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VISIONES Y REVISIONES: INTRODUCCIÓN A JULIANO AUGUSTO

VISIONES Y REVISIONES: INTRODUCCIÓN A JULIANO AUGUSTO

Iniciamos desde ANTAGONISTAS una nueva sección de profundización cultural y doctrinal titulada VISIONES Y REVISIONES con la que queremos aportar concretos elementos de esclaracimiento de nuestra VISIÓN DEL MUNDO en el marco de una comunidad política que sirva tanto para la formación como para el combate.

Y qué mejor texto para desbrozar el camino que esta semblanza de aquel gran emperador, filósofo y profeta que fue Juliano Augusto, mal llamado el "Apóstata", traducido y editado por la Comunidad política de Resistencia.

Buena lectura.

Unus Deus, Unus Julianus


 

 

El presente documento es la introducción del profesor Claudio Mutti al libro de Edizioni Mediterranee Flavio Claudio Juliano. UOMINI E DEI. Introduzione, traduzione dal greco e note di Claudio Mutti, donde se recopilan y comentan escritos, himnos, cartas, etc. nacidos de la imaginación creadora del gran Emperador romano en su frustrada tentativa por restaurar, desde el helenismo militante y neoplatónico, la Antigua Religión en un mundo condenado ya a someterse a la perversión seudoreligiosa de los –como él los denominaba- "galileos".
A pesar de su breve etapa de gobierno –dos años escasos- y de su juventud (murió en combate en el año 363, a los 32 años de edad) su obra causó asombro y estupor en sus contemporáneos y su influencia no ha dejado de sentirse en el transcurso de los siglos alimentando leyendas y fabulaciones de todo tipo.
Flavio Claudio Juliano nació en Constantinopla en 331 de la rama legítima de los segundos Flavios, sobrino del emperador Constantino el Grande, que al fin y al cabo fue el único y verdadero "apóstata" de toda esta historia. Crecido lejos de la corte, sobrevivió a las matanzas familiares instigadas por el emperador Constancio II, su primo, hijo ilegítimo de Constantino, que temía perder el trono a manos de la línea legal de la familia. Sometido desde su más tierna infancia a la doble presión de incurrir en la ira imperial y aparentar un fervoroso cristianismo, Juliano se las ingenió para dotarse de una sólida formación clásica junto a maestros de reconocido prestigio dentro del helenismo. Asociado al imperio por su primo y enviado acto seguido a luchar contra los bárbaros en las Galias, demostró un brillante genio militar y amplias dotes de mando, siendo proclamado César por las legiones. Muerto Constancio, Juliano inició desde el trono imperial una vibrante y fugaz obra de restauración de la antigua religión que su temprana muerte desbarató para siempre.
Las obras (discursos, himnos, cartas, leyes, etc.) de Juliano que han sobrevivido a la persecución y al expolio de los galileos están vertidas íntegramente al castellano en la colección Biblioteca Clásica Gredos, volúmenes 17, 45 y 47. Sobre su vida y obra existen versiones noveladas de sobra conocidas (la más famosa la del escritor norteamericano Gore Vidal). Como curiosidad, apuntemos que existe asimismo una biografía sobre Juliano de un autor español heterodoxo y combativo: Santiago Montero Díaz, Biografía de Juliano el Apóstata, Madrid, Ibereuropea de Ediciones, 1969.

RST

 

 

Claudio Mutti

Resulta difícil decir hasta que punto fue para él natural elevarse y vivir en las regiones divinas: ¿acaso no nos habías hecho notar, Basilio, como solamente con esfuerzo ellas descienden, mientras que para los hombres comunes e incluso para los filósofos más destacados el esfuerzo consiste en separarse de lo bajo para poder elevarse? Los bellos sentimientos de amor y de amistad que hemos conocido en él, provienen en verdad de una de las ascensiones de su alma; y han sido llevadas sobre su carro en uno de sus viajes a través de las esferas celestes y las infinitudes supremas. Si algún pensamiento tuvo alas, fue ciertamente el suyo.
Alfred de Vigny, Dafne

 

