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FRITHOJF SCHUON: "MARÍA Y EL MISTERIO MARIAL"

FRITHOJF SCHUON: "MARÍA Y EL MISTERIO MARIAL"

Fuente: www.sophiaperennis.com

La Santa Virgen personifica la Substancia universal; personifica también la Virtud global e indiferenciada: el alma identificada al amor de Dios, a la Contemplatividad.

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La Santa Virgen es inseparable del Verbo encarnado, como el Loto es inseparable de Buda, y como el corazón es la sede predestinada de la sabiduría inmanente. Hay, en el Budismo, toda una mística del Loto, la cual comunica una imagen celeste de una belleza y de una elocuencia insuperables; una belleza análoga a la custodia conteniendo la Presencia real, y análoga sobretodo a esa encarnación de la Feminidad divina que es la Virgen María. La Virgen, Rosa mystica, es como la personificación del Loto celeste; en un cierto sentido, ella personifica el sentido de lo sagrado, el cual es la introducción indispensable a la recepción del sacramento.

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María personifica la Esencia informal de todos los Mensajes, ella es en consecuencia la "Madre de todos los Profetas"; ella se identifica a la Sabiduría primordial y universal, la Religio Perennis.

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Una palabra presupone el silencio; no se puede escuchar en medio de un alboroto. El silencio debe de ser perfecto en la medida que la palabra es noble.

Cuando hay extinción del alma, hay virtud. El alma es virtuosa cuando ella es como Dios la ha creado; los vicios o son privaciones o son defectos superpuestos. El alma primordial, iluminada, silenciosa, es el "loto" (padma) que contiene la "joya" (mani); es este loto el que personifica la Santa Virgen. Ella es la "Paz" que vehicula la "Bendición". O ella es el "Santo Silencio" que contiene la divina Palabra (logos).

Pero este silencio, en realidad, es vida: "Soy negra, pero hermosa". Que el alma caída calle -vacare Deo- y las Cualidades divinas se miran en ella; estas Cualidades divinas de las cuales ella lleva las guías en su substancia misma.

La verdad y la belleza son vías hacia el santo silencio: ellas efectúan el recuerdo de nuestra substancia paradisíaca. Porque el silencio está hecho de verdad y de belleza; es un vacío que en realidad es plenitud.

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La Santidad en si, coincide con la Plenitud de Gracia (gratia plena), la cual llama a la Presencia de Dios (Dominus tecum)

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Los recipientes sagrados deben de ser nobles; por ejemplo el cáliz eucarístico debe de ser dorado en el interior para poder recibir el vino consagrado; la Virgen llevando al Niño divino no podría ser una mujer ordinaria; un templo debe de ser digno de la Presencia divina conforme a la irradiación espiritual.

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La figuración en las imágenes de los Nacimientos, del buey, animal dócil, la mula, animal obstinado, son susceptibles de la interpretación siguiente: el buey, que además era sagrado en los antiguos Semitas, está armado de cornamenta y une en él la suavidad y la fuerza; representa al «guardián del santuario»; es el espíritu de sumisión, de fidelidad, de perseverancia; la mula, animal «profano» cuyo relincho ha sido llamado «la invocación de Satán», es el espíritu de insumisión y de disipación.

En esta misma figuración, la Virgen se identifica con el alma en estado de oración; San José, padre adoptivo de Cristo, representa la presencia del maestro espiritual; los visitantes, resumidos de alguna manera en los Reyes Magos, representan lo que se podría llamar "el homenaje cósmico" que afluye hacia el hombre santificado, y del cual hablan las escrituras hindúes diciendo que «los Cielos resplandecen por la gloria de unMukta (liberado)»; finalmente, la noche que envuelve la escena de la Natividad, pero que está iluminada por la estrella, el testimonio divino, representa la muerte iniciática o la soledad, o también la extinción de lo mental.

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La Virgen negra de Czestochowa. El color oscuro de algunas Vírgenes (por el cual la Virgen negra se asemeja, así como por su maternidad, al simbolismo hindú de Kali "la Madre"), se refiere a la No-Manifestación divina, de la cual la Virgen es el soporte en su calidad de Madre del Verbo; Este es el "descendimiento" o la encarnación, o la manifestación de eso No-manifestado.

La Virgen madre representa la condición substancial de la manifestación hipostática, es decir su base que, debiendo soportar "lo Unico", no debe de ser manchada por "lo múltiple", identificado simbólicamente por "la carne" que en efecto es el ámbito de la cantidad, de la diferenciación y del hecho bruto.

El alma del contemplativo que, por su acto espiritual y por el soporte ritual de este, realiza en nacimiento universal del Verbo en su corazón, debe de ser "virgen" y "pura", o en otros términos; "pobre" y "vacía", con el fin de poder servir de soporte al nacimiento de la "Presencia real"; el alma debe por lo tanto llevar, como la imagen sacra de la Virgen, la huella de la divina No-Manifestación, es decir la oscuridad. Esta huella es por una parte, a título transitorio y secundario, la nox profunda y el "descenso a los infiernos", en otras palabras, la muerte iniciática en la cual se opera el fiat lux, y por otra parte, a título permanente, lo indiferenciado o la extinción con relación al mundo, de la ilusión o de la corriente de las formas; este estado de muerte es idéntico a la pobreza en el espíritu y a la humildad. El color sombrío de la Virgen negra (como el de ciertas pratîkas hindúes, la de Kâlî particularmente, o incluso como la negrura de la piedra encerrada en la Kaabah) significa así el silencio o la ausencia de manifestaciones en el alma del contemplativo, mientras que en el Niño Jesús de la misma imagen, ese color significa la Indeterminación divina.

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Como todo ser celeste, María manifiesta el Velo universal en su función de transmisión: ella es Velo porque es forma, pero es Esencia por su contenido y en consecuencia por su mensaje. María está a la vez cerrada y abierta, inviolable y generosa; ella está "vestida de sol" porque está vestida por la Belleza, "esplendor de lo Verdadero", y ella es "negra pero hermosa" porque el Velo está a la vez cerrado y transparente, o porque, tras haber estado cerrado en virtud de la inviolabilidad, se abre en virtud de la misericordia.

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En los simbolismos tradicionales más diversos, el complemento del héroe es la Mujer celeste. La vía espiritual tiene un aspecto de heroísmo -es la mayor Guerra Santa- puesto que se trata de vencer al dragón del "alma incitando al mal" es decir el mundo y el ego.

María indica la Vía y personifica al mismo tiempo la Beatitud final, la Recompensa suprema.

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La Virgen Madre personifica la Sabiduría supra-formal, todos los Profetas han bebido de su leche; desde este punto de vista, ella es más que el Hijo, que representa entonces la sabiduría formal, es decir la revelación particular. Al lado del Jesús adulto, por el contrario, María es, no la esencia informal y primordial, sino la prolongación femenina, la shakti: ella es entonces, no el Logos bajo su aspecto femenino y maternal, sino el complemento virginal y pasivo del Logos masculino y activo, su espejo hecho de pureza y de misericordia.

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María es Virgen, Madre, Esposa: Belleza, Bondad, Amor; siendo su suma la Beatitud. María es Virgen con relación a José, el Hombre; Madre con relación a Jesús, el Hombre-Dios; Esposa con relación al Espíritu Santo, Dios. José personifica la humanidad; María encarna, o bien el Espíritu visto bajo su aspecto de feminidad, o bien el complemento femenino del Espíritu.

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El misterio de la encarnación tiene dos aspectos: el Verbo por una parte y su receptáculo humano por otra; Cristo y la Virgen-Madre. Con el fin de poder realizar en ella misma este misterio, el alma debe de ser como la Virgen, ya que por lo mismo que el sol no puede reflejarse en el agua más que cuando está en calma, por lo mismo el alma no puede recibir al Cristo más que en la pureza virginal, en la simplicidad original, y no en el pecado, que es perturbación y desequilibrio.

Por «misterio» no entendemos algo incomprensible en principio -a menos que no lo sea en el plano puramente racional- sino algo que desemboca en el Infinito, o que es visto en relación con ello, de manera que la inteligibilidad se vuelve ilimitada y humanamente inagotable. Un misterio es siempre «algo de Dios».

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Las perfecciones virginales son la pureza, la belleza, la bondad y la humildad; son estas cualidades las que debe de tener el alma en busca de Dios.

La pureza: el alma está vacía de todo deseo. Todo movimiento natural que se afirma en ella es entonces considerado con relación de su cualidad pasional, bajo su aspecto de concupiscencia, de seducción. Esta perfección es fría, dura y transparente como el diamante. Es la inmortalidad que excluye toda corrupción.

La belleza: la belleza de la Virgen expresa la divina Paz. Es en el perfecto equilibrio de sus posibilidades que la Substancia universal realiza su belleza. En esta perfección, el alma deja toda disipación para descansar en su propia perfección substancial, primordial y ontológica. Hemos dicho más arriba que el alma debe de ser como un agua perfectamente calma; todo movimiento natural del alma aparecerá entonces como una agitación, una disipación, una crispación, por lo tanto una dejadez.

La bondad: la misericordia de la Substancia cósmica consiste en aquello que, virgen con relación a sus producciones, ella conlleva una potencia inagotable de equilibrio, de rectificación, de curación, de absorción del mal y de manifestación del bien, y que, maternal hacia los seres que se dirigen a ella, ella no les niega su asistencia. Igualmente, el alma debe desviar su amor del ego endurecido, para dirigirlo hacia el prójimo y la creación entera; la distinción entre el «yo» y el «otro» es como abolida, el «yo» se vuelve «otro» y el «otro» se vuelve «yo». La distinción pasional entre el «yo» y el «tu» es una muerte, comparable a la separación entre el alma y Dios.

La humildad: la Virgen, a pesar de su santidad suprema, permanece mujer y no aspira a ningún otro papel; y el alma humilde tiene consciencia de su rango y se desdibuja ante lo que la sobrepasa. Es así que la Materia Prima del Universo permanece en su nivel y no tiende nunca a apropiarse de la transcendencia del Principio.

Los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos de María son otros tantos aspectos de la realidad cósmica de una parte, y de la vida mística de otra.

Como María -y como la Substancia universal- el alma santificada es «virgen», «esposa» y «madre».

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La Oración dominical es la plegaria más excelente de todas, puesto que ella tiene como autor a Cristo; ella es, por consiguiente, más excelente en tanto que oración, que el Ave, y es por esto que ella es la primera plegaria del Rosario. Pero el Ave es más excelente que la Oración dominical en tanto que contiene el Nombre de Cristo, que se identifica misteriosamente con Cristo mismo, ya que «Dios y su Nombre son idénticos»; ahora bien Cristo es más que la Oración que él ha enseñado, el Ave, conteniendo a Cristo por su Nombre, será entonces más que esta Oración; es por esta razón que las recitaciones del Ave son mucho más numerosas que las del Pater, y que el Ave constituye, con el Nombre del Verbo que ella contiene, la substancia misma del Rosario. Lo que acabamos de enunciar viene a decir que la plegaria del «servidor» dirigida al «Señor» corresponde a los «Pequeños Misterios», -y recordamos que estos conciernen a la realización del estado edénico o primordial, y por lo tanto a la plenitud del estado humano,- mientras que el Nombre mismo de Dios corresponde a los «Grandes Misterios», cuya finalidad está más allá de todo estado individual.

Desde el punto de vista microcósmico, «María» es el alma en estado de «gracia santificante», cualificada para recibir la «Presencia real»; «Jesús» es el germen divino, la «Presencia real» que debe operar la transmutación del alma, a saber la universalización de ésta, o su reintegración en lo Eterno. «María» -como el «Loto»- es «superficie» o también «horizontal»; «Jesús» - como la «Joya»- es «centro» y «vertical». «Jesús» es Dios en nosotros, Dios que nos penetra y nos transfigura.

Entre las meditaciones del Rosario, los «Misterios gozosos» conciernen al punto de vista en el que nosotros nos situamos, y en conexión con las oraciones jaculatorias, la «Presencia real» de lo Divino en lo humano; en cuanto a los «Misterios dolorosos», ellos describen el «encarcelamiento» redentor de lo Divino en lo humano, la profanación inevitable de la «Presencia real» por las limitaciones humanas; los «Misterios gloriosos» finalmente se relacionan con la victoria de lo Divino sobre lo humano, con la liberación del alma por el Espíritu.

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Uno de los nombres que la letanía de Lorette atribuye a la Santa Virgen es Sedes Sapientiae, «Trono de la Sabiduría»; en efecto, como san Pedro Damian (siglo XI) lo ha señalado, la Santa Virgen «es ella misma ese Trono admirable del que trata el libro de los Reyes», a saber, el Trono de Salomon; este Rey-Profeta que según la Biblia y las tradiciones rabínicas fue el sabio por excelencia. Si María es Sedes Sapientiae, es antes que nada porque ella es la Madre de Cristo, que siendo el «Verbo» es la «Sabiduría de Dios», pero evidentemente lo es también a causa de su propia naturaleza, la cual resulta de su cualidad de «Esposa del Espíritu Santo» y de «Corredentora»; es decir que ella misma es un aspecto del Espíritu Santo, su complemento femenino si se quiere, o su aspecto de feminidad, de ahí la feminización del divino Pneuma para los gnosticos. Siendo el «Trono de la Sabiduría» -el «Trono animado del Todopoderoso» según un himno bizantino- María se identifica ipso facto con la divina Sophia, como lo atestigua la interpretación marial del elogio bíblico de la Sabiduría. (Proverbios VII 22-24 ). María no habría podido ser el lugar de la Encarnación si ella no tuviera en su naturaleza misma la Sabiduría a encarnar.

La sabiduría de Salomon -conviene recordarlo aquí- es a la vez enciclopédica, cosmológica, metafísica y simplemente práctica; bajo este último aspecto es política tanto como moral y escatológica, siendo al mismo tiempo bastante más que eso (...).

En cuanto a la sabiduría de la «Divina María», es menos diversa que la de Salomon porque no engloba ciertos ordenes contingentes: su sabiduría no podría ser ni enciclopédica ni «aristotélica», por así decirlo. La Santa Virgen no conoce, y no quiere conocer, más que aquello que concierne a la naturaleza de Dios y la condición del hombre; su ciencia es necesariamente metafísica, mística y escatológica, y por ese hecho mismo contiene virtualmente toda ciencia posible, como la luz una e incolora contiene las luces diversificadas y coloreadas del arco iris (...)

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«Temor», «amor» y «conocimiento», o rigor, dulzura y substancia; por lo tanto perfecciones «activa» y «pasiva», o dinámica y estática; está ahí, lo hemos visto, el mensaje espiritual elemental del numero-principio seis. Este esquema expresa, no solamente las modalidades de la ascensión humana, sino también, e incluso antes que nada, las modalidades del Descendimiento divino: es por los seis pies del Trono que la Gracia salvadora desciende hacia el hombre, como es por estos seis pies como el hombre sube hacia la Gracia. La Sabiduría, es prácticamente el «arte» de salir de la ilusión que seduce y encadena, de salir de ahí en primer lugar por la inteligencia y a continuación por la voluntad, por vía de consecuencia, la adaptación de la voluntad a este conocimiento; las dos cosas siendo inseparables de la Gracia.

La divina Mâya -la Feminidad in divinis- no es solamente aquello que proyecta y crea, ella es también aquello que atrae y libera. La Santa Virgen en tanto que Sedes Sapientiae personifica esta Sabiduría misericordiosa que desciende sobre nosotros, y que nosotros, lo sepamos o no, llevamos en nuestra propia esencia; y es precisamente en virtud de esta potencialidad o de esta virtualidad que la Sabiduría desciende sobre nosotros. La sede inmanente de la Sabiduría es el corazón del hombre.

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Ave Maria gratia plena, dominus tecum; benedicta tu in mulieribus, et benedictus fructus venris tui, Jesus.

AVE MARIA - María es la pureza, la belleza, la bondad y la humildad de la Substancia eterna; el reflejo microcósmico de esta Substancia es el alma en estado de gracia. El alma en el estado de gracia bautismal corresponde a la Virgen María; la bendición de la Virgen se posa en aquel que purifica su alma por Dios. Esta pureza -el estado marial- es la condición esencial, no solamente para la recepción sacramental, sino también para la actualización espiritual de la Presencia real del Verbo. Por la palabra ave, el alma expresa que, adecuándose a la perfección de la Substancia Eterna, se pone al mismo tiempo en relación con ella, además lo hace implorando la ayuda de la Virgen María que personifica esta perfección.

GRATIA PLENA - La Substancia primordial, en razón de su pureza, su bondad y su belleza, está colmada de la Presencia divina. Ella es pura, porque ella no contiene otra cosa que Dios; ella es buena porque compensa y absorbe todos los desequilibrios cósmicos, ella que es la totalidad y por lo tanto el equilibrio; ella es bella, porque está totalmente sometida a Dios. Es así como el alma, su reflejo microcósmico -corrompido por la caída- debe de volverse pura, buena y bella.

DOMINUS TECUM - Esta Substancia está, no solamente colmada de la Presencia divina de una manera ontológica o existencial, en el sentido de que ella está colmada por definición, es decir por su naturaleza misma, sino que ella está también constantemente en comunicación con el Verbo en tanto que tal. Por lo tanto, si gratia plena quiere decir que el Misterio divino es inmanente a la Substancia como tal, Dominus tecum significará que Dios, en su transcendencia metacósmica, se revela a la Substancia, lo mismo que el ojo, que está lleno de luz, ve al sol como tal. El alma colmada de gracia verá a Dios.

