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Historia y Pensamiento

LAS GUERRAS CAMPESINAS ALEMANAS

LAS GUERRAS CAMPESINAS ALEMANAS


AUTOR:  LUCIO SORANO

FUENTE: “HELIODROMOS” (Contributi per il Fronte della Tradizione) Nº 7, 1995

TRAD: A.B.A.

 

La historiografía moderna ha consagrado abundantes páginas al análisis del movimiento campesino y, más concretamente, a las guerras campesinas alemanas propiamente dichas, que, a partir de la segunda mitad del siglo XV,  inflamarán la Europa central y meridional.

En realidad, la crítica histórica de los últimos 40 años no se ha  distanciado apenas nada del sectarismo de la historiografía social democrática de Zimmermann  y de la marxista de Engels, Kautsky, Bebel (y más recientemente de su epígono Macek).

Para ellos el fenómeno de las revueltas campesinas , su programa radical, revestirá como máximo el carácter insurreccional de un conflicto de clase; manifestando así  la fase culminante de una revolución pre-burguesa, cuya dinámica interna sería determinada específicamente  por las condiciones  de las estructuras económicas y sociales de las zonas particulares implicadas en la insurrección.

No hace falta decir que la apologética marxista ignora totalmente la inspiración metapolítica del radicalismo evangélico presente en las guerras campesinas, que constituye su esencial motivación inspiradora, limitándose por el contrario a proponer la típica interpretación preconcebida, anacrónica, en clave de materialismo histórico.

De naturaleza diferente es, sin embargo, la investigación de A. Hollander, de O. Vasella y del historiador Auckenthaler, los cuales supieron precisamente captar el aspecto de movimiento precursor de la unidad étnico-nacional de las comunidades alemanas, unidas en una misma identidad de sangre, estirpe (Sippe) y visión del mundo. Pudiendo así reconocer más allá del radicalismo evangélico de los campesinos, la referencia a un primordial “derecho divino” (göttliches Recht) que imprimirá a la rebelión un carácter supraregional, esencialmente espiritual, orientado a la refundación del Imperio sobre bases renovadas. De donde nuestro interés en revisar este fenómeno bajo una luz diferente.

Hay que remontar el inicio de los combates  al 1439, cuando a lo largo del Alto Rin se produjeron los primeros levantamientos conocidos como “Bundschuhe”  o “Liga del Zapato” (por el emblema adoptado por los campesinos en su bandera: el zapato de los aldeanos precisamente)

Significativamente es la denominada “Rebelión de los Caballeros” la que precede –aunque por poco- y la que lidera inmediatamente las posteriores sublevaciones campesinas. De hecho, es la depauperada nobleza rústica, contrapuesta a las nuevas clases emergentes ciudadanas mercantiles y burguesas, la que guiará la lucha. Baste recordar entre todos a la límpida figura del caballero Florián Geyer o a la de Götz von Berlichingen, bizarro hombre de guerra, la que cuatro siglos más tarde la Alemania nacional-socialista tributará el merecido homenaje, dando su nombre a una división de asalto….nota…

En 1476 los seguidores de Hans Böhm se había alzado contra las vejaciones del poder banal, es decir del monopolio fiscal y administrativo, ejercido como auténtica imposición de contribución extrema a favor de los eclesiásticos y de la “aristocracia mercantil”.  Ya entonces se reclama en sustancia la vuelta de las “viejas leyes”  las “antiguas costumbres” (el Grundherschaft del derecho sajón) que en 1450 habían sido abrogadas por el derecho romano.

En 1502 estalló la enésima revuelta de las comunidades campesinas renanas; poco después, en 1514, le tocó el turno al Wütemberg con la insurrección denominada el “Pobre Conrado”.  En síntesis,  clérigos y nobleza corrupta ejercían su particular dominio sobre las poblaciones campesinas y extraían sus beneficios mediante en tres modos distintos: como derecho sobre la tierra, como poder banal propiamente dicho y como señorío feudal. Ahora bien, el ejercicio de estos tres  diferentes derechos y jurisdicciones anejas no era en absoluto homogéneo ni unificado, antes al contrario desacorde hasta el extremo de que un campesino podía pertenecer a la jurisdicción banal de un señor, trabajar la tierra de otro y estar al mismo tiempo sometido por vínculos serviles a un tercero.

A la fiscalidad y a la multitud de gravámenes e impuestos (a los que debía recurrir los nobles  para hacer frente de algún modo  a las crecientes deudas contraídas con los poderosos banqueros de la época) había que añadir  las exacciones de prelados carentes de escrúpulos, más interesados en los bienes terrenales que en los del alma, y las sevicias de los usureros –judíos por nacimiento o vocación- que reducían al mínimo la supervivencia en el mundo rural. Los campesinos,  bien lejos de entablar un conflicto de clases, no pretendían en absoluto poner en discusión las relaciones de vasallaje propias del mundo bajomedieval. Antes al contrario, era precisamente a él al que de algún modo se remitían.

Aquí  la sociedad entre Herr y Getreue, entre Señor y Seguidor fiel que, jurando mediante el “homenaje” (Huildigung) ayuda y lealtad, recibía a cambio la obligación de protegerle por parte del Señor, asume el aspecto de un vínculo libremente consentido y aceptado entre dos  libres contratantes. La obediencia del vasallo tiene como contrapartida vinculante la condición específica de que el señor sea fiel a sus obligaciones. La “libertad” para los campesinos no significa en absoluto igualitarismo individual, incompatible con el papel y la función que ellos debían desempeñar dentro del cuerpo social de la época, sino ante todo expresa el concepto de una igualdad “funcional” o “proporcional” y de una autonomía entre agrupaciones sociales divididas en órdenes y estamentos necesariamente distintos.

Por consiguiente, para cada uno de estos estamentos y grupos sociales resultaba legítimo aspirar a un equilibrio armonioso entre respeto por  la dignidad personal y subordinación a un principio superior.

En 1515 estalla en el centro de Austria la primera y verdadera guerra campesina. Dos años más tarde –al mismo tiempo y no sin cierta conexión con la publicación de las 95 tesis de Lutero- se organiza  la última “Bundschuh” en el Alto Rin. Pero el material más consistente de las sublevaciones proviene del constante reclamo de los insurgentes a esa originaria espiritualidad evangélica que sólo una Iglesia renovada podría garantizar. Frailes y sacerdotes están totalmente al margen del auténtico espíritu del monaquismo primitivo y avaramente enrocados  en la defensa de sus intereses temporales; el mensaje evangélico  estaba a la sazón sepultado en una fosa de ceremonialismo vacuo y de ritos judaicos (cfr. Trevor-Roper “Protestantismo y transformación social”).

Así pues se imponía la necesidad más urgente y acuciante que nunca de una integral renovación  o, por decirlo mejor,  de la restauración del “viejo mundo”, precisamente el que representaba el viejo “Kosmos” campesino.

Semejante perspectiva halló prontamente apoyo y el estímulo dentro de los movimientos evangélicos y de las sectas anabaptistas influidas por el radicalismo de las doctrinas husitas, conquistando inmediatamente numerosas ciudades, entre ellas Wittenberg, Erfurt, Estrasburgo y Nuremberg.

En julio de 1524 los campesinos de la Selva Negra se alzaron en armas y de allí la revuelta se extendió con rapidez por la Alta Suabia, en donde Hans Müller de Bulgenbach constituyó una Hermandad Evangélica. Los “Profetas de Zwickau” (así eran conocidos los anabaptistas seguidores de Nicolás Storch y de Thomas Müntzer) encendieron los ánimos de las poblaciones campesinas de Alsacia, de Turingia y del Tirol. Algunos años antes se había producido la infortunada expedición armada de los caballeros renanos, francones y suabos contra el arzobispo de Tréveris, coalición capitaneada por los nobles  Franz von Sickingen y Ulrich von Hutten.  Una mención aparte merece reservarse para la creación durante  este período de las primeras estructuras neocapitalistas, por obra y gracia de las poderosas sociedades bancarias de los Fugger y de los Paumgartner.

Prelados, dignatarios imperiales y grandes señores tan corruptos como escasamente perspicaces habían cometido la estupidez de contraer deudas y acordar transacciones con los banqueros. El obispo de Brixen, Melchor von Meckau, por ejemplo, había firmado un préstamo de más de veinte mil florines de oro con Jakob Fugger, deuda por  la que se vio obligado a arrendar las minas de Sterzing y Klausen. Y así, mas tarde, el príncipe-obispo de Brixen, Sprentz, hipotecó de nuevo las minas de Klausen, para saldar deudas en esta ocasión con los banqueros augsburgueses Paumgartner. El descontento tanto en los campos y en las minas como en los burgos y aldeas es general: el 10 de agosto de 1524, Mülhausen, en Turingia, se subleva. Pero la verdadera rebelión propiamente dicha toma cuerpo en el invierno siguiente, con la formación de las “milicias campesinas” de Baltringen, del Algäu y del Lago de Constanza, que se constituyen en Unión Cristina  de la Alta Suabia. En marzo de 1525 se publican los “12 artículos”, especie de manifiesto programático de los rebeldes. El susodicho documento atestigua una cultura basada en el derecho consuetudinario escrito así como en una tradición preferentemente oral, típica precisamente de la civilización campesina, pero que  se remitía a la fuente divina del derecho mismo, es decir –en el caso concreto de la religiosidad rural del siglo XVI- a las Sagradas Escrituras. La insurrección armada se propaga rápidamente por obra de los predicadores anabaptistas y husitas que encienden los ánimos de las ya desesperadas poblaciones. A principios de abril de forma una milicia en Franconia, en el valle del Tauber; al mismo tiempo estalla la rebelión en el de Neckar y se subleva Alsacia. Poco después son el Wurttemberg y Fulda quienes toman  las armas. En menos de un mes Stuttgart y Erfurt son tomadas, Maguncia y Colonia sufren tumultos; el Palatinado y el Baden se alzan contra prelados, impuestos y usureros.

Lutero, preocupado por las dimensiones adquiridas por el movimiento, tras un tímido apoyo a la causa campesina, se había pronunciado ya desde posiciones políticamente conservadoras. Éstas coincidían sustancialmente con las de los burgueses que veían amenazados sus intereses económicos por el Comunismo evangélico de los insurgentes. Así pues no tuvo dificultad alguna en retirar su apoyo –por lo demás totalmente formal- exhortando, con un clamoroso cambio de chaqueta, a los príncipes a la represión mediante el escrito “Contra las impías y criminales bandas de campesinos”.

Fundamento doctrinario y práctico de la vida comunitaria rural era el comunismo de producción, además del de consumo, de bienes (Gütergemeineschaft), necesario para poder liberarse de toda forma de egoísmo personal y de coacción mundana o estatal. Se reafirman aquí los valores de la civilización campesina, antitéticos  de los valores burgueses de la ciudad, presa de la anticristiana usura. Por lo tanto el conflicto es entre el campo y la ciudad: en uno se mantiene de alguno modo un sistema de vida tradicional (el ideal platónicamente humanista de una sociedad feliz en estado de naturaleza al que alude Tomás Moro), en la otra se respira ya el aliento corrosivo   de los nuevos tiempos. El campo es por tradición conservador, por el contrario en la ciudad germina la violencia del progresismo. De hecho el campesino mantiene –si bien residualmente- las estructuras de vida originarias de las antiguas comunidades rurales; entidades constituidas por hombres en los que aún resonaba el eco del primitivo mundo de la Tradición.  El podía entender  el significado espiritual del macrocosmos que lo circundaba, captando en él –más allá de cualquier ficción intelectualoide y de modo inmediato-  la armonía cósmica y el sentido religioso que transluce  lo manifestado. Hacia ello se unificaba su propia existencia, determinada  por el  ritmo de las estaciones,  por el crecimiento de la mies y por el transcurso  de las aguas. Por su misma naturaleza, el trasfondo  histórico y cultural de la Europa renacentista no podía evitar que esta espiritualidad asumiera el atavío de un cristianismo, auténtico y originario, fuertemente decantado en un sentido intransigente e intolerante frente a la indolencia y depravación del clero diocesano. Este vivía en la más completa ignorancia cuando no abiertamente en el vicio, buscando acaparar para sí el mayor número posible de beneficios eclesiásticos, sin después cumplir efectivamente con el ministerio sagrado. Cometiendo abusos simoníacos, llegaba al extremo de exigir el pago por administrar los sacramentos. Circunstancia bastante significativa fue el interés, además de la participación personal en la insurrección campesina tirolesa, de Philip von Hohemheim –más conocido por el seudónimo de Teofrasto Paracelso- que, con sus concepciones espiritualistas y mesiánicas influyó doctrinalmente al milenarismo apocalíptico de los rebeldes hutteritas. Thomas Müntzer, Jakob Huter, tal como lo había sido Jan Hus, constituyeron realmente la referencia espiritual primera de las sectas anabaptistas campesinas.

Tras los primeros y esperanzadores éxitos militares, la fortuna dejó de sonreír a los campesinos: en mayo de 1525 llegaron las primeras derrotas militares en Böblingen, en Leipheim y en Frankenhausen, donde, con la captura de los predicadores Jakob Wehe y Thomas Müntzer, las tropas de los insurrectos sufrieron una dura derrota. Y aún peor, en los meses de junio y julio se produjeron –cada vez más duras y dolorosas- las derrotas de Odenwald y de Ingolstadt. La victoria campesina en Schladming y en Prusia oriental no serán suficientes para equilibrar la suerte de un conflicto que está ya inapelablemente decidido. La Bauernkrieg  se traslada pues  al Tirol meridional y hallará aquí  a su más bravo capitán: el Bauernführer Michael Gaismayr. En los escasos retratos que lo representan, Gaismayr aparece como un hombre de aventajada estatura, altivo, de mirada penetrante, de angulosos y bien marcados rasgos. Se transluce en él el firme y decido carácter de un voluntad resuelta, iluminada por un fe y una confianza absolutas. Sin embargo, las dotes de valor personal y de innata capacidad estratégica no modificarán el desarrollo del conflicto.

A los primeros y exultantes triunfos en el episcopado de Salisburgo que habían devuelto la esperanza a los combatientes,  se interpuso la debacle de Radstadt y el exilio a territorio veneciano. Tras haber combatido junto a sus leales tiroleses y grisoneses  al lado de la Serenísima, se convirtió  en un personaje asaz incómodo, siendo capturado y asesinado en 1532 a traición por sicarios de Fernando de Habsburgo en Padua. Es el ocaso de la utopía campesina: Jakob Hutter se encargará de reorganizar las filas en desbandada y dirigirlas hacia Staupitz, en Moravia, en donde durante un breve período de tiempo conseguirá realizar el comunismo evangélico de los anabaptistas tiroleses.

Las guerras campesinas alemanas no son un fenómeno aislado en la Europa del  500: de hecho, hay que añadirles las revueltas en las campiñas inglesas en la época Tudor 8en las que los exponentes de las antiguas élites, como sir Thomas Percy, tendrán un papel determinante) y las sublevaciones campesinas en Francia durante el Antiguo Régimen. En Aquitania, por ejemplo, durante la revuelta de 1637, será  Antoine Du  Puy, Señor de La Mothe y de La Forest, quien se ponga al frente de los insurgentes en calidad de general de la comunidad del Perigord. A excepción de los Bonnets Rouges de Bretaña, las revueltas francesas del siglo XVII no presentarán caracteres anti señoriales.  A la cabeza de los rebeldes encontramos también pequeños hidalgos rurales, como Puimoreau o el Señor de Estampes, en el Pardiac. No por casualidad será La Vandea, región agrícola por excelencia, quien dirija un siglo más tarde la reacción contra la revolución burguesa de 1793. En el Tirol, entre los valles y cordilleras alpinas, será celosamente custodiado  el sentimiento de Heimat y Gemeinde (Patria-Estirpe y Comunidad) que anima las posteriores  luchas populares anti-napoleónicas de Andreas Hofer y –más recientemente – de Clotz, “el martillo de Val Passiria”.

