a la República Comunitaria cualquier intento en tal sentido, a corto o largo plazo. Nos da igual que ese objetivo se pretenda desde posiciones dogmáticas («obligación moral de reconocer» que tal fe u otra es «la única y verdadera»); o que tal propósito se anuncie ofreciendo pretextos utilitarios para buscar la paz, la seguridad, o la cohesión nacional (criterios igualitaristas que sostienen que la paz social, la seguridad y la cohesión nacional se consiguen a través de la uniformización y anulando completamente las personalidades e inquietudes de los miembros de una sociedad; es la creencia absurda que «si los átomos fueran exactamente iguales, no habría motivo para conflictos entre ellos»); o que ese fin se justifique con posiciones historicistas («exigencia de fidelidad a una línea unívoca de nuestros antepasa-dos o de anteriores ocupantes de un territorio»); o que se den hipócritas excusas humanitarias (última variante del acoso sectario) porque otras confesiones «van contra los derechos humanos», dadas precisamente para conculcar los tan presumidos derechos fundamentales de las personas.
 
(º3) Ante el pasado y presente de la religión en Europa y de los europeos
 
Sabemos que durante mucho tiempo, en casi todos los Estados europeos, se consideró y se trató a los hombres como súbditos y se voó normal que estuvieran obligados a adoptar la misma religión que la del príncipe (o adoptar el príncipe la religión de la mayoría de sus súbditos). Como todo el edificio político y la unidad del reino descansaba en las lealtades personales, se estimaba que las diferencias de creencias, ritos y códigos morales rompían esos lazos de unión basados en tales lealtades.
 
Recordamos que, para el Patriotismo crítico, que algo se hiciera en el pasado (y fue tan sólo un pasado entre otros pasados) no ha supuesto jamás punto alguno para aceptar que se deba repetir o defender. Para nosotros «el pasado no es peso ni traba», sino, en todo caso, acicate para «emular lo mejor». Como cantaban algunos combatienetes en la Guerra Civil reflejando la absurda posición de los tradicionalistas: «si mi padre se tirara de lo alto de un balcón, yo también me tiraría por seguir la tradición».
 
Con el triunfo de las Revoluciones Atlánticas el hombre se convirtió en ciudadano y sujeto individual de unos derechos y deberes establecidos por una misteriosa «Voluntad General», con sus contratos y convenciones sociales. Al menos en apariencia, al ciudadano no se le obligaba ni se le impedía ninguna aceptación religiosa: se le pedían unas obligaciones «contractuales» privadas y unas obligaciones públicas seculares. Pero aquel ciudadano era un ser reducido a la condición de «socio», un «átomo agregado» con derechos y deberes privados y con derechos y deberes impuestos, presuntamente, por la «Voluntad General» (en el fondo, por la soberanía de la clase capitalista) y a la búsqueda supuesta del bienestar (en realidad, a la búsqueda de mayor beneficio para la oligarquía).
 
Frente a las concepciones de súbdito y de ciudadano-agregado, nosotros afirmamos el concepto de miembro de la Comunidad o ciudadano comunitario. En tanto y cuanto que la Comunidad que ofrecemos afirma la primacía del resorte espiritual sobre las simples condiciones materiales, la necesidad de recuperar el sentido espiritual en la existencia, restaurar la unidad en el hombre y lograr el equilibrio con la naturaleza y lo Sagrado, nuestra República trasciende los límites (sin anularlos) de cada adscripción religiosa: no busca la cohabitación social y estatal entre hombres y pueblos de distinta religión o sin religión negando la dimensión de lo Sagrado, como hace el laicismo, sino la unidad y la plena cooperación de los mismos afirmando esa dimensión y remitiendo a cada esfera «celular» la resolución de las relaciones entre esa persona y lo Sagrado. Nuestra República resuelve el problema trascendiendo los límites de cada ads-cripción religiosa: todo dentro de la Comunidad-Proyecto, nada, excepto los que niegan sectariamente a los demás (con excusas profanas o dogmáticas) fuera de la Comunidad-Proyecto.
 
(º4) Nuestra propuesta de Estado Laico
 
Creemos que proponiendo una estricta separación del Estado de las distintas confesiones religiosas existentes en España, es posible avanzar en el Socialismo Patriótico, al igual que la resistencia al Sistema debe constituirse aparte y conducirse independientemente respecto de las diferentes confesiones. La separación debe establecerse desde el plano de igualdad. Esto significa que para el Socialismo Patriótico, aún reconociendo que unas tienen mayor presencia social que otras, esto no se traduce en preferencias. El Socialismo Patriótico se dirige a todos los españoles por igual, creyentes, agnósticos o ateos, de la fe mayoritaria o de las minoritarias. Si no fuera así, ni sería socialismo ni sería patriótico.
 
Dentro de los parámetros ideológicos de la Comunidad-Proyecto, creemos que la educación compete eminentemente al Estado Político. Esto significa que impulsaremos, dentro de un proceso lógico y coherente con otras propuestas, que la República asuma de forma progresiva la tarea de formar a las futuras generaciones en los valores de Justicia, Libertad, Solidaridad y Complementariedad. Referente a la formación religiosa creemos que eso es competencia de las distintas confesiones y no materia docente. En consecuencia serán las distintas confesiones quienes se doten de los mecanismos oportunos para cubrir la demanda de sus feligreses.
 
Vemos necesario el establecimiento de políticas que permitan la normal convivencia de las confesiones religiosas presentes en España y en Europa, y de normas que diseñen el marco de actuación de las instituciones religiosas y sus clérigos, estableciendo claramente la diferencia entre su labor de apostolado, y una labor ideológica político social. Aquí sí que debemos entrar nosotros, sin titubeos, cuando las declaraciones o acciones de los representantes religiosos atenten contra nuestros valores y las necesidades comunitarias.

 
 
 

PROYECTO M–20: "NUESTRAS BASES" (X)

PROYECTO M–20: "NUESTRAS BASES" (X)

 CUESTIONES IDEOLÓGICAS
  
(c) Redefinición de España
 
Es urgente exponer una idea de Patria para los españoles no sólo distinta sino antagónica tanto al «Patriotismo Constitucional», como al «País Progresista» o lúdico-festivo, como ante cualquier formato «nuevo» de los conceptos típicos de España usados por las variantes de «Derecha nacional».
 
 
(º1) Proyecto de comunidad frente a Proyecto de sociedad
 
El Socialismo Patriótico defiende una Comunidad-Proyecto, y eso implica, ya se ha escrito, un «Imperium». Esto no indica que estemos cerca de la «España Constitucional». Ésta, en teoría, implica también un Estado-Proyecto, pero basado en una «sociedad» como agregación de individuos, no en una comunidad. Sabemos que el «Patriotismo Constitucional» se presentó como presunta alternativa al nacionalismo y al españolismo esencialista (aunque éste se está mixturando ya con el primero bajo la recreación neocons: ahora existe un esencialismo neotradicionalista liberal-exaltado). Puesto que rechazamos también estos esencialismos, podría verse que hay otro motivo de convergencia con el «Patriotismo Constitucional». Conviene recordar que este «patriotismo», en la práctica, es algo en lo que casi nadie cree. Aunque reconozcamos algunas coincidencias, por ejemplo, con el «Patriotismo Jacobino» (el «eje del mal» para los nacionalismos reaccionarios), vemos que muy poco tiene que ver con la «España constitucional».
 
Sin embargo, la diferencia principal es que el Socialismo Patriótico enarbola un patriotismo de resistencia popular y anticapitalista, cuya meta sea una Comunidad basada en la Justicia y una Patria asociada a la atención de las necesidades del conjunto de la nación (es decir: de los más, de los españoles reales) frente a los intereses de la oligarquía (de los menos).
 
