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Vinciguerra: Reflexiones sobre el 11-S (y III)

Vinciguerra: Reflexiones sobre el 11-S (y III) --------------------------------------------------------------------------------


Vincenzo Vinciguerra

(30 de octubre de 2001)


Desde el 11 de setiembre, sin cesar, sobre diarios, periódicos, televisiones públicas y privadas arrecia una propaganda de guerra que, obediente a las órdenes impartidas desde los Estados Unidos, debe convencer a la gente de que existen las fuerzas del Bien, representadas por América y sus aliados, y las del Mal, identificadas con el "terrorismo internacional" del cual el máximo exponente es hoy Osama Bin Laden, el jeque saudí que ha osado desafiar a la Casa Blanca. Obsesiva, martilleante, reiterada hasta la nausea, la campaña sobre el "terrorismo internacional" de marca árabe es una fábula, la enésima, producida por los departamentos de guerra psicológica de los servicios secretos americanos e israelíes que ven la ocasión de destrozar definitivamente toda resistencia árabe a las pretensiones de sus gobiernos de imponer la supremacía israelí en Oriente Medio como garantía de los intereses militares, políticos y económicos de los USA.

Las medidas antiterroristas dispuestas por el gobierno italiano, con el apoyo de la oposición, mediante nuevas leyes y la "defensa" de los objetivos "sensibles" confiada a los militares, destinados a dar protección a la Sábana Santa de Turín, monumentos, iglesias, sacristías, pretende reforzar el convencimiento general de que el país está en peligro, amenazado por los "terroristas" del pérfido Osama Bin Laden. Y sin embargo, no es verdad. Italia no ha sido considerada hasta ahora un enemigo por los árabes combatientes por la simple razón de que siendo un enano político y militar, nada grave ha podido cometer contra el Islam. Al contrario, lo cierto es que la historia de la política exterior italiana durante el último siglo ha sido la del apoyo a los árabes en su lucha contra el imperialismo británico e israelita, amparada en la aquiescencia de la Iglesia católica al menos hasta la muerte de Pablo VI. Puede convertirse en un enemigo, y por tanto en un objetivo, desde el momento en el cual el gobierno actual y la oposición (por así decirlo) han emprendido la aberración política de implicar a las fuerzas armadas en la guerra americana contra el Islam, en beneficio también de ese Vaticano que se siente amenazado por la religión islámica. Mientras el itálico enano distribuye a sus soldados en defensa de la estatua de santa Genoveva, se aplica en el mejor modo de lustrarle las botas a Bush e inunda las telepantallas con teleseries y películas de carácter religioso, nosotros asistimos a un capítulo de una guerra iniciada muchos años antes.

A finales del siglo XIX, abatidos por los continuos ataques de los que eran objeto, los judíos rusos comenzaron a buscar una vía de salvación que les llevara a tierras más hospitalarias, lejos de las persecuciones que la Iglesia ortodoxa y el tradicional antisemitismo ruso desencadenaban periódicamente contra ellos. Por centenares de miles, por millones, los judíos rusos abandonaron una tierra hostil para refugiarse en los Estados Unidos (en 1914 se habían establecido allí más de dos millones y medio) y en los dominios británicos. Pero una minoría de judíos decidió que debía volver a la Tierra Prometida, a aquella Palestina que representaba históricamente su tierra de origen. Entre 1883 y 1889, el movimiento Chibbat Zion (Amor por Sión) recaudó fondos para posibilitar el éxodo de los judíos hacia Palestina en una medida muy modesta, hasta el punto de abocar al fracaso al movimiento sionista si en su favor no hubieran intervenido personajes de la alta finanza europea, como el barón Edmond James de Rothschild que, en el mismo período, donó una cantidad equivalente a 1,6 millones de libras esterlinas.