Los usos, las costumbres, las tradiciones, los mismos útiles del trabajo son para el campesino los ejes de la visión del mundo en el que orden físico refleja la armonía existencial. El hombre se siente responsable y guardián del mantenimiento de este orden físico, es en este sentido un propio y auténtico demiurgo. Se podrá entender mejor  la tenacidad y el coraje con los cuales los campesinos tiroleses han defendido siempre su tierra y con los cuales, en tiempos bastante más recientes, se han opuesto a distintas iniciativas de desarraigar su cultura, si se recuerda como más de una vez azadas, horcas y hoces debieron servir de armas contra los invasores.

En cuanto a su religiosidad, se puede observar fácilmente como ésta sea solo una vestidura, entretejida por evidente hilos  rituales, símbolos y mitológicos paganos, con la que se cubre una espiritualidad mucho más antigua y originaria. Persisten de hecho –si bien bajo una forma cristianizada- los restos de un mundo primordial que no sin embargo no cesa de encarnarse en algunos tipos humanos de los valles alpinos.

Remitiéndonos a épocas más recientes en el tiempo, no es en absoluto casual que precisamente en la Alemania postguillermina se desarrollaran, defendidos desde los movimientos ruralistas del Landvolk Bewegung y del Artamanen Bund, aquellos ideales “bundish” y “volkish”, que tanta influencia tuvieron en la corriente agraria del nacionalsocialismo alemán.

Del mismo modo Carl Dyssen será autor de un programa agrícola-socialista, los nacional-bolchevique Bodo von Husse y Bruno von Salomon teorizan y asumen como propio el ejemplo húngaro de la “Confraternidad de los Héroes” de Horthy. Gustav Kentsler fundará el periódico “Blut und Boden” (Sangre y Suelo), anticipando las posteriores y mejor articuladas tesis de W. Darrè.

Ministro de Agricultura y Alimentación, Darrè fue el teórico de una aristocracia campesina que debería vivificar, mediante un vigoroso programa eugenésico, el ya depauperado espíritu y la sangre germánicos.  Proyectó una Federación del Campesinado (Bauerngenossenschaft) sobre la  cual fundamentar el Hegehof (Poder del Estirpe). Una vez más aparece el indisoluble binomio de la “espada y el arado”, del caballero y del campesino, depositarios del antiguo honor común. Recuérdese que también T.Muntzer  solía llamar a los suyos al combate afirmando que si “Dios ha dado la espada a la Autoridad, a la Comunidad corresponde la misión de utilizarla”.

El espíritu de un pueblo se identifica con la vida rural, según la tríada “Campesinado-Pueblo-Nobleza”. El campesino se convierte así en custodio del orden divino, nacido de la fuerza perpetuada en él, de las acciones de su antepasado divino y se hace portador de una ley a la cual subordinar toda su existencia.

Resulta del todo injustificada la crítica preconcebida de Evola a las guerras campesinas alemanas (cfr. Il mito dl sangue), que en el sumario análisis de este autor asumiría el carácter  anti jerárquico y plebeyo de una insurrección anti feudal. En realidad, es precisamente lo contrario, es decir que, a despecho de los tiempos, es precisamente el campesinado alemán del Quinientos quien reafirme el espíritu de la tradición medieval frente a la concepción individualista y burguesa del ciudadano, privado ya  de ese sentido interno que solo la Naturaleza derrama mediante con cósmica irradiación.

Volviendo finalmente a nuestras guerras campesinas, es preciso subrayar, una vez más, el orgullo, el amor y el coraje de hombres que supieron batirse por su tierra y su libertad. Para ellos sirve todavía –y que también  mantiene para nosotros  inalterable su valor expresivo- una emblemática sentencia de G.A. Burger: “Quien no está dispuesto incluso a perder la vida por la propia libertad es solamente digno de la cadena de la esclavitud”

Luciano SORANO

 

 

Resistencia: subalternidad y antagonismo

Resistencia: subalternidad y antagonismo

  

 

  “Son ecos de un debate antiguo que, por ejemplo, llevaba a Georges Sorel a escribir sobre el espíritu de escisión y sobre la fuerza del mito

 

“La acepción fuerte de la categoría de resistencia indica una posibilidad real de cambiar el mundo, que se intuye en la construcción, en el conflicto, del antagonismo”

 

“Las referencias a estos autores más que configurar una definición abren una perspectiva de análisis que se dirige hacia la construcción de una noción de antagonismo

 

 

Massimo Modonesi

 

Este ensayo parte de la constatación de un hecho: la gran mayoría de los movimientos sociales latinoamericanos actuales utilizan -en el discurso- la categoría de resistencia para designar una praxis que aparece central y articuladora. En este sentido, tenemos que reconocer que se trata de un referente conceptual fundamental en la configuración de la izquierda social latinoamericana en el momento histórico actual. Por otra parte, como reflejo de esta centralidad en el discurso de los actores sociales, la categoría ha sido retomada por sectores académicos e intelectuales en el intento de caracterizar a los fenómenos de movilización que marcaron y marcan la vida política de la región en los últimos años. Sin embargo, más allá de ser trascendente, significativo y sintomático, este concepto resulta ambiguo y contradictorio en cada uno de los planos en el que es utilizado.

Partiendo de estas consideraciones iniciales, este ensayo intenta problematizar la categoría de resistencia y proponer el uso de la díada subalternidad/antagonismo para aclarar su sentido y su alcance.

I.

Asumir la centralidad de la idea de resistencia para caracterizar a los movimientos sociales latinoamericanos actuales implica un problema conceptual: ¿qué es la resistencia?

Podemos empezar a ordenar el problema a partir de dos acepciones que circulan hoy en día: una acepción débil de origen teórico y una acepción fuerte de origen político. En el plano teórico, las definiciones más elaboradas de la categoría de resistencia configuran una versión débil, que podríamos llamar subalterna. En el plano político, las implicaciones en el uso de la categoría conforman una versión fuerte, que podríamos llamar antagonista.

A esta primera distinción agregaría una consideración que puede parecer paradójica: la acepción débil, a pesar de ser fuerte teóricamente, es necesaria pero no suficiente para entender a los movimientos sociales latinoamericanos actuales mientras que la acepción fuerte es débil teóricamente pero incorpora una serie de elementos imprescindibles para pensar los procesos de movilización en la región.

Existen pocos estudios académicos sobre la categoría de resistencia. Ésta suele aparecer en forma tangencial en varios trabajos teóricos, en los cuales no adquiere densidad ni espesor. Para encontrar análisis más profundos hay que remitir a la obra de James Scott, a la escuela hindú de estudios subalternos y a los trabajos de Michel Foucault y sus discípulos. Solamente en estas propuestas la categoría es abordada directa y explícitamente y, por lo tanto, adquiere solidez teórica.

En lo que coinciden estas perspectivas es en proponer una acepción “débil” de la categoría de resistencia en la medida en que es vista como parte integrante de la relación de dominación, como hermana siamesa del poder, como una constante que, para Scott, por ejemplo, se ubica en el terreno de la infrapolítica y, salvo en casos extraordinarios, se manifiesta en un discurso oculto.[1]

En la misma dirección, escribe Adolfo Gilly:

“Tenemos entonces una relación: dominación y subordinación (bajo las formas de la legitimidad y la hegemonía), con una fricción consustancial a su existencia: la resistencia, de la cual se desprenden dos variables: 1) negociación en tiempos normales; 2) revolución en tiempos excepcionales.”[2]

Más allá de los problemas que acarrea esta distinción, hay que destacar que la acepción débil -“la negociación” según Gilly- tiene la virtud de la solidez y la seriedad, se basa en investigaciones empíricas que fundamentan teóricamente a la categoría y permiten analizar sus formas y sus circunstancias concretas. La piedra de toque que sostiene el edificio teórico es la ubicación (correcta) de la resistencia en el marco de la relaciones de dominación y de poder. A partir de allí, se abre la posibilidad de reconocer a la negociación permanente que caracteriza estas relaciones, en la cual existen márgenes de maniobra tanto para los dominados como para los dominantes.[3] Los márgenes de acción de los dominados, el terreno de la resistencia, se vuelven así el objeto de análisis refinados que revelan los aspectos creativos de la acción colectiva.

Por otro lado, en consonancia con una parte del legado gramsciano, estas posturas relacionan a la resistencia con la idea de subalternidad. Vista como la cara activa de la subalternidad, la resistencia –en estos enfoques- se configura como un horizonte de posibilidad y, al mismo tiempo, como un límite.

Esta concepción lleva a diluir u opacar otras dimensiones que rebasan el perímetro de una relación de dominación determinada, que tiene cierta flexibilidad pero también un umbral de ruptura.

Es cierto que, como señalan varios autores, la resistencia cotidiana, del hoy, se alimenta de imágenes de futuro, de un más allá, e incluso de un pasado resignificado, de la redención, diría Benjamin.[4] Sin embargo, pasado y futuro como perspectivas que rebasan la resistencia cotidiana, no dejan de remitir al presente donde lo posible se hace realidad, se traduce en experiencias concretas, y éstas –según la acepción débil- se encierran en la relación de dominación, remiten a la condición subalterna de las clases oprimidas, no rebasan cierta configuración de la hegemonía. Si la relación de dominación establece el marco de las condiciones reales, los dominados incursionan idealmente en el pasado y el futuro pero inevitablemente regresan a su presente, en el cual viven y actúan. En estas incursiones, arman su negatividad, en las visiones de otros mundos posibles construyen su rechazo al mundo existente y, de alguna manera, buscan trascenderlo.[5] De alguna manera, recrean la relación de dominación y el mundo que la contiene, se vuelven sujetos de la historia y trascienden los límites internos de una determinada relación de dominación pero no la relación misma. La resistencia, vista como expresión de la condición subalterna, no deja de ser una acción pensada desde la dominación, al interior de la dominación, en un marco hegemónico dado.

Esta noción de resistencia es indiscutiblemente útil para analizar a los movimientos sociales latinoamericanos actuales en la medida en que permite reconocer los límites y las posibilidades de la acción política colectiva. Sin embargo, algo trascendental no aparece, algo que ocurre en los mismos movimientos sociales latinoamericanos, algo que tiene que ver con el afuera, las fronteras externas de la relación de dominación. Un afuera que obviamente no es independiente del adentro, de las fronteras internas, pero juega dialécticamente y abre lo que parece cerrado.

II.

Aparece aquí el hermanastro de la subalternidad: el antagonismo.

A diferencia del concepto de subalternidad que ha sido objeto de estudios específicos que configuran un relativo consenso en torno a su sentido, el concepto de antagonismo no ha sido analizado en sí, como categoría articuladora, sino como concepto subordinado o secundario.

La definición común de antagonismo se desprende del uso que le dio Marx en dos pasajes célebres que cito a continuación, el primero del Manifiesto del Partido Comunista, el segundo del Prefacio a la contribución de la Crítica a la Economía Política:

“Sin embargo, nuestra época, la época de la burguesía, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez más abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesía y el proletariado”.[6]

“Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual sino de un antagonismo que proviene, de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las, fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de este antagonismo. Con esta formación social se cierra, por lo tanto la prehistoria de la sociedad humana ...” [7]

A partir de este planteamiento el concepto de antagonismo se consolidó como una forma de describir y nombrar el conflicto que atraviesa y caracteriza a las sociedades modernas, como sinónimo de lucha de clases, contraposición entre clases, polaridad o contradicción. Esta acepción sitúa el concepto en el terreno de la estructura, le confiere el carácter de herramienta para el análisis estructural.

Al mismo tiempo, en la lógica propia del pensamiento de Marx y posteriormente de los marxismos, el antagonismo estructural tiene un reflejo en el terreno de la conciencia y de la acción. Existe, por lo tanto, la posibilidad de recuperar este concepto en otro nivel de análisis, aprovechando su “disponibilidad semántica”.[8]

Esta posibilidad puede sostenerse recuperando las reflexiones avanzadas por algunos pensadores marxistas contemporáneos. En particular, me refiero a la formulación propuesta por Ernesto Laclau, al uso de la categoría en los primeros trabajos de Toni Negri, a las ideas de Alberto Melucci y la perspectiva implícita en las hipótesis de E.P. Thompson y de John Holloway. Si bien se trata de autores diversos por orígenes y preocupaciones y, en algunos casos, divergentes y contrapuestos, cada uno de ellos abona a la construcción conceptual que estoy explorando.

La formulación de Laclau[9] tiene la virtud de abrir el debate sobre el concepto moviéndolo más allá de los límites del análisis estructural, aún cuando al situarlo en un plano estrictamente epistemológico –implícitamente ligado a la conciencia- no lo relaciona claramente con la praxis y la acción.

En los trabajos de la etapa obrerista de Toni Negri la relación entre el antagonismo y la subjetividad aparece más claramente aunque no en forma explícita y en medio de un uso contradictorio del concepto. De hecho, éste parece una muletilla en la medida en que su utilización es reiterada pero su alcance impreciso: a veces es utilizado para describir a la estructura del capitalismo, sus contradicciones y la correspondiente confrontación objetiva de las clases[10], en otras aparece cargado de implicaciones subjetivas, ligadas a la construcción y la acción políticas de la clase.

Para ilustrar esta segunda acepción, cito algunos pasajes significativos:

-“Las posibilidades formales del antagonismo en la reproducción-circulación del capital nos remiten a la consideración efectiva de la expresión del antagonismo obrero dentro y contra la reproducción del capital.” p. 252

-“La fenomenología de la lucha de clases en el capitalismo tardío representa una intensificación del antagonismo y una difracción de los circuitos de realización del capital y de la reproducción de la fuerza de trabajo que gana en radicalidad en la medida en que cobra consistencia la fuerza subjetiva de la clase obrera.” p. 256.

-“El transito de un análisis estructural a un análisis político de la Administración, de una investigación funcional a la definición antagonista es posible sólo si el punto de vista obrero está presente subjetivamente. p. 261.

-“proceso antagonista de autovalorización obrera, de la cualidad (y no sólo de la cantidad) de las luchas” p. 263. [11]

Más allá de las ambigüedades de Negri, hay que señalar como la perspectiva del obrerismo italiano ofrece una apertura metodológica que permite asimilar la noción de antagonismo a la dimensión subjetiva del conflicto. La inversión que propone Mario Tronti, el otro maître á penser del obrerismo, es particularmente sugestiva:

“La sociedad capitalista tiene sus leyes de desarrollo: los economistas las han inventado, los gobernantes las han aplicado y los obreros las han sufrido. Pero las leyes de desarrollo de la clase obrera, ¿quién las descubrirá? (...) Hay que trabajar con paciencia, en el vivo, en el interior, sobre este explosivo material social. Hemos visto también nosotros antes el desarrollo del capitalismo y después las luchas obreras. Es un error. Hay que invertir el problema, cambiar su sesgo, volver a partir del principio: y el principio es la lucha de la clase obrera.”[12]

El eco de esta inversión que antepone la acción de los dominados a la estructuración del dominio se aprecia en algunos pasajes de la última obra (muy discutible) de Negri cuando, por ejemplo, plantea la “primacía de la resistencia”[13] frente a la opresión, sin ofrecer mayores aclaraciones sobre la idea misma de resistencia, contribuyendo así a la confusión que señalé en la primera parte de este ensayo.