Apremiado a esbozar un "retrato" del Emperador Juliano, el teólogo Sergio Quinzio echó mano de una inusual y provocadora analogía: comparó, de hecho, al "Apóstata" con Juan Pablo II, especificando en el actuar de ambos el intento desesperado de mantener con vida una religión condenada a desaparecer. "Si Juliano me hubiese preguntado acerca de la posibilidad de la restauración de la civilización pagana, -escribía el teólogo- hubiera dado la misma respuesta negativa que daría hoy si el Papa me interpelase sobre la posibilidad de la restauración de la civilización cristiana".(1) Más aún: "precisamente, el impulso restaurador emprendido por el joven emperador contribuyó entonces a derrumbar definitivamente el paganismo. Y el hecho me parece que se repite puntualmente, por aquello de que en la historia se vuelve a repetir regularmente".(2)

Un paralelismo igualmente original ha sido avanzado por Jacques Fontaine, profesor de lengua y literatura latina tardía de La Sorbona, durante una conversación con un periodista que le pedía una comparación entre Juliano y otros protagonistas de la historia "con proyectos bastante similares" (sic!) como Hitler o Stalin. "Yo –contestó Fontaine- lo colocaría junto, si así me lo pide, a Jomeini. Por el fanatismo, por el sentirse imbuido de una misión divina, por el hecho de considerarse un dios. Y luego por la cultura. Por la violencia, el sectarismo. De Juliano poseemos descripciones físicas muy precisas. Una, de Ammiano de Antioquia (barba puntiaguda, ojos magnéticos, hierática la figura) lo hace verdaderamente muy semejante, incluso en los rasgos, al ayatolá iraní".(3)

Así, la galería de personajes históricos a los que Juliano ha sido comparado se enriquece. Ignoramos qué hubiera pensado Stalin de esto. Por su parte, Hitler probablemente hubiera agradecido emparejamiento, ya que no pocas veces manifestó su admiración personal por el gran "Apóstata".(4)

En cuanto a Jomeini, dejando a un lado la improcedente frivolidad del "considerarse un dios"(¡!), un discurso un poco menos convencional hubiera sabido tomar en cuenta el común carácter teocrático tanto del proyecto del Augusto como el del Imam, por el cual una reseña a la función restauradora del monoteísmo islámico habría podido renovar, si fuera necesario hacerlo ya, el intento julianeo de instaurar lo que alguno ha denominado "monoteísmo de Estado".(5) Ni semejante argumentación hubiera sido científicamente abusiva, ya que el parentesco ideal entre la teología solar antigua y el Islam ha sido autorizadamente señalado por un estudioso del calibre de Franz Altheim, para el cual "los Neoplatónicos la vanguardia de Muhammad y de su odio apasionado contra toda fe que asocie a Dios un ‘compañero’",(6) mientras un célebre estudio de Henry Corbin sobre la doctrina de la unidad divina en el Islam chiíta se abre con una evocación de la literatura surgida en los años veinte del novecientos alrededor del "drama religioso del Emperador Juliano".(7)

Y sin embargo, ha sido precisamente el propio Jacques Fontaine el que ha sugerido, en correspondencia con la religión que Juliano ofició como pontifex maximus,(8) el concepto de "monoteísmo solar", al cual han hecho referencia frecuentemente todos aquellos que han investigado las manifestaciones religiosas de la época imperial.

De hecho, según el estudioso francés la forma que la tradición greco-romana asumió en la época de Juliano es "una síntesis de todas las religiones y de todas las teologías paganas, bajo el signo del monoteísmo solar"(9); o, si se prefiere el sinónimo utilizado por otros estudiosos, de un "henoteísmo solar"(10) definible con los siguientes términos: "Juliano quiere demostrar a todos que el dios Helios es el único, verdadero dios y que las numerosas divinidades romanas no son más que hipóstasis, es decir, aspectos particulares, manifestaciones concretas y fragmentarias de la única, suprema divinidad solar".(11)