El credo sionista afirmaba que "cualquier hijo de Israel que reconozca que no hay salvación para Israel, a menos que se cree un gobierno en la Tierra de Israel, puede ser admitido" en las asociaciones que poco a poco van proliferando sin obtener, sin embargo, el apoyo más que de una ínfima minoría de judíos. Por lo tanto, la aventura del retorno a Palestina para fundar allí el Estado de Israel, no brotó del sentimiento de un pueblo sino que fue fruto de una fanática visión mesiánica de escasísimos intelectuales israelitas que, fortalecidos por el apoyo de la gran banca judía europea, pusieron en marcha el fatal engranaje de la reconquista, tras dos milenios, de una tierra que ahora pertenecía a los árabes.

En un principio mediante el dinero, adquiriendo un terreno tras otro, una casa tras otra, los judíos comenzaron a crear sus asentamientos estables en Palestina, sin provocar fricciones con la población local. Entre tanto, el 29 de agosto de 1897, en Basilea, fue fundada la organización sionista dirigida por Theodor Herzl, en el transcurso de un congreso en el que participaron cerca de 250 delegados de 24 países. Es el inicio de la tragedia que todavía hoy vivimos. No es el retorno de los judíos a Palestina lo que los sionistas sueñan, es la refundación del Estado de Israel, con la expulsión de los árabes palestinos de sus casas, de sus tierras, expropiación de sus bienes y, si es necesario, la privación de sus vidas para hacer sitio a los judíos que regresen.

La llegada de los judíos a Palestina, su penetración sutil cada vez más y más amplia mediante la adquisición de terrenos siempre más numerosos, comenzó a provocar la reacción de todos los que empezaron a comprender que muy pronto los judíos habrían de sustituir la fuerza del dinero por la fuerza de las armas para obligar a los árabes-palestinos a abandonar su tierra. En marzo de 1911, 150 palestinos remitieron al Parlamento turco un telegrama de protesta por la continua adquisición de terrenos por parte de los judíos. El gobernador turco de Jerusalén, Azmi Bey, admitió que, aun no siendo antisemita e incluso apreciando "la habilidad económica de los judíos", "ninguna nación, ningún gobierno podría abrir los brazos a grupos…que tienen la intención de apoderarse de Palestina, la cual nos pertenece".

La primera guerra mundial modificó los equilibrios de fuerzas en la zona. Siguiendo intereses ajenos al pueblo palestino, Francia e Inglaterra se dieron cuenta ya en 1916 que el lobby judío en los Estados Unidos era tan fuerte como para conseguir que estos últimos entraran en guerra a su lado contra Alemania, de este modo se consideró oportuno apoyar al movimiento sionista y la fundación de un Estado judío en Palestina. El 2 de noviembre de 1917, vio la luz la llamada "declaración Balfour" que sancionó el reconocimiento oficial de Gran Bretaña de la "creación en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío". Nadie consultó a los árabes, nadie se ocupó de su suerte. La alta finanza judía y el imperialismo británico acordaron simplemente que Palestina debería convertirse en un Estado judío "cuya importancia es mucho más profunda que los deseos y prejuicios de los setecientos mil árabes que viven ahora en ese antiguo país". Fue una sentencia de muerte para el pueblo palestino, de la cual entonces pocos se dieron plenamente cuenta. El 28 de abril de 1930, Menahem Ussishkin, presidente del Fondo nacional judío declaró a la prensa que los demás "habitantes…deben ser evacuados. La región debe ser nuestra. Nuestra meta es más grande y más noble que el simple respeto de algunos centenares de miles de fellahim [campesinos] árabes". Palabras de desprecio que anuncian lo que sucederá después.

Los acontecimientos políticos europeos, la simpatía de los árabes hacia los regímenes italiano y alemán que veían oponerse al imperialismo británico y de los que esperaban recibir ayuda para su liberación, volvieron a Gran Bretaña menos predispuesta hacia el movimiento sionista y a su pretensión de eliminar a los árabes-palestinos a fin de hacer sitio a un Estado judío. La respuesta fue sangrienta: el 6 de noviembre de 1944, militantes hebreos de la banda Stern asesinaron a lord Moyne, ministro británico residente en Oriente Medio, como consecuencia de la reanudación de las hostilidades contra Inglaterra que el jefe del Irgun Zevai Le´umi, Menahem Begin, había anunciado el 1 de febrero del mismo año. No había concluido aún la segunda guerra mundial, cuando los judíos desencadenaban en Palestina una sangrienta guerra de guerrillas que se proponía como doble objetivo el de obligar a Gran Bretaña a respaldar el nacimiento del Estado judío y a los árabes-palestinos a marcharse por la fuerza, so pena de muerte. Son páginas olvidadas en las que se ha escrito con la sangre de los pobladores árabes la política de terror aplicada por Ben Gurion, Menahem Begin y por los demás dirigentes judíos hasta alcanzar la meta de la fundación del Estado de Israel.