BENEDICTA TU IN MULIERIBUS - Comparada con todas las substancias secundarias, solo la Substancia tal es perfecta, y totalmente bajo la Gracia divina. Todas las substancias derivan de ella por ruptura de equilibrio; por lo mismo, todas las almas caídas derivan del alma primordial por la caída. El alma en estado de gracia, el alma pura, buena y bella, reencuentra la perfección primordial; ella es por eso «bendita entre todas» las substancias microcósmicas.

ET BENEDICTUS FRUCTUS VENTRIS TUI - Aquello que en principio es Dominus tecum, se vuelve en la manifestación, fructus ventris tui, Jesus; es decir que el Verbo que comunica con la Substancia siempre virgen de la Creación total, se refleja en sentido inverso hacia el interior de esta Creación: él aparecerá ahí como el fruto, el resultado, no como la raíz, la causa. Y por lo mismo: el alma sumisa a Dios por su pureza, su bondad, y su belleza, parece dar nacimiento a Dios, según las apariencias; ahora bien, este Dios naciendo en ella la transmutará y la absorberá, como Cristo transmuta y absorbe su cuerpo místico, la Iglesia, que de militante y sufriente llega a ser triunfante. Pero en realidad, el Verbo no nace en la Substancia, ya que él es inmutable; es la Substancia la que muere en el Verbo. Por lo mismo, cuando Dios parece germinar en el alma, es en realidad el alma la que muere en Dios. Benedictus: el Verbo que se encarna es él mismo la Bendición, sin embargo, como él es, según las apariencias, manifestación como la Substancia, como el alma, él es llamado bendito; porque él es visto entonces, no con relación a su transcendencia -que volvería a la Substancia irreal- sino bajo su apariencia, su Encarnación: fructus.

JESUS - es el Verbo que determina la Substancia, que se revela a ella. Macrocósmicamente, es el Verbo que se manifiesta en el Universo como Espíritu divino; microcósmicamente, es la Presencia real que se afirma en el centro del alma, se extiende ahí y finalmente la transmuta y la absorbe.

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Entendemos por «Doctrina Virginal» la enseñanza de la Santa Virgen tal como aparece, no solo en elMagníficat, sino también en diversos pasajes del Corán; esto quiere decir que no consideramos aquí a María únicamente en su aspecto cristiano, sino también en cuanto Profetisa (1) de toda la descendencia abrahámica.

El Magníficat (Lucas I, 46-55) contiene las enseñanzas siguientes: el santo gozo en Dios; la humildad -la «pobreza» o la «infancia»- como condición de la Gracia; la santidad del Nombre divino; la Misericordia que no se agota y su relación con el temor; la Justicia inmanente y universal; el auxilio misericordioso concedido a Israel, nombre que se debe extender a la Iglesia puesto que, según san Pablo, ella es la prolongación supra-racial del Pueblo Elegido (2); este nombre debe extenderse igualmente, en virtud del mismo principio, a la Comunidad islámica, ya que ésta pertenece asimismo al linaje abrahamico. Pues el Magnificat habla del favor otorgado a «Abraham y a su raza», y no a Isaac y a su raza exclusivamente, luego también más allá de las razas corporales.

La relación -enunciada por el Magníficat- entre el temor y la Misericordia es de una importancia capital; esta doctrina corta de golpe la ilusión de una religiosidad superficial y fácil -muy en boga entre los «creyentes» de hoy- que confunde la Bondad divina con las flaquezas del humanismo y del psicologismo, y hasta de la democracia, lo que entra de lleno en la línea del narcisismo moderno y de la desacralización que resulta de él. Es muy significativo que en las doctrinas tradicionales que más insisten en la Misericordia -el Amidismo, por ejemplo- el punto de partida es la convicción de merecer el infierno y de ser salvado sólo por la Bondad del Cielo; la vía no consiste entonces en salvarse por los propios méritos, puesto que es algo considerado imposible, sino en conformarse moral, intelectual y ritualmente a las exigencias de una Misericordia, que desea salvarnos y a la que sólo tenemos que abrirnos. El cántico de María está todo él impregnado de elementos de Misericordia y elementos de Cólera, y ser refiere así tanto al amor como al temor; impide por siempre jamás engañarse sobre las leyes de la Bondad divina. La dulzura de la Virgen se acompaña de una pureza implacable, hay en ella algo de poderoso que recuerda los cantos triunfales de las profetisas Miryam y Débora; de hecho, el Magnificat canta una gran victoria del Cielo y un desbordamiento de «Israel» más allá de las antiguas fronteras.

Las severidades del cántico mariano con respecto a los orgullosos, los potentados y los ricos, y las consolaciones dirigidas a los humildes, los oprimidos y los pobres, se refieren -aparte de su sentido literal- al poder equilibrador del más allá; y esta insistencia en las alternancias cósmicas se explica fácilmente si recordamos que la propia Virgen personifica el Equilibrio, puesto que se identifica con la Substancia cósmica a la vez maternal y virginal, Substancia de Armonía y Belleza, pero por ello mismo opuesta a los desequilibrios. Estos desequilibrios son esencialmente, en la enseñanza mariana, el orgullo, la injusticia y el apego a las riquezas (3); podríamos precisar: el amor a sí mismo, el desprecio del prójimo, y el deseo de poseer, el cual comprende la insaciabilidad y la avaricia.

En cuanto al gozo del que habla el cántico de la Virgen, corre parejo con la humildad -la conciencia de nuestra nada ontológica frente al Absoluto- o más exactamente: con la respuesta divina a esta humildad; lo que está vacío por Dios, por ello mismo será colmado, como lo explica el Maestro Eckhart utilizando el ejemplo de la mano bajada y abierta hacia arriba. Y el mensaje virginal según el Corán, ya lo veremos, es un mensaje de generosidad divina.

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Escuchamos a veces plantear la cuestión de saber como la aparición sensible o la actividad en la tierra de un ser que posee la santidad suprema -la Santa Virgen por ejemplo- es compatible con su estado póstumo que, siendo divino, está por lo tanto más allá de toda determinación individual y por consiguiente más allá de toda forma; a esto es necesario responder ante todo que la santidad es el eclipsamiento en un Prototipo universal: la Virgen, puesto que es santa, no puede dejar de identificarse a un Modelo divino del que ella será como el reflejo en la tierra. Este Modelo divino es antes que nada un aspecto o un Nombre de Dios, y se puede decir por lo tanto que la Virgen es, en su realidad o su conocimiento supremo, este aspecto divino mismo; pero este aspecto tiene forzosamente un primer reflejo en el orden cósmico o creado: es el «Espíritu», el Metatron de la cábala, Er-Rûh o los ángeles supremos en la doctrina islámica, y también laTrimûrti hindú, o más particularmente, puesto que se trata de la Virgen, el aspecto femenino y benéfico de la Trimûrti, es decir Lakshmî que es, en la cumbre de todos los mundos, la huella inmediata de la Bondad y Belleza divinas; de esta huella derivan todas las bellezas y bondades creadas, o en otros términos, es a través de esta huella como Dios comunica al mundo su Belleza y su Bondad.

La Virgen María es por lo tanto -en lo que podríamos llamar, refiriéndonos a su existencia humana, su estado póstumo- creada e increada a la vez, cualesquiera que puedan ser las limitaciones que la teología exotérica debe imponerse a si misma aquí por razones de oportunidad, y las cuales limitaciones no podemos tener en cuenta aquí puesto que nuestro punto de vista es esotérico; sea como sea, cuando el exoterismo no puede reconocer, sin entrar en contradicciones insolubles, la realidad divina de María, -y el exoterismo la reconoce al menos implícitamente, por ejemplo cuando define a la Virgen como «Corredentora», «Madre de Dios», «Esposa del Espíritu Santo»- le es al menos posible, sin correr el riesgo de formulaciones malsonantes, reconocer que la Virgen ha sido creada antes de la Creación, lo que lleva de nuevo a identificarla al Espíritu universal visto más particularmente en su función femenina, maternal, benéfica.

Esta huella divina en la manifestación supra-formal o luminosa conlleva además, por repercusión cósmica, una huella síquica, -o más bien sico-física, puesto que lo corporal puede siempre surgir y reabsorberse en lo síquico de lo cual no es, en último análisis, más que un modo- y es esta huella síquica lo que es María en su forma humana; es por eso que los Prototipos universales, cuando se manifiestan en la parte de la humanidad para la cual María a vivido en la tierra, lo harán a través de la forma síquica (4), y por tanto individual y humana, de la Virgen; esta forma puede siempre reabsorberse en sus Prototipos (5), como el cuerpo puede reabsorberse en el alma, y como el Prototipo creado -el «Espíritu» en su función de misericordia- puede reabsorberse en el Prototipo increado, que es la infinita Belleza, Beatitud y Misericordia de Dios.

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Las Escrituras mantienen secreta la Soberanía de la Virgen; porque del Hijo solo querían loar la grandeza.

María dice: «Ya no les queda vino». Así habló el Espíritu Santo, la irradiación del Altísimo.

El espíritu, decimos, penetró en su cuerpo; ambos devinieron Uno. Y es maravilloso: de todo el Universo, Maria es la Madre. La irradiación de lo Divino que fue en el comienzo.

Vacare Deo: ella es luminosa y pura, y además colmada de la presencia de Dios. En ella se encuentra la perfección de la nieve combinada con la beatitud solar.

La Santa Virgen es el Recuerdo de Dios; es por eso que el Angel dice: «Llena de Gracia». El Nombre de Dios, que regocija el corazón: ese es el Vino que ella quiso ofrecernos; y no su palabra únicamente –que vosotros conocéis– su belleza también, sacramento irradiante.

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«Ya no tienen más vino» ¿Cómo pudo la Santa Virgen decir tal cosa, si ella no fuera favorable al vino ni al matrimonio?. Ella vio la profundidad de las cosas, maravillosa.

La naturaleza de las cosas, el divino En-Si-Mismo, no el rebajamiento humano de los placeres; es necesario vivir lo Bello en vuestro interior, es necesario evitar la vana superficialidad.

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NOTAS __________________________

(1) - Profetisa no legisladora y fundadora, sino iluminadora. Entre los musulmanes existe una divergencia de opiniones sobre la cuestión de saber si María -Sayyidatnâ Maryam- fue Profetisa (nabiyah) o simplemente santa (waliyah); la primera opinión se basa en la eminencia espiritual de la Virgen, es decir, en su categoría dentro de la jerarquía de las eminencias espirituales, mientras que la segunda opinión, nacida de una teología puntillosa y temerosa, sólo tiene en cuenta el hecho de que María no tenía función legisladora, punto de vista «administrativo» que pasa por alto la naturaleza de las cosas.

(2) - «Israel, su servidor», dice el Cántico de la Virgen, precisando así que la servidumbre sagrada entra en la definición misma de Israel, de modo que un Israel sin esta servidumbre deja de ser el Pueblo Elegido y que, inversamente, una comunidad monoteísta de espíritu abrahámico se identifica con Israel -«en espíritu y en verdad»- por el hecho de que realiza la servidumbre para con Dios.

(3) - Y no el solo hecho de ser rico, pues una situación exterior no es nada en sí misma; un monarca es forzosamente rico, y ha habido santos monarcas. El condenar a los «ricos» se justifica, no obstante, por el hecho de que el común de los poseedores se apegan a lo que poseen; inversamente solo es «pobre» el que se contenta con poco.

(4) - En otras partes de la humanidad terrestre, el mismo Prototipo -divino y angélico a la vez- tomará las formas apropiadas al ambiente respectivo; aparecerá lo más a menudo con los rasgos de una bella mujer, como es el caso de las apariciones de la Shekhînah en el Judaísmo, de Durgâ «la Madre», en el Hinduismo, de Kwan-Yin o de Tara en Extremo Oriente; de la misma manera, en las tradiciones de los Indios Siux, el Calumet -instrumento sagrado por excelencia- fue traído del Cielo por Ptesan-Win, una joven celeste maravillosamente bella, y vestida de blanco.

Pero el Principio misericordioso puede tomar también -cuando hay analogía inversa, no paralela- una forma masculina, por ejemplo la de Krishna, o la del Bodhisattwa Avalokitêshwara, –asimilado además aKwan-Yin, «Diosa de la Gracia», en el Budismo chino– o también, en el Islam, la forma del Profeta del que uno de los Nombres es precisamente «Misericordia» (Rahmah).

No nos olvidemos de añadir que estas manifestaciones de la Misericordia tienen a veces también un aspecto terrible, conexo del de pureza.

Para volver a la Santa Virgen, podemos decir esto: ella está coeternamente en Dios, de otra manera existirían en el mundo perfecciones que faltarían al Creador; ella está aquí de dos maneras: primeramente en tanto que «Substancia existencial» o Materia Prima (la divina Prakriti de la doctrina hindú), y en segundo lugar en tanto que «Cualidad divina» (el aspecto de Purusha, principio masculino del acto creador) o de «Nombre divino»; es así la Belleza, la Pureza, la Misericordia de Dios; pero ella está también, por lo mismo y a fortiori, presente en el Espíritu divino manifestado o creado, del cual es la Belleza misericordiosa, pero también la Pureza severa; en fin, ella está encarnada en María -y en otras formas humanas, lo Unico volviéndose forzosamente múltiple desde el momento que se manifiesta en el plano formal, sin lo cual aniquilaría este plano- y puede aparecer, gracias a su forma individual y síquica, incluso en el plano corporal.

(5) - Lo ponemos en plural porque toda perfección deriva de los dos principales Prototipos, uno, cósmico o angélico, y otro, divino.

La recuperación del Socialismo

La recuperación del Socialismo

por E.F. Schumacher (*)

 

Tanto las consideraciones teóricas como la experiencia práctica me han llevado a la conclusión de que el socialismo es de interés solamente por sus valores no económicos y por la posibilidad que crea para la derrota de la religión de la economía. Una sociedad regida principalmente por la idolatría del enrichissez-vous, que festeja a sus millonarios como a héroes, no puede ganar nada a través de la socialización que no pudiera ganar también sin ella.

No es sorprendente que muchos socialistas en las llamadas sociedades avanzadas, que son (lo sepan o no) devotos de la religión de la economía, se estén preguntando hoy día si es que la nacionalización no está realmente fuera de lugar. Causa un montón de problemas, así que, ¿para qué preocuparse por ella? La extinción de la propiedad privada por sí misma no produce resultados espectaculares; todavía hay que trabajar por todo aquello que tiene valor con devoción y paciencia. El perseguir la viabilidad financiera, combinado con el perseguir altos objetivos sociales, produce muchos dilemas, muchas aparentes contradicciones e impone cargas muy pesadas sobre la dirección empresarial.

        Si el propósito de la nacionalización es principalmente producir un crecimiento económico más rápido, una eficacia mayor, mejor planificación, etc, es casi seguro que habrá desilusiones. La idea de conducir la economía entera sobre la base de la codicia privada, como Marx bien lo reconociera, ha mostrado una extraordinaria capacidad para transformar el mundo. 

 

“La burguesía, donde quiera haya tomado el mando, ha puesto fin a todas las relaciones feudales, patriarcales e idílicas y no ha dejado ningún otro nexo entre hombre y hombre que el desnudo interés individual…

La burguesía, por medio por medio del rápido mejoramiento del todos los instrumentos de producción, a través de los medios de comunicación inmensamente facilitados, atrae a todas las naciones, aún a las más primitivas, a la civilización”. (Manifiesto Comunista).

 

La fuerza de la idea de la empresa privada yace en su simplicidad aterradora. Sugiere que la totalidad de la vida puede ser reducida  a un aspecto: beneficios. El hombre de negocios, como individuo privado, puede estar interesado en otros aspectos de la vida, -tal vez en la bondad, la verdad y la belleza-,  pero como hombre de negocios se preocupa sólo de los beneficios. En relación a esto, la idea de la empresa privada se adecua exactamente a la idea de El Mercado, al que en un capítulo anterior, denominé “la institucionalización del individualismo y de la irresponsabilidad”. De la misma manera, se adecua perfectamente a la tendencia moderna hacia la total cuantificación, a expensas de la apreciación de las diferencias cualitativas, porque a la empresa privada no le preocupa qué es lo que produce, sino cuanto es lo que gana con la producción.

            Todas las cosas llegan a ser claras como el cristal cuando se ha reducido la realidad a uno, solamente a uno, de sus miles de aspectos. Se sabe qué es lo que hay que hacer: todo aquello que produzca beneficios. Se sabe qué es lo que hay que evitar: todo aquello que los reduzca o que arroje pérdidas. Y hay al mismo tiempo una perfecta medida para el grado de éxito o fracaso. Que nadie oscurezca el tema preguntando si es que una acción particular lleva a la riqueza o al bienestar de la sociedad, se es que conduce al enriquecimiento moral, estético o cultural. Simplemente vea si es rentable. Si la hay, elija la otra alternativa.