 
(º2) Patriotismo crítico con la España real y antagónico a la España oficial
 
El Socialismo Patriótico es también ajeno al triunfalismo «nacionalero» progresista que celebra esta España «sacada de su aislamiento», «país de tolerancia», «modelo de leyes avanzadas» o escenario de acontecimientos célebres. En efecto, España no se halla aislada pues está incardinada en una Europa políticamente incapaz y subalterna, porque mantiene desde hace décadas una posición servil hacia el imperialismo usaco, y porque el pueblo español en general es «angloamérica-dependiente». Las leyes de las que presume la propaganda oficial no son otra cosa que signos de decadencia, mudanzas de imagen para «ser más modernos», golpes de distracción, confusión social, y medidas que reflejan el creciente endurecimiento del Régimen por la convergencia entre el conformismo de la impostura progresista y «sesentayochista» y la ofensiva ultraliberal y represiva del capitalismo globalitario, todo inmerso en una enorme hipocresía. Y casi todos los «acontecimientos» en suelo español con repercusión externa son de naturaleza circense o lúdica-festiva: la España que tanto se «expone» fuera es la «España de la Fiesta».
 
Afirmamos que si el patriotismo no es crítico con las situaciones miserables de la España real, no es patriotismo. Y si no es antagónico con el circo envilecedor y falsificador de la España oficial nada tendrá que ver con él.
 
 
(º3) Patriotismo enemigo de los esencialismos nacionalistas
 
El Socialismo Patriótico no es otra reedición de esa escuela ambigua que declaraba que «en lo social nos acercamos a la izquierda, y en lo nacional nos posicionamos en la derecha». Esto era imposible, y fue un engendro que, por mucha sensibilidad y orientación social que anunciara tener, aunque tal fuera plasmada en puntos programáticos, y también por mucha dimensión «espiritual» que dijeran defender, irremediablemente se revelaron siempre en la derecha. Nuestra concepción de la Patria es radicalmente contraria a las mismas ideas «nacionales» de cualquier variante de la derecha (tardointegristaetnicista o liberal; sea apareciendo como españolista o antiespañola).
 
España no tiene, ni tuvo jamás, una sola identidad distinta de su expresión política y estatal manifestada en el complejo devenir histórico. Si exceptuamos la «identidad» del mundo occidental y globalizado que sumerge todo el planeta, no hay más «identidad» española que la política y jurídica. Advertimos que, históricamente, los enemigos más dañinos del recto concepto de Patria han sido, especialmente, esas ideas nacionalistas sostenidas por las derechas, que han pretendido subordinar el Estado y a los pueblos de España a unos esencialismos, apelando a supuestas identidades fijas (seculares o confesionales) o a una historia lineal y unívoca.
 
Afirmamos que todos los esencialismos y exclusivismos (étnico, nacionalista, racial, religioso, historicista, etc.) que pretenden «Estados-Étnicos» no sólo representan atentados contra la comunidad política, sino también contra la identidad y la diversidad de los pueblos de España, de Europa y del resto del planeta con tanta fuerza (si no más) que la civilización capitalista, mundialista y disolvente propia del Estado-Mercado donde la soberanía reside, por entero, en los bloques oligárquicos burgueses convertidos en plutocracias. Los exclusivismos («naturalistas», historicistas o sectarios) representan perfectamente la otra punta de la tenaza del mismo proceso de disolución, atomización, alienación y homogeneización acelerada promovido por las ideologías «ambientalistas», igualitarias y mundialistas.
 
 
(º4) La importancia práctica de la redefinición y la revisión histórica de España
 
España, como todas las demás naciones del mundo, es fruto de procesos históricos donde han confluido pueblos, identidades, fuerzas, acciones humanas y circunstancias múltiples. Insistimos que España no consiste en una realidad geográfica, étnica, lingüística o racial fija y permanente: España es, esencialmente, una realidad y una realización histórica. Ninguna nación ni grupo de naciones ha sido (ni podría serlo) el resultado de la espontaneidad o expresión de una herencia natural, o de una identidad unívoca o inmutable.
 
Y al igual que afirmamos que las naciones no son unidades principalmente naturales (espontáneas o heredadas) ni realidades distintas o autónomas de la voluntad de los hombres y de la acción histórica de las uniones políticas que las han creado y conformado, también afirmamos que las uniones históricas que han conformado las naciones no han seguido una sola «tradición», ni han mantenido la misma tendencia unívoca a lo largo del tiempo.
  
Sólo un simplista, anticuado y antinacional historicismo puede pretender reducir, o asociar en exclusiva, toda la historia de una nación a un desarrollo lineal. Es completamente absurdo considerar una nación como un bloque único en el tiempo que no admite revisiones. Una visión libre de prejuicios no sólo sabe reconocer, en la historia de cualquier nación o conjunto de pueblos, posibilidades múltiples, e incluso, contrapuestas entre sí (que, en cierto modo, reflejan otras tantas «tradiciones» nacionales) sino que también se da cuenta de la importancia práctica que tal reconocimiento tiene para la acción en el presente y en el futuro.
 

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (IX)

PROYECTO M–20  "NUESTRAS BASES" (IX)

 CUESTIONES IDEOLÓGICAS

I- La hora de un nuevo paradigma
 
(a) El eje de la alternativa comunitaria

 

Existe acuerdo para definir la alternativa comunitaria como Socialismo Patriótico. Para evitar que éste se convierta en otro palabro vacío de contenido, presto a ser utilizado por cualquier desaprensivo vendedor de humo del Régimen (sobre todo por sus extremos políticos) señalamos que el Socialismo Patriótico está unido indisolublemente a tres ideas fuerza:
- la primera es la Redefinición de España (y asimismo la de Europa) y qué misiones y objetivos pretendemos para ellas;
- la segunda es la República laica, entendida como Estado supra-confesional, no laicista;
- y la tercera es el Socialismo como única alternativa posible de convivencia socio-económica. Éste no puede defenderse sólo en términos socio-económicos (éste ha sido el error de muchos, lo que ha provocado en buena medida el fracaso de bastantes experiencias y la desbandada final de fuerzas políticas y sociales inicialmente socialistas) y también ha de quedar siempre claro que República laica supraconfesional, Comunidad Nacional y Comunidad-Proyecto significan facetas del mismo Socialismo.
 
Cualquier sustracción de una de estas facetas invalida enteramente tanto el carácter socialista como el atributo patriótico, y nos encontraremos con otra estafa pseudopolítica más.
 

 

Es sencillo de entender: no hay Justicia sin Patria, ni Patria sin Justicia. Y para que, en la actual etapa histórica, existan Patria y Justicia, es necesario luchar por el Socialismo. Y para obtener una comunidad socialista es imprescindible abogar por una Comunidad-Proyecto y una República laica ante modelosidentitarios (sean seculares o confesionales) es decir, abogar por un «Estado Político» que se oponga, resueltamente, tanto al «Estado-Mercado» imperante como al «Estado Étnico».
 

 

Y aunque el Socialismo no puede agotarse en un modelo económico y exige también una ética, para que exista Socialismo se debe imponer una orientación política práctica que busque transformar necesariamente, de un modo u otro, las estructuras del modelo económico capitalista. Si no hay socialización de los medios de producción y distribución y, sobre todo, del sistema financiero, de los sectores estratégicos, de las grandes concentraciones oligopólicas y de todos los servicios públicos, no hay socialismo que valga. Y una Comunidad-Proyecto, un Estado laico, implica un «Imperium», por encima de oscuras «unidades» identitarias, sean éstas étnicas, genéticas, culturales, religiosas, lingüísticas, costumbristas, memoriales, iconográficas o fóbicas (frustraciones, miedos u odios «ancestrales» que, siempre, son inducidos expresamente por ciertas instancias), hechos que pertenecen al ámbito del «Dominium».
 

 

(b) Socialismo

 

 
Es importante aclarar que existe un único socialismo. Las tendencias, escuelas o movimientos de acción en que, históricamente, se ha dividido el socialismo son manifestaciones políticamente diferentes, cuando no desviaciones de un origen común. Afirmamos esa continuidad ideológica y condenamos las desviaciones y enfrentamientos sufridos por el socialismo en la historia.
 