Un uso claramente subjetivista del término de antagonismo puede encontrarse en un autor de inspiración gramsciana, el sociólogo italiano Alberto Melucci. La virtud del planteamiento de Melucci consiste en centrar claramente el concepto en el terreno subjetivo de la construcción de los movimientos sociales.

Para evitar la paráfrasis, cito algunos pasajes significativos:

-“Un movimiento combina distintas orientaciones de acción y se trata de analizar si alguna de ellas es de carácter antagonista. (...) un elemento antagónico que no puede reducirse al intercambio político o la adaptación funcional.” (p. 118).

-“En las orientaciones de la acción de los movimientos contemporáneos emerge (...) un núcleo antagonista. Si en las sociedades de información el poder se ejerce mediante el control de los códigos, de los sistemas organizadores del flujo informativo, el conflicto antagonista radica en la capacidad de resistencia, pero todavía más, en la capacidad de subvertir los códigos dominantes.” (p. 123).

-“El análisis de los movimientos contemporáneos exige emplear otros criterios explicativos; un enfoque adecuado puede centrarse en los significados antagonistas de la acción y en la hipótesis según la cual el conflicto surge de los propios criterios que confieren sentido a la acción.” (p. 125) [14]

Sin embargo, más allá de estas intuiciones, Melucci utiliza el concepto de antagonismo sin detenerse en su definición, no lo relaciona ni lo contrapone explícitamente a la categoría de subalternidad y, al centrar su análisis en el plano simbólico y comunicacional[15], no incorpora otras dimensiones “antagonistas” derivadas de las contradicciones materiales propias del capitalismo contemporáneo.

Lo que parece faltar a Melucci es el equilibrio invocado por E.P. Thompson cuando, a partir de sus estudios sobre la clase obrera inglesa, lanzó esta sugerente provocación teórico-metodológica: “la clase no surgió como el sol, a una hora determinada. Estuvo presente en su propia formación”.[16]

No atender este problema puede resultar tanto en los excesos estructuralistas que dominaron el marxismo escolástico del siglo XX, así como en excesos subjetivistas como los que se encuentran en un libro reciente coordinado por John Holloway sobre el concepto de clase. Partiendo de la loable intención de abrir el debate y revitalizar conceptos esclerotizados, Holloway plantea:

“el concepto de lucha de clases es esencial para comprender los conflictos actuales y el capitalismo en general; pero solamente si entendemos clase como un polo del antagonismo social y no sociológicamente como grupo de personas” [17]

Además de utilizar el concepto de antagonismo como sinónimo de polaridad, la reducción de la clase a la lucha, a la experiencia de la lucha, obviamente prescinde de toda determinación material o estructural, dejando descubierta una parte fundamental del problema.

Ahora bien, las referencias a estos autores más que configurar una definición abren una perspectiva de análisis. Esta perspectiva se dirige hacia la construcción de una noción de antagonismo que rebase su acepción común como sinónimo de contraposición de clase y se sitúe en el terreno de los procesos de construcción subjetiva de los movimientos sociales. En este sentido, el antagonismo puede configurarse como la contraparte de la categoría de subalternidad, formando una díada. Dos categorías complementarias que permiten visualizar dos caras de todo proceso de construcción subjetiva en un contexto de conflicto social e indicar una tensión fundamental en la formación de los movimientos sociales.

III.

La acepción fuerte de resistencia, la resistencia vista desde el antagonismo, como terreno de construcción del antagonismo, implica la incorporación de la alternativa, la alteridad, el otro, el contrapuesto, lo no dado, el aún no -la utopía posible que proponía Ernst Bloch- construido en función de lo existente pero que lo rebasa. No se trata aquí simplemente de abrevar del más allá, como en la acepción débil, para sostener una postura en el presente, en función del presente, en el marco de la dominación existente, sino propiamente de una construcción que repercute en el presente pero construye algo tendencialmente ajeno a la relación de dominación. Algunos de los autores mencionados anteriormente han buscado sostener teóricamente esta idea. John Holloway, por ejemplo, cuando habla de una subjetividad que arranca del no, de la negación.[18] Toni Negri, cuando invita al éxodo y la deserción, cayendo en una idea de ruptura absoluta difícil de sostener pero sugerente si se asume como tendencial, como movimiento y como proceso.[19] Daniel Bensaid, cuando habla de autonomía relativa del movimiento social.[20] Son ecos de un debate antiguo que, por ejemplo, llevaba a Georges Sorel a escribir sobre el espíritu de escisión y sobre la fuerza del mito.

El concepto clave de esta acepción fuerte de la resistencia puede ser el de antagonismo, un concepto que reúne el adentro y el afuera de las relaciones de dominación, que indica una construcción subjetiva que parte de la subalternidad hasta ser llevada al plano del conflicto público y extraordinario –ya no solamente oculto y constante. Desde el conflicto, solamente en tiempos de conflicto abierto, es posible, en la resistencia, la construcción del antagonismo, el estar en contra que incluye con claridad meridiana la construcción del otro -sujeto social- que sugiere otra relación social, otra sociedad, prefigurando la superación del conflicto presente.

Obviamente, esta acepción fuerte de la categoría de resistencia supera la distinción que manejan algunos autores entre resistencia activa y resistencia pasiva porque, si la resistencia es una acción social, en términos teóricos resulta redundante señalar su rasgo activo y absurdo atribuirle un rasgo pasivo. Sin embargo, esta adjetivación, más allá de sus deficiencias teóricas, es un síntoma de un problema conceptual y, sin encontrar la cura, diagnostica la enfermedad.

Justamente es en el terreno teórico donde la acepción fuerte de la categoría de resistencia se encuentra más débil. Más allá de las intuiciones de los autores antes mencionados, la acepción fuerte no es objeto de reflexiones teóricas sino de un uso instintivo en el resbaloso terreno análisis socio-político. La mayoría de los análisis de intelectuales comprometidos con los movimientos sociales latinoamericanos asume esta acepción pero no la sustenta teóricamente. En algunos casos, su adopción corresponde a una proyección de deseos, de un deber ser, hasta convertirse en un mito politizador, la resistencia con R mayúscula, como ocurrió en Italia en la segunda posguerra. En otros casos, el uso de la acepción fuerte responde (superficialmente) a la necesidad de dar cuenta de la radicalización de los movimientos sociales mediante la resignificación categorial.

Indiscutiblemente la acepción fuerte de resistencia tiene una virtud: ilumina los aspectos transformadores –reales o potenciales- de los procesos de movilización en curso. Alude a un cambio de paradigma en el terreno del análisis socio-político, en la medida en que se lee, en su proyección, como un cambio de sentido, un cambio de época. Cambio de sentido en relación con el supuesto fin de la historia que, por absurdo que pareciera, quería indicar un hecho real: el acotamiento del conflicto en el marco de una relación de dominación incuestionable e indestructible. Desde mediados de los años 90, y en forma creciente hasta la fecha, el conflicto social volvió a emerger en toda su radicalidad, pasó –en términos de Scott- de ser discurso disfrazado a discurso público, discurso y acción que modifican no solamente el escenario –las grietas del conflicto- sino la misma correlación de fuerzas. En esto podemos ver un cambio de época, lo cual más que una afirmación es una pregunta, una hipótesis arborescente que implica una serie de debates.

La acepción fuerte de la categoría de resistencia indica una posibilidad real de cambiar el mundo, que se intuye en la construcción, en el conflicto, del antagonismo. Alude al cambio cualitativo, en la resistencia misma, de una versión débil, defensiva, hacia una versión fuerte que contiene la posibilidad de la ofensiva, invirtiendo la fórmula de Gramsci, el pasaje de la guerra de posiciones a la guerra de movimiento.

IV.

En un primer acercamiento, a nivel tentativo, como apertura metodológica y como propuesta de investigación, podemos delinear los ejes de tensión al interior de los movimientos sociales latinoamericanos a partir de dos tipos ideales de resistencia: resistencia subalterna y resistencia antagonista.

Es posible identificar por lo menos cinco niveles o planos que giran alrededor de la categoría de resistencia: sujeto, ámbito, temática, correlación de fuerzas y proyección/alcance sistémico.

En este esquema inicial, la resistencia “subalterna” se caracterizaría por ser animada por sujetos relativamente fragmentados (individuos o grupos), por ubicarse en el ámbito de la vida cotidiana (entendiendo por ella el entorno social inmediato y el corto plazo), por surgir entorno a temas parciales (demandas y reivindicaciones puntuales), por ser defensiva (respuesta o reacción a una agresión), por plantearse como recurso en función de la conservación (restablecimiento del estatus quo previo a la agresión). En última instancia, podemos definirla fragmentaria en cuanto a sujetos, temas y ámbitos y proyectada a un simple ajuste en la lógica sistémica, ajuste en el marco de un sistema o un pacto. En este sentido, es subalterna en cuanto se mantiene al interior de una forma de dominación.

En cambio, la resistencia “antagonista” tiende a rebasar el marco hegemónico establecido y se caracteriza por la combinación de los elementos anteriores (irreductibles cuando se habla de resistencia) con otras características que amplían el alcance de la categoría. La versión “antagonista” unificaría distintos sujetos en el marco de un movimiento social (entendido como movilización sostenida y orientada y no como suma de organizaciones), ampliaría la dimensión de la vida cotidiana hacia una dimensión política (entendiendo por política toda acción directa a modificar o mantener la estructura u organización de una sociedad), por articular la parcialidad de los temas en disputa con una visión general del conflicto, por articular la lógica defensiva con una perspectiva ofensiva destinada a modificar la correlación de fuerzas más allá de los ajustes coyunturales, por combinar la conservación de lo existente con una proyección de cambio, que sea revolucionaria o reformista, (entendiendo por reforma un cambio significativo y por revolución un cambio radical).

 

A manera de conclusión

Concluyo reiterando las principales hipótesis de este ensayo.

La ambigüedad en el uso del concepto de resistencia, más allá de las implicaciones teóricas anteriormente señaladas, refleja los procesos en curso al interior de la izquierda social latinoamericana, procesos de transformación que corresponden a una época de transición en el marco de la cual son evidentes las tensiones entre viejos y nuevos paradigmas. En la construcción histórica de la izquierda social latinoamericana, la categoría de resistencia juega un papel fundamental, no sólo por su constante presencia en el discurso, sino por ser un ángulo de lectura de las contradicciones y las tendencias que la caracterizan.

Los movimientos sociales latinoamericanos pueden y deben visualizarse en el marco de la tensión entre subalternidad y antagonismo, tensión que se manifiesta en el tópico de la resistencia y a lo largo de las dimensiones que ésta implica. A través de este prisma podemos y debemos empezar a leer el proceso histórico y las tendencias en curso en aras de avanzar en el conocimiento de las formas de la acción colectiva y la movilización social, de los itinerarios y las formas de la construcción de la izquierda social latinoamericana.

Podemos y debemos, no sólo porque es nuestro trabajo como estudiosos de los movimientos sociales, sino también, y sobre todo, porque la movilización y la participación popular son las condiciones sine que non para la liberación latinoamericana.

 


Notas:

[1] James Scott, Los dominados y el arte de la resistencia, ERA, México, 2000, pp. 239-367.

[2] Adolfo Gilly, El siglo del relámpago. Siete ensayos sobre el siglo XX, Itaca-La Jornada, México, 2000, p. 21.

[3] Ver para una aplicación al caso mexicano, Rhina Roux, El principe mexicano. Subalternidad, historia y Estado, ERA, México, 2005.

[4] Ver Walter Benjamin, Tesis sobre teoría de la historia.

[5] Ver John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, Herramienta-Universidad Autónoma de puebla, Buenos Aires, 2002.

[6] Karl Marx-Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista.

[7] Karl Marx, Prefacio a la contribución de la Crítica a la Economía Política.

[8] “La obediencia incondicional a un organon de reglas lógicas tiende a producir un efecto de “clausura prematura”, al hacer desaparecer, como lo diría Freud, “la elasticidad de las definiciones”, o como lo diría Carl Hempel, “la disponibilidad semántica de los conceptos” que constituye una de las condiciones del descubrimiento, por lo menos en ciertas etapas de la historia de una ciencia o del desarrollo de una investigación”, Bourdieu, Pierre, Jean-Claude Chamboredon y Jean-Claude Passeron, El oficio del sociólogo, Siglo XXI, México, 1998, p. 21.

[9] Ver Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista, FCE, Buenos Aires, 2004, en particular pp. 164-170.

[10] Ver Antonio Negri, Los libros de la autonomía obrera, Akal, Madrid, 2004. Cito algunos pasajes que apuntan en esta dirección: “ antagonismo entre formas económicas y formas institucionales” (p. 259); “introducir una variante subjetiva que nos permite, en las condiciones formales y reales del antagonismo, llevar a cabo una inversión de la praxis.” (p. 261); “Contradicción antagonista fundamental: la que se determina entre organización y poder de mando, entre proceso de trabajo y proceso de valorización” (p. 263); “antagonismo fundamental: entre capital y trabajo” (p. 263).

[11] Ibid.

[12] Mario Tronti, “Lenin in Inghilterra”, editorial de Classe Operaia, febrero de 1964, (traducción MM).

[13] Michael Hardt y Toni Negri, Multitud, Debate, Barcelona, 2005, pp. 91-96

[14] Alberto Melucci, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, El Colegio de México, México, 1999.

[15] Melucci, op. cit., “El antagonismo de los movimientos tiene un carácter eminentemente comunicativo: ofrecen al resto de la sociedad otros códigos simbólicos que subvierten la lógica de aquellos que dominan en ella.” (...) "Aquellos que enfatizan la falta de eficacia de estas formas de acción, no sólo no captan el antagonismo simbólico sino que subestiman el impacto político de las movilizaciones." p. 104.

[16] E.P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, Barcelona, 1989, tomo I, p. XIII.

[17] John Holloway (compilador), Clase @ Lucha. Antagonismo social y marxismo crítico. Herramienta-Universidad Autónoma de Puebla, Buenos Aires, 2004, p. 10.

[18] Ver John Holloway, Cambiar el mundo…, op. cit., pp. 13-26.

[19] Ver A Micheal Hardt y Antonio Negri, Imperio, Paidós, Buenos Aires, 2002, pp. 199-203.

[20] Daniel Bensaid, “Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren” en Memoria, núm. 190, México, diciembre de 2004, pp. 22-36.

fuente: Rebelión

 

El pensamiento de Robert Michels en la comprensión del fenómeno oligárquico de las sociedades postindustriales

El pensamiento de Robert Michels en la comprensión del fenómeno oligárquico de las sociedades postindustriales

por Edgar Ortiz Arellano

 

El presente ensayo intenta esbozar líneas generales del pensamiento de Michels y su inserción explicativa en las sociedades del siglo XXI que se caracterizan por tener un amplio discurso democrático que pretende legitimar el poder político dominante, es cierto también que la ciudadanía global se distingue por un amplío descontento hacia lo político como resultado de la imposibilidad y apatía de las élites del poder para resolver los problemas sociales y económicos del mundo global.  

 

Introducción

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial y el posterior arribo de las tecnologías de la comunicación y de la información  se desarrolló una sociedad de masas pero ya no sustentada en la producción Taylorista y Fordista que se caracterizó por la utilización de grandes contingentes de masas obreras que eran utilizadas para incrementar el proceso social productivo que el capitalismo necesitaba para ingresar a su fase imperialista y después global.