Monoteísta o henoteísta, la doctrina defendida por Juliano queda resumida en varias inscripciones coetáneas que proclaman la unicidad de Dios, así como la unidad y unicidad del poder imperial(12); epígrafes que según Spengler solo pueden traducirse así: "Hay un solo Dios y Juliano es su Profeta".(13) La reiteración en este punto, que "tiene una importancia central en la concepción política de Juliano",(14) ha llevado a Athanassiadi-Fowden a hablar incluso de "una obsesión por la unidad"(15) y realzar el hecho de que "Juliano no hubiera siquiera concebido la posibilidad de compartir el poder con un asociado, y ser por contra considerado como el único vicario de Dios en la tierra". Tal concepción política encuentra su fórmula más arcaica en Homero, que pone en la boca de Odiseo: "No es bueno una multitud de jefes, que sólo haya un jefe"(16); Séneca expone el mismo principio para el Imperio Romano, diciendo que "ha sido la naturaleza la que ha creado al Rey"(17); y Filón de Alejandría añade un corolario que establece un parangón entre politeísmo y democracia: "Dios es uno sólo, y esto es un argumento contra los defensores de la opinión politeísta, que no se avergüenzan en llevar desde la tierra hasta el cielo la democracia que es la peor entre las malas instituciones".(18)

En cuanto al "monoteísmo solar", Juliano no inventó nada, sino que se limitó a perfeccionar un proceso de esclarecimiento teológico que estaba en marcha hacía tiempo ya y que Franz Altheim resume en los términos siguientes: "La historia del antiguo dios del sol, considerada a grandes rasgos, es la de un gradual refinamiento. El culto, de origen beduino, se establece en una ciudad de Siria. Por su peculiaridad y por su carácter absoluto desata los comentarios del mundo occidental, provocando el rechazo más enconado. Pero su expresión literaria, la filosofía neoplatónica y, no en último lugar, la capacidad asimiladora de la religión romana y de la concepción romana del estado, consiguieron el milagro: de la divinidad de Heliogábalo (218-222 d.C.) infectada por las orgías y por la superstición oriental, nació el más puro de los dioses, destinado a unificar de una vez por todas la religiosidad antigua".(19) En 274 d. C., bajo Aureliano, el monoteísmo solar se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano y el Sol Invictus fue reconocido como la divinidad suprema: en Roma se levantó un espléndido templo dedicado al Sol, en honor al cual se instituyeron fiestas periódicas, mientras que se constituyó un colegio de pontífices del dios Sol, acuñándose numerosas monedas con inscripciones y símbolos solares. De tal modo el "monoteísmo, al cual el sincretismo severiano había orientado el paganismo romano, halló en el culto solar patrocinado por Aureliano su versión más atrevida y eficaz",(20) tan es así que en el muro de la intransigencia cristiana no dejaron de constatarse algunas grietas.(21) En la época de Constantino adquirieron considerable importancia "las imágenes monoteístizantes de la religión de Helios: Apolo solar y el Sol Invictus sobresalían en los relieves del arco del triunfo y en las monedas de la época".(22) Mientras que las figuras de los dioses desaparecían poco a poco de las monedas de Constantino, el dios solar se imponía cada vez más: "Sol Invictus (...) se mantiene también largo tiempo en el territorio dominado por Constantino y en todas sus fábricas de moneda (...) parece que el emperador en persona tuvo una profunda devoción por el dios Sol".(23) Entre la burocracia y el ejército, la religión solar disfrutaba de máxima circulación: "el Sol Invictus y la Victoria eran los dioses militares del ejército de Constantino; de igual prerrogativa gozada la divinidad solar en las legiones de Licinio".(24)

Considerada en su contexto histórico, la formulación julianea de la teología solar se sitúa en una fase de madurez del neoplatonismo, en la que los fundamentos doctrinales de este movimiento espiritual se encuentran ya establecidos y consolidados definitivamente. Si el fundador de esta escuela, Plotino (204-270), había reconocido en el Uno el principio del ser y el centro de la posibilidad universal, su sucesor Porfirio de Tiro (233-305) había hecho del neoplatonismo una especie de "religión del Libro"(25); autor de un ensayo Sobre el Sol,(26) Porfirio había consagrado al estudio de la teología solar un tratado del que se conservan reveladores fragmentos en las Saturnales de Macrobio.(27) "En su argumentación Porfirio no hace más que aplicar la metafísica platónica –que remite al Uno cualquier aspecto parcial del Cosmos- a las más importantes divinidades del panteón clásico, mostrando como éstas no son otra cosa que atribuciones particulares del Único, que desde la perspectiva teológica es caracterizado como Sol, en cuanto es la esencia espiritual sobre el plano cósmico se "sustenta" en el astro diurno (...) en cuanto Apolo es magnificencia, salud y luminosidad (...) en cuanto Mercurio luego, "preside el lenguaje" (Saturn.,I, XVIII, 70), de este modo toda actividad es reconducida hacia una presencia divina-"solar".(28) Pero fue el heredero de Porfirio, el "divino Jámblico" (250-330), el que mediante su doctrina "convirtió (...) al último emperador pagano a su helioatría trascendente".(29) Después de Juliano, es posible proseguir la tradición "solar" hasta Proclo (410-485), autor entre otros de un Himno a Helios,(30) así como a su contemporáneo Marciano Capella, que con el himno-plegaria de Filología al Sol (De nuptiis, II, 185-193) nos ha dejado un "notable documento de la "teología solar" del tardo neoplatonismo",(31) siendo así "el último testimonio del sincretismo solar en Occidente"(32); de hecho hacia el 531, con la huída a Persia del Escolarca Damascio (470-544) y de otros neoplatónicos, la tradición "solar" abandonará el mundo cristiano y continuará su existencia propia en los mismos lugares desde donde se irradió, difundiéndose por toda Europa, el culto de Mitra.