Por tanto, si nos preguntan si consideramos al marxismo dentro de esta categoría común, la respuesta es que por supuesto que sí. El asumir la continuidad ideológica con todas las formas de Socialismo Comunitario y Revolucionario surgidas en el seno de nuestros pueblos significa uno de los pasos más importantes para redefinir lo esencial de nuestra propuesta político-cultural. Lo que implica dotarse de unos instrumentos críticos más amplios y efectivos que los usados hasta ahora, nos atrevemos a decir, por casi todos los socialistas.
 
Esto significa también romper muros muy compactos levantados por la incomprensión, por la desidia y, sobre todo, por la falsedad durante más de dos siglos. Los muros del capitalismo han dividido a nuestros pueblos de tal manera que apenas podemos ver más allá de los cercos mentales que han comprimido nuestro pensamiento crítico y nuestro espíritu rebelde. Por lo pronto, el marxismo tuvo el valor de reunir y desarrollar tres características básicas que el Socialismo Patriótico asume:

 

 

(º1) El socialismo como anhelo de justicia y de lucha por un mundo mejor

 

 
Somos socialistas porque ni nos desentendemos de angustias sociales urgentes, ni de la idea de construir una sociedad más justa y mejor. Marx y varios de sus discípulos expresaron seriamente ese anhelo de justicia y de lucha por un mundo mejor, y por ello se sacrificaron muchos miembros del movimiento obrero y sindical inspirados por él. Aunque el socialismo comunitario tenga un aspecto «ético», avisamos que muchos han querido convertir tal aspecto en diluyente de una acción metódica para la construcción de una comunidad socialista. Desde ese supuesto «socialismo ético» han derivado en un «socialismo estético» para soslayar la cuestión principal que señalamos: un socialismo que no tiene una orientación política práctica y no busque transformar, de un modo u otro, las estructuras mismas de la sociedad capitalista, no es socialismo.
 

 

(º2) El socialismo es una alternativa global al sistema social capitalista

 

 
Hemos insistido en que el socialismo, o es una alternativa global al sistema social dominante, el capitalista, o no es socialismo. Dado que el capitalismo tiene un carácter esencialmente economicista, necesariamente, su alternativa tendrá que hacer frente a esa esencia economicista.
 
Por ello, la crítica a la economía política del capitalismo es fundamental, porque es la crítica a su propia esencia. Como avisamos, el socialismo debe ser más que economía, sin duda. Pero es que el capitalismo también lo es. Sin embargo, donde gravita el capitalismo es en sus fundamentos ideológicos económicos que hacen que todo el sistema social gire alrededor del subsistema económico, cúspide del Sistema, y factor decisivo para la aparición de su modelo antropológico.
 
Aunque la crítica a la economía política burguesa y capitalista es antigua, los primeros en sistematizar esa crítica son las obras económicas de Marx y de varios discípulos suyos. Tales obras no están exentas de errores, sobre todo por contaminación ideológica de las corrientes racionalistas burguesas de la época de Marx, pero siguen teniendo gran valor para sistematizar la crítica a la economía política capitalista. Nos referimos a la obra estrictamente económica de su madurez. La anterior de Marx, sus textos más filosóficos y políticos, tienen poco valor y son las que han marcado el «marxismo» como ideología política. También condenamos el maximalismo del marxismo ante otras tendencias socialistas, y rechazamos, sobre todo, su óptica racionalista burguesa que, al final, ha terminado volviéndose en su contra. Pero su análisis de la sociedad burguesa, su denuncia implacable de la opresión y de las ideologías opresivas, y su crítica sistemática de la economía capitalista, hacen que el socialismo científico sea de gran valor para todos los socialistas.
 
Así pues, una crítica superficial de algunos aspectos metodológicos, críticos y políticos del socialismo científico sobra entre nosotros cuando se hace desde posiciones humanistas, liberales o reaccionarias. Nosotros no caeremos en esa trampa.

 

 
(º3) El alcance del capitalismo va mucho más allá de la esfera económica

 

 

 

 

El Sistema Capitalista significa el triunfo de la «economización» de las vidas mediante la devaluación de todos los demás elementos de la existencia. El capitalismo metamorfosea las actividades, deseos e interacciones de la gente en «necesidades» cuya satisfacción requiere la intermediación del mercado. El capitalismo es un proyecto economizador totalitario. Así pues, esta sociedad es una «sociedad de mercaderes» no sólo porque esté basada en el intercambio comercial, sino porque en ella opera una suerte de «mentalidad colectiva», un conjunto de valores que caracterizan todas las demás instituciones que, supuestamente, están más allá de la economía. Con el capitalismo los valores del mercado determinan el comportamiento de todas las esferas sociales.

 

Por tanto, el alcance del Sistema Capitalista (que, como hemos venido señalando anteriormente, ya esglobalitario) va mucho más allá de la mera esfera económica en la medida en que su consolidación interna e instauración a escala mundial supone una verdadera mutación antropológica: la reducción de cualquier valor al valor mercantil y el empobrecimiento brutal que de ello resulta.

 

 
Marx no sólo ha sido uno de los primeros en exponer, de forma convincente, cómo el capitalismo organiza la expropiación de los productores sobre la cual se funda. Ha sido también quien, de forma óptima, ha entendido que el capitalismo es un sistema antropológico, mucho más que un sistema puramente económico. Las páginas maestras que Karl Marx dedica al «fetichismo de la mercancía», a partir de las cuales Lukács ha podido formular el concepto de «Reificación», ilustran perfectamente el modo en que la apropiación de la Tierra por el Capital introduce una verdadera «cosificación de las relaciones sociales, donde el hombre no es sólo sometido a la mercancía sino que es el hombre mismo quien se transforma en mercancía».
 
Este dispositivo recuerda lo que Heidegger señaló acerca del sistema de fuga hacia adelante en lo ilimitado. Junto a sus enseñanzas valiosas, Marx falla al sobrevalorar la mera economía, cosa que lleva a esperar el advenimiento de otra forma de organización económica, en lugar de cuestionar la economía misma como valor (punto donde, a través de Ricardo, sigue dependiendo de la escuela clásica). Desarrolla también una filosofía lineal de la historia que es sólo una transposición profana del historicismo cristiano. Marx subraya justamente la realidad de las luchas de clase, pero se equivoca viendo en éstas el motor de toda la historia humana. Marx entendió muy bien que la clase que detenta el capital encuentra en la acumulación del capital la fuente de su poder, y que las fuerzas productivas se desarrollan siguiendo la estela de la soberanía de esta clase. Pero se equivocó al caracterizar a la burguesía como la clase que detenta los medios de producción, sin ver que era también, y sobre todo, portadora de valores nuevos.

 

 (º4) Las seis condiciones necesarias para el socialismo

 

 
Para que exista el socialismo, se deben dar seis condiciones necesarias. Si falta una cualquiera de estas seis condiciones no hay socialismo:
 

 

- 4.1. Dentro de una comunidad el socialismo exige que las necesidades colectivas estén por encima de los intereses individuales, sean éstos intereses de particulares, sectoriales o de grupo.

 

 

- 4.2. Además, el socialismo exige que el subsistema económico quede supeditado al poder político (el Estado de la comunidad popular)
 

 

- 4.3. El socialismo exige un principio de racionalidad frente a la anárquica producción capitalista: la planificación.
 

 

- 4.4. Asimismo, el socialismo exige la desaparición de la división social en base a clases económicas.
 

 

- 4.5. El socialismo exige que el trabajo (en todas sus formas) sea el factor fundamental de la economía política.
 

 

- 4.6. Y, por último, el socialismo exige que deje de funcionar la teoría del valor-trabajo en la economía política.
 

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VIII)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VIII)

 

IV El salto histórico: la creación de un vector dirigente

 

 

(a) Hacia el Partido de Cuadros

 

Un futuro partido de cuadros no debe aparecer como el pro­ducto exterior de una actividad «so­cial», sino como resultado de la capacitación y la toma de conciencia de una masa crí­tica suficiente que ha conseguido agruparse en torno a unas ideas claras y actuar en consecuencia. Una comu­nidad que sepa que sólo la acción deci­dida de un colectivo organizado y comprometido puede abrir brecha en el muro im­puesto por el Poder y consentido, por el momento, por la masa social, así como mantener la continuidad y la dirección recta de la lucha.