A principios del siglo XX aparece el pensamiento de Robert Michels con su obra más importante Los partidos políticos. Un estudio sociológico de las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, que pretendía llenar el vacío explicativo sobre el comportamiento de los líderes que se encumbraban en el poder de sus respectivos partidos los cuales se caracterizaban por ser de masas y de izquierda, sin embargo el estudio sociológico que desarrolló superó por demás las expectativas y se convirtió en un referente obligado para comprender la etiología de las élites políticas y sus consecuencias para el desarrollo democrático de las sociedades.

En este sentido el presente ensayo intenta esbozar líneas generales del pensamiento de Michels y su inserción explicativa en las sociedades del siglo XXI que se caracterizan por tener un amplio discurso democrático que pretende legitimar el poder político dominante, es cierto también que la ciudadanía global se distingue por un amplío descontento hacia lo político como resultado de la imposibilidad y apatía de las élites del poder para resolver los problemas sociales y económicos del mundo global.


Ley de hierro de la oligarquía

Las sociedades de masas se caracterizan por una necesidad de generar organizaciones y estructuras que permitan la coordinación armónica de los múltiples agentes sociales para la convivencia pacifica y estable. De la necesidad de organización surgen individuos que se ponen al frente de los diferentes grupos sociales y estos comienzan a especializarse como un fenómeno indispensable de los que ejercen el liderazgo y poder.

Así la historia para Michels es una reiterada separación ineludible entre aquellos que mandan y por otra parte están las grandes masas que sólo obedecen, este acontecimiento es propio de las democracias, donde si bien los gobernantes son elegidos, estos por la especialización administrativa, técnica y de ejercicio propio del poder van separándose de los gobernados, un factor determinante para este fenómeno radica en que las  sociedades de masas necesitan de la división funcional del trabajo, así bajo estas variantes Michels formula su ley de hierro de la oligarquía: “La organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes de los delegados, sobre los delegadores. Quien dice organización dice oligarquía.

Para Michels la organización es una estructura que genera la dominación oligárquica característica de nuestro tiempo. Las sociedades de mediados del siglo XX y principios del siglo XXI dejaron el proceso industrial a un lado y las grandes masas de individuos se distribuyeron en diferentes actividades económicas que hacen que la consciencia de clase se difumine en espacios que se caracterizan por crear condiciones que aumenten la apatía de los individuos y genera ambientes favorables para que las tendencias oligárquicas se acentúen mas, los puestos partidistas viven en la opacidad, los medios de comunicación saturan de información a las personas, las pirámides de mando y liderazgo se vuelven gigantescas, los sistemas electorales se diseñan de tal manera que ya no importa si los partidos tienen seguidores o no, las burocracias partidarias construyen el aparato legal que garantice su permanencia en los escaños parlamentarios y burocráticos con ello aumentando su capacidad para consolidar su posición, así como el ejercicio del poder que les reditúa en más poder.

La masa se deja llevar por el mito de que los líderes son superiores y se sienten mejor cuando son gobernados por otros, pero en los tiempos actuales simplemente no hay interés por saber que hacen los políticos, lo cual les reditúa, ya que las élites se vuelven más cerradas y mejor aun las decisiones escapan de todo escrutinio público.

La ley de hierro de la oligarquía traspasa todas las épocas, tal vez, sea la necesidad inherente de cualquier sociedad humana de requerir un orden mínimo de gobierno así como de tener prioridades básicas para la existencia de la comunidad. La organización democrática se encuentra sustentada en una organización biopolítica que no permite la verdadera representación del electorado ante los órganos de gobierno, dicha tendencia fue observada por Michels al referirse que las democracias necesariamente requieren de funcionarios altamente especializados, que los hace indispensables, de este modo no pueden ser removidos de sus puestos convirtiéndose en una élite que disfruta del poder a perpetuidad.

 

Lucha y reconfiguración oligárquica

En Michels los líderes sociales terminan convirtiéndose en un grupo dominante de sus propios seguidores, las luchas de emancipación social siempre terminan con el encumbramiento de los jefes del movimiento y estos repiten tarde que temprano los abusos cometidos por los viejos oligarcas derrocados.

Las estructuras actuales rebasan las fronteras nacionales, así que la luchas emancipadoras son también un movimiento global, pero estos grupos libertarios son dirigidos por un grupo pequeño de individuos que tienen como característica fundamental que cuentan con los recursos para operar a nivel mundial lo que los convierte en un grupo faccioso que tiende con el tiempo a representar sus intereses personales convirtiéndose en una élite intermedia que lucha por derrocar a los superacumuladores globales que busca también desequilibrar a las estructuras políticas que normalmente son quienes ponen las condiciones para que la oligarquía global opere cuando menos con mínimas garantías para la reproducción del sistema político y del capital.

La lucha contra las oligarquías en la teoría de Robert Michels  que el único desenlace posible es un reacomodo de fuerzas que trae consigo otro nuevo grupo dirigente que se encarga en primer lugar de mantener su poder e influencia y en segunda instancia tratan de construir condiciones para perpetuarse en el poder, esperando que no surja un grupo opositor que pueda poner en riesgo su hegemonía.

En condiciones de pobreza extrema la lucha por el liderazgo político se vuelve aún mas polarizado y exacerbado porque los agentes que participan en ella saben de las ventajas y privilegios que disfrutarán una vez que lleguen al control de la organización social: dinero, recursos casi ilimitados, estatus social entre otras muchas cosas, así los grupos se atacan de manera beligerante, disminuyendo la capacidad de la organización social, ya que las acciones de gobierno son constantemente denostadas y atacadas por las estructuras que aspiran al poder.

 

Conclusiones

En esta primer entrega esbozamos las ideas generales de la “ley de hierro de la oligarquía” de Robert Michels con no otra pretensión más que la de señalar la vigencia del pensamiento de uno de los grandes teóricos del elitismo político.

La teoría elitista se inscribe en un pesimismo por las formas democráticas de gobierno las cuales son simples círculos donde los grupos de oprimidos logran ascender en los laberintos del poder y una vez alcanzado el mismo, de manera irremediable se especializan olvidando las causas por las que luchaban volviéndose contra sus compañeros de lucha.

Leer a Michels ayuda a explicar  el por qué de la  búsqueda del sentido en nuestras sociedades posmodernas que no tienen mas lógica que la predominancia económica y la lucha por el poder, ahora bien este fenómeno no es nuevo, el problema consiste hoy en que las grandes masas están individualizadas, segmentadas y focalizadas en estructuras básicas de convivencia, de este modo, el individuo se encuentra en una dicotomía permanente entre lo virtual y lo real, su lógica de comportamiento ya no es según su origen de clase, los conceptos de izquierda y derecha se van diluyendo en al vorágine de la subsistencia, las oligarquías nacionales son una sombra de los hombres que a nivel global detentan el poder económico que les da a su vez una preponderancia también en lo político. Quizás para entender el ascenso de las oligarquías globales el análisis de Michels sea insuficiente pero es sin lugar a dudas una excelente aproximación que nos puede dictar las posibles líneas de futuras investigaciones.

 

EL FENÓMENO FASCISTA

EL FENÓMENO FASCISTA

ENTREVISTA A ZEEV STERNHELL 

 "No hay razón metodológica para pensar que el fascismo haya muerto en 1945"

 El historiador Zeev Sternhell ha consagrado numerosos trabajos al fascismo que han suscitado agrias polémicas en razón de la tesis principal del autor : « es en la Francia de los años 1885-1914 donde hay que buscar las raíces ideológicas del fascismo ». La siguente entrevista fue realizada (N. Zomersztajn, "Regards") en ocasión de la reedición de las tres fundamentales obras suyas sobre el tema -aún inéditas en castellano- bajo la forma de una trilogía ; "La France, entre nationalisme et fascisme" (Fayard, 2000).

  

Usted piensa que el fascismo no es un paréntesis de la historia y que no correspondería solo al período de entreguerras…

   

Yo concibo el fascismo como la forma extrema de un fenómeno ideológico y cultural que se manifiesta por la revuelta contra la revolución francesa, contra el materialismo y el racionalismo, contra los principios del liberalismo y contra la concepción utilitarista de la sociedad y del Estado. Por otro lado, es necesario precisar que es en Francia donde se encuentran los verdaderos orígenes ideológicos del fascismo. Es el fruto de un encuentro entre el nacionalismo intransigente y la revisión materialista del marxismo que se produce a lo largo de los años 1885- 1914. El fascismo consiste en una ideología de ruptura que se dirige contra el liberalismo y el marxismo, una tercera vía que pretende lanzar las bases de una nueva civilización anti-individualista, única capaz de asegurar la perennidad de una colectividad humana donde estarían perfectamente integradas todas las capas y todas las clases de la sociedad. 

 

¿Cómo explica usted que la revisión anti-materialista del marxismo sea el filón fundamental de la emergencia de la ideología fascista?

 

Es aquí donde interviene George Sorel (1847-1922). Este socialista francés juega un rol esencial en la pujanza de la síntesis fascista en cuanto el es el primero en lanzar una revisión “revolucionaria” del marxismo. El preconiza una revolución fuera de la matriz marxista tradicional. Puesto que el capitalismo no se desmorona y las masas no se mueven a golpes de razonamientos, Sorel reemplaza el contenido racionalista y materialista del marxismo, por el culto de la energía, la intuición y la violencia. Por tanto, el intenta corregir el marxismo introduciendo elementos “irracionales”. La destrucción del régimen de democracia liberal es también un fundamento de la revisión soreliana: es necesario entender bien que esta corriente revisionista se dirige tanto contra el liberalismo como contra el marxismo, porque son los sistemas de pensamiento materialista los que consideran la sociedad como un simple agregado de individuos. Al final, a los discípulos de Sorel no les queda más que remplazar al débil proletariado por la Nación en el combate contra la decadencia democrática y racionalista. Así se lleva a cabo progresivamente la vía hacia el fascismo.

   

 ¿Se puede deducir que el socialismo conduce al fascismo como se escucha a veces en ciertos medios de derecha?

   

El socialismo no conduce al fascismo. Por el contrario, es por la vía de una revisión anti-materialista del marxismo que los socialistas demócratas, como Marcel Déat en Francia y Henri de Man en Bélgica, se deslizan hacia el fascismo. Para de Man, la explotación es concebida como una categoría psicológica y no como un problema económico. En este caso, el individuo es explotado si el se siente explotado. Pero si siente que  está al servicio de una gran causa, al servicio de la patria por ejemplo, el sentirá que forma parte integrante de la comunidad nacional. Desde que se considera, como de Man, que los problemas fundamentales no son económicos, se puede comenzar a pasar hacia el fascismo.

 

  

Trad. Antonio Muñoz /ANTAGONISTAS

 

 

Bibliografía

-Ni droite ni gauche: l’idéologie fasciste en France / Zeev Sternhell:  3e éd. ref. et augm. d’un essai inédit:  [Paris] : Fayard, 2000.

-La droite révolutionnaire, 1885-1914: les origines françaises du fascisme / Zeev Sternhell, [Paris] : Fayard, 2000.

-Maurice Barrès et le nationalisme français  / Zeev Sternhell,  [Paris] : Fayard, 2000.

-(Dir.), L’éternel retour : contre la démocratie, l’idéologie de la décadence, Paris, Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1994.

-El nacimiento de la ideología fascista / Zeev Sternhell, Mario Szanjder y Maia Asheri, ,Madrid : Siglo Veintiuno , 1994.

Alexandre Douguine: "Un Fascismo Inmenso y Rojo"

Alexandre Douguine: "Un Fascismo Inmenso y Rojo"

Junio 14, 2010 Erráiz 

 

En el siglo XX solamente hubo tres formas ideológicas que pudieron probar la realidad de sus principios en materia de realización político-estatal: el liberalismo, el comunismo y el fascismo. No encontramos en la realidad otro modelo de sociedad que no sea una de las formas de estas ideologías. Hay países liberales, comunistas y fascistas (nacionalistas). Los otros están ausentes. Y no pueden existir.

 

En Rusia, pasamos dos etapas ideológicas: la comunista y la liberal.

Hay un fascismo.

 

1. Contra el nacional-capitalismo

 

Una de las versiones del fascismo, que, parece, la sociedad rusa ya está dispuesta a aceptar (o ya casi lo ha hecho) es el nacional-capitalismo.

No hay duda de que el proyecto del nacional-capitalismo o el «fascismo de derechas» es la iniciativa ideológica de esta parte de la élite de la sociedad, preocupada seriamente por el problema del poder y que distintamente se siente l´esprit du temps.

Sin embargo, la versión «nacional-capitalista», de «derechas», del fascismo no agota, en absoluto, la esencia de esta ideología. Además, la unión de la «burguesía nacional» y los «intelectuales» sobre la cual, según ciertos analistas, se fundará el futuro fascismo ruso, representa un ejemplo brillante de un enfoque completamente extraño al el fascismo como concepción del mundo, como doctrina y como estilo. La «dominación del capital nacional» es la definición marxista del fenómeno fascista. No tiene en cuenta en absoluto la base filosófica específica de la ideología fascista, ignora conscientemente el pathos de base, radical, del fascismo.

 

El fascismo es un nacionalismo, pero no importa qué nacionalismo, un nacionalismo revolucionario, rebelde, romántico e idealista, aludiendo a un gran mito y a una idea transcendental que aspira a realizar en la realidad el Sueño Imposible, dar la luz de la sociedad del héroe y del Suprahombre, transformar y transfigurar el mundo. A nivel económico, para el fascismo son característicos, más que la fraternidad, los métodos socialistas o socialistas moderados, que someten los intereses económicos personales e individuales a los principios del bien de la nación, de la justicia. Y por fin, la mirada fascista sobre la cultura corresponde a la negativa radical del humanismo, de la mentalidad «demasiado humana», es decir de lo que son los «intelectuales». El fascista detesta a la especie intelectual. Ve allí a un burgués enmascarado, a un burgués presuntuoso, a un hablador y a un cobarde irresponsable. El fascista ama al mismo tiempo lo feroz, lo sobrehumano y lo angélico. Ama el frío y la tragedia, no quiere el calor y la comodidad. En otras palabras, al fascismo le gusta todo lo se enfrenta al «nacional-capitalismo». Lucha por la «dominación del idealismo nacional» (y no del «capital nacional»), y contra la burguesía y los intelectuales (y no para ésta o con éstos). La célebre frase de Mussolini define exactamente el pathos fascista: «¡en pie, Italia fascista y proletaria!».

 

«Fascista y proletario», tal es la orientación del fascismo. Obrero, heroico, combativo y creativo, idealista y futurista, una ideología que no tiene nada que ver con garantías de comodidad suplementaria estatal para los vendedores (aunque sean mil veces nacionales) y sinecuras para los intelectuales, parásitos sociales. Las figuras centrales del Estado fascista, la mitología fascista, son el campesino, el obrero y el soldado. Y, como símbolo superior de la lucha trágica con destino y con la entropía espacial[1], el jefe divino, el Duce, el Führer, el Suprahombre que realiza en su persona supra-individual (más que individual, como «suprahombre») la tensión extrema de la voluntad nacional hacia la gesta. Por cierto, en alguna parte en la periferia, hay también un sitio para el ciudadano tendero honrado y el profesor de universidad. Enarbolan también las insignias del partido y van a la fiesta de la reunión. Pero en la realidad fascista sus figuras se marchitan, están perdidos, retroceden al fondo. Ésta no para ellas y no es por ellos por quien se hace la revolución nacional.

