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LAS GUERRAS CAMPESINAS ALEMANAS

LAS GUERRAS CAMPESINAS ALEMANAS


AUTOR:  LUCIO SORANO

FUENTE: “HELIODROMOS” (Contributi per il Fronte della Tradizione) Nº 7, 1995

TRAD: A.B.A.

 

La historiografía moderna ha consagrado abundantes páginas al análisis del movimiento campesino y, más concretamente, a las guerras campesinas alemanas propiamente dichas, que, a partir de la segunda mitad del siglo XV,  inflamarán la Europa central y meridional.

En realidad, la crítica histórica de los últimos 40 años no se ha  distanciado apenas nada del sectarismo de la historiografía social democrática de Zimmermann  y de la marxista de Engels, Kautsky, Bebel (y más recientemente de su epígono Macek).

Para ellos el fenómeno de las revueltas campesinas , su programa radical, revestirá como máximo el carácter insurreccional de un conflicto de clase; manifestando así  la fase culminante de una revolución pre-burguesa, cuya dinámica interna sería determinada específicamente  por las condiciones  de las estructuras económicas y sociales de las zonas particulares implicadas en la insurrección.

No hace falta decir que la apologética marxista ignora totalmente la inspiración metapolítica del radicalismo evangélico presente en las guerras campesinas, que constituye su esencial motivación inspiradora, limitándose por el contrario a proponer la típica interpretación preconcebida, anacrónica, en clave de materialismo histórico.

De naturaleza diferente es, sin embargo, la investigación de A. Hollander, de O. Vasella y del historiador Auckenthaler, los cuales supieron precisamente captar el aspecto de movimiento precursor de la unidad étnico-nacional de las comunidades alemanas, unidas en una misma identidad de sangre, estirpe (Sippe) y visión del mundo. Pudiendo así reconocer más allá del radicalismo evangélico de los campesinos, la referencia a un primordial “derecho divino” (göttliches Recht) que imprimirá a la rebelión un carácter supraregional, esencialmente espiritual, orientado a la refundación del Imperio sobre bases renovadas. De donde nuestro interés en revisar este fenómeno bajo una luz diferente.

Hay que remontar el inicio de los combates  al 1439, cuando a lo largo del Alto Rin se produjeron los primeros levantamientos conocidos como “Bundschuhe”  o “Liga del Zapato” (por el emblema adoptado por los campesinos en su bandera: el zapato de los aldeanos precisamente)

Significativamente es la denominada “Rebelión de los Caballeros” la que precede –aunque por poco- y la que lidera inmediatamente las posteriores sublevaciones campesinas. De hecho, es la depauperada nobleza rústica, contrapuesta a las nuevas clases emergentes ciudadanas mercantiles y burguesas, la que guiará la lucha. Baste recordar entre todos a la límpida figura del caballero Florián Geyer o a la de Götz von Berlichingen, bizarro hombre de guerra, la que cuatro siglos más tarde la Alemania nacional-socialista tributará el merecido homenaje, dando su nombre a una división de asalto….nota…

En 1476 los seguidores de Hans Böhm se había alzado contra las vejaciones del poder banal, es decir del monopolio fiscal y administrativo, ejercido como auténtica imposición de contribución extrema a favor de los eclesiásticos y de la “aristocracia mercantil”.  Ya entonces se reclama en sustancia la vuelta de las “viejas leyes”  las “antiguas costumbres” (el Grundherschaft del derecho sajón) que en 1450 habían sido abrogadas por el derecho romano.

En 1502 estalló la enésima revuelta de las comunidades campesinas renanas; poco después, en 1514, le tocó el turno al Wütemberg con la insurrección denominada el “Pobre Conrado”.  En síntesis,  clérigos y nobleza corrupta ejercían su particular dominio sobre las poblaciones campesinas y extraían sus beneficios mediante en tres modos distintos: como derecho sobre la tierra, como poder banal propiamente dicho y como señorío feudal. Ahora bien, el ejercicio de estos tres  diferentes derechos y jurisdicciones anejas no era en absoluto homogéneo ni unificado, antes al contrario desacorde hasta el extremo de que un campesino podía pertenecer a la jurisdicción banal de un señor, trabajar la tierra de otro y estar al mismo tiempo sometido por vínculos serviles a un tercero.