            No es casualidad que los hombres de negocios con éxito sean a menudo asombrosamente primitivos; viven en un mundo convertido en primitivo por un proceso de reducción.  Se adecuan a esta versión simplificada del mundo y están satisfechos con ella. Y cuando ocasionalmente el mundo real hace conocer su existencia e intenta atraer su atención sobre sus diferentes facetas, para las cuales no hay lugar en su filosofía, tienden a mostrarse impotentes y confundidos. Se sienten expuestos a peligros incalculables y a fuerzas “insanas” y abiertamente predicen el desastre general. Como resultado, sus juicios sobre acciones dictadas por una perspectiva más completa del significado y propósito de la vida generalmente no tienen ningún valor. Para ellos es una conclusión apriorística que un esquema de cosas diferente, un negocio, por ejemplo, que no esté basado  en la propiedad privada, no puede de ninguna manera tener éxito y que si tiene éxito debe haber una explicación siniestra: “explotación del consumidor”,  “subsidios escondidos”, “trabajo forzado”, “monopolio”, “liquidación de mercancías invendibles” o alguna oscura y horrible acumulación de una cuenta deudora que el futuro de pronto habrá de presentar.

            Pero esto es una digresión. Lo más importante es que la fuerza real de la teoría de la empresa privada yace en su despiadada simplificación, la cual encaja admirablemente en los modelos mentales creados por los éxitos de la ciencia. La fuerza de la ciencia también se deriva de la “reducción” de la realidad a uno u otro de sus muchos aspectos, principalmente la reducción de la calidad a la cantidad. Pero de la misma manera que la concentración prioritaria de la ciencia del siglo XIX en los aspectos mecánicos de la realidad tuvo que abandonarse porque gran parte de la realidad no se adecuaba a ella, así la prioritaria concentración de la vida de los negocios en el aspecto de lo “beneficios” ha tenido que ser modificada porque fracasó en satisfacer las necesidades reales del hombre. Fue un logro histórico de los socialistas el provocar este desarrollo, con el resultado de que la frese favorita del capitalismo ilustrado de hoy es: “Ahora somos todos socialistas”.

            Es decir, el capitalista de hoy desea negar que el objetivo final de todas sus actividades es el beneficio. El dice: “hacemos muchas cosas por nuestros empleados que no debiéramos realmente hacer, tratamos de preservar la belleza del campo, nos embarcamos en investigaciones que pueden no rendir ningún beneficio”, etc. Todos estos argumentos nos son muy familiares; algunas veces están  justificados, otras veces no.

            Lo que nos preocupa aquí es esto: la empresa privada al “viejo estilo” se ocupa simplemente de los beneficios y así logra una poderosa simplificación de objetivos y obtiene una medida perfecta del éxito o el fracaso. La empresa privada de “nuevo estilo”, por otro lado, persigue una gran variedad de objetivos, trata de considerar toda la riqueza de la vida y no meramente la cuestión del dinero y de cómo hacerlo. Por lo tanto, no logra ninguna simplificación poderosa de objetivos y no posee ninguna medida confiable de éxito o fracaso. Si es así, la empresa privada de “nuevo estilo”, organizada en grandes compañías, se diferencia de la empresa pública sólo en un aspecto: en que da un ingreso a sus accionistas sin que éstos hayan trabajado.

            Esta muy claro que los protagonistas del capitalismo no se pueden salir con la suya. No pueden decir “ahora somos todos socialistas” y sostener al mismo tiempo que el socialismo no puede funcionar de ninguna manera.

Si ellos mismos persiguen objetivos que no son los de hacer beneficios, no pueden argumentar que no se pueden administrar los medios de producción de la nación de una manera eficaz tan pronto como se permita la entrada de otras consideraciones que no sean la producción de beneficios. Si ellos pueden ingeniárselas sin el patrón de medida de los beneficios, también puede hacerlo la industria nacionalizada.

            Por otro lado, si esto es más bien una simulación y la empresa privada trabaja para un beneficio y (prácticamente) nada más, si la búsqueda de otros objetivos en realidad solamente depende de hacer beneficios y constituye simplemente su propia elección de qué hacer con algunos de los beneficios, cuanto antes se aclare será tanto mejor. En tal caso, la empresa privada todavía puede reclamar la posesión del poder de la simplicidad. Su argumento en contra de la empresa pública sería que esta última es más propensa a ser ineficaz precisamente porque intenta perseguir varios objetivos al mismo tiempo y el argumento de los socialistas en contra de la primera sería el tradicional, que no es principalmente económico, es decir, que degrada la vida por su misma simplicidad basando toda su actividad económica solamente en la codicia privada.

            Como he mencionado antes, el problema de la vida económica (y de la vida en general) es que requiere constantemente la reconciliación viva de lo contrarios, que, en estricta lógica, son irreconciliables. En macroeconomía (la dirección de sociedades enteras) es siempre necesario tener planificación y libertad, no por la vía de un compromiso débil  y sin vida, sino por un reconocimiento explícito de la legitimidad y necesidad de ambos. De la misma manera en microeconomía (la dirección de empresas individuales), es por un lado esencial que haya una responsabilidad y autoridad completa y, sin embardo, también es igualmente esencial que haya una participación libre y democrática de los trabajadores en las decisiones de la dirección. De nuevo, no se trata de mitigar la oposición de estas dos necesidades por algún compromiso que no ha de satisfacer a ninguna de ellas, sino de conseguir el reconocimiento de ambas. La exclusiva  concentración en  uno de los opuestos, digamos en la planificación, produce el estalinismo; mientras que la exclusiva concentración en el otro produce el caos. La respuesta normal a cualquiera de ellas es un movimiento de péndulo hacia el otro extremo. Sin embargo, la respuesta normal no es la única respuesta posible. Un esfuerzo intelectual generoso y magnánimo (lo opuesto a la crítica quejumbrosa y malevolente) pude permitirle a una sociedad el encontrar, al menos por un tiempo, un camino medio que concilie los opuestos sin degradar a ninguno de ellos.

            Lo mismo se aplica a la elección de los objetivos en la vida de los negocios. Uno de los opuestos (representado por la empresa privada al “viejo estilo”) es la necesidad de lo simple y lo mensurable, que es mejor satisfecha por una estricta limitación de la perspectiva al “beneficio” y nada más. El otro opuesto (representado por la concepción “idealista” de la empresa pública) es la necesidad de una humanidad total y amplia en la conducta de los negocios económicos. El primero, si es seguido exclusivamente, conduce a la total destrucción de la dignidad del hombre; el último, a una caótica ineficacia.

            No hay “soluciones finales” a esta clase de problema. Sólo hay una solución viva obtenida día a día sobre la base de un claro reconocimiento de que ambos opuestos son válidos.

            La propiedad, sea pública o privada, es un mero elemento de la estructura. No establece por sí sola los objetivos a perseguir dentro de esa estructura. Desde este punto de vista es correcto decir que la propiedad no es la cuestión decisiva. Pero es también necesario reconocer que la propiedad privada de los medios de producción está muy limitada en su libertad de elección de objetivos, porque se ve empujada a la búsqueda de beneficios y tiende a tomar un punto de vista estrecho y egoísta acerca de las cosas. La propiedad pública da completa libertad a la elección de los objetivos y puede,  por lo tanto, utilizarse para cualquier objetivo elegido. Mientras que la propiedad privada es un instrumento que por si mismo determina en gran manera los fines para los cuales puede ser empleada, la propiedad pública es un instrumento cuyos fines están indeterminados y necesitan ser elegidos conscientemente.

            Por lo tanto, no existe realmente un sólido argumento a favor de la propiedad pública si los objetivos perseguidos por la industria nacionalizada han de ser exactamente tan estrechos, tan limitados como aquellos de la producción capitalista: rentabilidad y nada más. Aquí yace el peligro real de la nacionalización en Gran Bretaña hoy día, no en ninguna ineficacia imaginada.

            La campaña de los enemigos de la nacionalización consta de dos pasos bien definidos. El primer paso es un intento de convencer al público en general y a la gente ocupada en el sector nacionalizado de que la única cosa que importa en la administración de los medios de producción, distribución e intercambio, es la rentabilidad. Que cualquier alejamiento de este patrón sagrado (y particularmente un alejamiento por parte de la industria nacionalizada) impone una carga intolerable sobre cada uno y es directamente responsable de todo lo que pueda ser equivocado en el conjunto de la economía. Esta campaña está teniendo un éxito notable. El segundo paso es sugerir que, dado que realmente no hay nada especial en la industria nacionalizada, y, por lo tanto, ninguna promesa de progreso hacia una sociedad mejor, cualquier nacionalización sería un evidente caso de inflexibilidad dogmática, un mero “fraude” organizado por políticos frustrados que no saben nada, a los que no se les puede enseñar e incapaces de la duda intelectual. Este pequeño y nítido plan tiene todas las posibilidades de salir bien si es apoyado por una política gubernamental de precios para los productos de las industrias nacionalizadas que haga virtualmente imposible que obtengan algún beneficio.

            Debe admitirse que esta estrategia, ayudada por una sistemática y sucia campaña en contra de las industrias nacionalizadas, no ha dejado de tener algún efecto en el pensamiento socialista.

            La razón de esto no es un error en la inspiración original socialista ni tampoco algún defecto en el comportamiento de la industria nacionalizada (acusaciones de tal índole son insostenibles), sino una falta de visión por parte de los mismos socialistas. Estos no se recuperarán y la nacionalización no cumplirá con su función a menos que recobren su visión.

            Lo que aquí está en juego no es ni la economía ni el nivel de vida sino la cultura y la calidad de vida. La economía y el nivel de vida también pueden ser atendidos por un sistema capitalista, moderado por un poco de planificación y por un sistema impositivo que sea redistributivo. Por ahora, sin embargo, la cultura y, generalmente, la calidad de vida, sólo pueden ser disminuidas por tal sistema.

            Los socialistas debieran insistir en usar las industrias nacionalizadas, no simplemente para competir con los capitalistas en su propio terreno (un intento en el cual pueden o no tener éxito), sino para evolucionar hacia un sistema de administración industrial más democrático y digno, hacia un empleo más humano de la máquina y una utilización más inteligente de los frutos de la ingeniosidad y el esfuerzo humanos. Si pueden hacer esto, tienen el futuro en sus manos. Si no pueden, no tienen nada que ofrecer que sea digno del sudor de los hombres libres.  

 

 

(*) E.F. Schumacher: Lo pequeño es hermoso, cap. XVII, El socialismo, pp. 219-224, ed. H. Blume, Madrid, 1982 [1º ed. inglesa 1973].

 

 

Ramiro Ledesma Ramos: "La violencia política y las insurrecciones"

Ramiro Ledesma Ramos: "La violencia política y las insurrecciones"

 

 

Desde hace diez años ha cambiado radicalmente la órbita moral en que se debaten las decisiones políticas últimas. A no ser en aquellos países idílicos que precisamente ahora han conseguido el hallazgo de las libertades, las transigencias y las tolerancias y viven así fuera de todo peligro de choques violentos, de peleas facciosas y de sangre en la calle -¿lo decimos de este modo, españoles?-, en los demás, en todos los demás, se entra en el período de las jornadas duras o se sale de ellas, quizá con la cabeza rota, pero con los problemas resueltos y la vida de la Patria conquistada y ganada a pulso en las refriegas.

Vivimos hoy bajo la franca aceptación y justificación de la violencia política. Así, pues, en nuestra época, en estos años mismos, la violencia ha adoptado formas en absoluto diferentes de las que regían, por ejemplo, en Europa hace cuarenta años. Eran entonces focos de terrorismo, partidas poco numerosas de actuación secreta y turbia que escandalizaban la circulación pacífica de las gentes con sus intervenciones y no contaban con la adhesión, ni menos con la colaboración activa, de los sectores sociales afines, como los nihilistas rusos, que durante diez años, de 1875 a 1885, consiguieron la intranquilidad permanente del imperio zarista; y de otro lado, los grupos de acción de los Sindicatos libres frente al anarco-sindicalismo revolucionario, muy pocas docenas, que durante los años 1920-1923 fueron en España la única violencia directa, extraoficial, que existió frente a la violencia de los grupos rojos.

La pugna fascismo-comunismo, que es hoy la única realidad mundial, ha desplazado ese tipo de violencia terrorista, de caza callejera a cargo de grupos reducidos heroicos, para presentar ese otro estilo que hoy predomina: el choque de masas, por lo menos de grupos numerosos que interpretan y consiguen la intervención activa, militante y pública de las gentes, extrayéndolas de su vivir pacífico y lanzándolas a una vida noble de riesgo, de sacrificio y de violencia.

El fenómeno es notorio y claro: a los grupos secretos, reducidos y anormales, los sustituyen ahora las milicias, que ostentan pública y orgullosamente ese carácter, que visten uniforme, adquieren capacidad militar propia de ejércitos regulares y, lo que es fundamental, son, viven y respiran en un partido, encuentran justificación en una doctrina política, se sienten ligadas a la emoción pura y gigantesca de los jefes.

De ese modo, lo primero de que tienen conciencia quienes forman en esas milicias, es que su esfuerzo es un esfuerzo moral, encaminado a triunfos y victorias de índole superior, sin cuyo logro su vida misma carece de plenitud y de centro. Es ahí donde radica el origen moral de la violencia, su carácter liberador, creador y lo que le presta ese ímpetu con que aparece en los recodos más fecundos de la Historia.

La violencia política se nutre de las reacciones más sinceras y puras de las masas. No caben en ella frivolidades ni artificios. Su carácter mismo extraindividual, trascendente, en pos de mitos y metas en absoluto ajenos en el fondo a las apetencias peculiares del combatiente, la eximen de sedimentos bárbaros de que, por otra parte, está siempre influida la violencia no política o ésta misma, cuando se recluye en la acción individual, enfermiza y salvaje.

Por los años mismos en que actuaban aquí contra la acción terrorista del anarco-sindicalismo los grupos igualmente terroristas de los libres, se creó, desarrolló y triunfó en Italia el movimiento fascista, primera aparición magna y formidable de la violencia con un sentido moral, nacional y creador. Aquí, entonces la cobardía del ambiente, la incapacidad para la acción directa de los núcleos jóvenes y la ausencia de una profunda adhesión a los valores superiores, a la Patria, impidieron que brotase a la luz del día un movimiento político violento que tomase sobre sí la tarea de combatir con las armas los gérmenes anárquicos, aplastando a la vez la arquitectura de aquel Estado tembloroso e inservible. En vez de eso, surgieron los grupos contrarrevolucionarios, profesionales, con idéntica táctica terrorista que la del enemigo, y que constituyen uno de los más tristes e infecundos episodios de la historia social reciente. Se inhabilitaron en unas jornadas sin gloria y sin brío hombres que con otra orientación hubieran estado a la altura de los mejores, y que así, hundidos en el drama diario de la lucha en las esquinas, están clasificados con injusticia. Si insistimos en la crítica de estos hechos es porque debido a que surgieron en la época misma que el fascismo italiano, que derivo con fecundidad a la lucha de masas y el triunfo político, se advierta la diferencia y el inmenso error que todo aquello supuso para España. ¿Podrá repetirse la absurda experiencia?

La violencia política nutre la atmósfera de las revoluciones, y desde luego, es la garantía del cumplimiento cabal de éstas. Así el fascismo, en su entraña más profunda y verdadera, se forjó a base de arrebatar a las fuerzas revolucionarias típicas el coraje y la bandera de la revolución. Las escuadras fascistas desarrollaban más violencia y más ímpetu revolucionario en su actividad que las formaciones marxistas de combate. Esa fue su victoria, el dominio moral sobre las masas enemigas, que después de un choque se pasaban con frecuencia, en grupo numeroso, a los camisas negras, como gentes de más densidad, más razón y más valentía que ellos.

Hoy sólo tienen capacidad de violencia o, lo que es lo mismo, capacidad revolucionaria, afán de coacciones máximas sobre las ideas y los grupos enemigos, las tendencias fascistas -nacionales- o las bolcheviques -antinacionales y bárbaras-. A todas las demás les falta seguridad en sí mismas, ímpetu vital, pulso firme y temple.

Es evidente que la violencia política va ligada al concepto de acción directa. Unas organizaciones, unas gentes, sustituyen por sí la intervención del Estado y realizan la protección y defensa armada de valores superiores que la cobardía, debilidad o traición de aquél deja a la intemperie. Ello ha de acontecer siempre en períodos de crisis, en que se gastan, enmohecen y debilitan las instituciones, a la vez que aparecen en circulación fuerzas e ideas ante las cuales aquéllas se sienten desorientadas e inermes. Es el caso del Estado liberal, asistiendo a la pelea entre fascistas y comunistas en los países donde esta pugna alcance cierta dosis.

España ha penetrado ya en el área de la violencia política. Situación semejante podía ser o no grata, y, desde luego, no desprovista de minutos angustiosos; pero está ahí, independiente de nuestra voluntad, y por lo menos ofreciéndonos la coyuntura propicia para resolver de una vez el problema de España, el problema de la Patria. De aquí, de la situación presente, sólo hay salida a dos realidades, sólo son posibles dos rutas: la ciénaga o la cima, la anarquía o el imperio, según escribía en el anterior numero un camarada «jonsista».

Bien está, pues, enarbolar ante la juventud nacional el grito de la ocasión que se acerca. Elevar su temperatura y llevarla al sacrificio por España. Pero no sin resolver las cuestiones previas, no sin dotarla de una doctrina segura y de una técnica insurreccional, moderna e implacable. Es nuestra tarea, la tarea de las JONS, que evitará las jornadas de fracaso, arrebatando a la gente vieja el derecho a señalar los objetivos políticos y a precisar la intensidad, el empuje y la estrategia de la insurrección.