 

En la historia, el fascismo puro e ideal fue realizado directamente. En la práctica, los problemas esenciales de la llegada al poder y de la ordenación económica obligaron a los líderes fascistas -Mussolini, Hitler, Franco, Salazar- a aliarse con los conservadores, el nacional-capitalismo de los grandes propietarios y de los jefes de los consorcios. Pero este compromiso acaba siempre lamentablemente para los regímenes fascistas. El anticomunismo fanático de Hitler, capitalismo germánico recalentado, le costó a Alemania la derrota en la guerra frente la URSS, y por creer en la honradez del rey (portavoz de los intereses de la alta burguesía), Mussolini fue entregado en 1943 por los renegados Badoglio y Ciano, metiendo al Duce en prisión y dejándolo así en los brazos abiertos de los estadounidenses.

 

Franco consigue mantenerse más tiempo pero al precio de concesiones a la Inglaterra liberal capitalista y a USA y al precio de negarse a sostener los regímenes ideológicos emparentados con los países del Eje. Además, Franco no era ningún verdadero fascista. El nacional-capitalismo es un virus interior del fascismo, su enemigo, la prenda de su degeneración y de su destrucción. El nacional-capitalismo no es de ninguna manera una característica esencial del fascismo, sino un elemento accidental y contradictorio con su estructura interior.

Así, y en nuestro caso, el del nacional-capitalismo ruso en desarrollo, la discusión no es sobre el fascismo, sino sobre intentar desfigurar por anticipado un avance inevitable. Podemos calificar tal pseudofascismo de «preventivo», de «anticipación». Hay que definirlo antes de que nazca y se refuerce seriamente en Rusia el fascismo, el fascismo original y real, el fascismo radicalmente revolucionario por venir. Los nacional-capitalistas son viejos jefes de partido acostumbrados a dominar y a humillar el pueblo, hechos luego unos «liberales-demócratas» por conformismo, pero cuando esta etapa está acabada comienzan también a afiliarse con celo a los grupos nacionales.

Es probable que los partitócratas, con los intelectuales serviles, una vez transformada en farsa la democracia, se reunieran para ensuciar y envenenar el nacionalismo que nacía en la sociedad. La esencia del fascismo: una nueva jerarquía, una nueva aristocracia. La novedad consiste en lo que la jerarquía es construida sobre principios claros, naturales y orgánicos: la superioridad, el honor, el coraje, el heroísmo. La vieja jerarquía, que aspira a mantenerse en la era del nacionalismo, como en otro tiempo, está fundada sobre facultades conformistas: la «flexibilidad», la «prudencia», el «gusto por las intrigas», la «adulación servil», etc. El conflicto evidente entre dos estilos, dos tipos humanos, dos sistemas de valores, es inevitable.

 

2. El socialismo ruso

 

Es completamente inapropiado calificar al fascismo de ideología de «extrema-derecha». Este fenómeno se identifica más exactamente con la fórmula paradójica de «Revolución Conservadora». Esta combinación de orientación cultural-política de «derecha» -el tradicionalismo, la fidelidad al suelo, las raíces, la ética nacional- con un programa económico de «izquierda» -justicia social, restricción de los elementos del mercado, liberación de «la esclavitud del porcentaje», prohibición de flujos bursátiles, monopolios y trustes, primacía del trabajo honrado-. Por analogía con el nacionalsocialismo, que se llama a menudo simplemente «socialismo alemán», podemos hablar del fascismo ruso como de un «socialismo ruso». La especificación étnica del término «socialismo» en el contexto dado tiene un sentido particular. La discusión se refiere a la formulación inicial de la doctrina social y económica, no teniendo como base dogmas abstractos y teniendo como base leyes racionalistas, pero teniendo como base principios concretos, espirituales, morales y culturales, que formaron orgánicamente a la nación como tal. El Socialismo Ruso: no los rusos para el socialismo, sino el socialismo para los rusos. A diferencia de los dogmas marxistas-leninistas rígidos, el socialismo nacional ruso viene de esta comprensión de la justicia social que es característica de nuestra nación, de nuestra tradición histórica, de nuestra ética económica. Tal socialismo será más campesino que proletario, más municipal y cooperativo que estatal, más regionalista que centralista; son las exigencias de la especificidad nacional rusa, que se reflejará en la doctrina, y no menos en la práctica.

 

3. El hombre nuevo

 

Este socialismo ruso será construido por un hombre nuevo, «un nuevo tipo de hombre, una nueva clase». La clase de los héroes y de los revolucionarios. Los restos de la nomenklatura del partido y su régimen deben perecer como víctimas de la revolución socialista. De la revolución nacional rusa. Los rusos se cansaron de la frescura, de la modernidad, del romanticismo auténtico, de la participación en un gran asunto. Todo lo que les es propuesto hoy es o bien arcaico (los nacionales-patriotas), o bien fastidioso y cínico (los liberales).

El baile y el ataque, la moda y el la agresión, el exceso y la disciplina, la voluntad y el gesto, el fanatismo y la ironía comenzarán a hervir entre los revolucionarios nacionales; jóvenes, malos, alegres, intrépidos, apasionados y sin fronteras. Para ellos, construir y destruir, gobernar y ejecutar las órdenes, limpiar de enemigos la nación y preocuparse tiernamente por los ancianos y los niños rusos. De un paso furioso y alegre, ellos alcanzarán la ciudad gastada, el Sistema que se pudre. Sí, tienen sed de Poder. Saben ordenar. Insuflarán la Vida en la sociedad, precipitarán al pueblo al proceso voluptuoso de la creación de la Histoira. Hombres nuevos. Por fin prudentes y valientes. Así, como hace falta. Percibiendo el mundo exterior como un desafío (según expresión de Golovin).

Ante la muerte, el escritor fascista francés Robert Brasillach pronunció una extraña profecía: «veo que al este, en Rusia, el fascismo vuelve a cabalgar, un fascismo inmenso y rojo».

Observe: no el nacional-capitalismo marchito, marrón-rosa, sino el alba deslumbrante de la nueva Revolución rusa, el fascismo inmenso, como nuestras tierras, y rojo, como nuestra sangre.

 


[1] Es decir, en termodinámica, el grado de caos que puede haber en una fase de la evolución de un autómata. N. del T.



[Traducción de un fragmento de la versión francesa de Tampliery Proletariata, Moscú, 1997 (Les templiers du proletariat). Es castellano: «los templarios del proletariado».]

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Del "Rusia es Culpable" al "Turquía No es Europa" (y III)

Del "Rusia es Culpable" al "Turquía No es Europa" (y III)

LA HISTORIA DE ESPAÑA ES UNA ESFINGE SIN SECRETO. 

Puede estudiarse con un método histórico, aplicando la misma rutina científica que la investigación social nos ofrece, en sus documentos, fuentes, archivos, tradiciones, etc. independientemente de la filosofía de la historia o ideología social que profese el interesado.

No es “materia sacra”. No es coto cerrado de oficiantes de una misteriosofía de la historia, de sectarios de leyendas negras, rosas, rojas, azules o multicolores. Arma de políticos retirados e historietadores en activo.

Especialmente, debería ser materia básica para aquellos que de algún modo se identifican con un Pensamiento nacional, más allá de banderías y fetichismos.

No es el caso, nos tememos, de aquellos que, en nombre de una concepción maniquea, oportunista, indigente e irresponsable de la política y de la cultura política nacional-popular han pasado, sin solución de continuidad, de la arenga anticomunista del “Rusia es culpable” de aquel longevo cuñado de Franco, ambicioso representante del Eje en Madrid, al actual y patético slogan de “Turquía no es Europa” con el que los “indigentes políticos” (Milá dixit) de la menguada derecha extraparlamentaria española, representantes indígenas del neofascismo francés pretenden subirse al carro del nuevo y brutal antiislamismo etno-democrático, eurosionista y neocatólico, en nombre de una pretendida “Identidad” imaginada, inventada, inverosímil, inicua, intermitente, intercambiable y, sobre todo, inútil para su objetivo básico: la integración política en el sistema eurocrático, el reconocimiento público, subsidiario de una tendencia residual del neofascismo español.

Y sin embargo no se puede ocultar que con Josemaría Aznar –especialmente durante su segundo mandato- la extrema derecha ha estado en el poder, tanto en cuerpo como en el alma; y casi al completo con sus viejos programas y con sus nuevas generaciones, con un discurso escueto bien articulado, férreo, inflexible, sin complejos ni traumas, con legislación adecuada y toda una mayoría social bebiendo los vientos y comiendo de la mano de un liderazgo indiscutible.

Invocando el santo nombre de España en la boca el gobierno Aznar puso a la izquierda al borde del abismo. Erigió al vecino marroquí en irreconciliable “Enemigo del Sur” sin autoeditarse ni ocultar su identidad. Siguió machacando a ETA. Ilegalizó Batasuna y, Garzón mediante, puso al independentismo político fuera de la ley. Arrinconó el secesionismo centrífugo, el federalismo mezquino, el soberanismo traidor, a mayor gloria de la unidad nacional. Cerró Egin y logró la prejubilación del odiado obispo etarra Setién. Denunció la conspiración terrorista mahometana y derroto a los sarracenos en Perejil, descendientes cómo AbenLaden, de Muza y Tarik, de los Almorávides y de Miramolín.

Reformó la enseñanza en el sentido unitario e integral, el suyo, el de siempre, de sesgo democristiano, etno-democrático, cripto-confesional y  providencialista; el que se espera de una Derecha con certificado de garantía liberal y vocación redentora. Sin traumas ni complejos.

Embarcó en la nave corsaria de la economía global, a sus nuevos conquistadores en busca de El Dorado del Capital. Las macrocorporaciones públicas privatizadas, los Bancos y las Empresas neotecnológicas, previa cabeza de puente de un lobby económico-político con sólidas relaciones con las élites dirigentes, asaltaron el Nuevo Mundo y saquearon a placer. Hasta se atrevió tímidamente a practicar el viejo deporte de la derecha española, el golpismo, con algún gobierno díscolo y poco colaborador.

Pero faltaban las Águilas de Imperio. El sueño eterno del esencialismo hispánico. La vocación universal de la estirpe. La metafísica joseantoniana y la mística nacional-católica colgada de los tiempos imperiales y se dotara de la teológica de la decadencia nacional.

A imagen y semejanza de Serrano Suñer, realista como él, comprendió que el viceimperio no podría ser ya ejecutado como una primacía de orden universal, sino proyectarse en forma de copartipación subalterna en la gestión de las nuevas hegemonías mundiales occidentales.

La derecha regeneracionista española, de la que figuras como Serrano Suñer, José Antonio Primo de Rivera o José María Aznar formarían parte, no era extraña a la obsesión “decadentista” de la historia y a la consabida nostalgia de la monarquía universal hispánica y de su voluntad imperial trascendente.

La breve biografía política de José Antonio impide valorar plenamente aspectos de su pensamiento y columbrar hipótesis de actuación pública, dado que en vida solo su jefatura sobre la Falange fundacional –absoluta solamente en el marco de sus dos últimos años de vida casi uno sin libertad- ofrece pistas.

Es, sin embargo, incontestable que en el pensamiento doctrinario y en la formación mental del hijo del general Primo de Rivera (tan distintos y hasta distantes en lo ideológico) la tarea de nacionalización de masas y de emancipación nacional-popular ocupan un escalón inferior a la tarea ineludible de formación de un espíritu de metafísica de España entre las élites dirigentes del Estado y de la sociedad civil.

José Antonio no era nacionalista español. La desconfianza ante el proceso nacionalización social y ante un patriotismo nacional-popular de masas era general entre la Derecha, vieja o nueva, restauracionista o regeneracionista.

De procedencia política social-católica, Ramón Serrano Suñer, amigo fraterno del “Fundador” y cuñado del Jefe del “Nuevo Estado español” - Jefe absoluto además de la Nueva Falange unificada- proyectó esa doble circunstancia personal en términos de  influencia política duplicada como ejecutor de la acción exterior de España y de la gestión interna de la organización política del Estado.

El programa “Imperial” estaba ahora en las manos al fin de un regeneracionista con fuerte instinto político, innegable carisma personal y dotes intelectuales aceptables.

Designar al enemigo era la schmittiana tarea ontológica que se esperaba de él.

Internamente, la duda ofendía. Era premisa fundacional del nuevo régimen. Para la tarea de “nacionalización social” la suerte estaba echada desde antes incluso de la llegada de la República.

Para imprimir una cierta “Idea de España”, tras el infructuoso batallar ideológico decimonónico, en la Tabula rasa del nacionalismo moderno español “sobraba” ya la mitad del país, que de forma irresponsable y antinacional, había sido procesada, juzgada y condenada sin haber sido oído y sin posibilidad de defensa ni de apelación.

Era la “Anti España”. El “Enemigo” interno.

La “Heterodoxia” secular española, según el nacional-catolicismo, ideología del odio que tenía ilustres antecedentes en pensadores situados más allá de la reacción pura del carlismo, del ultramontanismo y del integrismo, propio del bajo clero provinciano y montaraz.

Los neocatólicos estaban plenamente integrados en el régimen liberal, aunque lo criticaran. La querella dinastiíta, el legitimismo y el tradicionalismo ´”integro” o de partido no les importaba ya.

La Tradición española, su filosofía política y su teología de la Historia, no se agotaban en el tradicionalismo carlista y sus respetables ideales plenos de piadosa beligerancia guerrillera, de fidelidad dinástica, de intransigencia dogmática y defensa encarnizada de privilegios feudales y ordenamientos forales.

Había que empezar –y acabar- por el primer grito de guerra de la Carlistada: Dios.

Dios es el que Es, que dijo Yahvé en el Sinaí. Pero, en espera de aclarar el ontológico enigma, para la cristiandad católica Dios es Cristo- más o menos- y Cristo volverá para el Día del Juicio Final.

Esperando los novísimos, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana sustituye místicamente a Su Señor, garantizando la sucesión del Simón-Cefas-Pedro, primer Obispo de la Urbe, mediante un Vicario o Lugarteniente en la Tierra, elegido por Príncipes del Cardenalicio Colegio por divina inspiración del Espíritu Santo.

En espera de mayores precisiones la Iglesia, Santa Madre y Esposa del Ungido,  jerarquía apostólica mediante, asume por delegación divinal una Autoridad Plenipotenciaria que a su vez coloca en manos del Máximo Pontífice, Cabeza Visible, Gran Sacerdote en hábito ceremonial de acusado simbolismo faraónico, de Infabilidad Dogmática y Santidad indiscutible.

El Papa de Roma es el Dios de los Católicos. La Santa Sede  de Roma es la Patria de los Católicos. La Iglesia de España es el Gobierno nacional de los Católicos españoles.

El énfasis de estos nuevos doctrinarios se ponía en el carácter exclusiva y excluyentemente católico, dogmático, ortodoxo, de la nación española desde sus nebulosos orígenes hasta el día de la fecha en que autores como Balmes, Pidal, Menéndez Pelayo.

Los privilegios y sinecuras financieras y las regalías y derechos en materia de Educación constituían no solo un deber exigible por los Católicos al Estado –por muy confesional que fuera- sino su obligación política, moral e histórica inexcusable dado el carácter intrínseco de la catolicidad del pueblo español.

Los derechos de la Iglesia Universal tenían un Divino origen. Los de la Iglesia española eran además cuestión de reconocimiento del hecho nacional y de la interpretación católica de la identidad española per saecula saeculorum.

No en vano, España había sido frente a toda herejía el brazo armado del Dios de Roma. Incluso contra él. Más papistas que el Papa, los españoles reinventados históricamente por los neocatólicos y  adoctrinados políticamente por los nacional-católicos debían apropiarse del concepto mismo de Estado Nacional, tan extraño a la propia tradición católica y tan familiar para los impíos partidarios de la Revolución de 1789: apóstoles del anticlericalismo, francmasones, liberales, jacobinos y demás herejes de la Volontè Generale.

 No había materia de debate, ni posibilidad de duda en esta cuestión.