 

 

NOTAS

(1) S. Quinzio, Como el "Apóstata" también Wojtylla combate contra el tiempo en nombre de la antigua religión, en Il Manifesto, 13 agosto 1992, p. 13.

(2) Ibidem.

(3) Imperatore e khomeinista, entrevista con Jacques Fontaine por Sandro Ottolenghi, en Panorama, 7 de junio 1987, p. 143

(4) A. Hitler, Idee sul destino del mondo, Edizioni di Ar, Padova 1980, I, pp. 68, 78, 223

(5) G. Ricciotti, L’imperatore Giuliano l’Apostata, Mondadori, Milano 1962, p. 275.

(6) Franz Altheim, Dall’antichità al Medioevo. Il volto della sera e del mattino, Sansoni, Firenze 1961, p. 15. Véase sobre todo, de F. Altheim, Il dio invitto. Cristianesimo e culti solari, Feltrinelli, Milano 1960, donde la relación entre teología solar e Islam es situada en el trasfondo del progresivo avance del monoteísmo solar en la antigüedad tardía. "Recientemente ha sido subrayada la íntima afinidad entre del monofisismo con el Islam. Se ha definido a Eutiquio, uno de los padres de la doctrina monofisista, como uno de los precursores de Muhammad. La predicación de Muhammad está inspirada efectivamente en la idea de unidad, de la idea de que Dios no podía tener ningún ‘compañero’ colocándose de esta forma en la misma línea de sus predecesores y afines neoplatónicos y monofisistas. Sólo que la pasión religiosa del Profeta supo dar un relieve mucho más vigoroso a lo que otros antes de él había sentido y anhelado" (F. Altheim, Il dio invito, cit., p. 121).

(7) H. Corbin, Il paradosso del monoteismo, Marietti, Casale Monferrato 1986, p. 3.

(8) J. Fontaine, Introduzione a: Giuliano Imperatore, Alla Madre degli dèi e altri discorsi, Fondazione Lorenzo Valla, Mondadori, Milano 1990, p. lv.

(9) J. Fontaine, ibidem.

(10) NdT.- Henoteísmo: Forma de las religiones en que hay una divinidad suprema a la vez que otras inferiores a ellas. (RDAE, 2001)

(11) S. Arcella, I Misteri del Sole. Il culto di Mitra nell’Italia antica, Controcorrente, Napoli 2002, p. 183.

(12) "Uno es Dios, uno es Juliano basileus", "Uno es Dios, uno es Juliano Augusto", cfr. E. Peterson, HEIS THEOS. Epigraphische, formgeschichtliche und religionsgeschichtliche Untersuchungen, Vandenhoeck und Ruprecht, Göttingen 1926, pp. 270-273.

(13) Oswald Spengler, Il tramonto dell’Occidente, Longanesi, Milano 1957, p. 970

(14) Augusto Guida, Un anonimo panegirico per l’Imperatore Giuliano, Leo S. Olschki Editore, Firenze 1990, p. 127.

(15) Polymnia Athanassiadi-Fowden, L’Imperatore Giuliano, Rizzoli, Milano 1984, p. 205.

(16) Homero, Iliada, II, 204

(17) Séneca, De clementia, 1, 19, 2.

(18) Filón, Creación del mundo, 171 (Filón de Alejandría, La creación del mundo. Las alegorías de las leyes, Rusconi, Milano 1978, p. 146).