El 22 de julio de 1946, los hombres del Irgun, dirigidos por el futuro premio Nobel de la paz Menahem Begin, hacen saltar por los aires un ala entera del hotel King David de Jerusalén, sede del Mando militar británico, matando a 91 personas, mayoritariamente civiles. El 1 de marzo de 1947, en Tel Aviv, los militantes del Irgun matan a más de 20 soldados británicos, hiriendo a otros 30, en ataques por sorpresa. El 29 de julio de 1947, Menahem Begin manda ahorcar a dos sargentos británicos, que habían sido secuestrados el 12 de julio anterior, y hace colocar explosivos en sus cuerpos, de modo que un oficial inglés cae herido al intentar moverlos. El "Times" de Londres comentará: "La brutalidad nazi no lo hubiera sabido hacer mejor".

La política del terror, ejecutada con feroz determinación por los dirigentes judíos obtiene resultados concretos. Es opinión común de los historiadores que "los métodos draconianos del Irgun, aunque moralmente discutibles, fueron decisivos" para obligar a Inglaterra a abandonar a su suerte Palestina. A Inglaterra la sustituyeron los Estados Unidos. No vinculados por pactos, tratados, promesas, lazos históricos con los árabes, los Estados Unidos asumieron en la zona el papel de tutores, financiadores, protectores de los judíos a los cuales garantizó la formación de un Estado a costa de los árabes, lo que se convierte en objetivo primordial de la política de la Casa Blanca. Sin el freno de la presencia británica, antes bien, animados por el apoyo americano, los activistas judíos del Irgun y de otras organizaciones desencadenaron una campaña de atentados contra la población árabe.

En solo dos atentados, el 13 y el 29 de diciembre de 1947, los hombres de Begin mataron a 80 árabes e hirieron a 37. El 30 de diciembre de 1947, lanzaron granadas de mano contra un pequeño grupo de árabes que esperaba el autobús en Haifa, matando a 6 personas e hiriendo a una docena. La reacción árabe, esta vez, provocó la muerte de 39 judíos y las heridas de otros 50, linchados por la masa enfurecida. Fue el pretexto para una masacre, la enésima, contra una aldea árabe. El 31 de diciembre de 1947, las escuadras armadas de las formaciones judías penetraron en Bala al-Shaykh y mataron a 60 personas, en su mayoría mujeres y niños. El 4 de enero de 1948, nuevamente militantes judíos hacen estallar un camión lleno de explosivos ante el ayuntamiento de Giaffa, donde tenía su sede el Comité nacional árabe, provocando su derrumbe y la muerte de 26 personas. El 5 de enero de 1948, una incursión contra el hotel Semiramis de Jerusalén, considerado erróneamente sede de los irregulares árabes, acaba con la muerte de 26 civiles inocentes. El 28 de febrero de 1948, un coche-bomba colocado por militantes judíos provoca la muerte de 30 árabes y heridas a otros 70, todos civiles.