La naturaleza católica del país exigía de las autoridades seculares del Estado proveer a la Santa Madre Iglesia de los medios necesarias para mantener en manos del regular y secular los ancestrales privilegios en materia de enseñanza y de educación nacional.

No se negaba al Estado su jurisdicción sobre la Instrucción Pública y otras instancias administrativas y políticas, máxime su confesionalidad católica y su generosidad fiscal.

La educación nacional seguía fielmente las orientaciones doctrinales de la Iglesia. Y esta bendecía el régimen político mientras no quisiera monopolizar el terreno educativo.

De estricta observancia vaticana, disciplinados en punto de magisterio eclesial, dotados de vastos saberes, en algún caso enciclopédicos, capacidad polémica y argumental no desdeñables, los ideólogos neocatólicos compitieron desde una concepción de España estrictamente católica-tridentina, teopolítica, ultradefensiva, providencialista de la historia nacional con los doctrinarios liberales del pensamiento nacional

Bien lo sabía Ledesma Ramos que pagó con creces el precio del aislamiento político primero y de la propia existencia finalmente, su intentona –condenada al fracaso desde el principio como barruntara su amigo de juventud, Olagüe- de doble emancipación, nacional y social, del patriotismo popular, del nacionalismo revolucionario, de la nacionalización de las masas y de la incorporación proletaria al Estado Nacional de todo el pueblo y para todo el pueblo.

A esta noble misión llegó –por causas ajenas a su voluntad- tarde, y con él el Nacional-Sindicalismo, llegó mal –sin medios ni efectivos- y nunca llegó, pues ya la absorción del Jonsismo en la Falange de José Antonio y la derrota de la alternativa fascista-radical dentro del liderazgo político de la falange jonsista sellaron este camino.

No habría ya competencia revolucionaria con el marxismo ni comunidad nacional de todo el pueblo. El Fascismo español, trufado de catolicismo político y patriotismo burgués, echaría sus cimientos –mejor o peor - sobre la mitad del terreno del pueblo español y los escombros sobre la otra mitad.

La construcción nacional del Estado, el Estado mismo, volvería a las andadas del estéril siglo de la decadencia. La Historia de España volvería a ser enseñada para adormecer las conciencia y alucinar de ensueños “imperiales”; pesadillas de “decadencias” fatales y fatalistas: la Historia de España volvería a ser el “opio del pueblo” español...

Aún así, un cierto regeneracionismo “imperial” pragmático, aprovechando la lucha entre las culturas, las reivindicaciones de las naciones jóvenes, las contradicciones  ideológicas, el ocaso del prestigio europeo en el mundo, la presencia amenazante de los peligros “alógenos”, las “revoluciones mundiales”  presagio de la nueva invasión de los bárbaros” buscaba encontrar una posición entre los vagones de primera clase del tren del porvenir del nuevo parto de los tiempos cesáreos doloroso pero pleno de oportunidades para las “naciones jóvenes” (de espíritu, en el caso español) alumbradas de fe, orgullo y valor, de vocación universal y redentora.

La España eterna, metafísica, sin pecado de materialismo concebidas, opuestas a las plutocracias demoliberales de occidente y a los “nuevos bárbaros” de Oriente, los Hunos bolcheviques y los Otros del Internacionalismo masónico-marxista, podría ser una de estas naciones.

Una nueva generación de juventudes españolas, de sólida formación y curiosidad universal se asomaba al supuesto páramo de “pan y toros” y con un fatum negro como la pena negra echando por tierra a los augures del decadentismo genético, crónico y terminal de España y de los españoles. La sorpresa fue mayúscula.

Entre los facultativos del morbo nacional, homeópatas de la “decadencia española”, galenos de ojo clínico y diagnóstico inapelable, el estupor era considerable y el pánico cundía entre aquellos doctores sin ciencia y anestesistas de la conciencia nacional.

Aquello echaba por tierra de un plumazo todo su discurso decadentista y descalificaba su categórico dictamen.

Los hijos de estos presuntos  sifilíticos de Europa, de estos desahuciados de la Historia, a los que nada debía la Europa, la nueva generación española no nació lisiada y contrahecha, débil y enfermiza. Nació, antes al contrario, sana y robusta, lozana y despierta: llena de inquietudes espirituales, éticas, estéticas, intelectuales y científicas. Sin complejos, traumas, defectos congénitos y otras zarandajas endémicas de la supersticiosa imaginación de aquellos pediatras del aborto histórico nacional, el neófito del moribundo cogió su propio toro por los cuernos y rompió las filas de los augures del triste y negro destino español escrito en una estrella de papel-carbón.

No debe extrañar que aquella generación, al margen de las innovaciones propias y las influencias externas de nuevo cuño, a pesar de todo reprodujera y tradujera el sistema social, las estructuras generales y las evoluciones generales de la generación anterior, incluyendo el historicismo anecdótico, el esencialismo estrambótico y el criticismo pedantesco de sus escépticos predecesores. La historia no opera a saltos. En España tampoco.

El pensamiento rutinario, los hábitos adquiridos, las fórmulas reiteradas,  los automatismos y convenciones, las tradiciones y prejuicios, pesan mucho y aun renqueantes suponen lo malo conocido difícil de abandonar sin la seguridad de que lo por conocer no sea peor aún.

Mas incluso reproduciendo y hasta ampliando en parte esquemas del pasado, las filias y fobias, las banderías y delirios pretéritos, es el carácter, espíritu, el modo, la manera, lo absolutamente novedoso: no tanto el qué sino el cómo, lo que representa el “salto de cualidad” y lo que hace distinta a estos nueva remesa de españoles que viene pidiendo guerra y que, al final la tendrá por partida doble.

 Si se quiere entrar en la Historia hay que aceptarla con todas las consecuencias.

 

A.Beltrán, Madrid otoño-invierno 2004

Del "Rusia es Culpable al Turquía no es Europa" (II)

Del "Rusia es Culpable al Turquía no es Europa" (II)

LA “CIVILIZACIÓN” EUROPEA

Por partes.

En primer lugar debemos partir de premisas claras y conceptos bien definidos.

No existe una “civilización europea”

Sentimos dañar oídos sensibles; pero Europa como espacio geográfico o geopolítico es un mero apéndice de Eurasia.

Es así que esta pequeña parte del mundo ha visto nacer, crecer, madurar y finalmente perecer a una constelación de pueblos y a unas formas de organización social, de comunidades de consciencia, de macrounidades dinámicas, de organismos contraposición cultural y de fuerzas biológicas interactuantes fuertemente caracterizadas que se ha dado en denominar “Civilizaciones”.

Pero este hecho –con ser importante en sí- no autoriza a suponer que haya existido en algún momento de la historia  un sentimiento de pertenencia a una comunidad de pueblos con un marco geográfico espefícico y una conciencia de identidad común.

Y que dicha conciencia haya llevado, a pesar de los conflictos, los desencuentros y las rivalidades, a un ideal de unidad anhelado por una hipotética “familia europea”.

Historiar un “ideal europeo” resulta una tarea de académicos ociosos y otros amanuenses de la euroburocracia intelectual. No vamos a perder tiempo en ello.

El problema verdadero radica en otro asunto.

Si el concepto “Europa”, con un sentido significativo propio, puede ser históricamente inteligible es precisamente por lo contrario a lo que sus modernos cantautores predican.

Aquello genuinamente “europeo”, aquello que lo distingue de otros conjuntos culturales e históricos no es precisamente su homogeneidad y su continuidad histórica.Antes al contrario, es su extrema heterogeneidad, su dispersión, su falta de identidad común, sus referentes históricos,  sus costumbres, sus valores y su evolución paradójica lo que distingue el fenómeno europeo.

Es el “principio de las nacionalidades”, considerado en sí mismo, en su origen, evolución, y transformaciones, lo que caracteriza el  hecho diferencial europeo.

Observado con detenimiento, este pequeño apéndice de Eurasia es un intrincado mosaico de etnias, naciones, lenguas, culturas, religiones, instituciones, costumbres, tradiciones, etc. sin parangón ni precedentes. Desproporcionado para sus dimensiones y para su presunto origen común.

No queremos decir con esto que sea imprescindible para una praxis unitaria un grado determinado de “homogeneidad” previa, radical e irreversible, impuesta por cualquier medio o libremente conseguida por una paciente sinergia espiritual desde arriba o por un lento proceso histórico de socialización comunitaria por abajo.

No es algo que pueda elegirse.

Solo afirmamos la existencia de una realidad histórica que los “criterios de convergencia” y los “repartos de poder” pueden solapar, soslayar y ocultar tras los fuegos de artificio monetarios, cantos de sirena para inversores, becas y premios para científicos y poetas, legislación social progresista, juegos florales de humanismo y democracia, pacifismo armado, créditos blandos y ayudas seudofilantrópicas de solidaridad e injerencia humanitarias que ocultan intereses bastardos del neocolonialismo ligth made in Europe.

Estados Unidos podrá ser una “nación infantil” sin pasado glorioso ni orgullo milenario. Pero, mal que bien, es una Nación con más de dos siglos en su haber.

Europa tiene mucha, demasiada historia, en efecto. Y muchas naciones también, demasiadas, de toda edad y condición.

Pero del mismo modo que la  unión de muchos enanos no forma un gigante, la suma de Estados nacionales nunca dará como resultado una nueva comunidad nacional.

Ni el acervo histórico milenario, ni la riqueza cultural, ni el testimonio perenne de los logros de la civilización en general, sirven de mucho cuando lo que se trata es de establecer un nuevo paradigma histórico y articular un proyecto de construcción nacional, capaces de generar valores propios de dimensión universal.

Un proceso unitario, por más “imaginativo” que sea, debe tener en cuenta esta dura realidad, en sí misma más cercana al caos que al orden; es decir, más que alejada de lo deseable que se entiende comúnmente por “civilización”.

Cuando los nuevos ideólogos de Eurolandia  buscan referentes históricos, filosóficos o políticos en el pasado para legitimar un proyecto de “unidad” (en realidad, su propio proyecto ideológico de unidad), acuden retóricamente, entre otros, a los topoi habituales: Grecia, supuesta cuna de la “democracia” y de la “razón”. Roma, mito y modelo de  organización políticos por excelencia.

El cristianismo, fe religiosa segregada del judaísmo que ha llegado a nuestros días en diferentes formas y manifestaciones.

El Renacimiento, amplio movimiento cultural de recuperación de los “valores clásicos” greco-romanos, contrapuesto a la civilización medieval gótico-católica la cual por su parte pretendía ser “restauratio et continuatio” del Imperio romano, bajo la autoridad del vicario de Cristo y cabeza visible de su Iglesia.

También el Medioevo, desde un punto de vista más restringido, sirve para algunos como paradigma de unidad e identidad de lo “europeo”.

Como en el caso de la Civilización Occidental, sensu lato, históricamente no es un modelo válido para toda la cultura europea, pues se limita al área del Imperio romano de Occidente en lo político, y está en lo religioso y en lo cultural dominado por la presencia de la Iglesia Católica.

Excluye, pues, en este sentido, a las otras Iglesias cristianas –griega y reformadas- presentes en el suelo europeo, que además coinciden a grandes rasgos –y no por casualidad- con las áreas lingüísticas predominantes.

Así, católicos, protestantes y ortodoxos, tienen su correlato idiomático, y en parte también étnico y cultural en  las familias de lenguas indoeuropeas latina, germánica y eslava.

En este punto, las excepciones confirman la regla y las desconfianzas interreligiosas prevalecen sobre un teórico “ecumenismo”, máxime si tenemos en cuenta la estrategia “reevangelizadora” del Vaticano.

Por lo demás tengamos en cuenta, que la dimensión universal del mensaje cristiano, impide adscribirla a un particularismo nacional, racial, geográfico o político que sería obstáculo importante y hasta insalvable para su misión profética.

Lo Occidental, por otro lado, se ha convertido en universal también –al menos secularmente- por el proceso de expansión mundial de su civilización. Limitarlo a lo “europeo” sería absurdo. Por lo demás no todos los países de Europa han tenido responsabilidad en el alumbramiento de la modernidad y de la expansión occidental.

 

Antitético –en todos los sentidos- a la ideología de la Modernidad, vilipendiado –no muy justamente- por la cultura renacentista, escarnecido por el pensamiento racionalista y la ilustración, es el mundo medieval un referente parcial, a menudo vergonzante, pero que quizá sea el único momento de la Historia en que el ideal de Unidad estuvo más próximo a su consumación, si quiera en las tierras del Occidente europeo y bajo la férula de un Imperio sacro y  romano, latino y germánico, católico y feudal

La Ilustración es otro mitema que no falta en el libro gordo de Petete de los más lenguaraces intelectuales, políticos y buhoneros de la Euroidea, que naturalmente consideran que las Luces son una de las más elevadas aportaciones realizadas por el Viejo Continente al género humano y que es lógico considerar este movimiento ideológico y sus consecuencias como parte fundamental del acerbo europeo y hasta cobrar royalties de paso.

El progreso científico, técnico y tecnológico. Los avances de la industria y el comercio. El espíritu de investigación, con los avances en el terreno de la sanidad y la lucha contra las enfermedades. La previsión social. La mejora de las comunicaciones y el conocimiento en general, etc. Son elementos colocados en el haber de la Europa de la Razón y del Iluminismo. Otra Europa, ésta, que se superpone a su exacta contraria: la del “oscurantismo” medieval. Pero que, cuando se trata de denunciar el islam como mentalidad “integrista”, “fundamentalista” y “medieval” (términos todos ellos  acuñados en occidente, por occidentales y contra tendencias propias de la religiosidad occidental) se yuxtaponen y se asumen como propios y positivos tanto por los críticos de uno u otro signo.

Y si el principio de las nacionalidades de origen dinástico o étnico, político o confesional, irá forjando una conciencia diferencial entre los pueblos europeos de pertenencia nacional, de soberanía, de Estado, de Nación, en definitiva, una de las consecuencias más significativas será el nacionalismo que es un fenómeno puramente europeo, quizá el que más.

IDENTIDAD E HISTORIA. CULTURA Y DECADENCIA

 

Europa, o más precisamente una parte de ella, ha sido al fin y al cabo la plataforma inicial de una dialéctica histórica de particularismos y universalidad, de expansión e individualismo feroz, de alta cultura y baja humanidad, de arrogancia y mortificación, de arte y standardización, vivero demográfico y campo experimental de una civilización, la “occidental” o moderna, que solo ella entre todas las conocidas, puede ya en su fase final recibir el apelativo de “mundial", tan poco grato para los neonacionalistas del Eurosionismo identitario, del diferencialismo cultural, de la democracia étnica, del nacional-capitalismo y del arqueofuturismo antiislámico.

Resulta paradójico que referentes tan encontrados, tan dispares y contradictorios, resultantes a veces de dialécticas culturales generadas en el seno de civilizaciones distintas, se invoquen como precedentes de “europeidad” por el simple hecho de que aunque fruto de épocas y condiciones irrepetibles, se han generado y desarrollado en suelo de la actual Eurolandia.

Pretender fundar una “patriotismo” de nuevo estilo en un difuso “patriotismo de civilización”, más aún de una civilización, la “Europea” –a la que además hay que distinguir de “lo occidental”, lo “la americanoesfera”- que no existió y no existe como tal, es una tarea condenada al fracaso: y peor aún, una tarea destinada necesariamente –lo vemos, oímos y leemos a diario- a volver a sacar del guardarropa del viejo nacionalismo de campanario y de cementerio, de trono y altar, los más apolillados atavíos de una Europa fratricida que se pretendía superar. No podía ser de otro modo.