(19) Franz Altheim, Il dio invitto, cit., pp. 11-12.

(20) Marta Sordi, Il cristianesimo e Roma, Cappelli, Bologna 1965, p. 328.

(21) En el 307, en Alejandría, un cristiano comparece ante el funcionario imperial. Rechaza sacrificar porque, dice, según las Sagradas Escrituras quien sacrifique a los dioses será exterminado, excepto que se trate del Dios Sol. Y el representante del emperador le responde ‘Sacrifica pues al Dios Sol’" (Louis Homo, Les empereurs romains et le christianisme, Les Belles Lettres, Paris 1931, p. 112).

(22) Lucio De Giovanni, Constantino e il mondo pagano, Associazione di Studi Tardoantichi, Napoli 1972, p. 19.

(23) Andreas Alföldi, Constantino tra paganesimo e cristianesimo, Laterza, Bari 1976, p. 49.

(24) L. De Giovanni, op. cit., p. 121.

(25) Nuccio D’Anna, Il neoplatonismo. Significato e dottrine di un movimento spirituale, Il Cerchio, Rimini 1988, p. 22.

(26) El escrito, perdido, es citado por Servio (Comentario a las Églogas, V, 66) y quizás pueda identificarse con el tratado Sobre los nombres divinos; o, tal vez, formara parte de la Filosofía de los oráculos. Cfr. G. Heuten, Le "Soleil" de Porphyre, in Mélanges F. Cumont, I, Bruxelles 1936, p. 253 ss.

(27) Macrobio, Saturnalia, I, 17-23 (I Saturnali, a cura di Nino Marinane, UTET, Torino 1977, pp. 243-304).

(28) N. D’Anna, op. cit., pp. 49-50.

(29) Franz Cumont, La Théologie solaire du paganisme romain, in Mémoires présentés par divers savants à l’Académie des Inscriptions et Belles-Lettres, XII, 2, 1913, p. 477.

(30) Proclo, Inni, edición a cargo de Davide Giordano, Fussi-Sansoni, Firenze 1957, pp. 21-29.

(31) Martiani Capellae De nuptiis Philologiae et Mercurii liber secundus, Introducción, traducción y notas por Luciano Lenaz, Liviana, Padova 1975, p. 46.

(32) Robert Turcan, Martianus Capella et Jamblique, «Revue des Études Latins », 36, 1958, p. 249.

13 comentarios

Alba Martínez -

Simplemente, no tengo palabras para elogiar a Juliano..
Acabo de terminar de leer la novela de 'Juliano el Apóstata' de Gore Vidal, y me he quedado realmente impresionada... Me ha gustado muchísimo, y la verdad, no sabía nada antes, de Juliano.
Personalmente, le admiro en todos los sentidos. (¡hasta he llorado con su muerte!)

ps -

Enhorabuena por la nueva sección.
Texto especialmente sugerente para profundizar en la figura de Juliano.
Sobre la personalidad del Emperador Juliano en relación con su visión de la ‘contemplación’ y de la ‘acción’, Santiago Montero decía que «podría muy bien simbolizarse en aquellas inocentes costumbres por las que fue censurado: saber mirar con dignidad, tanto al cielo como a la tierra».


Se pude consultar un artículo de Evola sobre Juliano en http://groups.msn.com/centroevoliano/evolaescritos.msnw?action=get_message&mview=0&ID_Message=160&LastModified=4675514087877238440

Antichaparron -

El paseante sabrá utilizar los pies para andar, pero lo que es leer no "anda" muy fino. Creo que no pasó de Barrio Sésamo.

Cordura -

Por cierto, a mí, que como ya he dicho aparte soy cristiano bíblico, me cae la mar de bien Juliano. Veo en él un alma idealista asqueada con el incipiente romanismo pseudocristiano.

Lo penoso, claro, es la aplicación que hace Mutti del asunto...

(Por cierto, el tal Sergio Quinzio debía de tener los dos ojos de cristal, ¿no?).

Venator -

A mi el articulo me parece estupendo, como tantos otros del mismo autor.
Espero y deseo que Mutti nos siga deleitando con su particular sentido de la Tradición.
Salud.

