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VISIONES Y REVISIONES: FENOMENOLOGÍA DEL FASCISMO

VISIONES Y REVISIONES:  FENOMENOLOGÍA DEL FASCISMO

La esencia del fascismo como fenómeno europeo
(Conferencia-Homenaje a Adriano Romualdi)


 

Giorgio Locchi

 

Soy un hombre de escritura, no un orador. Hablar en público es para mí una tarea temible y siempre desagradable. Esta tarea es hoy, en mi caso, más desagradable de lo habitual, porque, estando entre los últimos en tomar la palabra, sé que diré cosas que algunos no compartirán. Además, tengo la convicción de poseer, respecto a los oradores y autores de las intervenciones que me han precedido, una singular ventaja al conmemorar e ilustrar la obra de Adriano Romualdi; y tener ventaja es algo que no me gusta. Esta singular ventaja mía es la siguiente. Todos los que han hablado hasta aquí de Adriano Romualdi lo han conocido personalmente, al menos tuvieron ocasión de verlo, de encontrarse con él, de hablarle una o dos veces. Habiéndole conocido vivo, han conocido su muerte: y hoy saben que ha muerto e, inevitablemente, hablan de él como muerto, como alguien que ya no está, aun cuando quizá continúe de algún oscuro modo presente. Yo vivo desde hace veintiséis años en Francia, lejos de los asuntos italianos, y no he conocido nunca personalmente a Adriano Romualdi. Es más: confieso que he ignorado totalmente su existencia hasta hace cuatro o cinco años cuando me la descubrió un grupo de jóvenes italianos que había venido a París buscando ideas que evidentemente no existían. Entonces, poco a poco, he descubierto la obra de Adriano Romualdi y la he descubierto, para mí, más viva que muchos vivientes, actualísima. Adriano Romualdi es un pensamiento que no cesa de hablarme y al cual yo respondo. Celebrando a Adriano Romualdi, celebro una presencia viva en mi tiempo y, de este tiempo, parte integrante.

Alguien, ayer, recomendó "no embalsamar a Adriano Romualdi". Es una idea que, precisamente, nunca podría venirme a la mente, porque para mí Adriano Romualdi está vivo; y no se embalsama a los vivos. Y dejarme deciros, crudamente, que, a mis ojos, el rechazo a "embalsamar" a Romualdi resulta una idea extremadamente sospechosa. No querer embalsamar algo que se tiene por un cadáver significa, en efecto, querer que este cadáver se descomponga, apeste, y que la gente se aleje de él. Significa pretender que la obra de Romualdi ha tenido su tiempo, que está superada y sería por consiguiente un error grave sacralizarla, impidiendo a los vivos superarla, ir más allá. Detrás de este modo de pensar y sentir no hay solamente, malignamente activo, ese ciego prejuicio progresista que para nosotros, pienso, debería ser extraño. Existe también, y sobre todo, un plan para relegar a un pasado definitivamente muerto una obra y un ejemplo de acción que, ayer como hoy, no cesan de incomodar profundamente y de incomodar, en particular, a ciertos jóvenes, o que se pretende tales, que han hecho una religión del éxito y del éxito en la sociedad de hoy tal cual es. No por nada, uno de estos jóvenes hace poco hallaba, cándidamente, una razón para condenar el fascismo justamente en el hecho de que éste no había tenido éxito, de que había perdido. Y lo bello del caso es que este joven sin duda también querría asumir valores trágicos y heroicos al mismo tiempo...