Es indiferente al  respecto que la enemistad política y la polemíca cultural se proyecten hacia fuera, hacia espacios geopolíticos distintos y tradiciones religiosas “alógenas”.

La “Civilización” – que para sus epígonos y precursores es no sólo la mejor sino la “única”- Occidental, fáustica, moderna, oceánica, mundial, etc. no existe ya.

No es cuestión de datar su muerte, aunque fenómenos formidables como las Guerras mundiales (ejemplo claro de cuanto decimos: contiendas “civiles” intereuropeas que devienen de inmediato en mundiales por el carácter mismo del Occidente moderno) podrían servir como símbolos

 

nacida en algún lugar indeterminado del occidente europeo entre el Atlántico y el Mediterráneo en tiempos difíciles azotados por la peste, la guerra, la miseria, sobre las ruinas teocráticas y feudales de la cristiandad medieval y engullendo todo el caudal de conocimientos que la cultura andaluza había puesto a disposición en la madurez de la civilización mágica y en el especial clima creado por el Islam de España, ya en retirada, pero presente en la espiritualidad hispánica y en buena parte de la cultura del Medioevo

Más aun cuando estos espacios y tradiciones sean los unos limítrofes y –guste o no- las otras, como el Islam, estén presentes -siglos ha- en el interior del continente y sean inmediata vecindad y, a día de hoy, dimensión espiritual y comunitaria negada, vejada y perseguida tanto en su aportación histórica, en la dignidad y trascendencia de su mensaje, y en los derechos y libertades básicas de sus creyentes.

 

La historicidad lineal, propia de la historiografía casi sagrada, más cercana al mito y a la literatura que a la ciencia social, de cuño providencialista, romántico o racionalista según los casos, elaborada por los diversos Estados-Nación europeos, sigue siendo coartada de “identidades” mistificadas y ridículos delirios interpretativos que seleccionan aquellos aspectos más apropiados para la gestión tecnoburocrática de la memoria colectiva.

La Unión Europea que no es –y no puede ser- otra cosa  que una Unión de Estados Nacionales no podía por menos que multiplicar exponencialmente el delirio histórico-identitario de cada país en función de sus “ideales” fundacionales, que no son otros que los del bando vencedor de la Guerra civil europea (1914-1945) la Democracia de los Aliados Occidentales: Los Estados Unidos de Norteamérica.

Máxime si tenemos presente que lo que en esta conflagración se dirimía era el liderazgo mundial que la expansión de la civilización occidental, moderna o “fáustica” había llevado a su grado extremo, es decir a su “decadencia” final.

Sorprenderá a alguno que hayamos negado la existencia de una “civilización europea” mientras que ahora afirmemos la de una “civilización occidental”, además de haberla añadido como sinónimo el adjetivo “fáustico”.

No debería sorprender, sin embargo, a los pretendidos “euroidentitarios” de hoy el uso de un concepto, bien conocido por ellos, extraído del protagonista de la obra de Goethe, utilizado por el celebre y polémico historiador alemán Oswald Spengler en su monumental “La Decadencia de Occidente”.

Ciertamente, Occidente es un término geográfico, como pudiera serlo Europa.

 Empero, aplicado a una morfología de civilizaciones tiene un sentido histórico “dinámico” que identifica una cierta época de la cultura humana que nacida en el occidente europeo alcanzó una dimensión universal sin precedentes en la historia mundial.

El mito de Fausto sirve a Spengler como arquetipo literario del carácter ilimitado y activo de los paradigmas fundamentales del “Occidente”, sintetizado en la afirmación cosmogónica del Fausto goethiano: En el Principio fue la Acción.

No es nuestra misión aquí esbozar –siquiera lejanamente- los puntos centrales de la historiografía spengleriana, su vasta influencia ideológica, su teoría de la ciencia, del arte, su metodología analógica, sus atrevidas síntesis, sus temerarias sinopsis.

Su devastadora crítica del esquema lineal de la historia sigue siendo, en nuestra opinión, válida; como válidas nos parecen - en parte al menos-  también sus geniales intuiciones sobre tipología y morfología de las distintas culturas y civilizaciones.

Su relativismo cultural, su forzado“milenarismo”, su tono visionario, su abusivo historicismo, su mismo nacionalismo etnocéntrico, etc. pertenecen al aspecto negativo, ampliamente superado por los acontecimientos inmediatamente posteriores, por las nuevas aportaciones de las ciencias sociales y de la historiografía e incluso por sus mismos epígonos.

Uno de estos –hoy proscrito y desconocido por demás en su patria- el español Ignacio Olagüe publicó en 1939 –tiempos de guerra- el primer tomo de su obra “La Decadencia Española” que dedicó a su amigo Ramiro Ledesma Ramos, asesinado tres años atrás.

El título del ensayo de indudable sabor spengleriano era algo equívoco; pues el historiador donostiarra negaba uno de los mitos más persistentes, deprimentes y morbosos del pensamiento nacional y del historicismo  decimonónico: el mito de la “decadencia nacional”.

EL PATRIOTISMO CRÍTICO Y LA DIALÉCTICA HISTÓRICA

 

Pero aparte de demostrar con datos masivos y sorprendente erudición, la debilidad científica de la historia anecdótica tal como entonces -¡y aún hoy!- los falseadores profesionales y los mistificadores sin escrúpulos la fabricaban según los intereses creados del mandante de turno y reproducida por funcionarios de cronicón ad usum delphini; Olagüe colocaba el proceso histórico de la civilización en la península ibérica en un contexto geopolítico específico que implicaba una cantidad de factores interactuantes de todo tipo - biológicos, sociales, climáticos, religiosos, ideológicos, demográficos, raciales, etc.- que no podían soslayarse si se quería abarcar una visión de conjunto del fenómeno nacional español convertido en misterio insondable por los apóstoles del decadentismo.

Uno de los aciertos más plausibles de Spengler fue el de clasificar entre su elenco de Altas Culturas a un complejo conjunto histórico bien determinado que él mismo denominó con el ambiguo término de ”Árabe” o “Civilización mágica-arábiga”,  de extrema importancia para entender el tan discutido fenómeno de la expansión de la religión islámica y el papel representado España y por la cultura hispana como paciente crisol, a veces o furioso vórtice otras, centro creativo siempre en el original, conflictivo, fecundo intercambio de culturas y civilizaciones.

Para entendernos, dejando aparte la conocida contraposición entre Kutur y Zivilisation, Spengler incluye –entre otros-  dentro de las épocas del “Espíritu Árabe” los siguientes fenómenos que corresponden a las cuatro estaciones del ciclo anual de esta “Kultur” que principia cronológicamente con la edad vulgar, a saber: cristianismo, gnosis, mitraismo; talmudismo, Avesta, Patrística; nestorianos, monofisistas; literatura, siria, bizantina, judía, persa, copta (siglos VI-VII); Iconoclastas, Islam, Sufismo, etc., etc., hasta llegar así al “Invierno” de todo “Alta Cultura”; la extinción de la fuerza creadora con el inicio de la civilización urbana cosmopolita, la “Zivilisation”.

A través del hilo conductor de lo “Árabe”, o mejor de lo “Mágico” se engarzan figuras en apariencia opuestas, pero que, situadas en su contexto histórico, en la naturaleza de su pensamiento y en la forma mentis de la civilización “mágica” encuentran sin dificultad su sentido y acomodo.

Así,  Juan el Evangelista y Agustín de Hipona, los Padres de la Iglesia de Oriente y los Místicos cristianos de Renania o de Castilla: Plotino y Porfirio, los Neoplatónicos y Arrio; los Teólogos de Bizancio y Mani; Mahoma y Maimónides; los Cabalistas y los Sufies de Andalucia o de Persia; Aben Arabí y Sorahwardí; Aberroes y Avicena; etc forman parte del espíritu de una civilización histórica, la “árabe-mágica”, más allá y a pesar de pertenecer a distintas realidades religiosas y políticas a menudo enfrentadas.

Lo mismo puede decirse de las “formas” del mundo de las artes, de las ciencias y de la técnica, donde el espíritu de una cultura dada se “incorpora”, se “materializa” y se reconoce en su identidad.

Baste pensar en las basílicas romanas y cristianas; en los templos bizantinos y en las mezquitas; en el arte paleocristiano y prerrománico; en la Iconografía y en el Arabesco, etc. que, a pesar de sus diferencias –obvias, en todo caso, por simbolizar formas religiosas diferentes- mantienen un “estilo” y expresan un “alma” –la mágica- manifiestamente comunes.

Los avances históricos de las diversas ciencias, en la matemática, química, medicina; de la arquitectura, de las obras públicas, de la agricultura, etc. Los logros técnicos, científicos, filosóficos, etc. que alcanzaron en la Cultura andaluza –quizá la floración más importante de la Civilización mágica- un grado tan elevado; encontraron aquí su principal puerta de entrada hacia Europa gracias a un crisol cultural asentado en una herencia clásica, helenística y romana; mantenido por la prolongación política del imperio por el reino visigodo, de las grandes síntesis del saber (Etimologías) y en el carácter sincrético del cristianismo en Hispania; caldeado por el carácter peculiar del Islam de Al-Andalus y manejado con sabiduría por generaciones de espíritus humanos selectos.

En este marco de doble continuidad intelectual, la espacial de la Cultura Hispana y la temporal de la Civilización mágica, se produce el famoso, real y polémico, tan negado  como afirmado, tan sublimado como vilipendiado, proceso de trasferencia cultural entre el mundo “islámico” y el occidente “cristiano”, a través de este, por extensión, el “mundo moderno”; es decir, la “civilización occidental en su conjunto.

En otros términos, se establece de algún modo, la “deuda histórica” de Europa  con el Islam, especialmente con el Islam de España y nace el mito histórico de “Al-andalus”.

Ahora bien, para el autor teutón ya hemos visto que lo que define al espíritu de la Civilización mágica y a la cultura “árabe” no es la Religión, como no lo es en general para las otras altas culturas cuya morfología escudriña.

El Islam aparece así como culminación del ciclo cultural del “alma mágica”  o fase de maduración dentro del contexto histórico donde se origina y crece, donde florece y fructifica; es decir, sustancial y orgánicamente vinculado a la sucesión epocal de la “cultura árabe” cuyos primeros episodios espirituales tiene en el cristianismo primitivo y en el neoplatonismo, en el mitraismo y en el judaísmo helenizado, por ejemplo, ilustres precedentes de distinto signo religioso.

No queremos decir con esto que las formas religiosas o las vías espirituales de la humanidad sean productos del ambiente social e histórico de una cultura o civilización determinada.

Antes al contrario: no lo son. Y no lo son por la misma razón que no es la religión el hecho central de las civilizaciones históricas presentes.

Si las religiones fueran consecuencia o producto ya  hubieran desaparecido con las culturas donde se originaron. Si fueran causa y razón deberían  seguir existiendo las civilizaciones que de ellas surgieron.

La endeblez de la tesis del choque de civilizaciones del pensamiento neoconservador no se basa propiamente en el énfasis puesto en la ineluctable lucha entre ellas, sino en erigir al aspecto religioso en el principio generador y reconfigurador del mundo surgido tras la guerra fría.

Por otra parte, los propios musulmanes han afirmado siempre su Tradición religiosa con criterios de síntesis profética. La dialéctica sagrada del Islam se despliega ( el proodos plotiniano) como momento final o recapitulación espiritual del monoteísmo de tradición abrahámica: síntesis de la tesis judía y de la antítesis cristiana.

Eso sin olvidar el carácter profético que reconocen –y asumen- a los monoteísmos “arios”: el Zoroastrismo iranio, a Oriente; y lo que denominan “nicho de luces de los profetas griegos”, el neoplatonismo en sentido amplio, a Occidente. Marginal uno y desparecido otro, ciertamente, periféricos con relación a las raíces abrahámicas, también, pero límite espiritual, marco intelectual y medio providencial para su expansión.

Para los hombres de la cultura “árabe-mágica”, cristianos o griegos, judíos o gentiles, arrianos o bizantinos, iranios o semíticos, de extremo occidente o de Asia central, este nuevo sincretismo  podría no ser de su agrado por su origen, determinados aspectos y exigencias formales, pero en ningún caso era extraño a su cultura, mentalidad y tradición.

Excepcional floración religiosa del medio semítico, el Islam encuentra campo abonado en una civilización impregnada de Helenismo, Gnosis, Neoplatonismo, Mística, Misteriosofía, Cristianismo Mágico, Henoteísmo, Monoteísmo solar, etc. que llegada a su madurez precisa unificarse y superar las vías sin salida de las Teologías dogmáticas, de los sincretismos seudoesotéricos, de los cesarismos ilegítimos, de las satrapías políticas y religiosas, en una palabra.

Si se nos permite hacerlo, diríamos que las “condiciones subjetivas” estaban dadas. Solo falta el Mensaje y el Mensajero. Lo demás vendría por añadidura.

Explica esto –en parte- también la asombrosa expansión de la fe islámica, que no podría ser obra de una descomunal algarada de beduinos enloquecidos y camelleros belicosos. Menos aún de una presión demográfica de los “hombres del desierto” arábigo. Pues es de cajón que desierto es sinónimo de despoblación, de escasez humana y biológica.

Basándose en esta genial intuición spengleriana, con una visión más dinámica, flexible, biológica casi, del desarrollo de las ideas como ideas-fuerza, de la lucha de las culturas,  de la sustancial continuidad de un cierto “plasma intelectual” entre las civilizaciones, en oposición al cerrado sistema de relativismo irracional y autosuficiente de la génesis de las culturas propio del autor teutón, el estudioso español lanza por tierra las alucinaciones seudohistóricas del anecdotario decadentista, que habían obligado a cerebros privilegiados –como el propio Ramiro Ledesma- de sincero patriotismo y pensamiento revolucionario genial a  renunciar a la incorporación de la experiencia y de la ciencia históricas de la propia nación para fortalecer el pensamiento teórico nacional.

La historia de España, insondable galimatías, esfinge sin respuesta, nudo gordiano indestructible, laberinto de oprobios, glorias y decadencias obligaba a darle la espalda y recomenzar de cero cualquier proyecto histórico de cambio, la misma Revolución española que siendo un proceso social y político de un tiempo y sociedad determinados difícilmente podía soslayar un estudio de su evolución histórica y de las causas reales si las hubiere de su hipotética decadencia.

Del “Rusia Es Culpable” al “Turquía No Es Europa” (I)

Del “Rusia Es Culpable” al “Turquía No Es Europa” (I)

(Para una crítica del neo-nacionalismo europeo)

 Europa es una vieja puta prostituida en todos los burdeles ideológicos”(F.G. Freda) 

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NdR.- Este documento fue elaborado para la web de RESISTENCIA por Alfonso Beltrán a finales de 2004. Problemas técnicos impidieron en su momento la publicación del mismo, e incluso el propio escrito se dio por desaparecido por el autor. Tres años después, gracias a la labor de algunos camaradas antagonistas ha podido ser recuperado. Lo editaremos –con el permiso del autor- en tres partes. Léase –pues- en el contexto histórico de la fracasada “Euroconstitución” y de la crítica política a un problemático neo-nacionalismo “social-europeísta” que en aquel momento repuntaba.

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LA EUROPA IMAGINARIA

 

El proceso constituyente de la Unión Europea llegó a su término.

Con toda la pompa y circunstancia requerida por el ceremonial civil, burocrático y televisivo, los jefes gubernamentales de turno de los países miembros firmaron y rubricaron el texto definitivo de su “Carta Magna” en el mismo escenario donde se firmara y rubricara también el Tratado de Roma: punto de partida del proyecto político europeo.