No utiliza la violencia quien quiere, sino quien puede. Desde hace diez años asistimos a experiencias mundiales que ofrecen ya como un cuerpo de verdades probadas sobre algunos puntos muy directamente relacionados con el éxito o el fracaso de las insurrecciones, cualesquiera que ellas sean.

La insurrección o el golpe de Estado -les diferencia y distingue la táctica, pero se proponen la misma cosa y por muy similares medios- son el final de un proceso de violencias, de hostilidades, en que un partido político ha probado sus efectivos, su capacidad revolucionaria, disponiéndolos entonces hacia el objetivo máximo: la conquista del Estado, la lucha por el Poder. Día a día ese partido ha educado a sus grupos en una atmósfera de combate, valorando ante ellos sólo lo que estuviese en relación con los propósitos insurreccionales del partido.

Para ser breves indicaremos de un modo escueto algunas observaciones que deben tenerse en cuenta en todo plan de insurrección o golpe de Estado que hoy se organice en cualquier lugar del globo.

1. La insurrección ha de ser dirigida y realizada por un partido. En torno a sus cuadros dirigentes y a sus consignas han de congregarse los elementos afines que ayuden de una manera transitoria la insurrección. El partido que aspire a la conquista del Poder por vía insurreccional tiene que disponer de equipos armados en número suficiente para garantizar en todo minuto el control de las jornadas violentas en que intervengan fuerzas afines, que deben ser incorporadas, siempre que sea posible, a los propios mandos del partido. Y esto, no se olvide, incluso tratándose de fuerzas militares, en el caso de que se consiga la colaboración de parte del ejército regular.

2. Es imprescindible una educación insurreccional, una formación política. Carecen por lo común de toda eficacia las agrupaciones improvisadas que surgen a la sombra de ciertos poderes tradicionales, en horas de peligro, sin cuidarse de controlar y vigilar su capacidad real para la violencia. Aludimos a los grupos sin disciplina política, que se forman un poco coaccionados por sentimientos y compromisos ajenos a la tarea insurreccional, en la que toman parte sin conciencia exacta de lo que ello supone. Ahí está reciente el ejemplo de aquella famosa «Unión de los verdaderos rusos», por otro nombre las «Centenas negras», que formó en Rusia el arzobispo de Volhinia, Antonio, con todo aparato de liga numerosa, dispuesta para la lucha contra la ola bolchevique, pero de la que a la hora de la verdad no se conoció ni un solo paso firme. Sólo la acción en una disciplina de partido con objetivos concretos y desenvoltura política alcanza y consigue formar grupos eficaces para la insurrección.

3. Los equipos insurreccionales necesitan una movilización frecuente. Es funesta la colaboración de gentes incapaces de participar en las pruebas o ensayos previos, en la auténtica educación insurreccional que se necesita. Todos esos individuos que suelen ofrecerse «para el día y el momento decisivo» carecen con frecuencia de valor insurreccional y deben desecharse. Asimismo, las organizaciones no probadas, hechas y constituidas por ficheros, sin que sus miembros tengan una demostración activa de su existencia en ellas, sirven también de muy poco. Está comprobado que es fiel a los compromisos que emanan de estar en un fichero un cinco por ciento, cuando más, del total de esas organizaciones. Además el rendimiento suele ser casi nulo. El peso y el éxito de la insurrección dependen de los equipos activos que proceden de las formaciones militarizadas del partido. Con su práctica, su disciplina y la cohesión de sus unidades, estos grupos o escuadras logran a veces, con buena dirección y gran audacia, formidables éxitos. Deben formarse de muy pocos elementos -diez hombres, veinte cuando más-, enlazados, naturalmente, entre sí; pero con los objetivos distintos que sea razonable encomendar a cada uno de ellos. Estas pequeñas unidades son además militarmente las más oportunas para la acción de calles, teatro corriente del tipo de luchas a que nos referimos, y son preferibles por mil razones técnicas, fáciles de comprender, a las grandes unidades, que se desorientan fácilmente en la ciudad, perdiendo eficacia, y por ello mismo en riesgo permanente de derrota.

4. El golpe de mano y la sorpresa, elementos primeros de la insurrección. No hay que olvidar que la insurrección o el golpe de Estado supone romper con la legalidad vigente, que suele disponer de un aparato armado poderoso. Es decir, ello equivale a la conquista del Estado, a su previa derrota. El propósito es por completo diferente a la hostilidad o violencia que pueda desplegarse contra otros partidos u organizaciones al margen del Estado. Todo Estado, aun en su fase de máxima descomposición, dispone de fuerzas armadas muy potentes que, desde luego, en caso de triunfo de la insurrección, conservan su puesto en el nuevo régimen. Estas fuerzas ante un golpe de Estado de carácter «nacional», es decir, no marxista, pueden muy fácilmente aceptar una intervención tímida, algo que equivalga a la neutralidad, y para ello los dirigentes de la insurrección han de cuidar como fundamental el logro de los primeros éxitos, aun cuando sean pequeños, que favorezcan aquella actitud expectante. En la lucha contra el Estado es vital paralizar su aparato coactivo, conseguir su neutralidad. Esto puede lograrse conquistando la insurrección éxitos inmediatos, y siendo de algún modo ella misma garantía y colaboradora del orden publico. Sin la sorpresa, el Estado, a muy poca fortaleza de ánimo que conserven sus dirigentes, logra utilizar en la medida necesaria su aparato represivo, y la insurrección corre grave riesgo.

5. Los objetivos de la insurrección deben ser populares, conocidos por la masa nacional. Las circunstancias que favorecen y hacen incluso posible una insurrección obedecen siempre a causas políticas, que tienen su origen en el juicio desfavorable del pueblo sobre la actuación del régimen. La agitación política -que, insistimos, sólo un partido, las consignas de un partido, puede llevar a cabo- es un antecedente imprescindible. Las jornadas insurreccionales requieren una temperatura alta en el ánimo público, una atmósfera de gran excitación en torno a la suerte nacional, para que nadie se extrañe de que un partido se decida a dirimirla por la violencia. A los diez minutos de producirse y conocerse la insurrección, el pueblo debe tener una idea clara y concreta de su carácter.

6. El partido insurreccional ha de ser totalitario. Naturalmente, al referirnos y hablar en estas notas de «partido» dirigente y organizador de la insurrección, no aludimos siquiera a la posibilidad de que se trate de un partido democrático-parlamentario, fracción angosta de la vida nacional, sin capacidad de amplitud ni de representar él solo durante dos minutos el existir de la Patria. El partido insurreccional será, sí, un partido; es decir, una disciplina política, pero contra los partidos. Requiere y necesita un carácter totalitario para que su actitud de violencia aparezca lícita y moral. Es exactamente, repetimos, un partido contra los partidos, contra los grupos que deshacen, desconocen o niegan la unanimidad de los valores nacionales supremos. Ese aspecto del partido insurreccional de fundirse con el Estado y representar él solo la voluntad de la Patria, incluso creando esa voluntad misma, es lo que proporciona a sus escuadras éxitos insurreccionales, y a su régimen de gobierno, duración, permanencia y gloria.

Estas notas analizan la insurrección política como si fuera y constituyese una ciencia. Nos hemos referido a la insurrección en general, sin alusión ni referencia cercana a país alguno; son verdades y certidumbres que pueden y deben ya presentarse con objetividad, como verdades y certidumbres científicas. Es decir, su desconocimiento supone sin más el fracaso de la insurrección, a no ser que se trate de situaciones efímeras, sin trascendencia histórica, y se realicen en países sin responsabilidad ni significación en la marcha del mundo.

* Ramiro escribió este artículo bajo el pseudónimo de «Roberto Lanzas», que utiliza para analizar fenómenos políticos y sociales de índole mundial.

(«JONS», n. 3, Agosto 1933)

 
 

"PARA QUÉ SIRVEN LA EXTREMA DERECHA Y LA EXTREMA IZQUIERDA?"

"PARA QUÉ SIRVEN LA EXTREMA DERECHA Y LA EXTREMA IZQUIERDA?" * por DIEGO URIOSTE

El espectro político clásico y comúnmente aceptado ordena las ideologías en izquierda y derecha, en un plano horizontal plano donde se irían colocando las distintas corrientes según su extremismo, siendo el centro el “punto cero” o punto de inflexión, y los puntos extremos -correlativamente- la supuesta radicalización de las posturas y formas de cada variable, izquierda y derecha. Esta forma de clasificar las distintas ideologías es simplista y en muchos casos desacertada. Pero la cuestión a tratar no precisa un análisis etimológico de los espectros políticos, sino explicar para que sirven realmente las denominadas extrema-izquierda y extrema-derecha. Considero que este tipo de clasificación está históricamente superado, pero el objetivo de este breve análisis es centrarse en el papel social y político que juegan estas dos etiquetas -muchas veces asumidas por sus propios miembros, en la mayoría de los casos desideologizados- en la preservación del actual régimen y sistema político-económico.




* POSTMODERNIDAD, FIN DE LA IDEOLOGIA O COMIENZO DE LA TRIBALIZACIÓN




Posiblemente sea Ian Curtis -cofundador del grupo Joy Division- el representante pop de esa nueva generación del ultimo cuarto del siglo XX que aplicó de forma tan rotunda -y comercial- el idea postmodernista, la parcial desestructuracion del pensamiento tradicional en el arte de masas y, por lo tanto, consustancial a la corriente nihilista del siglo XX. Postmodernismo artístico que pretendía romper la relación entre símbolo y significado, aplicando una mecánica de sincretismo visual que posteriormente recogerían otras corrientes de la cultura urbana como el punk o bandas actuales como Rammstein. La idea de desnaturalizar los símbolos en el arte no ha sido bien entendida en la subpolitica de los extremos. Aun a día de hoy existe una gran controversia en este sentido, y es sintomático que un ejercicio tan simple de supuesta transgresión visual (otro de los pilares del arte postmoderno de masas) como la del cantante Sid Vicious con una camiseta con la esvástica nacionalsocialista cree en la nuevas generaciones tantos problemas e histerias.




Son esas nuevas generaciones de postmodernos pasivos e inconscientes las que nutren mayoritariamente las filas de la extrema-izquierda y la extrema-derecha. Existe una atracción primitiva respecto al símbolo, que lleva a muchos adolescentes a sumarse a movimientos que los exhiben constantemente como reclamo ideológico clásico. Sin embargo -es por ello que hablo de postmodernos pasivos e inconscientes- ese símbolo (sea la esvástica, sea la hoz y el martillo, la estrella roja, etc.) parece estar vacio y no tener ninguna carga de significado, mas allá de las inexactas y la mayoría de las veces intencionadamente equivocadas interpretaciones posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Una imagen importada de Hollywood y sustentada por los massmedia, que ha sido amplia y cómodamente aceptada por los autodenominados herederos de esas ideologías. Esas nuevas generaciones exhiben símbolos y fobias de ideologías actualmente falseadas, distorsionadas, creando movimientos supuestamente continuistas y autoproclamándose los únicos estandartes legítimos contra el sistema actual. Prueba de todo esto es la existencia del movimiento antifascista mas de medio siglo después del fin del fascismo, o del anticomunismo militante décadas después del fin del comunismo. Estas dos corrientes están ampliamente representadas en las exiguas -pero ruidosas- filas de la extrema-izquierda y la extrema-derecha.




Se trata de facto de una desideologizacion de la sociedad, o lo que se ha llamado “El fin de las ideologías”, tesis erróneamente adjudicada a Fukuyama[1], que ya fue formulada anterior y pormenorizadamente por Daniel Bell en los años 60[2]. La imposición y omnipresencia de un sistema demoliberal en Occidente pareciía -o pretendía- indicar que habíamos llegado a un nuevo paradigma sociológico, político y cultural, imposible de transformar o revertir. Así, las contestaciones “lógicas” y los mecanismos de oposición a ese sistema, en una sociedad postmodernista, vendrían precisamente de la desvirtuación de las ideologías anteriormente vencidas, pero asumidas, por parte de las nuevas generaciones. Los autoproclamados herederos de esos sistemas representan y reproducen la imagen tergiversada que los vencedores difundieron de esas ideologías, es decir una imagen construida por el aparato propagandistico de su enemigo natural. Por eso, generalizando, la extrema-izquierda y la extrema-derecha se han convertido en la imagen borde, distorsionada, esperpéntica e iracunda tanto de esas ideologías “ya vencidas” como de sus homólogas más “moderados”.




Las filas de estos dos “extremos políticos” se han nutrido generalmente de lo que había y hay en la sociedad occidental[3]: pequeñoburgueses alienados con ganas de vivir experiencias aparente y visualmente extremas o jóvenes con buenas intenciones pero desubicados (por la monopolizacion por parte de estos grupos de la materialización política antisistema). Siempre hay excepciones, pero estoy hablando de la generalidad para que se entienda mejor la dinámica de estos grupos que, pese a ser numéricamente pequeños, actúan en forma de masa[4].




Esos núcleos juveniles, hijos de su tiempo y participes del todo postmoderno-nihilista, asumían preideologicamente la estética y la imagen distorsionada de estos movimientos urbanos, aceptando la relación de tribu urbana con la ideología. Cuanto más aparentemente radical y extremo es el posicionamiento político, más radical y extrema -en la lógica tribal urbana- es la forma de vestir, la forma de comportarse, el estilo de vida. Es decir que, una vez roto el enlace tradicional entre figura y significado, lo único que queda es la lógica superficial y frívola de la imagen por la imagen, donde todo tiene sentido en el plano visual. Así, la lógica extrema se amplia erróneamente a todos los campos, soterrando cualquier verdad radical en pos de la realidad estética. Lo que en la práctica significa que una parte importante de la extrema-izquierda y de la extrema-derecha esté representada por el lumpen, por catervas disfrazadas de skinheads, punkys y demás estéticas asociadas a comportamientos antisociales, lo cual no tiene mucho sentido en el ambito político. Porque en la relación estética postmodernista, vestir y Ser es lo mismo, por eso un skinhead o un punky no es sólo una persona que sigue determinada moda (lo cual mas allá del buen o mal gusto, no supondría un problema social), sino que es además una persona que se comporta de determinada forma, igualando su mensaje estético a su actitud pública. En esa lógica, el que piensa de forma extrema, viste de forma extrema y, por lo tanto, su forma de proceder es extrema. En una sociedad nihilista, carente de valores, esa forma es la de la violencia marginal, inoperante, cobarde y mezquina.




A diferencia de la violencia de los movimientos ideológicos originales -discutible o no-, el subproducto pequeñoburgues de la extrema-izquierda y la extrema-derecha actual no busca el derrocamiento sincero y valiente de su principal enemigo (el sistema capitalista bajo la forma política demoliberal), sino que es una vía de escape individualista o grupal mas propia de grupos marginales y autoexcluidos de la sociedad que de auténticos revolucionarios en pos de un ideal superior.




* CORRELACIÓN FUERTE Y POSITIVA; SIMBIOSIS Y CAUSALIDAD





Existe una relación directa entre ambos extremos, que se nutren, se sustentan y se afirman respecto al oponente. Pese a que en apariencia su lucha es contra el sistema dominante, su dialéctica deriva esa lucha a la de los extremos. Así, en vez de combatir directamente al capitalismo, la extrema-izquierda apunta al fascismo como enemigo principal. Según su falaz y maniquea argumentación, el fascismo no sería otra cosa que el brazo violento capitalismo[5], y por eso para acabar con el capitalismo deben primero derribar al neofascismo[6]. Así mismo, la extrema-derecha también ha heredado la ahora estéril disyuntiva de la II Guerra Mundial, viendo en la extrema-izquierda la representación de los males del sistema dominante y, por lo tanto, el enemigo a batir. Ambos sectores perpetúan un esquema sobrepasado de inquinas y odios, basándose en constantes ataques del contrario para justificar su modus operandi (y vivendi).




Resulta paradójico como la lucha de los extremos se basa y se sigue nutriendo de una dicotomía historicista que ya no es real, heredando enfrentamientos de una contienda bélica ya pasada: en Occidente y en un contexto historico donde solo existen estados demoliberales, sin estados fascistas o comunistas, resulta cuanto menos sorprendente. Las actuaciones de estos extremos son correlativas, pues su existencia y sus actividades varían en función de su extremo oponente, siempre en el mismo sentido, en una dialectica de defensa-ataque callejera que roza la esquizofrenia y es, en todo caso, estéril y contraproducente.




En esta realidad de histeria sistemática, las fuerzas de ambos extremos actúan en base a arrebatos, pasiones y un frenesí juvenil que nunca logran superar. Las organizaciones “adultas” de extrema-izquierda y extrema-derecha son igual e invariablemente antifascistas y anticomunistas. Este desorden irracional, incongruente y apocalíptico lleva a situaciones cuanto menos ridículas. El simple hecho de que una de las facciones apoye X causa, significa que automáticamente la facción contraria se oponga a esa causa. Esa relación causalistica es una prueba evidente de la incoherencia e insustancialidad de estos movimientos.