También los métodos nos traen a la actualidad. Coches-bomba, camiones repletos de explosivo, casas y hoteles hechos saltar con la gente dentro. Sólo que no fueron los árabes quienes los emplearon los primeros, sino los fundadores del Estado de Israel. Verdad incómoda, pero que no hay que callar. El 9 de abril de 1948, las formaciones judías del Irgun de Begin y del Lhi atacan la aldea árabe de Deir Yassin. "La conquista de la aldea ha sido ejecutada – escribirá en su informe un oficial hebreo – con extrema crueldad. Familias enteras – mujeres, viejos, niños – aniquiladas, y cadáveres apilados…. Algunos prisioneros, incluidos mujeres y niños, transferidos a lugares de detención y allí brutalmente eliminados por sus captores". No se hablaba de todo esto en los motivos por los cuales Menahem Begin, entonces jefe del gobierno israelí, fue distinguido con el premio Nobel de la paz. Occidente ha borrado incluso la memoria de las atrocidades cometidas en nombre de Israel. Los árabes no, no pueden olvidar por la sencilla razón de que siguen muriendo, como entonces, a menudo a manos de los mismos hombres, ayer oficiales del ejército israelí, hoy ministros y jefes de gobierno.

Es el caso de Ariel Sharon, "el oficial israelí que se había convertido en símbolo de la política de la represalia", como escribe un historiador hebreo. ¿Desde hace cuántos años es este hombre símbolo de la represión y del terror para los árabes-palestinos? Al menos desde 1953, cuando fue creada, en el mes de agosto, la Unidad 101, confiada precisamente al mando de Sharon, con una única misión: efectuar incursiones, infiltraciones y represalias. Ariel Sharon ejecutó la primera de ellas contra la aldea de Qibya, en la noche del 14 de octubre, masacrando a 60 habitantes, mujeres y niños incluidos. El 24 de noviembre de 1953, la ONU condenó al gobierno israelí por esta matanza, pero todo siguió como antes y cada uno en su puesto, como Ariel Sharon.

Lo vuelven a encontrar los palestinos en 1982, esta vez como ministro del gobierno Begin. El 16-17 de setiembre, los falangistas cristianos con la complicidad del ejército israelí, entran en los campos de refugiados de Sabra y Shatila, en Líbano: "…la matanza continuó ininterrumpidamente durante más de 30 horas. Los falangistas asesinaron a civiles –individuos y familias enteras- de forma metódica y deliberada. Un niño fue pateado hasta la muerte por un miliciano provisto de botas claveteadas, otros fueron asesinados colgándoles al cuello bombas de mano, otros fueron también violados y descuartizados". Ariel Sharon, ministro de Defensa, podía evitar la masacre. Los servicios secretos israelíes le habían informado con anticipación de todo cuanto los falangistas cristianos estaban preparando. No hizo nada. Peor aún: los militares israelíes lanzaron bengalas luminosas para facilitar la marcha de aproximación de los falangistas cristianos hacia los campos de Sabra y Shatila. Los muertos fueron 900, según estimaciones aproximadas de los propios servicios secretos israelíes, probablemente muchos más. La resonancia de la masacre obligó al gobierno presidido por Menahem Begin a nombrar una comisión de investigación para depurar eventuales responsabilidades israelíes. El 8 de febrero de 1983, la comisión criticó al propio Begin y fue muy dura con Sharon acusándole de no haber "asumido sus deberes". Pero ni siquiera esto bastó para detener su ascensión en el firmamento político israelí. Los muertos de Sabra y Shatila no pesaban sobre la conciencia de Menahem Begin, Simón Peres y de los dirigentes israelíes: ni sobre las de sus aliados americanos y europeos.

El 28 de setiembre del 2000, otra vez Ariel Sharon, de acuerdo con el gobierno israelí, actúa en primera persona paseándose de forma provocadora por la Explanada de las Mezquitas, en Jerusalén. La reacción de los árabes, legítimamente resentidos, dará paso a la segunda Intifada que ha costado en un año la vida a más de 800 palestinos, muchos, demasiados, de ellos niños y adolescentes. Pero para el actual primer ministro israelí esto no cuenta.