A la fiscalidad y a la multitud de gravámenes e impuestos (a los que debía recurrir los nobles  para hacer frente de algún modo  a las crecientes deudas contraídas con los poderosos banqueros de la época) había que añadir  las exacciones de prelados carentes de escrúpulos, más interesados en los bienes terrenales que en los del alma, y las sevicias de los usureros –judíos por nacimiento o vocación- que reducían al mínimo la supervivencia en el mundo rural. Los campesinos,  bien lejos de entablar un conflicto de clases, no pretendían en absoluto poner en discusión las relaciones de vasallaje propias del mundo bajomedieval. Antes al contrario, era precisamente a él al que de algún modo se remitían.

Aquí  la sociedad entre Herr y Getreue, entre Señor y Seguidor fiel que, jurando mediante el “homenaje” (Huildigung) ayuda y lealtad, recibía a cambio la obligación de protegerle por parte del Señor, asume el aspecto de un vínculo libremente consentido y aceptado entre dos  libres contratantes. La obediencia del vasallo tiene como contrapartida vinculante la condición específica de que el señor sea fiel a sus obligaciones. La “libertad” para los campesinos no significa en absoluto igualitarismo individual, incompatible con el papel y la función que ellos debían desempeñar dentro del cuerpo social de la época, sino ante todo expresa el concepto de una igualdad “funcional” o “proporcional” y de una autonomía entre agrupaciones sociales divididas en órdenes y estamentos necesariamente distintos.

Por consiguiente, para cada uno de estos estamentos y grupos sociales resultaba legítimo aspirar a un equilibrio armonioso entre respeto por  la dignidad personal y subordinación a un principio superior.

En 1515 estalla en el centro de Austria la primera y verdadera guerra campesina. Dos años más tarde –al mismo tiempo y no sin cierta conexión con la publicación de las 95 tesis de Lutero- se organiza  la última “Bundschuh” en el Alto Rin. Pero el material más consistente de las sublevaciones proviene del constante reclamo de los insurgentes a esa originaria espiritualidad evangélica que sólo una Iglesia renovada podría garantizar. Frailes y sacerdotes están totalmente al margen del auténtico espíritu del monaquismo primitivo y avaramente enrocados  en la defensa de sus intereses temporales; el mensaje evangélico  estaba a la sazón sepultado en una fosa de ceremonialismo vacuo y de ritos judaicos (cfr. Trevor-Roper “Protestantismo y transformación social”).

Así pues se imponía la necesidad más urgente y acuciante que nunca de una integral renovación  o, por decirlo mejor,  de la restauración del “viejo mundo”, precisamente el que representaba el viejo “Kosmos” campesino.

Semejante perspectiva halló prontamente apoyo y el estímulo dentro de los movimientos evangélicos y de las sectas anabaptistas influidas por el radicalismo de las doctrinas husitas, conquistando inmediatamente numerosas ciudades, entre ellas Wittenberg, Erfurt, Estrasburgo y Nuremberg.

En julio de 1524 los campesinos de la Selva Negra se alzaron en armas y de allí la revuelta se extendió con rapidez por la Alta Suabia, en donde Hans Müller de Bulgenbach constituyó una Hermandad Evangélica. Los “Profetas de Zwickau” (así eran conocidos los anabaptistas seguidores de Nicolás Storch y de Thomas Müntzer) encendieron los ánimos de las poblaciones campesinas de Alsacia, de Turingia y del Tirol. Algunos años antes se había producido la infortunada expedición armada de los caballeros renanos, francones y suabos contra el arzobispo de Tréveris, coalición capitaneada por los nobles  Franz von Sickingen y Ulrich von Hutten.  Una mención aparte merece reservarse para la creación durante  este período de las primeras estructuras neocapitalistas, por obra y gracia de las poderosas sociedades bancarias de los Fugger y de los Paumgartner.