En las recientes manifestaciones anti-islámicas de Reino Unido, tanto en Birmingham como en Harrow o Luton, los manifestantes de extrema-derecha de la organización Stop Islamification of Europe o de la English Defense League se encontraron con contramanifestaciones del movimiento antifascista, organizadas por Unite Against Fascism, repletas de inmigrantes musulmanes. Ante la presencia de los musulmanes, algunos manifestantes anti-islámicos portaron y mostraron banderas del estado de Israel, en una respuesta “lógica” (según su dialéctica) anti-islámica.




Así mismo, a finales de mayo de este mismo año, la Lista Anti-sionista francesa se manifestaba en París. La extrema-izquierda realizó una contramanifestacion violenta, intentando agredir a los participantes de la marcha anti-sionista bajo la pretexto de ser “nazifascistas”, de extrema-derecha[7]. Hay que recordar que los componentes de la Lista Anti-sionista son franceses, musulmanes, judíos ortodoxos, etc. Por lo tanto, muy alejada de la vision maniquea de los anti-fascistas, que son capaces de manifestarse contra la extrema-derecha prosionista en Inglaterra y a la vez atacar violentamente en Francia a un partido anti-sionista.




En España, el delirio bipolar de los extremos lleva a situaciones aparentemente inverosímiles por parte de la extrema-izquierda y la extrema-derecha. La situación es tan grotesca que las luchas ya no se sitúan en el plano de los extremos equidistantes, sino entre los propios miembros de cada extremo.






La fecha del 20 de Noviembre es emblemática en España- concretamente en Madrid-, siendo un clásico del circo subpolitico del que hablamos. Pero este 20N ha sobrepasado todas las expectativas y los límites del ridículo. Por un lado la extrema-izquierda que se manifestaba contra el fascismo por las calles de Madrid, que concluyó en una manifestación fragmentada y enfrentada, consecuencia de anteriores enfrentamientos violentos entre miembros de la extrema-izquierda[8]. Según sus propias crónicas[9], la manifestación antifascista estaba dividida en tres grupos: el bloque de la Coordinadora Antifascista, el bloque del sindicato anarquista CNT, y el bloque autónomo; estos últimos enfrentados a la Coordinadora Antifascista a causa de los ataques a la CSO La Gotera, hasta el punto de dividir la manifestación y deshacer cualquier marcha unitarista. Por el otro lado la extrema-derecha, dividida por cuestiones tácticas y de liderazgo. Según varios medios de comunicación, un pequeño grupo de antiguos militantes del MPS[10] (Movimiento Patriota Socialista, anteriormente Combat España, ahora integrados en el Moviendo Social Republicano) intentó agredir y boicotear una conferencia organizada por Democracia Nacional, que tenia como invitado especial al ultraderechista Nick Griffin[11]. Así mismo, en la tradicional conmemoración dominical en la Plaza de Oriente, al día siguiente, varios militantes de Democracia Nacional fueron expulsados por los miembros de seguridad de la convocatoria “unitaria” de los “herederos del 18 de Julio”, del bando nacional de la Guerra Civil, convocado por la Confederación Nacional de Combatientes.




Todos estos enfrentamientos y toda esta violencia entre los grupos de extrema-izquierda y extrema-derecha ,y dentro de ellos también, no tiene otra explicación que la paranoia y demencia de una lucha irracional sin objetivos claros, sin enemigos determinados en base a la realidad actual.




* LA EXTREMA DERECCHA Y LA EXTREMA IZQUIERDA COMO GARANTES INVOLUNTARIOS DEL RÉGIMEN Y DEL SISTEMA




La realidad muestra que , pese a que tanto la extrema-izquierda como la extrema-derecha llamen a la lucha contra el sistema, no existen hechos sustanciosos que demuestren que lo combatan. Su mecánica parece funcionar sólo en los estertores de la política, en los ámbitos residuales propios de las subculturas urbanas en vez de en el campo propiamente político. Los hechos así lo testimonian.




Sin embargo tanto la ultraizquierda como la ultraderecha se atribuyen el monopolio de la lucha antisistema, hecho que el propio sistema no duda en difundir a través de sus medios de “comunicación”. La sociedad percibe que la única forma existente de enfrentarse al sistema (sistema que ha demostrado no funcionar tanto económicamente como políticamente, ya sea por las crisis cíclicas y permanentes capitalistas como por la falta de democracia de las “democracias liberales” corruptas y cleptocraticas) es perteneciendo a esos estercoleros políticos extremistas, por lo que cualquier critica al sistema es desprestigiada y deslegitimada de facto.




Esta falacia reduccionista funciona perfectamente y está socialmente aceptada y consensuada. Toda nueva alternativa que surge debe pasar el filtro “tribunal inquisidor político” ante la necesidad de situarlo a un lado u otro de la falsa dicotomía. Y en caso de no hacerlo de motu propio, se utiliza la reductio ad hitlerum o reductio ad stalinum, que no es otra cosa que decir que si esa nueva alternativa defiende X cosa, y esa cosa la defendió X persona/ideología en el pasado también, entonces esa nueva plataforma es heredera ideológica de uno de los extremos, y debe cargar con todos los pecados y crimenes que este cometió, adeudando todas sus culpas historicas. Y así, encasillada y sometida a su nueva categoría y etiquetacion, su potencial queda mermado y encajonado en el falso esquema político. La nueva alternativa queda automáticamente desactivada, el sistema sale reforzado.




Los cintegrantes de los extremos, lejos de intentar contrarrestar la imagen que la propaganda del sistema les adjudica, confirman con sus actitudes la peor de sus realidades, que es infinitamente peor que la más burda de las mentiras difundida por los massmedia. En esos extremos, cualquier buena idea -que las hay- queda ensombrecida, cualquier idea justa -que son muchas- queda emponzoñada, cualquier persona válida -que no son pocas- queda desautorizada para siempre.




Lo que han conseguido los supuestos extremos a lo largo de todos estos años es, involuntariamente, acotar el sistema tanto por la “izquierda” como por la “derecha”, parapetar el sistema y cerrar el arco parlamentario. Es decir, han sido -sin quererlo- los tontos útiles, los que han realizado de forma antiheroica el trabajo sucio, a veces como guardia del bate, otras como representación absurda de la oposición al sistema.



Los viejos esquemas políticos no valen nada en un mundo donde las fuerzas emergentes y los nuevos espacios de resistencia no siguen ninguno de los preceptos de la extrema-izquierda y la extrema-derecha. Los nuevos problemas exigen nuevas formas de lucha, nuevas formas de organización. Si los europeos quieren enfrentarse de verdad a los culpables de la actual situación cultural, política, economía y social, deberán desprenderse de antiguos esquemas, de los antiguos odios, de las antiguas manías, y comprometerse efectivamente por su futuro. Si persisten en el error, demostrarán que no son mejores que el sistema actual y, en muchos casos, que no son más que uno de sus productos de consumo. Un subproducto cutre, estúpido, ridículo e infantiloide de una sociedad decadente.







[1] Fukuyama, Francis, El fin de la historia y el ultimo hombre, 1992

[2] Bell, Daniel, The End of Ideology, Harvard University Press, 1960

[3] No hablo de forma gratuita, por suerte o por desgracia he conocido desde dentro ambos “movimientos”.

[4] En “Diagnostico de nuestro tiempo” el sociologo Karl Mannheim ampliaba la definición orteguiana de masa, exonerandola del número y reduciéndola a la cualidad propia de la mecánica supraindividual pero atomizada.

[5] En la VII Internacional Comunista, en 1935, basado en el informe Dimitrov, advertía que el fascismo donde consigue imponerse, no resuelve ningún problema, sino que agudiza al máximo todas las contradicciones y por ello se debe “combatir por medio de un amplio frente antifascista formado por los obreros, los campesinos y la pequeño burguesía, sobre la base de un frente único del proletariado y un partido comunista fuerte”.

[6] Expresión para calificar a los extremo-derechistas que se autocalifican como fascistas

[7] Vídeo del intento de agresión: http://leweb2zero.tv/video/booly_524a23ab776b20a

[8] “La gotera que colmo el vaso“, crónica del ataque sufrido en la CSO La Gotera por parte de autodenominados “antifascistas”.

[9] La verdad es revolucionaria: Crónica pormenorizada de la manifestación del 20N en Madrid, de Kaosenlared

[10] Existe otra versión que defiende que los boicoteadores no representaban a ningún partido en concreto, tal como se puede leer aquí: http://azorae.blogia.com/2009/112301-entrevista-a-uno-de-los-28-detenidos-en-los-aledanos-del-hotel-velazquez-el-21-n.php

[11] http://www.larazon.es/noticia/ultras-contra-ultras-en-un-hotel-de-madrid




Visiones y Revisiones: Julius Evola

Visiones y Revisiones: Julius Evola

LA RAZA DEL HOMBRE FUGAZ

Desde los tiempos más remotos ha sido reconocida siempre la analogía existente entre el ser humano y aquel organismo más grande que es el Estado. La concepción tradicional del Estado –concepción orgánica y articulada- ha reflejado siempre la misma natural jerarquía de las facultades propias de un ser humano en sentido completo, en el cual el elemento puramente físico y somático está regido por las fuerzas vitales, estas obedecen a la vida del alma y al carácter, mientras que en el vórtice de todo el ser se encuentra el principio intelectual y espiritual, lo que los estoicos denominaban el soberano interior, el egemonikon.

            A partir de tales ideas, la democracia se presenta en forma manifiesta como un fenómeno regresivo, como un sistema en el cual toda relación normal se encuentra invertida. El egemonikon es aquí inexistente. La determinación viene desde lo bajo. Falta cualquier centro verdadero. Una pseudo-autoridad revocable al servicio de lo que se encuentra en lo bajo –del aspecto puramente material, “social”, económico y cuantitativo de un pueblo- corresponde, de acuerdo a la indicada analogía, a una situación que, en el caso de un ser individual, sería la de una mente y de un principio espiritual que existiesen y tuviesen su razón de ser únicamente como exponentes de las necesidades de la corporeidad, el servicio de la misma.

            El advenimiento de la democracia significa algo más serio y más grave de lo que hoy puede parecer desde el punto de vista puramente político, es decir, como el error y la estupidísima infatuación de una sociedad que se prepara la propia fosa. En efecto, no es osado afirmar que el clima “democrático” es tal de no poder ejercer, a la larga y con el tiempo, una acción en sentido regresivo también con el hombre como personalidad y en los términos incluso “existenciales”: justamente como consecuencia de las correspondencias antes indicadas entre el individuo en tanto pequeño organismo y el Estado en tanto gran organismo.

            Una tal idea puede hallar su confirmación si se examinan varios aspectos de la sociedad más reciente. Platón manifestó en su oportunidad que los que no tienen un señor en sí mismos es bueno que por lo menos lo tengan afuera  de sí mismos. Y bien, lo que ha sido enarbolado como la “liberación” de uno u otro pueblo, incluso a veces con la violencia (como sucediera luego de la segunda guerra mundial), con el “progreso democrático”,al eliminarse todo principio de soberanía y de autoridad verdadera y de todo ordenamiento desde lo alto, hoy se opera en un número relevante de individuos una “liberación” que no significa otra cosa que la eliminación de cualquier “forma” interior, de cualquier carácter, de cualquier rectitud: el declive o la carencia en el sujeto de aquel poder central del cual hemos recordado la sugestiva denominación clásica de egemonikon. Ello no solo en lo referente al plano puramente ético, sino en el campo mismo de los comportamientos más corrientes, de la psicología individual, de la estructura existencial. El resultado es la difusión de un tipo lábil e informe, de aquella que con propiedad podría denominarse como la raza del hombre fugaz. Es aquella raza que merecería ser caracterizada en forma más detallada de lo que sea posible hacer aquí: aun recurriendo a métodos científicos y experimentales.

            El tipo perteneciente a tal raza no sólo no tolera ninguna disciplina interna, no sólo aborrece colocarse ante sí mismo, sino que es también incapaz de cualquier compromiso, de seguir una línea precisa, de mostrar un carácter. En parte, él no lo quiere; en parte, no puede hacerlo. En efecto, es interesante notar que tal labilidad no es siempre la que se encuentra al servicio del interés privado de escrúpulos, no es siempre la de quien dice: “Estos no son tiempos en donde podamos permitirnos el lujo de tener un carácter” (Nietzsche). No, en varios casos tal comportamiento se dirige en contra de las mismas personas que lo poseen. Es significativo además que el tipo decadente del cual hablamos hace siempre más pie sea en áreas en donde la raza y la tradición le ofrecían un terreno menos apto (nos referimos sobretodo a la Europa central y a los países nórdicos, en una cierta medida a la misma Inglaterra), sea en estratos, cuales la aristocracia y el artesanado, cuyos integrantes ayer mantenían aun una cierta forma interior.

            En efecto en la misma corriente de disgregación se encuentra  también el declive de cualquier “honor profesional”, honor que ha representado una expresión preciosa en el campo práctico, de la conciencia moral y también de una cierta nobleza. El placer de producir según la propia arte dando lo mejor de sí mismos, con compromiso y honestidad, cede el lugar al más bajo interés que no retrocede ante la adulteración y el fraude. Característicos entre todos los existentes son los fraudes alimentarios, hoy convertidos en desfachatados y difundidos como nunca, en los cuales debe notarse no tan sólo una irresponsabilidad muchas veces delictiva, sino también el carácter oblicuo, la caída de nivel interior, el desvanecimiento de aquel sentimiento del honor que en otros tiempos caracterizaba también a las más humildes corporaciones. (En un determinado sector, paralelamente a la industrialización, se le sustituye la proletarización del carácter y el chantaje social propio de la denominada “clase obrera”, es decir, de aquellos que no son más que simples “vendedores de trabajo”).

            Hemos dicho que el fenómeno no se refiere sólo al campo moral. La labilidad, la evasividad, la alegre irresponsabilidad, la desenvuelta falta de corrección se demuestra aun en las banalidades de la vida de todos los días. Se promete una cosa –escribir, hablar por teléfono, interesarse en esto o en aquello- y no se hace. No se es puntual. En ciertos casos más graves la misma memoria no es ahorrada: nos olvidamos, somos distraídos, se manifiesta una gran dificultad en concentrarse. Muchos especialistas han constatado por lo demás la menor memoria que poseen las nuevas generaciones, fenómeno que se ha tratado de explicar con diferentes razones peregrinas y adyacentes, mientras que la causa verdadera debe verse en la mencionada modificación del clima general que parece llevar a una verdadera y propia alteración psíquica estructural. Y si se recuerda lo que agudamente ha escrito Weiniger acerca de las relaciones entre eticidad, lógica y memoria, sobre el significado de la memoria en un plano superior, no simplemente psicológico (la memoria posee estrechas relaciones con la unidad de la personalidad, con su resistencia a la dispersión del tiempo, al flujo de la duración: tiene pues también un valor ético y ontológico: no por nada un particular refuerzo de la memoria ha formado parte de disciplinas de alta ascesis, por ejemplo en el buddhismo), se pueden comprender las más profundas implicaciones en tal fenómeno.

            Además, lo propio del estilo del hombre fugaz es el de mentir con naturalidad, muchas veces incluso gratuitamente, sin siquiera un verdadero fin; de aquí también su rasgo específicamente “femenino”. Y si a alguno de tal raza se le reprochara un tal comportamiento, él o se asombraría, pues lo siente como algo muy natural, bien se sentiría atacado, reaccionaría con una intolerancia casi histérica. No se quiere ser “molestado”. En el círculo de las propias relaciones cada uno podrá constatar fácilmente, esta especie de neurosis, tan sólo si le presta un poco de atención. Y se podrá también resaltar cómo muchas personas que ayer nos ilusionábamos de conocer como amigos o como hombres poseedores de un cierto carácter, hoy, luego de la guerra, son irreconocibles.

            Del mundo de los politiqueros con sus coimas y con todo aquel régimen de corrupción que siempre ha caracterizado a las democracias parlamentarias, pero que hoy se pone en evidencia de manera desfachatada, no es el caso de hablar aquí, pues es algo ultraevidente el rol que en el mismo le cabe al hombre de raza fugaz, la que es idéntica siempre más allá de las  diversidades de etiquetas de partidos. Hay que observar que muchísimas veces ni siquiera hacen excepción a tal regla los que se profesan de ideas de “derecha” puestos que en ellos tales ideas ocupan un sector separado, privado de contactos directos y de consecuencias de compromiso con su realidad existencia. Vale la pena mencionar más bien el carácter de una cierta corrupción minúscula, en especial en el campo sexual, entre las nuevas generaciones “emancipadas”, bajo la forma aproximada de lo que se ha dado en llamar la “dolce vita”. Ello es referible a la misma causa, a la labilidad y a la inconsistencia. No corresponde a algo positivamente inconformista, a la afirmación de una libertad superior, de una pronunciada personalidad. Es en vez el efecto de un puro dejarse ir, así, en el fondo, de una pasividad, de una banal caída de nivel; sobre lo cual volveremos al estudiar el subsuelo de ciertas corrientes ideológicas sexológicas de nuestros días. El lugar en donde debería hallarse el “soberano interior”, quizás para oponer la propia ley del propio ser a toda ley externa, a toda hipocresía o mentira (Stirner, Nietzsche, Ibsen), está vacío. Se vive al día, en manera por lo demás estúpida. De allí que en algunos momentos muy raros en que se tome conciencia el resultado sea el disgusto y el aburrimiento.