El conflicto árabe-israelí está todavía en curso, si bien es el primer y principal motivo de enfrentamiento con el mundo islámico, no es el único. Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos tienen concretas y comprobadas responsabilidades en la explotación de los recursos petrolíferos de la región, cuyo control han adquirido por la fuerza, con golpes de Estado, con gobiernos corruptos. Fueron los Estados Unidos, junto a sus fieles aliados británicos, quienes derrocaron en 1953 al gobierno nacionalista de Mossadeq, culpable de querer nacionalizar la industria petrolífera, para imponer en su lugar un régimen corrupto que tendrá, posteriormente, en el shá Reza Pahlevi su dictador implacable. El proceso de occidentalización impuesto por la política del Shá conlleva una durísima y despiadada represión contra los opositores internos. Pero no existe un gobierno americano o europeo que advierta de la necesidad de intervenir para frenar las constantes violaciones de los derechos humanos perpetradas por Reza Pahlevi y sus hombres. Se lamentarán las democracias occidentales, cuando expulsado por el furor popular el tiránico Shá, ocupe su lugar Jomeini que propiciará el proceso inverso, el de volverse a apropiar de los valores del Islam contra la imposición forzada de la cultura americana.

No será a causa de una fatídica coincidencia que Saddam Hussein, el dictador iraquí alumno por su laicismo de los Estados Unidos, desencadene una guerra de agresión contra Irán, en el curso de la cual utilizará incluso armas químicas. Al final, el balance será de al menos un millón de muertos, que no pesan tanto en la conciencia de Saddam Hussein como sobre la de los regímenes occidentales que fomentaron la guerra para reafirmar sus intereses y detener el proceso de islamización de la región.

La misma lógica perversa se vuelve a encontrar en Argelia. Cuando el Frente de Salvación Islámico venza en las elecciones y adquiera el derecho a gobernar el país, Francia y los países occidentales inducirán a los militares a dar un golpe de Estado, instaurando un régimen militar y reprimiendo ferozmente a los opositores islámicos. Al día de hoy, el precio por mantener a Argelia en la lista de países musulmanes "moderados" y occidentalizados, ronda los 100.000 muertos, cifra por defecto.

Silencio total, también, sobre Egipto y la represión dirigida por el régimen de Mubarak contra los "Hermanos musulmanes". ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos encarcelados, cuántos torturados? Nada se sabe. Occidente no critica a sus aliados corruptos, con tal que sean sumisos hacia su política. Prueba de ello es el ocaso de Saddam Hussein que, culpable de haber puesto en entredicho, con la invasión de Kuwait, los equilibrios pro-americanos en la región y los intereses de las sociedades petrolíferas, ha sufrido el ataque de América, la invasión de su territorio y la aplicación de un embargo, para obligar a los iraquíes a derrocarlo. Un embargo total, feroz y despiadado que, en diez años, ha costado la vida al menos a un millón de iraquíes, en su mayoría niños, ancianos, mujeres, muertos por desnutrición y enfermedad. Un millón de muertos para los que nadie pide justicia.

Ahora toca a Afganistán. Han sido los americanos, los saudíes y los pakistaníes los que organizaron el movimiento talibán y les permitieron conquistar casi enteramente Afganistán. La causa del apoyo a los estudiantes coránicos residía en el hecho de que, siendo éstos de filiación sunnita, representaban un obstáculo a la expansión de Irán chiíta en el área. Cálculo no equivocado, porque la represión talibán contra los chiítas afganos ha sido durísima y ha provocado un verdadero éxodo, del que nadie ha hablado nunca prefiriendo poner el acento en la aplicación delirante de las normas coránicas relativas a la mujer.

Hoy, los talibanes son el nuevo enemigo de los Estados Unidos. El "monstruo" al que aniquilar por ser culpable de haber hospedado a Osama Bin Laden, el multimillonario saudí transformado en un enemigo implacable de la alianza israelo-americana. No miente Osama Bin Laden, cuando afirma que la responsabilidad de los ataques a los Estados Unidos el 11 de setiembre recae sobre la "política de América" frente al mundo islámico. ¿Cuántos años hace que Occidente ha dado a los árabes la prueba de que sólo la fuerza cuenta, la del dinero y las armas? ¿Desde cuántos decenios América apoya la política de genocidio dirigida por Israel para afirmar su supremacía en la región? ¿Cuántos golpes de Estado, insurrecciones armadas, represiones despiadadas, guerras ha fomentado la política americana, israelí y occidental en el área medioriental? Tantos son que es imposible enumerarlos todos. Como total ha sido el "olvido" de los medios de comunicación occidentales frente a las tragedias de los pueblos musulmanes. Ningún eco ha llegado jamás de los gritos de los condenados y de los torturados por parte de los regímenes que desempeñaban una política pro-occidental, mucho menos se ha levantado alguna voz contra Israel, único Estado en el mundo en permitir el uso legal, codificado por ley, de la tortura. Ni siquiera esto ha provocado escándalo y removido las conciencias.