LíneAntagonista -

Comunicamos que hemos eliminado un comentario anterior firmado "ultimas noticias" sobre MSR, E2OOO y sus respectivos jerifaltes.
Advertimos nuevamente que NO es este el lugar para ventilar trapos sucios ni para hacer acusaciones sin fundamento.
La línea política, la coherencia ideológica y la catadura ética de cada cual quedará de manifiesto en el momento y en el lugar -aquí no- correspondientes.
LA-IN

Lector -

Tierra y pueblo se ha adherido al partido España2000.

Iskander -

Alexandre Del Valle ama presentarsi come discendente di ebrei sefarditi e come marito di una donna la cui famiglia è miracolosamente scampata alla "Shoah
...Asi que el ideologo principal de los Faye & Vial Boys pertenece a la aristocracia sefardí del "pueblo elegido"; y luego dirán que no pongamos "etiquetas" eurosionistas a los identitontos...Ohlalalala

Antagonistas -

Amén. Ora pro nobis.

Drieu -

"anticristianismo de baratillo con sello de origen nazi."...anda ya hombre.

Paseante -

Vaya, ya sabemos lo que hay detrás de ese furor proislámico de este blog: anticristianismo de baratillo con sello de origen nazi.

Lo sospeché en un principio, pero este artículo y otros comentarios vienen a confirmarlo.

Antagonistas -

Por última vez. No es este el sitio para los dimes y diretes del submundillo ultra.

Alexandre -

venerdì, 09 marzo 2007
Alexandre Del Valle, La Turquie dans l'Europe. Un cheval de Troie islamiste
Éditions des Syrtes, Paris 2004, pp. 460, € 23,00





Alexandre Del Valle ama presentarsi come discendente di

ebrei sefarditi e come marito di una donna la cui famiglia è

miracolosamente scampata alla "Shoah".

Da anni Alexandre Del Valle è uno dei più influenti maîtres à

penser dell'estrema destra francese, in particolare di quella che

agita tematiche "identitarie" declinandole in senso antislamico. A

lui si deve la clamorosa conversione occidentalista di alcuni

intellettuali d'Oltralpe (come ad esempio Guillaume Faye), che in

passato avevano sostenuto le tesi europeiste e antiamericane di De

Benoist. L'evoluzione di Del Valle (e, di riflesso, dei suoi

allievi) è stata sinteticamente spiegata dallo scrittore

eurasiatista Christian Bouchet, che in una recente intervista ha

dichiarato: "Alexandre Del Valle ha scelto in maniera chiara e

netta, coerentemente col suo antislamismo idrofobo, di attestarsi su

posizioni di filosionismo militante. Non invento nulla: ci si può

riferire ai testi che egli ha pubblicato sul `Figaro' dell'11 aprile

2001, nel quindicinale `Le Lien Israel-Diaspora', pubblicato dagli

elementi più estremisti della comunità ebraica in Francia, o sul

sito internet vicino al Likud `Les Amis d'Israel'

(www.amisraelhai.org)".

Alcuni mesi or sono, Del Valle ha pubblicato presso le parigine

Editions des Syrtes un libro, La Turquie dans l'Europe. Un cheval de

Troie islamiste, il cui titolo sarebbe sufficiente per confermare

l'idrofobia antislamica diagnosticata da Christian Bouchet.

Ma vale la pena di dare un'occhiata al libro, perché vi troveremo

alcune tesi che sono circolate anche in Italia, in alcuni ambienti

dell'estrema destra.

Del Valle esordisce dunque enunciando la formuletta levinasiana "la

Bible plus les Grecs", con la quale vorrebbe risolvere la questione

dell'identità europea, indicandone come componente fondamentale

l'apporto greco-romano accanto alla matrice spirituale giudeo-

cristiana. Ci si aspetterebbe dunque da lui una adeguata conoscenza

del patrimonio culturale antico, quanto meno dell'epica omerica. E

invece, fin dalle prime righe di questo volume ponderoso (ponderoso,

non poderoso), ci rendiamo conto che l'autore non conosce neppure

l'Iliade. O forse confonde il poema di Omero con la recente

pellicola americana. Altrimenti non esordirebbe affermando

testualmente: "L'Iliade racconta che i re micenei avevano

abbandonato davanti a Troia (…) un gigantesco cavallo di legno" (p.