 

Antes, durante y después de la convergencia de las prime­ras inteligencias indivi­duales y de las voluntades suficientes para ponerse en marcha, los cuadros del frente deben ser diá­fanos, ante sí mismos y ante el exterior, en cuanto a quien «ac­­túa»: no hablaremos en nombre de la Nación ni del Mun­do en general ni de la Es­pecie, ni seremos la voz de la «gente corriente», ni de ningún grupo marginal, ni re­presentaremos a las clases oprimidas, explotadas o excluídas del «Modo de pro­­duc­ción capitalista». Por supuesto, hablaremos siempre como parte activa del pue­blo español real (y recalcamos lo de «real», no del pueblo español imaginario ni esencial) que se en­cuentra sometido y atenazado, en primer lugar, por el Régi­men, y en última instancia, por el CapitalismoGlobalitario. Nos manifestaremos como parte comprometida del mundo, y se­guiremos llamando a la masa de do­minados, ex­plotados y excluidos por la Clase dominante, para que tomen conciencia de quién los tiene alienados o quién les ha excluido del «Es­tado-Mercado de Bie­nes­tar». Menos aún seremos por­tavoces ni de generaciones, ni de etnias, ni demás cla­sificaciones hu­ma­nas inconsistentes propias demitomaniacos, como tam­poco hablaremos en nombre de abstracciones como el Pro­gre­­so, la Libertad, la Razón o la Identidad, consignas con ín­fulas de universalidad u objetividad cuando son ex­pre­siones de simples subjetivismos o particularismos que quieren im­po­nerse tota­li­ta­riamente o desviar la atención de la realidad.

 

No seremos vanguardia de nada ni portavoces de nadie. So­mos españoles que no sólo detestan esta sociedad que nos ha tocado vivir, sino que deciden pasar de la­mentaciones y constituirse en fuerza de oposición radical. En el plano na­cio­nal, no sólo somos «desafectos», sino hostiles, en primer lugar a las patrañas del Ré­gi­men. Pero hostiles tanto con las que provienen oficialmente de los órganos del «Trián­gulo Cen­tral» del Régimen (derechistas, progresistas y naciona­listas, siendo otra falsedad que el actual régimen surge en oposición al anterior) como ofensivos con los timos y cuentos de los subproductos residuales de ultraderecha o extrema­iz­quierda (siendo otra patraña, alimentada por todos ellos, la fi­sura entre «na­ciona­les», «demócratas» y «extrema izquier­da»).

 

Pero como españoles de oposición radical, vemos más allá de los «contenedores y farolas del barrio», y no nos cegamos en la «oposición local», sino que, ine­vita­ble­mente, somos una fuerza de oposición global. Enemigos del Régimen, y ene­migos del «modelo de incivilización» global que nos ha tocado padecer, modelo que no es otro que el «extremo-occi­den­tal» (consecuencia y fase ter­minal del occi­dental), que no sólo destruye y devora bienes materiales y vidas humanas fuera del «Prilmer Mundo», sino que destruye y devora los bienes y vidas de aquí mismo, co­mo actualmente muchos pue­den comprobar alrededor, ya que, con la crisis, «se aca­bó la fiesta».

 

Toda fuerza de oposición seria debe dar el salto histórico de romper con in­con­for­mismos parcia­les, pseudo-disidencias y falsas posiciones «antisistema», expresio­nes de disgustos par­ti­culares ante una variante de lo «Establecido», cuando no son, sencillamente, estafas o trampas para in­cautos. Una cosa es que la disidencia se sirva de ellos para llegar a más gente. Pero no se puede dar crédito alguno a in­conformismos reduccionistas, falsas disidencias y parodias antisistemas. Sin duda éste es un juego difícil y peligroso, donde es fácil caer en el extremismo o el re­for­mismo (igual de pro­sistémicos) pero para eso se necesitan auténticos cuadros re­vo­lucio­na­rios. Al tiempo que se les utiliza coyunturalmente, nada evita que se de­nun­cien incansablemente sus posi­ciones falsarias.

 

V El fin último: el partido de masas

  

(a) El camino electoral ahora

 

Ahora tal camino no es posible. Como señalamos, antes se debe formar una co­mu­nidad militante. Pero un partido de ma­sas debe ser el objetivo final, preparán­dose para poder or­ganizarlo cuando sea factible. Por eso, la comunidad que se forme ha de ser una escuela de cuadros que sepa diri­girse tanto a unos pocos, más pre­parados y conscientes, como ca­paz de lanzar pocos mensajes sencillos a los españoles en general, haciendo que reconozcan la situación actual, rela­cio­nando lo particular con lo global, y convoncándolos a la tarea de transformar radicalmente no sólo situacio­nes sectoriales, o la realidad nacional, sino la situación del mundo ac­tual, pues, hoy más que ayer, las realidades sectoriales y nacionales es­tán es­tre­chamente relacionadas con la realidad global.

 

Como hemos señalado, «el mundo es único y la lucha es tam­bién única», pero junto a ello no diremos «Otro mundo es po­sible», sino que lanzamos la consigna de «Otro mundo es cuestión de vida o muerte».

 

U «Otro mundo existe, y está contra éste».

 

VI Frente al Régimen y sus instituciones

 

(a) El Enemigo Directo

 

Como ya hemos señalado en «Análisis del ámbito estatal», para cualquier alter­nativa, el enemigo directo es este Ré­gi­men. Sus instituciones parlamentarias, ju­diciales, sus die­cio­cho gobier­nos, la monarquía, los partidos políticos del mismo, no re­presentan el adversario político sino el ene­mi­go in­me­diato, el «Frente de Fuer­zas» establecidas sobre nosotros aquí y ahora. Las instituciones del Régimen cons­titucional (aun­que la Constitución no deja muchas veces de ser papel mojado) desde los jueces de la Audiencia Nacional hasta los subsecretarios de los go­bier­nos regionales y los altos man­dos militares y policiales, lo tienen también muy cla­ro. El pro­blema es que demasiados supues­tos «rebeldes», «in­confor­mistas» y «re­volu­cionarios» españoles nunca lo tuvieron claro.

 

Junto a las instituciones oficiales, en sintonía con o sobre ellas, actúan los antes llamados «Pode­res Fácticos» cor­pora­tivos o privados, «nacionales» o «multina­cio­nales» (capital y banca no tienen patria). Todo aquel que presente enemigos di­fe­rentes o no tengan relación con éstos ha de ser de­nun­ciado, sin piedad, como agente enemigo destinado a con­fundir, engañar, desviar y enredar a los que pue­den tomar con­ciencia de los males del régimen. Denunciar a los «en­re­da­dores» y en­turbiadores (nutren la ultraderecha y la infra­izquierda) cuya tarea consiste en se­ñalar falsos objeti­vos y fomentar divisiones o choques antisociales (interétnicos, terri­toriales, lingüísticos o religiosos) como parte de la estrategia de la «Guerra So­cial», es un imperativo revolucionario.

 

(b) El Enemigo Mayor

 

Otra necesidad imperativa es denunciar dos tipos de «es­pañolismos»: a los patrio­teros cipayos que piden que España «juegue en Champions» y «tenga más peso en el mundo» como sicaria del criminal-imperialismo; y a los «nacional-do­mésticos», por su obtusa o interesada ceguera respecto al peso determinante de las dinámicas glo­bales, pues es ine­lu­dible tomar postura ante «el peso del mundo en España», como he­mos explicado en «Análisis del ámbito mundial». Cuando llamamos al re­cono­ci­miento de la situación actual (para luego pasar a la tarea de transformarla) hay que mos­trar que la Monarquía de partidos está estrechamente li­gada al marco interna­cional hegemónico, y no sólo porque la rea­li­dad nacional está más estrechamente rela­cionada con la glo­bal, sino porque so­bre el Régimen español actúa el Es­tado-Mer­cado Atlántico, representado sobre todo por los Es­ta­­dos Unidos, del cual este Ré­gimen es colonia por elección ajena, pero también propia. El Estado-Mercado Atlán­tico es, por tanto, nuestro Enemigo Mayor.