De esta amalgama secular de guerras, exterminios de masa, asesinatos, torturas, represión, hambre, explotación, petróleo y cárceles, éxodos bíblicos y desesperación surgen, destacándose sobre los cielos de los Estados Unidos, los aviones que se estrellaron contra el Pentágono y las Torres gemelas de Nueva York. Dentro de estos aviones secuestrados, no volaban solamente 19 combatientes islámicos lanzados al martirio, con su carga de inconscientes pasajeros americanos, porque con ellos estaban los millones de muertos que el Occidente opulento, poderoso y despiadado ha provocado en nombre de sus intereses, de sus religiones, de la afirmación de su poder. Es de un genocidio negado del que surge el ataque del 11 de setiembre de 2001, casi en coincidencia del aniversario de las matanzas de Sabra y Shatila, olvidado igual que sus numerosas víctimas mientras uno de sus responsables es primer ministro del Estado de Israel.

Incluso aquellos que, por su parte, no se sienten capaces de justificar los ataques del 11 de setiembre contra los Estados Unidos, deben comprender por honestidad intelectual que no han sido motivados por una perversa sed de sangre de los "terroristas internacionales"; que la propaganda de guerra, dirigida a hacer olvidar lo que hemos recordado siempre, no debe ofuscar las mentes y torcer el juicio; que el problema no es condenar los bombardeos americanos en Afganistán y a los "terroristas" mediante una elección aparentemente salomónica, sino intervenir sobre las causas que han determinado tales ataques. Y las causas pueden resumirse en una sola: falta de justicia hacia los oprimidos que han visto a sus masacradores elevados, en Occidente, sobre los altares de la política y de la historia mientras que un velo de complicidad se extendía sobre sus delitos. Con las Torres gemelas han caído la certidumbre de la impunidad occidental y americana. Y esto produce miedo, no el inexistente "terrorismo internacional", fórmula utilizada para no reconocer las culpas propias pasadas y presentes.

Los enanos políticos italianos no saben qué idear para apoyar a los Estados Unidos. Ahora se han inventado incluso una delirante manifestación pro-americana, una demostración pública en la cual desfilar por millares tremolando las banderas de los Estados Unidos. Han olvidado que la tragedia italiana de los años setenta lleva el sello de los servicios secretos americanos e israelíes. Una verdad nunca proclamada oficialmente porque la entera clase política italiana, sin excepciones de ningún género, desde los missinos a los comunistas han levantado un valladar para que ésta no emergiera en toda su claridad. La tragedia de Oriente medio ha tocado de lleno a Italia a partir del 10 de junio de 1967, fecha en la que la Unión Soviética rompió sus relaciones diplomáticas con Israel, seguida de todos los países de la Europa del Este, excepto Rumania. El 1 de noviembre de 1967 es nombrado jefe de Estado mayor del Arma de carabineros el coronel Arnaldo Ferrara, hermano de un diputado del Partido Republicano, israelita. Permanecerá en el cargo diez años, los años de las masacres de plaza Fontana, Brescia, Italicus, de la frustrada masacre de Verona, Génova y muchas otras. ¿Coincidencia? Difícil creerlo. Y nadie, político, magistrado, historiador se ha atrevido nunca a responder la pregunta referente a la necesidad de mantener durante diez años en el mando virtual de los carabineros a un simple coronel, convertido sin moverse de la poltrona, en general de división. Cuando los enanos desfilen por Roma, agitando las banderas de los Estados Unidos, que alguno recuerde a los muertos sin justicia de plaza Fontana y de las masacres italianas, por los cuales un día alguien pedirá cuentas, porque la sangre derramada no se olvida, pesa en el recuerdo de los hombres y de los pueblos, en la conciencia de cuantos hoy asisten impotentes a la definitiva prostitución del país ante el rico amo americano.