15). Ed è probabilmente una qualche produzione hollywoodiana la

fonte della notizia secondo cui "Europa è il nome di una dea di

Tiro" (p. 16 nota); se Del Valle avesse letto l'Iliade (XIV, 321) o

le Metamorfosi ovidiane (II, 858), saprebbe che Europa era una

fanciulla mortale.

Evidentemente la specialità di Del Valle non è la cultura

greca (nella trasmissione della quale, secondo la sua personalissima

opinione, l'Islam non avrebbe svolto alcun ruolo, p. 285). Ma il

nostro, proprio lui che alle pp. 20-21 scaglia contro i Turchi

l'accusa di ignoranza della storia nonché le ancor più micidiali

accuse di revisionismo e negazionismo, non ha le carte in regola

neanche per quanto concerne la conoscenza della storia turca; e

saranno sufficienti pochi esempi per dimostrarlo. A p. 21 Mehmed II

Fatih viene collocato nel XVI secolo anziché nel XV; a p. 98 Selim

III (1789-1807) e Mahmud II (1808-1839) passano per essere "due

degli ultimi sultani ottomani", mentre in realtà dopo Mahmud II ce

ne furono altri sette; a p. 290 mostra di ritenere che l'invasione

della Russia da parte dell'Orda d'Oro sia contemporanea alla

battaglia di Lepanto e all'assedio di Vienna del 1629. Per chiarire

l'estensione delle conoscenze turcologiche di Del Valle, d'altra

parte, sarebbe sufficiente far notare che, secondo lui, l'Armenia e

la Georgia sarebbero zone turcofone (p. 22).

Con il turco, e anche con le altre lingue, il nostro non se

la cava molto meglio. A p. 88 l'epiteto tradizionalmente riferito

all'Anticristo (arabo dajjāl, turco daccal, ossia "impostore")

diventa dadjal e viene reso con "apostata", mentre a p. 418 è

tradotto col sintagma "re degli apostati"; a p. 90 troviamo che il

nome personale Kemal ("perfezione") vuol dire "il Perfetto"; a p.

102 leggiamo che "millat o millet significa `nazionale'", quando

invece significa"comunità"; a p. 228 apprendiamo che i Musulmani

bosniaci e del Sangiaccato parlano inglese, dato che, secondo Del

Valle, "tra loro si chiamano turkish [sic]". La scarsa familiarità

con le lingue induce l'autore a ribattezzare il Baath con lo strano

nome di Baa (pp. 109 e 170) e a scambiare un mese islamico per una

casa editrice (p. 97, n.11).

Ma non si tratta solo di incompetenza linguistica. La

dimestichezza di Del Valle con la cultura islamica è ai minimi

termini, poiché è convinto che l'ummah (la comunità dei Credenti)

sia un "califfato di fatto" (p. 111). D'altronde, sembra che egli

non abbia mai sfogliato nemmeno una traduzione del Corano, visto che

a p. 150 riesce a sbagliare perfino nel citare l'incipit della

Fatihah, che nella sua traduzione diventa testualmente: "Lode a Dio,

Signore dei due [sic] mondi"!

Per il resto, Del Valle è persuaso che il taoismo sia un

fenomeno tipicamente giapponese (p. 286), che Nietzsche abbia

elaborato la "teoria dei `nuovi'" [???] (p. 222, n. 3) e che

Giovanni Boccaccio sia un esponente della letteratura turcofila

fiorita in Europa nei secc. XVII e XVIII (p. 182).

Su questi solidi fondamenti di cultura generale e

specialistica, Del Valle costruisce la sua teoria, che può essere

sintetizzata nei termini seguenti: "in base ai quattro principali

criteri che consentono di definire l'appartenenza all'Europa

(geografico, linguistico, etnico e storico-religioso)" (p. 298), la

Turchia non è Europa.

Per quanto riguarda i confini geografici dell'Europa, siccome Del

Valle si richiama ripetutamente ai Greci, gli consigliamo di dare

un'occhiata a Erodoto, IV, 45: scoprirà che il padre della

storiografia greca situava i limiti orientali dell'Europa oltre la

penisola anatolica, sulle coste della Georgia. Ma Erodoto, obietterà

il nostro, era un extraeuropeo anche lui, in quanto nativo della

Caria… Rinviamo allora Del Valle al più grande poeta dell'Europa

cristiana, Dante Alighieri, che situava "lo stremo d'Europa" proprio

in Anatolia (Paradiso, VI, 5). O anche Dante era, come Boccaccio, un

letterato turcofilo?