  

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VII)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VII)

CUESTIONES ESTRATÉGICAS

 

III Tres caras del mismo vacío: Culturalismo, Agitación virtual y Movida activista

 

Tres tremendos errores de naturaleza en su constitución misma, consecuencia ine­vitable de tres formas erróneas de encarar el mundo y estar en sociedad, han lastra­do enormemente a muchos grupos e individualidades, y los han precipitado a la na­da. Tres gran­des errores porque olvidan la misma perspectiva política en el pensar, en el hablar y en el actuar.

 

 (a) El culturalismo: de la nada a la nada mientras unos se incorporaban a las Tenazas del Régimen

 

El primer callejón sin salida lo han constituido los grupos o fo­ros culturalistas. Ha sido el propio de los «metapolíticos», los que gustan de lo «intelectual», debatir y «estudiar». Por su­pues­to es nece­sario que los disidentes se formen, adquieran co­no­ci­mientos, despierten más inquietudes y que apren­dan a debatir yendo al fondo de las cosas. Pero esta formación y es­tos deba­tes no sirven de nada si no se pro­yectan al exterior, si no se co­rresponden con una línea de agitación para más per­so­nas, si no se «baja a la arena» de los problemas cruciales que in­quietan y afectan a la gente, para dar res­puestas a esos pro­ble­mas.

 

Sabemos que «hacen falta células de personas intelec­tual­mente bien prepara­das». Pero esa pre­paración intelectual sirve para no perder el norte en el «fregado» de los acontecimientos, para no hacerle el juego al adversario y para realizar con éxito la «adaptación divergente». Es decir, todo de­bate cultural, histórico o psicoló­gico, o cualquier conocimiento ad­quirido, o se aplica para sumi­nistrar medios rectos de com­bate y forjar el carácter de hombres y comunidades para la re­sistencia, o no sirve de nada. La formación intelectual es nece­sa­ria para fundamentar la lucha. Si no hay lucha, todo ese cono­ci­miento es maldito, inútil.

 

La formación intelectual ha de señalar qué somos o qué pre­ten­demos ser y, sobre todo (pues el entorno es dialógico y somos antagónicos al Sistema) para señalar siempre qué no somos. Pero si se enseña y se «conoce la teoría» y no se actúa de forma natural en coherencia, entonces una de dos: o realmente «no se cree en la pe­lícula» («todos son palabras para ocultar nues­tra mise­ria») o la teoría es un cuento gringo. La formación, o sirve para reafirmar qué es lo que somos, y actuar en con­se­cuencia con lo que decimos que somos, o es cháchara ociosa. La teoría, o sirve para explicar cómo se encuentra el mundo que nos ha tocado vivir, para posi­cionarnos correcta­mente en él (y contra él), o no sirve de nada. El debate, o sirve para entender por qué luchamos y por qué actúa el Sistema de la forma en que actúa en cada circunstancia, definiendo sus ca­rac­te­rísticas y atri­butos actuales, o no nos vale para nada. La cul­tura, o sirve para tener claro cómo se lucha y contra qué lu­chamos, y para cubrir puestos en la lucha, o se puede tirar todo a la basura.

 

Constatamos que los círculos, publicaciones culturales o los foros permanentes de debate, com­prendidos los verbalmente más «radicales», incluso los que perma­ne­cen más tiempo «en el can­delero», no llevan más que a continuas divagaciones sin pro­yección práctica, a mantener largas discusiones que, encima, se repiten en un bucle. Los círculos y las publicaciones cultu­ra­les, histó­ricas o de otro cariz, tienen su lugar legítimo y nece­sario, pero siempre que sirvan para ayudar a diagnosticar los pro­ble­mas que han de tratarse por el bien común, y las cau­sas de esos pro­blemas, en todo momento sirviendo como muni­ción o com­ple­mento de una acción organizada y de una agi­ta­ción que se pro­yecte en lenguaje llano, y sin dejar de ser, ja­más, un factor su­bordinado para las tribunas que den res­pues­tas a situa­ciones, necesidades y problemas vitales del presente.

 

Ésta sería la función recta de los círculos o foros de debate: ayudar a ganar una perspectiva po­lítica ofreciendo análisis de los males sectoriales o parciales rela­cionándolos con lo global y facili­tando la comprensión de los hechos concretos para llegar al origen de los mismos: en primera instancia, el Régimen; en segunda, los marcos internacionales hegemónicos e imperia­listas; y en última instancia, el Sis­tema occidental post-moderno. Es decir, constituirse en factor forma­tivo que ayude a mantener, simultá­nea­mente, los otros dos factores: la agitación y la orga­ni­zación.

 

Constatamos también la facilidad con la que ciertos in­te­lec­tuales que «han pa­sado» por la disi­dencia, explicando procesos, publicando manifiestos «contra esto y lo otro» (y alguno hasta for­mulando manuales de comportamiento disidente), han aca­ba­do colaborando con los canales que sustentan el «Núcleo Duro» del Sistema. En este caso sus tareas sí han tenido una pro­yec­ción prác­tica: además de resolver sus economías personales, sirven para adornar las «jornadas de odio» de los «cen­tinelas de Occidente», para am­pliar ligeramente las perspectivas de los «Pe­rros del Po­der» (poder que va más allá del ejecutivo de turno, pues los perros son rabio­sa­mente hosti­les al «capataz» si «no da la talla» ante sus amos) y para que la apo­logía mas faná­tica del Sistema se vea «matizada» inocuamente (cumpliendo así el pa­pel de «poli bueno»). Estos intelec­tuales son emisores de críticas ino­cuas (aun­que sean emitidas con grandes broncas) y cuando no, formulan ocu­rrencias que incluso refuerzan de for­ma auxiliar, o «exótica», la secuencia de confor­mación del pen­sa­miento «más duro» o «políticamente incorrecto», de tal modo que este pen­sa­miento tenga algo de «condimento» o una «gama de sa­bo­res» para su mejor di­gestión por las masas.

 

 (b) La trampa de Intenet

 

Cuando apareció «Internet», muchos creyeron (o trataron de hacer creer) que ésta constituiría la gran herramienta para llegar al público, soñando que serviría como medio definitivo e im­pa­rable pa­ra ex­tender sus ideas y fines entre las masas. Gru­pos e individualidades que se consideraban (o se lla­maban) radi­cales, anti­sistemas o re­volucionarios, entraron en una red creada por el propio Siste­ma, y en la práctica (pues participaron en ella) acep­taron los mismos objetivos que anunciaba la red y la propia filo­sofía que emanaba de ésta: era el «lugar más demo­crático» y el «campo abierto» que ofrecía «infinitas opor­tuni­da­des».

 

En Internet podría funcionar, por fin, «de forma pura», sin obs­táculos, la famosa «Ley de la libre oferta y demanda», ley que, en las transacciones de la calle, en la «vida cotidiana», no fun­ciona mucho por la existencia de diversos tipos de barreras. En Internet desaparecían la mayor parte de las desventajas eco­nó­micas y otros im­pe­dimentos y dificultades físicas. Todos ad­ver­tían que, al pa­sar los años, aumen­taría el número de per­sonas con acceso a Internet. Como casi toda la pobla­ción ten­dría, más tarde o más temprano, acceso a la red, más grupos y personas po­drían «ofertar» sus productos y demandarlos en «libre con­cu­rrencia» a través de ella. En resumen: como Internet era el cum­plimiento del sueño del «Libre Mer­cado», los «ene­mi­gos del Sis­tema» podían aprove­charse de ello.