Deseo de justicia que hoy se defiende, quiérase o no, sobre las montañas de Afganistán. Y mientras el enano feroz alinea a sus soldados en defensa de la estatua de santa Cunegunda y nos bombardea con películas tipo "Marcelino pan y vino", esperando que las futuras generaciones se asemejen a Fini y a Gasparri, yo miro a esas montañas afganas en las cuales, una vez más, hombres armados con solo su valor afrontan al imperio americano en nombre de principios eternos que se llaman libertad, dignidad e independencia.


8 comentarios

Lolo -

La verdad, me convence mucho mas Ghio en este tema que nadie. No sé por qué mezcláis esto con el "holocuento". No voy a entrar en la provocación.
Yo creo que lo que les ha hecho polvo ha sido que el mundo ha visto que el imperio de los Estados Unidos de Israel no es invencible.

11S MITO -

Nada les haría más polvo que desenmascarar que ellos mismos fueron contra su propio pueblo.

Lolocausto -

"Las teorías conspiracionistas sobre el 11S solo favorecen al imperio, por defender su invulnerabilidad."


Ahí, apoyando como Ghio la versión oficial, lo próximo será tb defender el MITO de los 6 millones, en fin..

Virilo -

Para una parte de la gente -la psicológicamente más borrega- sí, pero para otra parte no. La gente no es igual, y lo a unos les empuja para un sentido, a otros para el opuesto.
Yo me inclino por el término medio, y secundo la denuncia de Vinciguerra: los asesinatos terroristas cometidos directamente por el poder -desde el centro o desde la periferia, léase Argelia, Egipto...- son muy superiores a los crímenes, provocados o no, de sus enemigos -falsos o reales-

Lolo -

Las teorías conspiracionistas sobre el 11S solo favorecen al imperio, por defender su invulnerabilidad.

11 S -

«Superviviente del 11-S asegura que una explosión se produjo en uno de los edificios antes de impactar uno de los aviones »
Uno de los supervivientes del 11-S asegura que una explosión en el interior de uno de los edificios precedió al impacto de un avión durante los ataques.
Antes de que la Torre Norte del World Trade Center fuera atacada por un avión de pasajeros el 11 de septiembre de 2001, una explosión sacudió a los ocupantes del sótano del edificio, incluyendo a William Rodríguez, un portero que se encontraba en ese momento, informó hoy viernes Russia Today.
“Trabajé 20 años en ese edificio y sé la diferencia entre algo que viene desde arriba y algo que viene desde el fondo”, señaló Rodríguez.
“Yo no sabía lo que estaba pasando, pero lo que sí sé es que había dos eventos diferentes”, agregó.
Las torres gemelas del WTC en Nueva York fueron alcanzadas por dos aviones supuestamente secuestrados por terroristas.
Washington culpó a integrantes de al-Qaeda por el ataque y el grupo prácticamente se atribuyó la responsabilidad por el atentado.
Muchos de los supervivientes crítican las versiones oficiales dadas de los ataques, que mataron a casi 3.000 personas.

Guerra sionista

Anónimo -

«Es bueno recordar que el imperialismo yanqui no ha necesitado nunca de pretextos para perpetrar sus fechorías en cualquier lugar del mundo por el obvio y conocido hecho de que ese imperialismo es el gendarme de la reacción mundial, promotor sistemático de la contrarrevolución y protector de las estructuras sociales más retrógradas e inhumanas que subsisten el mundo.»

Fidel Castro

Anónimo -

yo miro a esas montañas afganas en las cuales, una vez más, hombres armados con solo su valor afrontan al imperio americano en nombre de principios eternos que se llaman libertad, dignidad e independencia.