Prelados, dignatarios imperiales y grandes señores tan corruptos como escasamente perspicaces habían cometido la estupidez de contraer deudas y acordar transacciones con los banqueros. El obispo de Brixen, Melchor von Meckau, por ejemplo, había firmado un préstamo de más de veinte mil florines de oro con Jakob Fugger, deuda por  la que se vio obligado a arrendar las minas de Sterzing y Klausen. Y así, mas tarde, el príncipe-obispo de Brixen, Sprentz, hipotecó de nuevo las minas de Klausen, para saldar deudas en esta ocasión con los banqueros augsburgueses Paumgartner. El descontento tanto en los campos y en las minas como en los burgos y aldeas es general: el 10 de agosto de 1524, Mülhausen, en Turingia, se subleva. Pero la verdadera rebelión propiamente dicha toma cuerpo en el invierno siguiente, con la formación de las “milicias campesinas” de Baltringen, del Algäu y del Lago de Constanza, que se constituyen en Unión Cristina  de la Alta Suabia. En marzo de 1525 se publican los “12 artículos”, especie de manifiesto programático de los rebeldes. El susodicho documento atestigua una cultura basada en el derecho consuetudinario escrito así como en una tradición preferentemente oral, típica precisamente de la civilización campesina, pero que  se remitía a la fuente divina del derecho mismo, es decir –en el caso concreto de la religiosidad rural del siglo XVI- a las Sagradas Escrituras. La insurrección armada se propaga rápidamente por obra de los predicadores anabaptistas y husitas que encienden los ánimos de las ya desesperadas poblaciones. A principios de abril de forma una milicia en Franconia, en el valle del Tauber; al mismo tiempo estalla la rebelión en el de Neckar y se subleva Alsacia. Poco después son el Wurttemberg y Fulda quienes toman  las armas. En menos de un mes Stuttgart y Erfurt son tomadas, Maguncia y Colonia sufren tumultos; el Palatinado y el Baden se alzan contra prelados, impuestos y usureros.

Lutero, preocupado por las dimensiones adquiridas por el movimiento, tras un tímido apoyo a la causa campesina, se había pronunciado ya desde posiciones políticamente conservadoras. Éstas coincidían sustancialmente con las de los burgueses que veían amenazados sus intereses económicos por el Comunismo evangélico de los insurgentes. Así pues no tuvo dificultad alguna en retirar su apoyo –por lo demás totalmente formal- exhortando, con un clamoroso cambio de chaqueta, a los príncipes a la represión mediante el escrito “Contra las impías y criminales bandas de campesinos”.

Fundamento doctrinario y práctico de la vida comunitaria rural era el comunismo de producción, además del de consumo, de bienes (Gütergemeineschaft), necesario para poder liberarse de toda forma de egoísmo personal y de coacción mundana o estatal. Se reafirman aquí los valores de la civilización campesina, antitéticos  de los valores burgueses de la ciudad, presa de la anticristiana usura. Por lo tanto el conflicto es entre el campo y la ciudad: en uno se mantiene de alguno modo un sistema de vida tradicional (el ideal platónicamente humanista de una sociedad feliz en estado de naturaleza al que alude Tomás Moro), en la otra se respira ya el aliento corrosivo   de los nuevos tiempos. El campo es por tradición conservador, por el contrario en la ciudad germina la violencia del progresismo. De hecho el campesino mantiene –si bien residualmente- las estructuras de vida originarias de las antiguas comunidades rurales; entidades constituidas por hombres en los que aún resonaba el eco del primitivo mundo de la Tradición.  El podía entender  el significado espiritual del macrocosmos que lo circundaba, captando en él –más allá de cualquier ficción intelectualoide y de modo inmediato-  la armonía cósmica y el sentido religioso que transluce  lo manifestado. Hacia ello se unificaba su propia existencia, determinada  por el  ritmo de las estaciones,  por el crecimiento de la mies y por el transcurso  de las aguas. Por su misma naturaleza, el trasfondo  histórico y cultural de la Europa renacentista no podía evitar que esta espiritualidad asumiera el atavío de un cristianismo, auténtico y originario, fuertemente decantado en un sentido intransigente e intolerante frente a la indolencia y depravación del clero diocesano. Este vivía en la más completa ignorancia cuando no abiertamente en el vicio, buscando acaparar para sí el mayor número posible de beneficios eclesiásticos, sin después cumplir efectivamente con el ministerio sagrado. Cometiendo abusos simoníacos, llegaba al extremo de exigir el pago por administrar los sacramentos. Circunstancia bastante significativa fue el interés, además de la participación personal en la insurrección campesina tirolesa, de Philip von Hohemheim –más conocido por el seudónimo de Teofrasto Paracelso- que, con sus concepciones espiritualistas y mesiánicas influyó doctrinalmente al milenarismo apocalíptico de los rebeldes hutteritas. Thomas Müntzer, Jakob Huter, tal como lo había sido Jan Hus, constituyeron realmente la referencia espiritual primera de las sectas anabaptistas campesinas.