 

Constatamos que, como era de esperar, el Sistema no creó alegremente una herra­mienta para autodestruirse. Y más cuando es un medio dirigido específica­mente al uso y abuso individual. La Gran Red no ha sido la gran herramienta para extender re­vo­lución alguna, sino otra gran herra­mienta de «pacificación so­cial». Cual­quier revolución o agitación se queda en virtual y de­­viene en algo inocuo, ya que, por muy «rebelde» que sea el men­saje, éste sale en pantalla, es decir: apare­ce como espec­táculo. Lo que se creyó iba a ser la gran herramienta para la di­vul­gación y agitación, ha sido la gran trampa. La Gran Red ha sido, en efecto, la gran red para atrapar a muchos. Si las habita­ciones donde se ve televisión se han con­vertido en el mayor exilio de la «vida so­cial», Inter­net se ha convertido en el mayor exilio de la «actividad política y social» de nuestro mundo.

 

Internet ha propiciado la multiplicación de foros, blogias, por­ta­les, enlaces, diarios digitales... Pero esa misma multipli­ca­ción ha generado una situación donde impera la dis­per­sión y la ausencia de orientaciones mínimas, claras y comuni­ta­rias, donde los lu­ga­res que logran mantener una ba­se firme y coherente se hallan sumergidos en una selva donde pre­dominan las vulgaridades, derivas, confusiones, «spam» y «tro­yanos» ideológicos. En co­rres­pondencia con esta dispersión ma­siva social e ideológica, la Gran Red no sólo no ha facilitado ninguna coordinación o di­rec­ción operativa para centrar esfuer­zos, sino que los ha desper­di­gado, desperdiciándolos como agua en un colador.

 

La propia forma de esta herramienta (con unos formatos me­nos propicios que otros) es más perjudicial que beneficiosa, pues, por su propia estructura, facilita la dispersión, propicia el en­cap­sulamiento personal y atrapa a la gente en el engaño con­for­table de «la pantalla y yo».

 

El cine y la televisión nos acomodaron a la «imagen espec­tá­culo» y a «sentir» his­torias donde todo empezaba, transcurría y finalizaba en dos horas u hora y media. El cine, y sobre todo la tele­visión, han provocado que los debates de las tribunas públi­cas y la misma «historia» hayan queda­do reducidas a ciertas «imá­genes», y que nos moleste dedicar algo de tiempo al estu­dio y análisis del presente que los iconos nos representa y en­cubre. La aparición posterior de más canales de te­levi­sión nos ha­bi­tuaron al «zapping», a no soportar intervalos, y a cambiar con­tinua­mente de rela­tos e «historias» donde apenas logramos seguir atentamente alguna de ellas. Esto ha provocado que nos acostumbremos a no perseverar ni terminar tarea alguna. Tantos canales (antes analógi­cos y ahora unos cuantos más digi­ta­les) sólo han venido rellenando la misma pantalla plana, que trans­mite al público el mismo plano de credulidad cómoda y, a la vez, de escepticismo conformista (tanto la credulidad como el es­cep­ticismo dominantes son caras de la misma moneda: la apatía so­cial). En general, la Gran Red, no ha hecho más que generar mayor pasi­vidad en los usuarios y fa­cilitar la confusión de la realidad con la virtualidad. Es re­sumen: Internet ha propi­ciado, todavía más, el in­dividualismo, la intolerancia ante el es­fuerzo, el ansia de inmediatez, el autoengaño y la credulidad y el escep­ti­cismo con­fortable. Y, como no, el anonimato ha favo­re­cido la estupidez y la cobardía de los villanos a la hora de «tra­tar» con los demás.

 

Por muy buenos documentos, datos, reflexiones y debates que se cuelguen o se pro­duzcan en la red (esto no lo ponemos en duda en ningún momento), y por mucho que puedan servir para una for­mación adecuada o como elementos factibles para la agi­tación, si no existe un mínimo de orden y disciplina en el se­gui­miento de los mismos, para luego convocar, articular y orga­nizar a los enla­za­dos, nos hallare­mos ante foros de debate per­ma­nente o emisoras de consignas sin repercusión que no llevan más que a continuas divagaciones o a repetir explica­cio­nes sin pro­yección práctica.

 

Internet es un medio, tremendamente útil debido a carac­terís­ticas como su agili­dad, su inmediatez y, sobre todo, su increíble y desbordante capacidad de albergar información, pero es un me­dio se­cundario. La Gran Red sólo puede servir como útil com­plementario de la formación (la cual defini­mos como «mu­chas ideas complejas, tanto fundamentales como técnicas, para pocos») y como «antesala» de la agita­ción (que podemos definir como «pocas ideas, sencillas y claras, para mu­chos»). Y siem­pre y cuando exista una comunidad militante que respalde y sepa utilizar en su favor tal herramienta, una organización míni­ma «no digital» (que se mantenga y no actúe improvisada­mente) que avance junto a tal herramienta. Si esta organización no se pro­duce, la formación y la agitación son nulas.

 

 (c) La agitación activista - oportunista: de la nada a la nada pasando por la unidad de quemados

 

Y el gran error del polo opuesto ha sido el activismo, que puede ser «sindical», «ve­cinal», «juve­nil» o «marginal-macarra». Los fenómenos activistas (caigan o no en la violencia, esto es irrele­vante) se caracterizan por la ausen­cia de previsión, de pro­yecto político, de programa o, incluso, de posibilidades de ela­borarlo. El acti­vismo es lo que más gusta a muchos con «ganas de mar­cha», que se «aburren» si no ven «acción in­me­diata». Pero junto a los activistas tenemos espectadores que se animan si «ven marcha». Mientras lo que le queda al «ac­tivista prota­gonista» es acometer la acción por la acción, sobre todo si se exhibe, lo que aprueba el «es­pectador del acti­vismo» es con­tem­plar esa acción improvisada. Lo único que am­­bos de­sean ver son éxitos instantáneos, y re­cordar, después, esos gol­pes ins­­tan­­táneos que fueron, inevitablemente, «flor de medio mi­nu­to». Unos acometen mien­tras otros jalean acciones opor­tu­nistas sin estrategia y sin perspectiva histó­rica. Mu­chos bien sa­bían que el activismo no conducía a nada, pero se han dejado arras­­trar por los «marchosos» para no «defraudar». Otros su­puestos «res­pon­sa­bles» también sabían que la agita­ción acti­vista no lleva a nada, pero amparaban la indisciplina por­que así mantenían apo­yos. Vemos que los «marchosos» no tardan en de­saparecer de la circulación. Es imperativo negarse a «mo­vi­das» sin perspec­tiva política ni plan alguno, y disuadir a los que están en ellas.

 

Pues otro de los motivos que explican el páramo político de la disidencia española o los grupos alternativos es que se han que­mado durante mucho tiempo esfuerzos y recursos humanos sin sen­tido. La agitación activista ha provocado «unidades de que­mados». Muchos eran elementos inser­vibles, que sólo se acer­caban movidos por impulsos, querencias sentimentales y fobias particu­lares, y así seguían arras­trando a otros en una de­riva penosa. Pero otros elementos podían haber sido mili­tan­tes válidos. Todos han acabado de la misma forma: en la nada de «la unidad de que­mados» o subsistiendo en circos pa­té­ticos virtuales u oportunismos «pseudo-real-políticos».

 

Nada hemos visto hasta ahora en ellos porque nada podemos esperar del activismo. Los milagros existen, pero éstos no de­pen­den de nuestra voluntad.

 

 (d) Los tres factores

 

Como hemos señalado, para que cualquier comunidad militante tenga una mínima consistencia, es necesario que se den, simul­tá­neamente, estos tres factores: For­ma­ción, Agitación y Orga­ni­za­ción. Si cualquiera de estos factores es nulo, todo el producto es nulo. Es más, si un sólo factor es nulo, cada uno de los fac­tores se convierte asimismo en nulo.