Venendo al punto di vista linguistico, è fuor di dubbio che "la

lingua turca non appartiene al gruppo degli idiomi `indoeuropei'"

(p. 299). Ma neanche il basco appartiene alla famiglia linguistica

indoeuropea, né lingue come l'ungherese, il finlandese, l'estone, il

lappone e tutti gli altri idiomi ugrofinnici parlati al di qua degli

Urali. E allora? I popoli che parlano queste lingue non sono popoli

europei? Viceversa, dovrebbero essere considerati europei gli

abitanti delle Americhe e dell'Australia, per il semplice fatto che

da qualche secolo parlano lingue d'origine indoeuropea?

Anche l'appartenenza etnica, secondo Del Valle, renderebbe i Turchi

estranei all'Europa, tant'è vero, dice, che "l'ideologia ufficiale

dello Stato kemalista turco rammenta con fierezza l'origine

specifica, asiatica e turano-altaica, dei Turchi" (p. 300). Qui si

potrebbe obiettare che una cosa è l'ideologia kemalista, ma

tutt'altra cosa è la reale etnogenesi dell'attuale popolazione

anatolica, nella quale l'elemento turco rappresenta soltanto lo

strato più recente, venutosi ad aggiungere a una molteplicità di

componenti etniche d'origine ariana. In ogni caso, potremmo

ricordare a Del Valle che c'è in Europa un'altra etnia che rivendica

un'origine turano-altaica: sono i Székely della Romania, che

orgogliosamente si dichiarano discendenti degli Unni. Che ne

facciamo? Li scacciamo dai Carpazi e li rimandiamo in Asia? E

assieme a loro ricacciamo in Asia i Tartari della Romania, della

Polonia e della Finlandia? E delle comunità turche dei Balcani,

della Bessarabia, della Russia, che dobbiamo farne? E delle varie

popolazioni finniche stanziate tra il Golfo di Botnia, il Baltico,

la Volga e gli Urali?

L'ultimo criterio che Del Valle accampa per negare l'appartenenza

dei Turchi all'Europa è quello "storico-religioso". Richiamandosi al

principium auctoritatis, Del Valle cita questa apodittica sentenza

del suo "amico e avvocato" (p. 7) Gilles-William Goldnagel,

vicepresidente dell'Association France-Israël e dedicatario del

libro: "La Turchia non ha nulla a che fare con l'Europa (…) e il

fatto che essa sia alleata di Israele, dell'Europa o degli Stati

Uniti non implica in alcun modo la sua adesione all'Unione, perché

l'Europa è prima di tutto un insieme di cultura giudeo-cristiana"

(pp. 70-71). La Turchia, in quanto paese musulmano, è stato

dunque, "fino a una data recente, il nemico principale dell'Europa"

(p. 302).

Che l'affermazione di una presunta identità giudaico-cristiana

dell'Europa fosse uno strumento ideologico funzionale alla "difesa

dell'Occidente" e alla strategia atlantista dello scontro di

civiltà, per noi era chiaro da un pezzo. Così come ci era chiaro che

tale strumento ideologico doveva avere, tra l'altro, la funzione di

allontanare la prospettiva dell'ingresso della Turchia nell'Unione,

in quanto ciò costituirebbe un ostacolo a certi disegni americani. E

a confermarcelo sono proprio l'avvocato Goldnagel e il suo

cliente. "La Turchia in Europa – scrive Del Valle – significherebbe

che l'Unione, diventata la potenza geopolitica eurasiatica tanto

temuta da tutti gli strateghi anglosassoni da Mackinder fino a

Zbigniew Brzezinski, sfuggirebbe al controllo della potenza

marittima americana e poi, successivamente, sarebbe in grado di

rivoltarsi contro Washington" (p. 69).

In altre parole: qualora la Turchia venisse accolta nell'Unione

Europea, la "coerenza geopolitica" (p. 28) dell'Europa egemonizzata

dagli USA risulterebbe gravemente compromessa. È quindi necessario,

se si vuole che la Turchia continui ad essere "un amico e un

incontestabile alleato dell'Occidente" (p. 21), tenerla

rigorosamente separata dal resto dell'Europa.



Claudio Mutti