Tras los primeros y esperanzadores éxitos militares, la fortuna dejó de sonreír a los campesinos: en mayo de 1525 llegaron las primeras derrotas militares en Böblingen, en Leipheim y en Frankenhausen, donde, con la captura de los predicadores Jakob Wehe y Thomas Müntzer, las tropas de los insurrectos sufrieron una dura derrota. Y aún peor, en los meses de junio y julio se produjeron –cada vez más duras y dolorosas- las derrotas de Odenwald y de Ingolstadt. La victoria campesina en Schladming y en Prusia oriental no serán suficientes para equilibrar la suerte de un conflicto que está ya inapelablemente decidido. La Bauernkrieg  se traslada pues  al Tirol meridional y hallará aquí  a su más bravo capitán: el Bauernführer Michael Gaismayr. En los escasos retratos que lo representan, Gaismayr aparece como un hombre de aventajada estatura, altivo, de mirada penetrante, de angulosos y bien marcados rasgos. Se transluce en él el firme y decido carácter de un voluntad resuelta, iluminada por un fe y una confianza absolutas. Sin embargo, las dotes de valor personal y de innata capacidad estratégica no modificarán el desarrollo del conflicto.

A los primeros y exultantes triunfos en el episcopado de Salisburgo que habían devuelto la esperanza a los combatientes,  se interpuso la debacle de Radstadt y el exilio a territorio veneciano. Tras haber combatido junto a sus leales tiroleses y grisoneses  al lado de la Serenísima, se convirtió  en un personaje asaz incómodo, siendo capturado y asesinado en 1532 a traición por sicarios de Fernando de Habsburgo en Padua. Es el ocaso de la utopía campesina: Jakob Hutter se encargará de reorganizar las filas en desbandada y dirigirlas hacia Staupitz, en Moravia, en donde durante un breve período de tiempo conseguirá realizar el comunismo evangélico de los anabaptistas tiroleses.

Las guerras campesinas alemanas no son un fenómeno aislado en la Europa del  500: de hecho, hay que añadirles las revueltas en las campiñas inglesas en la época Tudor 8en las que los exponentes de las antiguas élites, como sir Thomas Percy, tendrán un papel determinante) y las sublevaciones campesinas en Francia durante el Antiguo Régimen. En Aquitania, por ejemplo, durante la revuelta de 1637, será  Antoine Du  Puy, Señor de La Mothe y de La Forest, quien se ponga al frente de los insurgentes en calidad de general de la comunidad del Perigord. A excepción de los Bonnets Rouges de Bretaña, las revueltas francesas del siglo XVII no presentarán caracteres anti señoriales.  A la cabeza de los rebeldes encontramos también pequeños hidalgos rurales, como Puimoreau o el Señor de Estampes, en el Pardiac. No por casualidad será La Vandea, región agrícola por excelencia, quien dirija un siglo más tarde la reacción contra la revolución burguesa de 1793. En el Tirol, entre los valles y cordilleras alpinas, será celosamente custodiado  el sentimiento de Heimat y Gemeinde (Patria-Estirpe y Comunidad) que anima las posteriores  luchas populares anti-napoleónicas de Andreas Hofer y –más recientemente – de Clotz, “el martillo de Val Passiria”.

Los usos, las costumbres, las tradiciones, los mismos útiles del trabajo son para el campesino los ejes de la visión del mundo en el que orden físico refleja la armonía existencial. El hombre se siente responsable y guardián del mantenimiento de este orden físico, es en este sentido un propio y auténtico demiurgo. Se podrá entender mejor  la tenacidad y el coraje con los cuales los campesinos tiroleses han defendido siempre su tierra y con los cuales, en tiempos bastante más recientes, se han opuesto a distintas iniciativas de desarraigar su cultura, si se recuerda como más de una vez azadas, horcas y hoces debieron servir de armas contra los invasores.

En cuanto a su religiosidad, se puede observar fácilmente como ésta sea solo una vestidura, entretejida por evidente hilos  rituales, símbolos y mitológicos paganos, con la que se cubre una espiritualidad mucho más antigua y originaria. Persisten de hecho –si bien bajo una forma cristianizada- los restos de un mundo primordial que no sin embargo no cesa de encarnarse en algunos tipos humanos de los valles alpinos.