 

(º1) La Formación 

 

En primer lugar, donde se informe sobre qué somos. Es nece­saria una labor de formación a nivel de la doctrina, es decir, en el Orden de los fundamentos. Es imperativo que todos asuman que existe un solo eje desde el «vértice» (desde el Orden de los fundamentos) hasta el Orden de la acción. Todos los militantes han de tener más o menos clara la «unidad ver­ti­cal» señalada en el tercer apartado («Cuestiones Ideo­ló­gicas») de esas tres ideas-fuerza («Socialismo; Rede­fini­ción de España; Estado Laico») y la lucha, nacional o inter­na­cional, de los pueblos con­tra los opreso­res globalitarios («Apoyo crítico a los movi­mien­tos de Liberación Na­cional») pues, como adverti­mos en ese apar­tado, esas ideas-fuerza, y ese apoyo internacional, ni pue­den defenderse prefe­rentemente en el plano ideal, ni úni­ca­mente desde la ética, ni en términos meramente socio-eco­nó­micos, ni ha­blan­do solamente de «po­lí­tica real», sino todo ello a la vez. Quien olvida cual­quiera de estos planos representa un problema.

 

No cabe duda que, formándose en el Orden de los funda­mentos, «pocos serán los escogidos», pero se ha de estimular a cuantos se pueda, y dejar claro, siem­pre, esa «unidad verti­cal». Ante todo no se puede permitir que se asu­man fun­ciones de responsabilidad sin haber obtenido la cua­­lifi­cación ideo­ló­gica suficiente para ello. Sólo teniendo cla­ros los fundamentos se podrá ganar la homogeneidad bási­ca en la comunidad mili­tante. No hay cosa más práctica para el Orden de la acción que conocer los principios. Quien desprecie los prin­cipios actúa en favor del Enemigo.

 

En segundo lugar, donde se informe sobre qué queremos. Las tres ideas fuerza que expone­mos en «Cuestiones Ideológicas» se hallan, propiamente, en el nivel de los objetivos, es decir, en el Orden de los fines. Al igual que la «unidad vertical» citada, debe también quedar clara la «unidad horizontal» de nuestras tres ideas fuerza, y la relación estrechísima de una lucha nacio­nal con el apoyo internacional a los movimientos y estados que luchan contra el criminal-imperia­lismo, pues sig­nifican facetas de una misma e indivisible lucha por la alternativa. Cualquier sus­tracción de una de estas facetas no sólo invalida el conjunto sino que anula com­ple­tamente cada una de sus par­tes, y nos veremos con otra impostura más del Enemigo Directo y del Ene­migo Mayor que señala­remos en el apartado próximo II.6 («Frente al Régimen y sus instituciones»). El eje es único, como el mundo es único y, por tanto, la lucha es también única.

 

De este Orden de los fines partirá la agitación, pues serán los fines y el análisis de las situacio­nes, los que van a marcar la elec­ción de las ideas más sencillas para difundir e insistir en ellas.

 

Y en tercer lugar, donde se analice con qué y con quién con­tamos. Donde, con­ti­nuamente, se examine el nivel de los re­cur­sos, tanto humanos, como técnicos, como económicos, como de conocimientos. Es decir, una formación que trate del Orden de los medios. Este orden de los me­dios se encuentra estre­cha­mente liga­do con las labores de organización.

 

(º2) La Agitación 

 

Como señalamos, la agitación consiste en lanzar pocas ideas y consignas, sen­cillas y diáfanas, para muchos. Aunque sea a través de la transmisión de muchos datos y de noticias varia­das, o de comentarios más o menos extensos, todas esas no­ticias y comentarios han de darse reiterando unas pocas ideas, unas consignas de muy sencilla comprensión para la mayoría.

 

La agitación no puede depender nunca del oportunismo (aun­que sí de la opor­tu­nidad) ni de las ocurrencias. Y menos por atender intereses parciales o senti­men­ta­lismos particulares que no ayuden a reforzar el eje que señalamos. Esas ideas y con­sig­nas han de servir, en cualquier mo­mento, para identificar el eje de las tres ideas fuerza, para entender como propia la cau­sa de los pueblos oprimidos que luchan contra los opreso­res, y, como explicamos en el apartado opor­tuno, para ayu­dar a com­prender las críticas de la adaptación divergente.

 

Será la comunidad militante, a través de sus órganos, quienes señalen las líneas maestras de la agitación. Quienes lleven los «medios» o salgan a la calle deben seguir estas líneas maes­tras, que han de señalarse de forma clara y precisa tantas ve­ces como podamos.

 

(º3) La Organización 

 

La organización es una necesidad. Dotarse de una estructura de funcionamiento y seguimiento para conjuntar y dirigir nues­tras voluntades a la consecución de los objetivos que nos mar­quemos. La organización es lo contrario del individualismo, el oportunismo y la improvisación. Señalamos que este factor está estrechamente ligado con el nivel de los recursos, con el or­den de los medios. Pero, aún más, la orga­nización está estre­cha­mente ligada al plano de lo «Que tenemos que ha­cer», con el nivel de la acción. Es decir, con el Orden de la Táctica.

 

La Organización y el nivel de la Acción van, por tanto, in­di­so­lu­ble­mente unidos. Por eso recha­zamos el activismo y el opor­tu­nismo, el «hacer algo por hacer algo». Hay que tener esto tan claro como que sin agua no hay vida posible. Sin orga­nización ni preparación no hay acción que valga la pena.


PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VI)

PROYECTO M–20 "NUESTRAS BASES" (VI)

CUESTIONES ESTRATÉGICAS

l fracaso del trIiansversalism

I

(a) El fracaso de los precedentes: «frentes amplios» o «vinculaciones sociales»

 

Constatamos que todos los intentos encaminados a crear «frentes amplios» ob­viando la cuestión de la alineación e iden­tifi­cación básica enemigo-amigo, no sólo ante el Sistema, sino ni siquiera an­te el Régimen, han sido inútiles, cuando no con­tra­producentes. La obsesión por sumar, reunir como sea o lograr hipotéticas uni­dades de acción con más elementos, em­pujó a buscar coincidencias hasta con los «residuos» reac­ti­vos del Sistema. No sólo se aceptó la alianza con «in­con­for­mis­tas» con el poder público de turno que lo eran por mo­tivos secundarios, rivalidades o disgustos perso­nales, sino, in­cluso, con quienes critican a los dirigentes políticos del mo­mento por su «debilidad» o «buenismo» ante los enemigos del «Mundo Libre». La situación era un disparate ¿Cómo se puede pre­ten­der formar un frente común o buscar la unidad de acción entre disidentes o revo­lucionarios de un lado, y de­man­dantes de un poder más reaccionario, más duro o pro­sisté­mico del otro?

  

 

Pero la obsesión por buscar «unidades» llevó a un disparate aún mayor que inten­tar sumar posi­cionamientos e ideas radi­cal­mente contrapuestas: se buscaron com­promisos con sec­tores que ca­recían siquiera de criterios políticos. Y es que, en la sociedad española, existen especies cuyo gran objetivo en la vida social es lo lúdi­co-político, o lo festival-religioso, que dedican su tiempo libre a mantener mitemas o «memorias», a ondear banderas con unos colores u otros o a recordar sím­bolos, fechas o agravios pasados. Que la principal de­manda de bastantes simpatizantes o «afines» fuera que una militancia perdiera el tiempo en estas tareas, lo dice todo.

 

Otra vía propuesta para romper el muro de silencio fue la «vinculación social». Constatamos que ésta tampoco llevó a nada positivo. La propuesta pecaba de una sobre­valoración del elemento afectivo. Estaba dirigida a atraer gente «co­rriente», sin definición política, a través del «roce» per­sonal con militantes en actividades so­ciales con bajo perfil político o sin perspectiva política alguna. Los militantes debían vincular­se a ONGs, asociaciones vecinales, gabinetes lite­rarios, clu­bes, de­portivos, sindicatos... y una vez demos­trada su «nor­ma­lidad», podían invitar a sus conocidos a pro­seguir la «ca­rrera asociacionista» o «participativa» en el movimiento polí­tico. No se buscaba atraer con propuestas y perspectivas polí­ticas, sino a través del afecto generado por la participación co­mún en asociaciones de diverso tipo. Se olvi­daba algo básico: la lucha política es mucho más que «par­ti­cipar» en grupos que responden a circunstancias parti­cu­la­res y sectoriales: es ac­tuar com­prendiendo que todo tiene re­lación con el todo, con la política. Esos intentos inútiles se pro­­ducían por culpa de la idealización de los cauces socio­lógicos o de los elementos sociales «naturales».