            Falta de una autoridad, de verdaderos jefes, en lo externo, en el organismo del Estado y, correlativamente, falta de una forma interior en los sujetos: una cosa es solidaria con la otra y una cosa corrobora a la otra, de modo de hacer pensar que quizás se trata de dos diferentes aspectos de un fenómeno único de nuestros tiempos evolucionados y democráticos.

 

 

[*] Evola, Julius, El arco y la clava, pp.19-23, Ed. Heracles, Buenos Aires, 1999. (1ª ed. 1968).

Este mismo tema fue tratado en artículo homónimo de febrero de 1951.

Visiones y Revisiones: "PROCESO A LA BURGUESÍA"

Visiones y Revisiones: "PROCESO A LA BURGUESÍA"

 

Berto Ricci nació en Florencia en 1905. Profesor de matemáticas ingresó en el fascismo en 1927. Colaboró en distintas revistas del régimen y en 1931 fundó “L’ Universale”. Como poeta publicó “Il rosal” (1930), “Poesie” (1930) y “Corona ferrea” (1933). Ensayista polémico, escribió “Errori del nazionalismo italico” (1931), “Lo scrittore italiano” (1931), y en 1939 el texto que publicamos íntegramente, recogido en la obra colectiva Processo alla borghesia, compilada por Edgardo Sulis ese mismo año.

             Combatiente en la campaña de Etiopía (1937), se presentó como voluntario nada más comenzar la Segunda Guerra Mundial. En octubre de 1940, convencido de que aquella sería “el comienzo de una victoria absolutamente imperial y sobre todo moral, y civil”, partió para Libia con una idea muy clara: “acabar con los ingleses y con sus dignos hermanos de ultramar, pero también con algunos ingleses de Italia”.

            El 2 de febrero de1941, en Bir Gandula, sobre el desierto del Gebel, cayó muerto por el ataque –ironías del destino- de la aviación británica, Berto Ricci, poeta, fascista, revolucionario.

 

CATEGORÍA ESPIRITUAL Y CATEGORÍA SOCIAL

 

por Berto Ricci

 

La vieja lucha antiburguesa parte de una error: el de la burguesía entendida exclusivamente como clase; definida además, abstractamente, por mínimo límite censatario; definida, incluso, con criterio elástico pero con persistencia en el método, por uno o más tipos de ocupación; rigurosamente prolongada mediante la herencia desde el individuo a la familia, de los nacidos a los nasciturus, porque en la concepción clasista, los hijos y los nietos del burgués no pueden ser, salvo ruina económica o inscripción en un partido extremista, otra cosa que burgueses. Así pues, categoría social y categoría económica; y, al cabo, casta. El equivoco de tal concepción es múltiple. Se encuentra en la presunta omnipotencia de la herencia y el ambiente. Se encuentra en la contraposición sofística de trabajo técnico o directivo, a menudo simplemente administrativo, frente a trabajo manual. Se encuentra en elevar la clase, entidad mutable a absoluto político. Se encuentra en el materialismo económico que ve en el individuo solamente un detentador, apropiador o productor de riqueza, aboliendo o marginando toda la inextinguible realidad del hombre. Frente ello se alza la concepción opuesta, que quiere ver en la burguesía sólo una categoría del espíritu. No ya clase sino mentalidad, no ya la ocupación sino el modo de vida, el uso de sí mismo y de sus propios medios, Postura preferible a la primera, por cuanto tiene en cuenta de ese dato indestructible que es la personalidad humana, colocando la voluntad y el carácter por encima de la némesis clasista y de la fatídica nivelación profesional y considerando el trabajo unitariamente.

            Sus defectos son los de todas las posiciones íntegramente espiritualistas cuando se aplican a realidades terrenas. Consisten en no tener en cuenta el elemento económico que a menudo acompaña y se entrecruza en diversos grados con la valoración espiritual, creando intereses cuyas resistencias pueden obstaculizar o dañar seriamente un proceso de renovación. Consisten en pasar por alto el hecho de que toda mentalidad tiende a hacerse “clase”, por ley de afinidad y ley de defensa, que alcanzado un cierto nivel de satisfacción el hombre medio busca, quizá inconscientemente, condiciones propias para aislarse del cuerpo social en una coalición de hombres medios satisfechos, y que para controlar este anhelo no bastan las leyes, se precisa de la sensibilidad política de la Nación. Son también defectos de la antiburguesía espiritual, excluir o ningunear esa influencia de la herencia y del ambiente que la antiburguesía clasista exageraba. Porque por ejemplo, no se ha dicho, e incluso se ha desmentido, que la familia del burgués deba generar individuos burgueses; pero no por esto se debe negar que la familia burguesa exista y opere sobre las concepciones de sus hijos. Generosos defectos, y excesos por reacción, que pueden restarse al juego de ladinos e interesados agentes. Categorías espirituales y categorías sociales no se identifican pero se entrelazan; no coinciden pero se compenetran. En las zonas de intersección del fenómeno burgués será más manifiesto y producirá mayor daño porque sus medios son mayores y mayor es el radio de acción.

            En el pensamiento burgués se hallan presentes en primer término el particularismo de clase y el afán de lucro. Vicios morales, vicios intelectuales de la burguesía, tienen aquí su origen. Superar la clase como hecho social y como hecho económico, en la triple realidad del Estado unitario, de la jerarquía de los valores, de la representación provisional orgánica, es misión del Fascismo. Aquí reside precisamente la más cruda y tajante oposición del Fascismo al clasismo capitalista y al clasismo comunista: términos antitéticos de una misma ecuación. Superar las clases. Se puede cometer el error de considerarlas ya superadas. Error, frecuente en las revoluciones, de tomar una realidad en devenir como realidad efectuada. Error de buena fe y de la fe, de quien, al haber completado en sí mismo esta superación, atribuye a la colectividad  el resultado que pocos han logrado, No olvidemos, sin embargo, que la colectividad se compone de individuos que deben, cada uno, incluyendo todas las eventuales ayudas y sugerencias, establecer por sí mismos una verdad histórica como verdad moral. El ambiente político, aun sustentado por heroica disciplina, hace mucho. Pero no lo es todo. Debe contarse con eso que en cinética se llama variable t : el tiempo. Tiempo que  debe no solamente correr cinéticamente, sino que debe estar pleno de obras, granado de impulsos, de ejemplos, de normas. Tiempo que debe ser permanencia; tiempo vivido por la sociedad y a su través por los individuos, en la práctica de un anticlasismo profundo, continuo, hecho al fin espontáneo.

            Si Roma no se hizo en un día, nada extraño tiene que el clasismo sobreviva. Sobrevive arriba y abajo, por utilizar una abusiva topografía social. Sobrevive en el mismo hecho de que aún, en el lenguaje común exista un alto y un bajo de la sociedad nacional, siguiendo criterios inevitables no de valor, sino de censo y de estirpe. Sobrevive en el “nosotros los pobres” y en el “nosotros gentes de bien”; en los lugares en los que baila o se sienta a la mesa cierta subespecie de humanidad, particularmente titulada o particularmente vestida. Sobrevive allí donde exista rechazo de lo comunitario dentro de la comunidad, y es por esto típico de la zona meridional donde el Fascismo se ha sobrepuesto a los “caballeritos” de Giovanni Verga. Decíamos: la variable t. Se debe también decir que la obsesión por los resultados a alcanzar es mucho más noble y más beneficiosa, mucho más revolucionaria, que la de los resultados alcanzados. Que el pesimismo activo vale más que cien optimismos contemplativos. Sobrevive, el clasismo, tanto en una infracción empresarial sobre las vacaciones retribuidas como en la vaporosa palabrería de la mujer de un catedrático que envía a regañadientes a su hijo al campamento juvenil junto al hijo del bedel. Tanto en la vil reverencia del dependiente, como en el llamado “pueblo humilde” del cronista de prensa. Sobrevive en todas partes y así será mientras no prepondere sobre el valor riqueza el valor hombre.

            Fuerzas vigorosas lo combaten sin descanso. La enseñanza del Duce, también en esto, impele y ordena. Mussolini, que comparte mesa con los obreros, para citar solo uno de los infinitos episodios, no permite alternativas a la conciencia fascista. Ser o no ser. El encuadramiento de la juventud, el compañerismo militar o la educación sobre el terreno de minorías crecidas en las guerras fascistas, minorías que son legiones, son necesarias para desarraigar las pálidas supervivencias de castas impenetrables. La asistencia como deber social, la asistencia sobre el plano de la dignidad, del Grupo Regional al jardín de infancia y a las colonias juveniles, es instrumento anticlasista en acción. Siempre puede serlo más en la escuela, con el incremento de la formación profesional: la escuela, donde el punto arduo, la línea Maginot de la mentalidad clasista, reside en cierto tipo de instituto de enseñanza media-superior. El sistema corporativo no pretende solo dar al trabajador la conciencia de productor, convirtiéndolo en parte activa de la empresa y transformándolo sustancialmente en propietario responsable; sino, también, mediante la integración sindical de categorías heterogéneas (mozos, pescadores, músicos, dentro de “trabajadores autónomos”; tocólogos y abogados, por ejemplo, dentro de profesionales y artistas; el peluquero y el pulidor dentro del artesanado) contribuye a la erosión de las vanidades intelectualistas, de los prejuicios pequeñoburgueses.

            Es preciso intensificar la acción. Intensificarla positivamente incitando cada vez más a las gentes italianas a hacer vida, trabajo, fiesta en común; a sentir la solidaridad activa coma si fuera un carácter adquirido, casi como un don de la naturaleza; a frecuentar el Fascio, el Grupo, el Descanso Obrero (Dopolavoro), el campamento del pueblo, el ocio  del pueblo, la asamblea del pueblo, el estadio del pueblo, las vacaciones del pueblo, el espectáculo del pueblo. Aproximar a la juventud de las escuelas a la vida de las oficinas del campo, de la mina, al trabajo manual. Compactar las asambleas sindicales, hacerlas debatir problemas concretos, hacerlas presidir por trabajadores, como ha sucedido recientemente. Intensificar la acción en su aspecto negativo, menoscabando las reuniones minoritarias, aireando o asfixiando los espacios cerrados, el casino de los nobles, el salón de los acomodados, el café de los literatos, respetando únicamente una soledad, la del que piensa y la del que sufre, con la firme exigencia de que el pensamiento no sea separación, con la exigencia cariñosa de que el sufrimiento no sea sepultura. Golpear los residuos clasistas con todos los medios desde los disciplinaros a los del ridículo; golpear, reeducar al que hace la reverencia y al que la exige; vigilar los pequeños detalles que sumados producen grandes males, y esto es obligación de las jerarquías periféricas y éstas deben funcionar. Observar a las mujeres, conservadoras natas, tanto para lo bueno como para lo malo. Hacer al cabeza de familia responsable, disciplinariamente de cualquier disonancia clasista de los suyos. Vigilar al señorito de provincias, y dar armas a quien deba usarlas contra él, si alborota.

            Una sensibilidad escasa en esta materia puede comprometer, anular, cualquier propaganda. La apologética del régimen es fácil. La educación en Fascismo  es arte difícil. La escuela abierta a todos –excepción hecha de perezosos e incapaces- en todos sus niveles y grados; las escuela abierta a todos según las capacidades y no según las capacidades económicas de la familia: tal es el tránsito obligado para una antiburguesía que quiera ir hasta el fondo. Mientras que el profesional sea hijo del profesional, el espíritu burgués expulsado de las calles hallará refugio en los hogares, la acción política deberá emplear la mitad de sus recursos en deshacer los prejuicios domésticos  y la familia quedará fuera del radio de acción fascista. O escuela abierta o mandarinato. O escuela abierta o linaje económico. O escuela abierta o formación clasista de los técnicos de la industria, de los oficiales del Ejército, de los funcionarios del Estado. O escuela abierta o casta burguesa. Este es el valor revolucionario de esa Carta Escolar que garantice hoy al Fascismo la pedagogía de su civilización.

            Cuando se evidencian las insuficiencias y las culpas de la burguesía, es preciso no incurrir en la deificación del pueblo. Esta demagógica adulación, a menudo unida a la mortificación expresada en palabras como “pueblo humilde”, y similares, tiene ciertamente un poco el sabor del amo que acaricia a su perro. ¿Qué pueblo? Pueblo eres también tú, mi buen erudito; y si no lo eres o no quieres serlo peor para ti. Ni el pueblo es incondicionalmente bello, ni tiene incondicionalmente razón; ni asumirlo como fuerza social primogénita y amarlo como sustancia del Estado puede implicar como consecuencia que se deba creer en él ciegamente. Al feudal desprecio del pueblo humilde, a la democrática exaltación del pueblo-soberano, que admiran en ese pueblo-clase (con el que se guardan bien, tanto unos como otros, de mezclarse) la fuerza y el ímpetu de los instintos, hay que responderles que estos instintos, precisamente porque están vivos, contienen todas las posibilidades de verdad y de error, de grandeza y de crimen; van, como todos los instintos, desde la intuición hasta el apetito. Existe un pueblo tal como lo quiso y en parte realizó el socialismo más vil: existe un pueblo que mirándose al espejo de la burguesía asume miméticamente sus atributos, llegando a convertirse en burguesía auténtica; existe un pueblo que en las revueltas rojas, creyendo con esto ajustar cuentas, quema y roba a mansalva. Existe, en fin, el  “pueblo” querido y comenzado a formar por parte del Fascismo. Ni imitación burguesa ni retrógrada plebe, sino milicia y trabajo. No clase, sino totalidad organizada de trabajadores y soldados. Este es para los italianos el índice de referencia para cualquier valoración  del pueblo, que deberá basarse precisamente sobre la distancia, cualitativa y cuantitativa, de dicho modelo ideal.

            Si el particularismo de clase pertenece a la burguesía de todos los tiempos, la mentalidad de lucro perfila el rostro más exacto de la burguesía en el mundo capitalista. El rentista y el usurero de la historia antigua, el avaro y el buhonero de la comedia clásica, se proyectan en el capitalista moderno ampliando la galería tipológica. Ciertamente no todo el capitalismo es burguesía. Un célebre autor distingue como componentes suyos el espíritu burgués ordenado, conquistador, y el espíritu de aventura, de conquista. Partiendo de la riqueza como valor el burgués llega a la riqueza como patrón único de referencia, metro de medir hombres y pueblos. La lógica quiere que, aceptada tal medida, los eventuales comportamientos del burgués sean tres. El del pobre o rico, siempre descontento que tiende a cumular. El del pobre que, por falta de iniciativa, renuncia a la riqueza pero que continúa reconociendo en ella el valor supremo. En el primer tipo entra una parte de la nobleza decadente, en el segundo el emprendedor como el aventurero, el tercero es aquel –psicológicamente hablando-  del pequeño burgués. Los despilfarradores, categoría muy compleja, ponen en circulación riqueza acumulada, a menudo en beneficio del segundo tipo. Finalmente, puede ser interesante bajo el aspecto étnico o social la preferencia por la riqueza mueble o inmueble. Pero más importante resulta la preferencia del empleo de esta riqueza, proceda del lucro o sea hereditaria. Mientras tanto, el tipo que llamaremos burgués integral, adquirida la riqueza no quiere o no sabe, aplicarla a la producción. Digo esto de modo relativo, entiéndase. Si se trata del medio rural, continuaran produciendo: sólo que el patrón no se ocupará para nada ni del rendimiento de la empresa ni de su equilibrio social. Continuará, en un régimen de economía libre, gozando del “sagrado” derecho de propietario dejando para los descendientes el chaparrón. Caso claro: parásito integral.

            Desde aquí, mediante grados intermedios, se llega al propietario productor (de mercancías o de servicios o de créditos) y, caso especial, al muy presunto “dador de trabajo”; el camarada Omero del Valle la ha emprendido contra este paternalístico “dar trabajo” a gente que ofrece los brazos o el cerebro, y tiene razón. Se presenta rápidamente la interrogación: ¿existe interferencia entre el dador de trabajo y el burgués? El marxista responde que no solo existe interferencia sino coincidencia, los burgueses son, para él, o patrones o parásitos o gente que se lava el pescuezo, o mejor aún: todo esto a la vez. El fascista, partiendo del concepto de burguesía ante todo espiritual, no puede admitir coincidencias de este género. Sin embargo debe reconocer también las interferencias y valorarlas. Pero debe también, reconocer que el temperamento burgués, diseminado en todas las categorías y en todos los oficios, encuentra en un determinado nivel económico las condiciones más favorables para prosperar y para destruir. La culpa, hay que decirlo y repetirlo, no es de los individuos, salvo obviamente las culpas concretas de quien las tengan. La culpa de ese prosperar y de ese destruir está antes que nada en la riqueza tomada como valor fundamental, dotada de poder y asumida como ideal de vida. Atención pues, espiritualistas, al puro espíritu burgués. Atentos a que el espíritu no se convierta en humo; y que no permanezca triunfante sobre el escenario de la mentalidad de lucro con grandes beneficios a un lado, y grandes retribuciones a otro.