Remitiéndonos a épocas más recientes en el tiempo, no es en absoluto casual que precisamente en la Alemania postguillermina se desarrollaran, defendidos desde los movimientos ruralistas del Landvolk Bewegung y del Artamanen Bund, aquellos ideales “bundish” y “volkish”, que tanta influencia tuvieron en la corriente agraria del nacionalsocialismo alemán.

Del mismo modo Carl Dyssen será autor de un programa agrícola-socialista, los nacional-bolchevique Bodo von Husse y Bruno von Salomon teorizan y asumen como propio el ejemplo húngaro de la “Confraternidad de los Héroes” de Horthy. Gustav Kentsler fundará el periódico “Blut und Boden” (Sangre y Suelo), anticipando las posteriores y mejor articuladas tesis de W. Darrè.

Ministro de Agricultura y Alimentación, Darrè fue el teórico de una aristocracia campesina que debería vivificar, mediante un vigoroso programa eugenésico, el ya depauperado espíritu y la sangre germánicos.  Proyectó una Federación del Campesinado (Bauerngenossenschaft) sobre la  cual fundamentar el Hegehof (Poder del Estirpe). Una vez más aparece el indisoluble binomio de la “espada y el arado”, del caballero y del campesino, depositarios del antiguo honor común. Recuérdese que también T.Muntzer  solía llamar a los suyos al combate afirmando que si “Dios ha dado la espada a la Autoridad, a la Comunidad corresponde la misión de utilizarla”.

El espíritu de un pueblo se identifica con la vida rural, según la tríada “Campesinado-Pueblo-Nobleza”. El campesino se convierte así en custodio del orden divino, nacido de la fuerza perpetuada en él, de las acciones de su antepasado divino y se hace portador de una ley a la cual subordinar toda su existencia.

Resulta del todo injustificada la crítica preconcebida de Evola a las guerras campesinas alemanas (cfr. Il mito dl sangue), que en el sumario análisis de este autor asumiría el carácter  anti jerárquico y plebeyo de una insurrección anti feudal. En realidad, es precisamente lo contrario, es decir que, a despecho de los tiempos, es precisamente el campesinado alemán del Quinientos quien reafirme el espíritu de la tradición medieval frente a la concepción individualista y burguesa del ciudadano, privado ya  de ese sentido interno que solo la Naturaleza derrama mediante con cósmica irradiación.

Volviendo finalmente a nuestras guerras campesinas, es preciso subrayar, una vez más, el orgullo, el amor y el coraje de hombres que supieron batirse por su tierra y su libertad. Para ellos sirve todavía –y que también  mantiene para nosotros  inalterable su valor expresivo- una emblemática sentencia de G.A. Burger: “Quien no está dispuesto incluso a perder la vida por la propia libertad es solamente digno de la cadena de la esclavitud”

Luciano SORANO

 

 

15 comentarios

Pour le Mérite -

""""Yo creo salvando las distancias y desde una cierta prudencia al comparar ambas situaciones que se podría equiparar a las revueltas de Los Comuneros de Castilla contra los abusos de los Ministros extranjeros puestos por Carlos V o El Segadors, cómo protesta de los campesinos catalanes de El Segadors en 1640. Por supuesto, la Extrema derecha ibérica, abominará de ambos movimientos, que seguramente para ellos serán independentistas y separatistas"""" Durante el franquismo Juan De Orduña rodó La leona de Castilla sobre el tema comunero, liberales, castellanista, comunistas, extrema derecha, giliprogres, etc..., no ha habido quien no haya revindicado a los comuneros que al final no eran más que unos señores que defendieroón una serie de intereses casi exclusivamente materiales. ¿Separatistas? No creo que se pueda decir tanto.

La leche -

Que alguien lo mire, y descubra el careto del giligaitas éste que tiene el morro de quejarse del sistema y votar a Sánchez-Casimacho.

Uf -

Pues menudo homenaje se le hace tenerlo presente en un corazón tan podrido y miserable como tuyo.

Arturo -

A todos los interesados en los actos del 30 aniversario de la muerte de jUAN iGNACIO podeis entrar en Juan Ignacio Justicia en Facebook.Juan ignacio siempre presente en nuetros corazones. Patria Justicia Revolucion

Levantisco -

No, no lo hay.
Y si lo hay, está tan escondido que ni se huele.