Falta ahora el formal trámite plebiscitario con el cual quedará aprobada (sí o sí) la flamante “Constitución” de Eurolandia. Un referéndum que consagre jurídicamente, según los acostumbrados usos y abusos del “Estado de Derecho”, el reparto fáctico de poder entre élites políticas nacionales, intereses corporativos y mundo de los negocios.

De este modo, la “ciudadanía europea”, es decir, la exigua minoría votante y obediente, (objeto social cuantificable, masa/clase/media aritmética, escrutinio bioestadístico contabilidad semoviente y euro-humanidad estándar extrapolable ) aclamará –voto mediante- la hiperbólica “Ley de leyes” de ese régimen oligárquico, tecnocrático y taumatúrgico que ha ido creando ex nihilo durante casi medio siglo una ficción política sin precedentes: la de una “Europa” imaginaria.

Como los niños chicos que inventan en su fantasía infantil un “amigo imaginario”, así los ideólogos de la Euroficción han creado una “Eurolandia feliz” como espacio imaginario libre de conflictos, abierto, tolerante, democrático y pluscuamperfecto.

Cierto es que, como cantan Los Ilegales, “es bueno tener siempre un amigo, aunque sea un amigo imaginario, y no exista...”  Cada uno puede, de tal manera, formar su propia euroutopía pues el “amigo imaginario” jugará siempre con nosotros y a lo que queramos; estará siempre a nuestro lado sin aburrirse ni cansarse y hasta le podremos ganar al parchís.

Pudiera pensarse que, a efectos prácticos, mejor eso que nada. Quizás sea así; y haya que darse con un canto en los dientes. El que no se consuela es porque no quiere...

Concedido. Aceptemos a “Europa” como animal de compañía...

Admitamos entonces la única “Europa” posible: Una ficción político-jurídica dotada de amplia base técno-industrial, total centralización y autonomía financieras, implacable planificación y concentración de capitales, descarado proteccionismo comercial, economía subsidiada y una descomunal burocracia.

Una “Europa del Bienestar” (y de un Tercer y Cuarto Mundos marginados), de la “Calidad de vida” (y de las tasas de suicidios censurados por los mass media), de los “grandes índices macroeconómicos” (y los del paro y precariedad laboral), la “Europa de las Instituciones” (y la de la corrupción, la represión y la de los USA); una “Europa “que no es un “gigante con pies de barro”-pues ya hemos visto que no le faltan “buenas botas”- sino más bien una especie de “diplodocus”: mucho cuerpo, escaso cerebro.

Una Euroficción que sus creadores, planificadores, estrategas y gobernantes proyectan social e ideológicamente como ese “amigo imaginario” que juega o compite –económicamente- con su “otro yo”: el demasiado real “amigo americano”; que éste si que existe y bien que se le nota. Y del que trata a veces (estos niños...) de  “diferenciarse”... imaginariamente, por supuesto.

Los euro-amigos del “amigo americano”, los menos fantasiosos, los más ladinos, consumados aguafiestas, cuando la ocasión lo precisa y el interés propio lo demanda, recuerdan las “deudas” contraídas por la “Vieja Europa” con su Gran Amigo, Socio Mayor, Aliado, Liberador y Cruzado plenipotenciario de todas las Europas posibles y probables, reales o imaginarias.

EL OTOMANO NO ES HERMANO...

 

A las puertas de esta casa común de la fantasía, a este mágico mundo de colores, han llamado y siguen llamando muchos países del entorno inmediato al de los “países-miembros-fundadores”: el núcleo occidental primigenio, el más identificado con los “valores” del sedicente “mundo libre”, verbigracia, el atlantismo militante, la democracia liberal, el mercantilismo y el librecambismo, que no en vano fueron criterios básicos para los primeros acuerdos y tratados “euro-comunitarios”.

Las posteriores integraciones de mercados nacionales y de nuevos países miembros fueron ampliando la base económica y política del primitivo “Mercado Común”, revisando políticas económicas e imponiendo cambios estructurales en el sistema social de los nuevos socios comunitarios hasta conseguir una “homogeneidad” acorde con las necesidades de los Capitales-Estados respectivos en proceso de confluencia y concentración monopolistas.

El Régimen Político Español, tanto en su forma de “Democracia Orgánica” como en su actual de “Democracia parlamentaria”( continuum estatal incuestionable como precisamente el “modélico proceso de transición” demuestra) picó también al postigo comunitario tanto en la etapa desarrollista del franquismo como en los primeros gobiernos juancarlistas, con escaso éxito hasta el año de gracia de 1986, durante la prolongada etapa gubernamental del PSOE.

Pero el caso de Turquía, que solicitó antes incluso que el Estado español su adhesión al “Club Europeo” (son ridículos hasta para definirse) supera con creces otros casos análogos y es hoy el motivo de una desaforada polémica y encendidos debates donde se invocan multitud de razones, argumentos, considerandos y retruécanos de diverso tipo y condición en pro y en contra de la entrada de este país.

Cortinas de humo que a duras penas pueden ocultar –algunos ni se molestan en hacerlo ya- el fondo del problema. A pesar de las fachadas de colorines de la modernidad, hay una realidad oculta llena de cadáveres putrefactos, muertos familiares, fantasmas atávicos, terrores apocalípticos tras las paredes de cartón-piedra de la “Gran Casa Común de la Felicidad” de ese Súper Parque temático internacional llamado Eurolandia.

En efecto: Turquía puede alegar sus razones –mejores o peores-  para la adhesión y la Unión Europea poner los obstáculos –justificados o no- habituales (¿nos hemos olvidado del irritante, inenarrable, interminable, proceso negociador de nuestro país con la Comunidad económica europea?) Pero la realidad aunque negada con diplomacia aflora apenas escarbemos.

 

...Y EUROPA ES UN “CLUB CRISTIANO”

 

El flamante Club europeo quintaesencia de la modernidad, paradigma de los ideales de la Ilustración, de la tolerancia religiosa y de la libertad de conciencia resulta ser –en cuanto se le coloca ante el espejo de sus contradicciones- un puro y duro “club cristiano”.

Pudiera parecer paradójico entonces que la “Convención europea” haya rechazado una mención genérica a las “raíces cristianas” de Europa –tal como pedía la Iglesia romana y otras confesiones- en el texto definitivo de la Euroconstitución, mientras que su “laico” presidente, el inefable Giscard D ´Estaing, negaba la condición “europea” de Turquía desde una  óptica geográfica y cultural. Eufemismo para no alegar una infamante exclusión por razones religiosas.

La negativa a la inclusión del  ex presidente galo e íntimo compadre del “emperateur Bokassa, era pretexto y coartada

El Estado turco es, desde su fundación por Ataturk, un estado militantemente laico, nacionalista y pro-occidental con un poderoso ejército encargado, no solo de velar por la defensa y seguridad nacionales, sino constitucionalmente comisionado para la salvaguarda de ese carácter laico que Kemal imprimió a su movimiento revolucionario y al régimen nacional por él instaurado.

Ciertamente, el gobierno actual está en manos de un partido “islamista” que no ha llevado a cabo -que sepamos-  ninguna reforma política susceptible de transformar sustancialmente el régimen político y las instituciones básicas del Estado. Más que nada porque no podría hacerlo sin ver las calles de Estambul tomadas por los carros de combate de una de las más potentes fuerzas armadas de la OTAN.

Ahora bien. Si Turquía no es “Europa” o no lo es lo bastante para monsieur Giscard y muchos otros doctores de su Euroiglesia: ¿Es al menos “democrático” el sistema político turco?

O mejor aún: ¿Quién, cómo, cuándo y dónde decide qué es “Europa”, abarcando con solo golpe de ojo tantos ángulos y perspectivas como intereses particulares o de grupo, nacionales y transnacionales, ideológicos o religiosos, incluso tuertas miradas llenas de delirios históricos o enfoques sicopatológicos, pueblan el imaginario colectivo occidental? O también ¿cuándo un Estado es democrático, formando parte por ello del selecto “gang”  internacional de los Intocables, de los países de la Champions League mundial, la de aquellos Estados –autoelegidos como portavoces de otra ficción: la “comunidad internacional”- con patente de corso para juzgar y sojuzgar a los demás? 

¿Qué es Europa? ¿Qué es Democracia? ¿Existen realmente? ¿Dónde reside la hipotética “Identidad europea”? ¿Cuál es el sentido del fenómeno europeo?

¿Quo vadis colegas que os arrogáis el derecho a decir y decidir, así porque sí y así porque está de moda, que “Turquía no es Europa”, porque el “mahometano no es tu hermano” y la “Media Luna” no cabe en esa Europa que antaño –casi ayer mismo- era la de los “mercaderes?”

No queréis que “vuestra Europa” sea una “Colonia Yanqui”, pero tampoco un “emirato(sic) islámico”. Realidad actual contra hipótesis medieval. Política contrafáctica. Historia ficción. EuroNeverland.

De la misma manera que tampoco deseabais que fuera una constelación de nuevos satélites de la URRS, con un “Muro de Berlín” dividiéndola. Parecía una opción justa. Parecía...

Hoy no hay muro. Pero sigue habiendo norteamericanos. Con sus bases, su Alianza Atlántica y sus aviones atravesando vuestras tierras, surcando vuestros mares, sobrevolando vuestros cielos, que son nuestros y de todos también, para atacar pueblos y naciones fuera –eso sí- de vuestra “Eurolandia indioeuropea”, esa que no quiere turcos ni moros ni mahometanos, pero que lleva más de medio siglo celebrando la presencia salvadora de los Estados Unidos a los que tanto tiempo lleváis “combatiendo”...

Ya lo dijo el ex presidente Aznar en la presentación de sus memorias políticas: “Los americanos están aquí porque nosotros los llamamos”

Saber –más allá de la historia oficial- quien es esa primera personal del plural que nos metió al enemigo en casa y en que fuerzas se apoyó para hacerlo, y quienes siguen siendo hoy todavía –aparte de los gobiernos europeos en pleno- sus más fieles servidores, incluso cuando invocan un antiamericanismo ramplón, sería el mayor servicio a la verdad y a la causa de una Europa real no imaginaria.

UN PATRIOTISMO APÓCRIFO

 

Obviamente, a una Euroficción, a una Europa imaginaria, le corresponde por tradición, costumbre y entropía un patriotismo del mismo género: ficticio, ilusorio, ridículo y acrítico.

Pocas dudas existen de quien va a representar el papel de “tonto útil” en esta tragicomedia de alucinación colectiva centrada en la, o las “Identidades imaginarias” de una Unión de Estados-Nacionales y de Capitales-Transnacionales que se mantiene viva y pujante merced a un complejo sistema de equilibrios oligárquicos.

Equilibrios de toda clase y condición que reproducen a escala continental los propios de cada país, amén de los nuevos cabildeos made in Bruselas, a la vez que generan constantes desequilibrios sociales que solo un statu quo semisecreto, presupuestívoro e indecente –del que la “Euroconstitución” es una expresión más- en revisión permanente consigue a duras penas reequilibrar a cargo del contribuyente, de los países nuevos miembros o mediante esotéricos artificios financieros.

Pero hay evidencias fácilmente percibidas por el común de los mortales, incluso para los  “ciudadanos europeos”.

Ser europeo “mola mazo”, nadie lo duda. Pero si es solo esto –y no parece que sea mucho más- tampoco es como para tirar tracas y marear la perdiz de la “Europa Unida”, nueva potencia mundial y espejo de virtudes morales, cívicas, humanas y conyugales.

Nadie va a luchar, vencer o morir por el festival de Eurovisión. Ni contar de memoria las estrellitas amarillas de la bandera azul-unicef mientras canta con traducción múltiple el Himno de Eurolandia versión Beethoven-Miguel Ríos.

Resulta para todo quisque meridiana la naturaleza esencial del régimen europeo y su carácter típicamente burgués. La Democracia de Mercado, el Capitalismo sistemático, en régimen encubierto de monopolios y concentración de capitales, de Polo geoeconómico  hegemonista, de naturaleza imperialista y fuerte instinto neocolonial.

La Unión Europea de Multinacionales es una Usurocracia demo-liberal con una soberanía única, totalitaria, despótica y monetaria  con sede central en Frankfurt.

Con un liderazgo mundial basado en la explotación de empresas delocalizadas e inversiones internacionales de bajo coste y alta rentabilidad. Ingente aparato administrativo tecnoburocrático con sede en Bruselas

Lugar común sigue siendo aquello de que “el dinero no tiene patria”. O que “pecunia non olet”.

Pero es un hecho también de que algunas “patrias”– si no todas-  no carecen del poderoso caballero. Y que –en periodos críticos- el capitalismo deja de ser “cosmopolita” para muchos de sus críticos hasta adquirir una coloración que coincide vagamente con la de la “Nación”, el “Pueblo” y su “Identidad”.

Entonces, el Dinero, el Capital, las Empresas, la Banca, la Bolsa, el Mercado, dejan de ser materias económicas, de privilegio, sin patria ni fronteras, en sí mismas semejantes al líquido elemento: incoloro, inodoro e insípido.

El Nacional-Capitalismo empieza a sufrir una extraña transformación químico-identitaria..

 Se viste con los colores de la Bandera de elección. Adquiere el gusto, el “sabor” de nuestra Tierra y nuestro Pueblo. Y empieza a oler. Mejor, apesta, atufa, hiede a Patria europea reinventada llena de identidad, de cultura, de civilización.

Es el tiempo de los “patriotas”. De los falsos patriotas, entiéndase bien.

Al menos eso piensan los profesionales del nacionalismo genérico. Los madrugadores de la Gran Europa que quieren hacer realidad avant-la-letre su sempiterna arrogancia retórica: es decir, no seguir siendo “los últimos de ayer, sino los primeros de mañana”.

Pero nos barruntamos que los nuevos ganapanes de la “euroidentidad” seguirán siendo los últimos mañana y de pasado mañana. Al tiempo...

Persuadidos de que quizás la “Euroficción” les ofrezca más rentabilidad política, valoración personal y fuentes de ingresos que el viejo nacionalismo de los “Estados Nacionales” donde prácticamente “todo el pescado está ya vendido” apuestan por hacer el “trabajo de calle” que se espera de ellos; defendiendo, en esta ocasión, a la preNación Europea amenazada en su protoIdentidad y en su misma preExistencia por el enemigo interior, y eterno, el Islam, introducido a través de la Inmigración alógena y selvática.

“¡Turquía No es Europa””

Ya tardaban...

Sí, en efecto, son ellos: los de siempre. Los patriotas de lo que sea. Los mercenarios de las “identidades” tutifruti. Los viejos gladiadores del neofascismo atlántico. Los nuevos divisionarios de la guerra étnica: los Eurosionistas extraparlamentarios, los “Identitarios” pret-a-porter sin otra Identidad que la que el Poder les permite.

Ese Poder, a cuya sombra se agitan, hozan y babean, que de vez en cuando condescendiente, con desprecio e indiferencia, con la rutinaria certeza de tener que soportarlos de nuevo hasta el momento en que, el club de amigos de las Fuerzas de seguridad, los “Arios de la Benemérita” y los Identitarios de  la Europol vuelvan a ser prescindibles. “Cabeza de Turco” –nunca peor dicho- sacrificable del sistema.......

Lo suyo es ahora, dicen, otro “patriotismo” un “patriotismo de civilización”.

De una supuesta “civilización europea”, visible –para sus gafas de madera- a poco que te fijes, en la cultura neolítica o por allá cerca más o menos.

Tan evidente como para los cronistas de la Derecha constitucional del Nacional-Aznarismo lo es la “proto-españolidad” de los cavernícolas de Atapuerca.

 (continuará)