            “Acortar las distancias”. El actual desequilibrio de beneficios de dador de trabajo y los del prestador de mano de obra dentro de la misma empresa es burgués, pues implica disparatadas diferencias de nivel de vida, con su inevitable desahogo de supersticiones sociales; y porque da razones a la mentalidad lucrativa, a la riqueza en función no ya económica (esto es, orientada exclusivamente a la producción) sino social, es decir, mantenedora y creadora de distancias. La comprensión, la buena voluntad de las dos partes puede hacer mucho, pero no bastan para abatir los muros levantados por el privilegio económico. El concepto mismo de salario es burgués, porque reduce al mínimo cualquier participación real del trabajador en una producción que se traduce económicamente para él en un tanto fijo. El salario es el trabajo-mercancía. La alta y la mediana burocracia presentan el espectáculo del máximo beneficio sin correr siquiera los riesgos empresariales. Muchos pretenden encaminar allí a sus hijos y crear, con la habitual razón de una posición segura, un nido de burgueses. La burguesía es también categoría social. Mejor: la categoría espiritual burguesía, presente por doquier en la sociedad, tiende a coagularse en una categoría social donde se encuentran ya sus elementos más afortunados. Ciertamente, la categoría espiritual burguesía no es una cota económica.

            Puede ocurrir que la mentalidad de lucro no sea eliminable de la naturaleza humana. Es verdad. Es verdad que debe ser combatida y limitada, so pena de permanecer sometidos al ideal antiheróico y antifascista de la riqueza como valor supremo. Esto no se puede hacer (salvo en mínimas, pedagógicas, dosis, y para minorías, no para un pueblo) mientras se admita el enriquecimiento ilimitado o incluso el casual. Medítese sobre la moralidad de una lotería millonaria. No creo en la eficacia de una obra educativa separada de aquella otra legislativa o viceversa. Los valores no se invierten por la persuasión. Sobre todo dar al pueblo la sensación de que la riqueza no es ni todo ni mucho. Pero, para ello, es preciso que la riqueza privada valga poco; que sirva para poco; que mediante ella solo se obtenga poco, tanto en el orden de los bienes materiales, como en el campo de la  autoridad sobre los hombres. El lector captará que henos llegado a un punto en el que educación y legislación, organización social de la riqueza y valoración de los hombres, formación de las jerarquías y condiciones de vida del trabajador, se encuentran y se entrelazan en el núcleo unitario de una sociedad fascista, de una civilización mussoliniana , de un estilo finalmente italiano, tras siglos de feudalismo extranjero, de todas las importaciones bárbaras. Dos son las directrices de un único camino. El privilegio económico debe disminuir. La jerarquía social no debe basarse en el privilegio económico. Directrices convergentes para el final de la burguesía, que será, también, el final del proletariado. Directrices sobre cuyo camino pueden alzarse bastillas patrimoniales, pero ninguna de estas inexpugnable para la Revolución.

            Bajo el aspecto de las interferencias entre categoría espiritual y categoría social  puede verse, comprobarse, como incide el espíritu burgués en la demografía. Es propio de una casta espiritual, pero particularmente preponderante a cierto nivel económico, el dogma de “hacerse una posición” antes de tomar esposa. Resultan más  frecuentes a cierto nivel económico los casos de limitación de nacimientos, porque los embarazos deforman la línea; porque los hijos de algunas familias deben, por inclinación paterna, emprender costosos estudios; porque demasiados hijos dividen la herencia familiar; porque, en definitiva, la vida debe ser placentera, para estos hijos y para estos progenitores. Ocurre sobre todo a cierto nivel económico que la familia, de miembro del Estado se convierte en rebelde al Estado.

            El burgués ante los valores políticos esenciales. La posición del burgués ante el “hecho” Nación es variable. En general, un reconocimiento a menudo ostentoso, con el sobreentendido de servirla mientras les sirva a ellos; y con numerosas inclinaciones hacia un internacionalismo sea de ideas como de gustos o intereses: internacionalismo de la nada que es el justo opuesto a la centrada universalidad italiana. Pero la Nación no es solo “hecho”, es “acto”, o sea construcción consciente, voluntaria, unánime, de una realidad que transciende individualidades y que exige la abnegación reiterada, cotidiana. La pasividad política del burgués se hace aquí patente. Su escaso coeficiente de cohesión social no le permite alegrías. El burgués es el anti-sacrificio.

            Frente al instituto de la Dictadura el burgués se pliega pero, más que la soberbia es la envidia la que salta de las pupilas y le carcome las palabras. Son los efectos de un rechazo; es reconcentrado, el aborrecimiento de una adaptación. Negado las más de las veces para el sentimiento de superioridad, negado siempre para reconocerla sinceramente, el burgués quiere discutir, sufre de no poder discutir por discutir. Su semicultura es por definición la negación de la fe, pero que a él le otorga la ilusión de poderlo juzgar todo improvisándose economista, hombre de estado, estratega. El burgués es el anti-obediencia. El burgués que viste uniforme no llega nunca a comprender la necesidad real y la virtud de seguir una orden, cualquiera que sea, dada por quien sea. Esto le sucede porque, en su atomismo, no existe una jerarquía de referencia: una jerarquía justa que redima, que discrimine, a la injusta.

            El burgués ve a los enemigos en forma de peligros. Existe un peligro comunista, pero ver el comunismo bajo el aspecto del peligro es típico del burgués de derecha, mientras que en el burgués de izquierda sucede otro tanto con relación al Fascismo. El Fascismo es ofensiva. El Fascismo es y quiere ser no un peligro, sino el peligro para el mundo burgués y para sus rojos derivados, para el mundo del valor-riqueza. El ideal del burgués es aquel de la política francesa tras 1919: la sûreté. También llamada vida cómoda.

            Un solo valor estético ha creado el burgués, a saber: la “distinción”. En el comportamiento, en el vestir, hacer y hablar, el burgués tiende hacia el tipo ideal de la categoría. En las artes y en la literatura se refleja mediante la preferencia por el brillante mediocre, el patético superficial, el decadente vaporoso, el garboso un poco excéntrico. Distinguido de distinguir. La estética del burgués es clasista como su ética política.

            La lucha antiburguesa, de la que existen antecedentes incluso medievales, fue alternativa y simultáneamente de izquierda y de derecha, de estirpe y de cultura. Fue de los socialistas, de los artistas, de los militares, de los nobles, del clero. Fue también de los burgueses audaces. Tuvo en todas sus variedades, motivos justos y acentos felices. Pero ninguno de estos antiburgueses supo ver, además de la clase, sobre todo el espíritu. Quedan, de estas luchas, fragmentos útiles. Nada más que fragmentos. La misma moral del superhombre fue usurpada, viciada por decadentes aburguesados y por burgueses de vanguardia a la búsqueda de fáciles instrumentos de dominación. Para la  polémica antiburguesa del Fascismo viene bien prefijar objetivos visibles e incluso anecdóticos, pero hay que evitar perderse en lo exterior, evitar la ignorancia del hecho económico. Es preciso llevarla adelante por la fuerza. “Tocar los intereses”.

            La antiburguesía fascista debe, sobre todo, no ser sólo polémica. Debe ser construcción, educación. El burgués no existe únicamente en estado puro. El burgués está en nosotros, en cada uno de nosotros, con sus renuncias y sus ambiciones, sus sutilezas y sus dudas, su particularismo individual, familiar, de casta, su sed de riqueza, su –especialmente- miedo a la pobreza; su miedo a ser valiente; su carga de caprichos; su ducha tibia de conformismo; su lejanía de la vida física y de ese punto de naturaleza que requiere el hombre civil para que la civilización no se deforme en la más mezquina barbarie. La lucha antiburguesa es, así, en su significado más elevado, pura experiencia de todos nosotros, uno por uno, porque sólo una humanidad fascista, en la cual nadie busque excusas y nadie las encuentre, todos acepten cometidos y todos los asuman, podrá reconocer la supremacía del espíritu, erradicando de la vida la riqueza.

 

Berto Ricci

 

[Trad. A. Beltrán]

Visiones y Revisiones: Ernest JÜNGER

Visiones y Revisiones: Ernest JÜNGER

La Tradición

Tradición: para una estirpe dotada de la voluntad de volver a situar el énfasis en el ámbito de la sangre, es palabra fiera y bella. Que la persona singular no viva simplemente en el espacio. Que sea, por el contrario, parte de una comunidad por la cual debe vivir y, dada la ocasión, sacrificarse; esta es una convicción que cada hombre con sentimiento de responsabilidad posee, y que propugna a su manera particular con sus medios particulares. La persona singular no se halla, sin embargo, ligada a una superior comunidad únicamente en el espacio, sino, de una forma más significativa aunque invisible, también en el tiempo. La sangre de los padres late fundida con la suya, él vive dentro de reinos y vínculos que ellos han creado, custodiado y defendido. Crear, custodiar y defender: esta es la obra que él recoge de las manos de aquéllos en las propias, y que debe transmitir con dignidad. El hombre del presente representa el ardiente punto de apoyo interpuesto entre el hombre pasado y el hombre futuro. La vida relampaguea como el destello encendido que corre a lo largo de la mecha que ata, unidas, a las generaciones… las quema, ciertamente, pero las mantiene atadas entre sí, del principio al fin. Pronto, también el hombre presente será igualmente un hombre pasado, pero para conferirle calma y seguridad permanecerá el pensamiento de que sus acciones y gestos no desaparecerán con él, sino que constituirán el terreno sobre el cual los venideros, los herederos, se refugiarán con sus armas y con sus instrumentos.

Esto transforma una acción en un gesto histórico que nunca puede ser absoluto ni completo como fin en sí mismo, y que, por el contrario, se encuentra siempre articulado en medio de un complejo dotado de sentido y orientación por los actos de los predecesores y apuntando al enigmático reino de aquéllos de allá que aún están por venir. Oscuros son los dos lados, y se encuentran más acá y más allá de la acción; sus raíces desaparecen en la penumbra del pasado, sus frutos caen en la tierra de los herederos… la cual no podrá nunca vislumbrar quien actúa, y que es todavía nutrida y determinada por estas dos vertientes en las cuales justamente se fundan su esplendor sin tiempo y su suprema fortuna. Es esto lo que distingue al héroe y al guerrero respecto al lansquenete y aventurero: y es el hecho de que el héroe extrae la propia fuerza de reservas más altas que aquéllas que son meramente personales, y que la llama ardiente de su acción no corresponde al relámpago ebrio de un instante, sino al fuego centelleante que funde el futuro con el pasado. En la grandeza del aventurero hay algo de carnal, una irrupción salvaje, y en verdad no privada de belleza, en paisajes variopintos… pero en el héroe se cumple aquello que es fatalmente necesario, fatalmente condicionado: él es el hombre auténticamente moral, y su significado no reposa en él mismo únicamente, ni sólo en su día de hoy, sino que es para todos y para todo tiempo.

 Cualquiera que sea el campo de batalla o la posición perdida sobre la que se halle, allí donde se conserva un pasado y se debe combatir por un futuro, no hay acción que esté perdida. La persona singular, ciertamente, puede andar perdida, pero su destino, su fortuna y su realización valen en verdad como el ocaso que favorece un objetivo más elevado y más vasto. El hombre privado de vínculos muere, y su obra muere con él, porque la proporción de esa obra era medida sólo respecto a él mismo. El héroe conoce su ocaso, pero su ocaso semeja a aquel rojo sangre del sol que promete una mañana más nueva y más bella. Así debemos recordar también la Gran Guerra: como un crepúsculo ardiente cuyos colores ya determinan un alba suntuosa. Así debemos pensar en nuestros amigos caídos y ver en su ocaso la señal de la realización, el asentimiento más duro dirigido a la propia vida. Y debemos arrojar lejos, con un inmundo desprecio, el juicio de los tenderos, de aquellos que sostienen cómo “todo esto ha sido absolutamente inútil”, si queremos encontrar nuestra fortuna viviendo en el espacio del destino y fluyendo en la corriente misteriosa de la sangre, si queremos actuar en un paisaje dotado de sentido y de significado, y no vegetar en el tiempo y en el espacio donde, naciendo, hayamos llegado por casualidad.

No: ¡nuestro nacimiento no debe ser una casualidad para nosotros! Ese nacimiento es el acto que nos radica en nuestro reino terrestre, el cual, con millares de vínculos simbólicos, determina nuestro puesto en el mundo. Con él nos convertimos en miembros de una nación, en medio de una comunidad estrecha de ligámenes nativos. Y de aquí que vayamos después al encuentro de la vida, partiendo de un punto sólido, pero prosiguiendo un movimiento que ha tenido inicio mucho antes que nosotros y que mucho después de nosotros hallará su fin. Nosotros recorremos sólo un fragmento de esta avenida gigantesca; sobre este tramo, sin embargo, no debemos transportar sólo una herencia entera, sino estar a la altura de todas las exigencias del tiempo.

 Y ahora, ciertas mentes abyectas, devastadas por la inmundicia de nuestras ciudades, surgen para decir que nuestro nacimiento es un juego del azar, y que “habríamos podido nacer, perfectamente, franceses lo mismo que alemanes”. Cierto, este argumento vale precisamente para quienes lo piensan así. Ellos son hombres de la casualidad y del azar. Les es extraña la fortuna que reside en el sentirse nacido por necesidad en el interior de un gran destino, y de advertir las tensiones y luchas de un tal destino como propias, y con ellas crecer o incluso perecer. Esas mentalidades siempre surgen cuando la suerte adversa pesa sobre una comunidad sancionada por los vínculos del crecimiento, y esto es típico de ellas. (Se reclama aquí la atención sobre la reciente y bastante apropiada inclinación del intelecto a insinuarse parasitariamente y nocivamente en la comunidad de sangre, y a falsear en ella la esencia según el raciocinio… es decir, a través del concepto, a primera vista correcto, de “comunidad de destino”. De la comunidad de destino, sin embargo, formaría parte también el negro que, sorprendido en Alemania al inicio de la guerra, fue envuelto en nuestro camino de sufrimiento, en las tarjetas del pan racionado. Una “comunidad de destino”, en este sentido, se halla constituida por pasajeros de un barco de vapor que se hunde, muy diversamente de la comunidad de sangre: formada ésta por hombres de una nave de guerra que desciende hasta el fondo con la bandera ondeando).

El hombre nacional atribuye valor al hecho de haber nacido entre confines bien definidos: en esto él ve, antes que nada, una razón de orgullo. Cuando acaece que él traspase aquellos confines, no sucede nunca que él fluya sin forma más allá de ellos, sino en modo tal de alargar con ello la extensión en el futuro y en el pasado. Su fuerza reside en el hecho de poseer una dirección, y por tanto una seguridad instintiva, una orientación de fondo que le es conferida en dote conjuntamente con la sangre, y que no precisa de las linternas mudables y vacilantes de conceptos complicados. Así la vida crece en una más grande unidad, y así deviene ella misma unidad, pues cada uno de sus instantes reingresa en una conexión dotada de sentido.

 Netamente definido por sus confines, por ríos sagrados, por fértiles pendientes, por vastos mares: tal es el mundo en el cual la vida de una estirpe nacional se imprime en el espacio. Fundada en una tradición y orientada hacia un futuro lejano: así se imprime ella en el tiempo. ¡Ay de aquél que cercena las propias raíces!… éste se convertirá en un hombre inútil y un parásito. Negar el pasado significa también renegar del futuro y desaparecer entre las oleadas fugitivas del presente.

Para el hombre nacional, en cambio, subsiste un peligro por otro lado grande: aquél de olvidarse del futuro. Poseer una tradición comporta el deber de vivir la tradición. La nación no es una casa en la cual cada generación, como si fuese un nuevo estrato de corales, deba añadir tan sólo un plano más, o donde, en medio de un espacio predispuesto de una vez por todas, no sirva otra cosa que continuar existiendo mal o bien. Un castillo, un palacio burgués, se dirán construidos de una vez y para siempre. Pronto, sin embargo, una nueva generación, empujada por nuevas necesidades, ve la obligación de aportar importantes cambios. O por otro lado la construcción puede acabar ardiendo en un incendio, o terminar destruida, y entonces un edificio renovado y transformado viene a ser construido sobre los antiguos cimientos. Cambia la fachada, cada piedra es sustituida, y todavía, ligada a la estirpe como se encuentra, perdura un sentido del todo particular: la misma realidad que fue en un principio. ¿Tal vez puede decirse que incluso tan sólo durante el Renacimiento o en la edad barroca ha existido una construcción perfecta? ¿Acaso es que entonces se detiene un lenguaje de formas válido para todos los tiempos? No, pero aquello que ha existido entonces, permanece de algún modo oculto en lo que existe hoy. Y hoy en día, ello es quizás audazmente articulado como expresión de un sentir en las valoraciones de las supremas energías productivas, aun cuando a pesar de todo tal expresión es pensable únicamente sobre el terreno estratificado de la tradición. En cada línea, en cada unidad de medida, vibra secretamente eso que ha sido, y todavía esto es el presente y determina el rostro del conjunto, tanto como para elevarnos y arrastrarnos en el sentimiento que así se expresa: he ahí aquello que somos, ¡he ahí aquello que somos nosotros mismos! Y así debe ser. Así también, la sangre de la persona singular está mezclada por millares de corrientes de sangre misteriosa, a pesar de que esa persona singular no es por esto la suma de sus predecesores, no es sólo el portador de su voluntad y de la calidad de aquéllos, sino que, según una neta y bien definida peculiaridad, él es también él mismo. E igualmente, este es el caso para quien contempla la forma que abrazan la nación y el Estado. Ayer teníamos un imperio, hoy tenemos una república… mañana tendremos acaso de nuevo un imperio, y pasado mañana una dictadura. Cada una de estas figuras guarda, como invisible heredad, más o menos oculta en la profundidad de su lenguaje de formas, el contenido de aquello que es pasado; cada una de ellas tiene en cambio el deber de ser en todo y por todo ella misma, porque sólo así será alcanzada la plena valoración de la fuerza.