RST -

Aún siendo de un autor de línea evoliana -y reflejando por tanto el prejuicio "aristocrazitante" propio del "evolianismo"- no carece de elementos de interés para ser incorporados a un crítica de tipo nacional-popular.
Lamentablemente no parezca que esto exista realmente en este país e este momento.

xabero -

Mas aun los irmandinhos galegos.
Rebelion nazionalpoular campesina por antonomasia.

masseti -

Se os ha olvidado mentar a "les germaníes",que son de mi tierra y también fueron partícipes de una revuelta contra el emperador Carlos V.Una mezcla de socialismo de la época y de reevindicación nacionalista valenciana,siglos más tarde daría nombre a una organización radical de extrema izquierda conocida como la "jove germanía"..Un saludo y feliz año a todos,(no atragantarse con las uvas).

AJ -

Desde luego nadie te negará ese esfuerzo Alfonso.

Feliz año a todos y que os sea para bien.

AJ -

Largo texto del que se saca (por lo menos yo) mas valor por los datos que aporta que por sus conclusiones.
"Todos somos hijos de nuestro tiempo", verdad fundamental que no se puede dejar a un lado en ningún análisis.
Resulta bastante complicado interpretar los acontecimientos de otras épocas mas allá de las mismas, sobre todo si nos remontamos al siglo XV, y mas si tenemos en cuenta lo dificil que le resulta ya a algunos interpretar correctamente el presente.
El texto es un ejemplo vivo de un viejo dicho, del que tampoco escapan los análisis puramente materialistas de la historia, "cada uno arrima el ascua a su sardina", o usando el viejo dicho de Ramón de Campoamor, "todo es según el color del cristal con que se mire".

NOTA DEL TRAD. -

No hemos publicado en este texto (que, para nosotros, en sí mismo no tiene más interés que el que los lectores quieran darle: imaginamos que no sea mucho...)las necesarias notas bibliográficas e históricas de otras ocasiones.
Simplemente, dada la intrínseca deshonestidad intelectual de los "intelectuales orgánicos" del neofascismo ibérico que lo re-publicarán sin mendión de procedencia o de referencia alguna; y la modorra mental y militante de la sedicente "comunidad antagonista"; hemos hecho "economía de esfuerzos", siendo así que añada cada cual a su propia lectura aquello que necesite, pues servidor con ésta y algunas contribuciones más finiquita su "ciclo de responsabilidad" política e ideológica con la "kameradschaft" en presencia.
Buen año y parabienes universales.
A.B.A.

Prometeos -

Es un tema bastante interesante y poco conocido en general. Yo creo que se podría igualar salvando las distancias y en tiempo con la revuelta de Los Comuneros de Castilla contra los ministros extranjeros que había puesto Carlos V aquí, o El Segadors de 1640 en Cataluña.
Saludos cordiales.
Alejandro Martínez.

Prometeos -

Es un tema muy poco conocido, la verdad e interesante a la vez. Yo creo salvando las distancias y desde una cierta prudencia al comparar ambas situaciones que se podría equiparar a las revueltas de Los Comuneros de Castilla contra los abusos de los Ministros extranjeros puestos por Carlos V o El Segadors, cómo protesta de los campesinos catalanes de El Segadors en 1640. Por supuesto, la Extrema derecha ibérica, abominará de ambos movimientos, que seguramente para ellos serán independentistas y separatistas.
Saludos cordiales.
Alejandro Martínez

Diego -

Sartre , en La Cause du peuple (1972)

"Le principe du terrorisme est qu'il faut tuer... C'est une arme terrible, mais les opprimés pauvres n'en ont pas d'autres".

"El principio del terrorismo es que hay que matar... Es un arma terrible, pero los oprimidos pobres no tienen ninguna otra."

Vírico -

“Quien no está dispuesto, incluso, a perder la vida por la propia libertad, es solamente digno de la cadena de la esclavitud”

No digamos ya la vida, sino ni siquiera están dispuestos a "sacrificar" un euro.

Y no sólo tenemos gente que no está dispuesta a sacrificar nada de nada para luchar por unas naciones europeas menos encadenadas a los "mercados financieros", sino incluso existe un lumpen pequeño-burgués que está dispuestos a sacrificarse para seguir arrastrándose como gusanos ("¡Vivan las caenas"!) y obligar que todos sus vecinos sean igual de gusanos que ellos.