 

Claro es que esas ideas partían de responder afirmativa­mente a una pregunta de praxis política: ¿Es posible actuar den­tro del Régimen? Pero el fallo no residía tanto en la res­puesta afirmativa, sino en la formulación del cómo se debía o podía actuar dentro del Régimen. Pues ni los criterios adop­ta­dos para una praxis política dentro del Régimen eran realis­tas (o por lo menos sinceros), ni el análisis de las condi­cio­nes ob­jetivas generales resistía la prueba más sencilla de rigor, ni se tenía nada claro, ante todo, cuales eran las con­diciones sub­je­tivas mínimas para reunirse o «romper el muro», tanto por par­te de los activistas, como por parte del tipo de per­so­nas a quie­nes habría que atraer o formar un fren­te co­mún.

 

 (b) La opción de moda: el «transversalismo»

 

De un tiempo a esta parte, se viene presentando como op­ción el «trans­ver­sa­lismo»: la búsqueda de causas y metas co­yunturales donde puedan coincidir gente de espacios o «tra­di­ciones» políticas diversas. Lo que se propone es el lanza­mien­to de propuestas concretas sobre problemas muy de­ter­mi­na­dos, de una forma que puedan «atravesar» pre­juicios so­cioló­gicos, barreras ideológicas o inercias his­­ricas, y que lle­guen satisfactoriamente a sectores de población con inquie­tudes, incli­naciones o pasiones diferentes e, incluso, opues­tas.

 

Por supuesto que buscar causas, metas o propuestas con­cretas que puedan compartir gentes de tendencias socioló­gicas o políticas diferentes no sólo resulta lícito sino, incluso, necesario para po­der actuar políticamente. Ahora bien, el pro­blema surge por la misma gran causa que provocó el fracaso de «frentes amplios» o «vinculaciones sociales»: la coinci­den­cia en asuntos de coyuntura o parciales no puede esconder mucho tiempo la discrepancia radical en cuestiones funda­men­­tales. Aquellos que perciben claramente la necesidad de generar posturas de opo­sición global al Sistema, pueden utili­zar (mejor sería decir que deben utilizar) tantos argumentos transversales como vean oportunos y sean necesarios con el fin de «remover» y «soliviantar» al mayor número de nuestros contemporáneos, pero no pueden aglutinar o levantar una fuer­za tomando como base esos argu­mentos o las personas que han sido atraídas sólo por esos motivos.

 

Esto sería construir sobre barro. No ha dado resultado con ningún grupo alternativo. Puede ser efectivo para una fuerza política surgida del régimen, aprovechando, entre otras cir­cuns­tancias, las distancias ideológicas mínimas entre sus «Te­na­zas». Éstos sí pueden ser «transversales», pues las lí­neas que escogen para «atravesar» el campo político son cor­tas, ya que van dirigidas a una am­plia masa que no cues­tiona el modelo de sociedad. Para nosotros la «trans­ver­sali­dad» podrá prac­ticarse una vez asentado un movimiento polí­tico, con dirigentes y cuadros mínimamente iden­tifi­cados con las cau­sas rectoras del movimiento, capaces de selec­cio­nar e ins­truir a los elementos atraídos por esas causas «trans­ver­sa­les». Insistimos que tal estra­tegia puede emplearse, pero para des­pués, en una fase avanzada, no en los inicios.

   

II El falso debate de partido histórico «versus» autonomía histórica

 

 (a) La superación de un falso debate

 

Durante años se estuvo agitando, como gran descubrimiento político, la deno­minada «autonomía histórica». Tal fue la carta prin­cipal jugada por varios grupos en contraposición a otros: los llamados «partidos históricos». Como señala uno de sus ideó­logos: la «autonomía histórica» era el principio de razón suficiente de los pri­meros con respecto a los segundos. Por ello, los partidos con autono­mía histó­rica no podían tener com­promiso alguno con los históricos, pues eso sería trai­cio­nar su principal razón de ser: la misma autonomía histórica.

 

Ha pasado el tiempo, y hoy casi nadie debate por esta dis­tinción política. Pero esto no es porque, por fin, se haya asu­mido o se tenga ya clara esta diferencia. Sen­cilla­mente es que ya no importa. ¿Acaso las razones esgrimidas para justificar esta dis­tancia tajante con los «partidos hisricos» han per­dido hoy validez? Si observamos los argumentos y el curso de los hechos, hallamos que los llamados partidos con «auto­no­mía histórica» jamás cuestionaron los fundamentos políticos o na­cionales en los que se basaban los «partidos históricos» con quienes, supuestamente, mar­caban distancias. Nunca dis­cu­tieron, en serio, más que sobre preferencias tácticas: si mantenerse fieles a unas formas y seguir ligados abiertamente a referencias históricas determinadas, o si desprenderse de esas formas para presentarse en pú­blico «limpios de con­no­ta­ciones del pasado». El debate nunca fue otra cosa que una sim­ple disyuntiva táctica: entre la necedad que supone acudir a la escena polí­tica con siglas, signos y figuras identificadas con un pasado públicamente denos­tado, y la necesidad de acu­dir en público con un lavado o abandono completo de tales formas.

 

Por tanto, nunca hubo distinción, examen o revisión seria de contenidos u obje­tivos, sino un deba­te estético. Y si aten­de­mos a los hechos, durante estos años hemos visto a partidos con autonomía histórica utilizar referencias, signos, figuras y acontecimientos abiertamente ligados a partidos his­­­ricos. Por ahí un grupo con auto­nomía histórica se coa­li­gaba con siglas «históricas»; acá el cabeci­lla de otra «auto­historia», pu­blica y vende libros de movimientos y per­so­najes del pa­sa­do histórico, significándose hasta el ex­tremo de sufrir con­de­nas judiciales por ello; por allí el diri­gente de otra autonomía his­­rica se deja filmar en su des­pacho con retratos y ban­de­ras «históricas»; y por allá la tele­visión sor­prende al respon­sa­ble de un partido con auto­no­mía histórica hablando muy bien de figuras históricas mal­ditas y diciendo que muy a su pesar no puede reivin­di­car­las en pú­blico... Es decir, todo esto ha con­sis­tido en una tác­tica vulgar que, en­cima, sus defensores no han man­tenido.

 

En conclusión: hemos tenido otro falso debate lanzado como globo-sonda para medir las reaccio­nes de unos, las respues­tas de otros y los efectos en más allá. Querían ave­riguar si, manteniendo durante una temporada la táctica de la «auto­no­mía histórica», se lograban los objetivos siguientes: el primero, comprobar si po­dían aparecer bajo el manto de «lo nue­vo» («lo nuevo es bueno») y ser tomados como tal por los ex­traños (aparatos mediáticos, partidos parlamentarios e in­ves­tigadores); el segundo objetivo era ver a cuántos des­pistados conseguían, con esa táctica, atraer a sus posi­ciones; y, cono­ciendo la existencia de muchos burgueses vergon­zan­tes que, en la intimidad, son afectos a la «memoria» y mitemas de los «par­­tidos históricos», pero sin el coraje para participar en estos grupos, temerosos de verse «manchados» e iden­tifi­ca­dos con formas denostadas, el tercer objetivo era des­cubrir a cuántos de esos asustadizos vergonzantes lo­gra­ban «re­cu­pe­rar» con un «nuevo formato».

 

Y todo esto buscando la forma de hacerlo de tal modo que sus miembros iniciales de esos grupos, pro­venientes práctica­mente en su totalidad de los residuos «histó­ricos», no se re­sin­­tieran demasia­do. En definitiva: la «autonomía histórica» fue una patraña para mantener un doble discurso y encu­brir los postulados de siempre: los mismos que tenían los «par­ti­dos históricos». El globo sonda se ha retirado en la práctica (aunque de vez en cuando alguno lo vuelva a sacar) y el falso debate ha sido superado por ausencia o desaparición.