Esto vale también en estos momentos, para cada uno de nosotros. Ser herederos no significa ser epígonos. Y vivir en una tradición no quiere decir limitarse a aquella tradición. Heredar una casa comporta el deber de administrarla, y no ciertamente el de hacer de ella un museo. Se conservará así el consejo de los ancestros: “El reino deberá permanecer para nosotros (1)”, dijo Lutero depositando la piedra para edificar una iglesia; él sabía bien que un reino y un edificio, una fuerza y su expresión temporal, no son la misma cosa. “En verdad, el reino deberá permanecer para nosotros”, y esto vale también para cuanto nos ocupa, y una semejante voluntad de lo esencial se refiere también a nuestra real tradición: con la cual podemos contar bajo el techo de una república con la misma seguridad con la que puede acomodarse bajo un imperio. Aquello que de verdad importa es que la gran corriente de sangre se sirva de cada medio y de cada dispositivo ofrecido por el tiempo. Si un enfrentamiento se consuma con los medios de una república o con aquéllos del directorio, en cada caso uno sólo y el mismo será el resultado, siempre que se alcance un tal resultado. En la época del arma blanca se debía vencer con la espada… en el tiempo de las máquinas, con las ametralladoras, los tanques, los enjambres de bombas y los asaltos con gas. En una época patriarcal, un ejército debía tener fe en la lucha por el propio soberano y señor.. en el tiempo de las masas puede uno ilusionarse con afrontar la muerte en nombre de cualquier progreso de naturaleza civil o económica. Las propias ideas, la propia fe y moralidad aparecerán cambiantes según la iluminación de los reflejos de las épocas. Precisamente así: cambiantes deberán ser, y esto no dependerá, por cierto, de las propias visiones particulares, de las preguntas singulares o de objetivos contingentes… dependerá del hecho de que toda la fuerza de aquellas ideas, fe y moralidad, deberá ser realizada en el ámbito del Reich.

También a nosotros nos ha sido impuesto el deber de apuntar hacia tal realización. También nosotros debemos buscar el poner al servicio del Reich las experiencias espantosas legadas al estado moderno, desembarazarnos del abrazo del intelecto que piensa según cálculos y sobreponerle, hasta el grado extremo de oscilación, hasta el último fragmento de hierro, las leyes de la sangre. Sólo entonces viviremos la tradición. Estamos aún bien lejos de ello. Y es justamente la ostentación de formas externas de la tradición, propia de la actual juventud, lo que constituye la señal de una falta de fuerza interior. No vivamos en un museo, sino en un mundo activo y hostil. No es tradición reavivada aquélla que el viejo soltero ostenta pintada sobre la propia cajetilla de cigarros, o aquélla exhibida en el adorno blanco y negro estampado sobre cada cenicero y sobre los tirantes. Esta no es sino propaganda en el sentido deteriorado, como, igualmente, formas de propaganda de pésimo gusto son en gran medida nuestros desfiles, las celebraciones conmemorativas y las jornadas de honorificación: empalagoso kitsch, bueno sólo para conquistar a algún simpatizante.

Preparáos para una nueva batalla de Rosbach (2), que será realizada según las formas más auténticas de nuestro tiempo… y entonces lo antiguo, desde allá arriba, se sentirá por ello de nuevo y sumamente alegre. No escribáis una nueva novela de Federico [el Grande], sino la novela nacional de nuestro tiempo, para la cual la materia la tenéis desplegada ante los ojos, multiforme como la vida misma. No viváis como soñadores en un tiempo perdido, sino buscad crear para la República una fuerza de choque y una potencia orientada según la corriente de la sangre; o si no, si esta República no admite endurecerse, rompedla. No os cozáis a fuego lento en el recuerdo del bastón de mando de Federico Guillermo I (3), que en verdad fue esencial a su debido tiempo, pero dáos cuenta que del tiempo dependen los métodos sociales y que hoy todo se rige sobre la posibilidad de hallar una causa capaz de envolver también al trabajador en el frente nacional, como ya ha sucedido en otros países.

Sed en todo y para todo aquello que sois; entonces vuestro futuro y vuestro pasado vivirán en el fulcro, en el punto de apoyo ardiente del presente y en la más auténtica alegría de la acción. Tendréis entonces la verdadera tradición viviente y no sólo su centelleante reflejo, el cual podría proyectarse en cualquier sala de cine ciudadana.

* * *

La Tradición fue publicado originalmente en la revista Die Standarte (El Estandarte), publicación de la organización de excombatientes llamados los Stahlhelm (Cascos de acero): “Die Standarte. Beiträge für di geistige Vertiefung des Frontgedankens. Sonderbeilage des Stahlhelm. Wochenschrift des Frontsoldaten”. (”El Estandarte. Contribución para la profundización del pensamiento del frente. Suplemento extraordinario del semanal de los soldados del frente”) Magdeburgo, año 1, Nº 10 del 8 de Noviembre de 1925, pag.2.
Versión en español de Ángel Sobreviela.

NOTAS:

(1) : la cuarta estrofa del célebre canto eclesiástico de Lutero, titulado Ein feste Burg, dice: “Una sólida fortaleza es nuestro Dios, / una buena defensa y arma. / Nos libera de cada necesidad / que ahora nos golpea. / El antiguo y cruel enemigo tendrá serias razones para temerle; / grande es su potencia, y tan grande su astucia, /, tan temible su armadura. / No tendréis nada igual sobre la tierra”.
(2) : El 5 de Noviembre de 1757, la victoria de ejército prusiano, lograda bajo el mando de Federico el Grande sobre las fuerzas de combate unidas de franceses y de la armada imperial, muy superiores en número, marcó en Rosbach un giro decisivo en la Guerra de los Siete Años.
(3) : Federico Guillermo I (1688-1740), Rey de Prusia desde 1713 a 1740, pretendió de los propios súbditos la disciplina y la sumisión más rigurosas, y él mismo se cuidó de imponerlas personalmente entre el cuerpo de oficiales recurriendo al empleo de la vara.

Las notas al texto pertenecen a Sven Olaf Berggötz, recopilador y editor de la definitiva edición de Politische Publizistik, 1919-1933 de Ernst Jünger (2001, editorial Klett-Cotta, Stoccarda, Alemania).
Sven Olaf Berggötz, nacido en 1965 en Karlsruhe, enseña Ciencias políticas e Historia de las ideas en el Departamento de Ciencias políticas de la Universidad de Bonn.


 

 

ANTE LA RELIGIÓN DE TERTULIANO, por Marcos Ghio

ANTE LA RELIGIÓN DE TERTULIANO, por Marcos Ghio

LA DURA DISYUNTIVA DE WILLIAMSON

 

Cada vez que una religión ha entrado en crisis ello ha sido en el momento en que hizo primar sobre los principios que la informaban, así como sobre las distintas vías para acceder a los mismos, una postura de conformismo consistente en considerar que el hecho religioso se reduce simplemente a una actitud de sumisión y de pasiva aceptación de ciertas ’verdades’ ante las cuales, debido a nuestra inferior condición, deberíamos someternos silenciando definitivamente cualquier conato de reflexión en contrario. El famoso ’creo porque es absurdo’ de Tertuliano ha sido una máxima recurrente a lo largo del tiempo y en especial en épocas de profunda decadencia como la actual, habiendo contado en los tiempos últimos con una serie de sostenedores y de discípulos adecuados.

El antecedente moderno se lo ha encontrado en una cierta interpretación del dogma de la infalibilidad papal por la cual se ha considerado erradamente que la auténtica réplica del libre examen de Lutero y del protestantismo se encontraba en una actitud de acatamiento pleno y absoluto a la autoridad del Papa cada vez que éste opinara sobre cuestiones religiosas considerándose en algunos casos que la virtud cristiana consistía en una postura pretendidamente ’ascética’ de ser capaces de silenciar aquello que la razón nos indica como verdadero, pero al mismo tiempo contrastante con dicha autoridad, consistiendo la perseverancia en tal conducta en la verdadera santidad a través del doblegamiento de la ’soberbia’.

Esta actitud de aceptación cadavérica de la voluntad del Papa, aun cuando ésta se contraponga a lo que uno considera como los principios de la propia religión, fue sustentada en el siglo pasado por el principal exponente del modernismo cristiano, Jacques Maritain, quien influyera decididamente en Paulo VI, principal gestor del Concilio Vaticano II. En su obra Primacía de lo espiritual, escrita en ocasión de la condena papal a la Acción Francesa de Maurras, -una resolución realmente canallesca que chocara con un gran sector del catolicismo francés- sostenía en defensa de la misma que la virtud propia del cristiano y que lo diferenciaba del protestante era su actitud de obediencia extrema aun de aquello que en apariencias resultaba contrario a las propias convicciones ya que en esto consistía la adhesión al dogma de la infalibilidad: en ser capaces de hacer aquello que contradijera las conclusiones de nuestro libre examen, a diferencia en cambio de lo que harían los protestantes (1). Sin embargo lo que el modernismo no entendía ni antes ni ahora era que la discrepancia principal con tal herejía estribaba en la negación por parte de ésta, en su enfática asunción del dogma del pecado original, de poder acceder a una dimensión de carácter metafísico por parte del hombre; es decir que, en aras de una libertad reducida a un plano puramente humano y moral, se le vedaba aquella otra libertad más profunda perteneciente a la esfera de lo sagrado a lo cual según ellos no se podía acceder por cuenta propia en razón de nuestro carácter pecaminoso y mortal. Una postura tradicional en cambio sostiene en preciso contraste la capacidad del hombre de poder alcanzar tal dimensión a través de una vía purificatoria que éste sea capaz de realizar. En la negación de esta perspectiva superior es en el fondo en lo que coinciden modernistas y protestantes, esto es, en su rechazo conjunto de concebir en el hombre una capacidad de poder alcanzar libremente y por sus propios medios una dimensión metafísica sin tener que ser acusado por ello de hereje, pagano o ’luciférico’.

Es dentro de esta misma óptica de la incondicional infalibilidad que el padre Guillermo Marcó, representante vaticano local de la oficina por el diálogo interreligioso, en un reciente artículo publicado en el diario La Nación (4/2/09) lo critica al lefevrista Monseñor Williamson en relación a su rechazo por el dogma del Holocausto, dogma este último recientemente ascendido por la Iglesia católica a la categoría de un verdadero misterio divino "que nos permite comprender el de la Cruz". El lefevrista se defiende diciendo que cuando el Papa ha reconocido autenticidad al gaseamiento de 6 millones de hebreos, es decir el llamado Holocausto, ha emitido una opinión meramente personal, parecida a cuando, en el diferendo por el Beagle, falló a favor de Chile en contra de la Argentina sucediendo así en esa instancia que cuando un ciudadano de tal país se oponía a tal laudo no por ello dejaba de ser católico. Que por lo tanto no habría hablado ex cathedra (2), en tanto que no habría utilizado tal locución en sus declaraciones, por lo que uno no estaría obligado a acatarla. Pero Marcó le hace notar con razón al ’descarriado’ sacerdote que aun sin haber utilizado tal formulismo, el Papa no se ha reducido a emitir una opinión personal, sino que ha comprometido su autoridad infalible en tanto que ha conminado a aquellos que no acepten tal nuevo dogma de la religión católica a retractarse bajo pena de ser excomulgados. Así es como ha acontecido en lo inmediato con el padre Abramovich en Italia mientras que a Monseñor Williamson se le ha dado un tiempo prudencial para reflexionar a causa de su rango superior, aunque provisoriamente se lo ha suspendido de sus funciones debido al grave peligro que representa para la fe católica y para los feligreses que reciben cotidianamente su influjo (3).

Para salir de tal difícil situación y salvarse de ser excomulgado muy piadosamente el padre Marcó le da un par de consejos a Monseñor W. a fin de enmendar sus errores. El primero hacer como el Papa que visitó Auschwitz y el segundo irse a Luján en donde se encontrará con reliquias pertenecientes a los prisioneros de los campos de concentración.

Como nosotros no somos modernistas ni protestantes ni le tenemos miedo a la excomunión (es más la consideramos ineficaz en tanto emitida por un ’papa’ que no es tal) queremos contestarle al padre Marcó. Hemos estado en Auschwitz y no vimos nada de lo que pretenden hacernos creer. No existe allí no solamente una sola prueba de que hayan muerto 6 millones de judíos (o 4 o 2 o 1,5, tal como dijeron en sucesivas rebajas las mismas fuentes judaicas que no pudieron nunca terminar de ponerse de acuerdo en las cifras), sino que tampoco allí vimos cámaras de gas. Que lo que se nos quiso hacer pasar como tal eran una ruinas que podían haber sido cualquier otra cosa. Recordemos al respecto que Auschwitz fue ’liberado’ por el ejército rojo de Stalin quien no se ha caracterizado propiamente por decir siempre la verdad. Que en cambio, tal como hemos reseñado en otra oportunidad, nos llamó la atención del lugar la solidez de las construcciones que presentaban los pabellones de prisioneros con paredes de 30 cm de espesor, perfectamente aisladas de la humedad del ambiente y con muy buena calefacción. No entendemos por qué se iba a calefaccionar a aquellas personas que iban a ser posteriormente gaseadas. Pero esto entra dentro de las tantas explicaciones que no debemos pedir a fin de no vulnerar el dogma de Tertuliano en el que el padre Marcó está dispuesto a creer con la finalidad de no disgustar a sus ’hermanos mayores’. Y podríamos abundar en ejemplos por lo que con seguridad, si realmente va con la intención de informarse, Mons. Williamson no modificará sus opiniones visitando dicho campo, sino que muy probablemente fortalezca su hipótesis contraria. Menos aun la debilitará ni consolidará su fe contemplando las ’reliquias’ de los prisioneros de los campos de concentración que se encuentran en la basílica de Luján. ¿Qué tendrá que ver ello con el gaseamiento de seis millones de personas? Como si acaso también los norteamericanos no hubiesen tenido sus campos similares para la comunidad japonesa, o antes de ellos los ingleses con los boers en Sudáfrica. Claro está que éstos no perdieron la guerra: quizás de haber sucedido lo contrario la Iglesia de Tertuliano nos estaría ahora hablando del genocidio yanqui o israelí como camino necesario para comprender el misterio de la Cruz. *

 

 

(1) Recuerdo que en una tónica similar, cuando en 1995 en la publicación nacionalista güelfa Patria Argentina formulamos una crítica al Papa por una razón parecida a las actuales, alguien perteneciente a su staff de apellido Belcastro nos retrucó con esta histórica advertencia: "al Papa no se lo discute, se lo obedece".

(2) El la página Tsunami Político hemos debatido con un lefevrista con respecto a la mágica locución ex cathedra que para ellos resolvería el inconveniente relativo a la infalibilidad papal por lo cual cuando fueron en su momento excomulgados, ello en el fondo no habría sido así en tanto no se usara tal expresión. Ahora se les ha levantado la excomunión por razones claramente proselitistas. Las Iglesias europeas, gracias principalmente a su modernismo judaizante, se encuentran vacías y sin fieles por lo que no pueden darse el lujo de dejar a alguien afuera. A los lefevristas se les aceptó que sigan dando misa en latín siempre y cuando no nieguen el Holocausto. Ante tal gratificación han inmediatamente obedecido echándolo al padre Abramovich y suspendiendo a Williamson.

(3) Curiosamente M. Williamson además de ser negacionista respecto del Holocausto, también lo es en relación a los atentados del 11/S. Circula por internet un sermón en donde asume abiertamente las tesis del dirigente del partido radical, Tierry Meyssan, relativas a que en el Pentágono no estalló un avión, sino un misil. El hecho de que no se le haya exigido también una retractación respecto de tal temática es todo un signo. En realidad la mejor manera de desprestigiar la tesis de la negación del Holocausto es acompañarla simultáneamente con la historieta antes aludida, carente de cualquier valor científico y al mismo tiempo funcional a los intereses norteamericanos e israelíes.

* Habíamos terminado de redactar esta nota cuando nos enteramos que Monseñor Williamson ha sido expulsado de la Argentina por haber negado el Holocausto, verdad que, se aclara, ‘se encuentra demostrada históricamente’. En realidad el gobierno, más que apelar a medidas ‘fachistas’ y represivas, debería encargarse de hacer conocer esas ‘verdades históricas’ que dice poseer y que muchos de nosotros ignoramos. Posiblemente ello sea porque no las tiene y su deseo sea en cambio hacer buena letra con el sionismo del cual forma parte a pesar de su pública exaltación del presidente Chávez quien se ha manifestado varias veces en contra de tal tiranía. También nos enteramos que el INADI (organismo de lucha en contra de la discriminación) está elaborando una ley que pena con hasta 2 años de prisión a quien niegue el Holocausto. Como tal ley aun no ha sido promulgada estamos todavía a tiempo como para oponernos a tal dogma de fe.

 

Marcos Ghio

Centro de Estudios Evolianos

Buenos Aires, 18/02/09