Sí, Romualdi incomoda y no deja de incomodar por dos razones fundamentales. La primera razón consiste en que él es, en la acción y en el pensamiento, un ejemplo raro y casi único de coraje. Empeñado en una carrera universitaria, comprometido políticamente, ha tenido el coraje de no atrincherarse astutamente detrás de una máscara, de no haber querido salir -con palabras o con hechos- del llamado túnel del fascismo. Él, al contrario, se ha proclamado abiertamente fascista y se ha reconocido precisamente dentro de la forma del fascismo más comprometida a los ojos del mundo de hoy y del sistema en el cual vivimos. Pero los ejemplos vivientes de coraje, por lo demás, son la cosa más incómoda y más irritante para quien no lo tiene... Romualdi molesta por tanto por otra razón no menos importante: a causa de su honestidad intelectual, también ella ejemplar. Ciertos adversarios del fascismo e incluso algunos amigos han afirmado que el pensamiento de Romualdi habría sido configurado por el "complejo de los vencidos". Pero Romualdi no era y no es un vencido, porque no se ha reconocido y no se reconoce vencido y siempre ha continuado -y continúa con su obra- combatiendo por sus ideales. Vencido es aquel al que la derrota obliga a pensar y a actuar de otra manera. Adriano Romualdi no ha pensado de otra manera. Simplemente, ha constatado una evidencia: la derrota de 1945 había cambiado radicalmente la situación en la cual el fascismo debía de actuar si todavía quería ser. Precisamente por esto su pensamiento permanece como esencial, y no superado: ha sabido reflexionar, en su calidad de fascista, sobre la nueva realidad diseñada en 1945, una realidad que es, invariablemente, la realidad de hoy. Romualdi se ha preguntado sobre lo que debe y puede hacer un fascista en un mundo y en una sociedad que ha colocado al fascismo fuera de la ley. Y puesto que ya los vencedores, convertidos en amos absolutos de la palabra, ofrecían una imagen falsa y deformada del fascismo, él ha querido ante todo poner de manifiesto qué es el fascismo, de dónde proviene, qué significa ser fascista. Allí donde otros, hincando intelectualmente las rodillas, se afanaban grotescamente en justificar el fascismo según las formas morales de los vencedores del 45, Romualdi ha tenido la honestidad intelectual de decir y de afirmar claramente que el fascismo es revuelta contra el mundo y la sociedad en la que vivimos, que su moral es totalmente otra, que es algo por lo tanto que el mundo y la sociedad de hoy no pueden aceptar. Quien quiere estar de algún modo de acuerdo con el mundo de hoy y descender al compromiso y al diálogo con el sistema, no tiene derecho a identificarse con Adriano Romualdi.

Alguien se ha preguntado ingenuamente sobre qué haría hoy Adriano Romualdi, en el actual contexto político y cultural, si por ventura estuviera todavía vivo en carne y huesos. La pregunta sugería retóricamente que Romualdi habría quizá sufrido una evolución, cambiando de parecer. Y lo sugería partiendo del presupuesto, considerado evidente, de que en estos diez años la situación habría cambiado radicalmente y que por consiguiente la reflexión histórica de Romualdi sobre la realidad habría cambiado igualmente. Yo considero que la situación es esencialmente la misma que aquella que la obra de Romualdi afronta. Pero, aun cuando la situación política hubiese cambiado, solamente cambiaría el modo de hacerse, no ya aquel principio en el cual la acción debe inspirarse. Por otra parte, cuando yo hablo de la obra de Adriano Romualdi y de su presencia viviente, me refiero ante todo a su obra de historiador, a sus estudios sobre el fascismo fenómeno europeo. (La negrilla es nuestra. ndr.)

El fascismo es lo que es. Como todo lo que es, puede morir y salir de la historia. Pero, históricamente muerto o vivo, permanece por siempre siendo lo que es: fascismo. Ahora, sobre el fascismo, Romualdi ha dicho verdades esenciales, que permiten adquirir una más profunda consciencia sobre lo que el fascismo es, y que, también, permiten a los fascistas adquirir una consciencia más profunda sobre lo que ellos son. Es precisamente este aspecto esencial de la obra de Romualdi el que yo querría recordar, también porque me parece que muchos preferirían olvidarlo e ignorarlo. Hablar de ello resulta fácil para mí, dado que mi concepción y mi visión del fascismo son esencialmente idénticas a las de él. Mi afinidad electiva hacia Romualdi abarca también los tiempos fundamentales de su investigación y de su reflexión: el carácter europeo del fenómeno fascista, el origen nietzscheano del sistema de valores del fascismo, la Revolución Conservadora (1) en Alemania y fuera de Alemania, el redescubrimiento de los Indo-europeos y su función de mito originario en la imaginación fascista.

La primera enseñanza fundamental de Adriano Romualdi es que, más allá de diferencias específicas, todos los movimientos fascistas y todas las variadas expresiones de la Revolución Conservadora (entendida aquí como corriente espiritual) tiene una esencia común. Afirmar la europeidad del fenómeno fascista comporta un inmediato aspecto político concerniente al porvenir: a ojos de Romualdi es precisamente en la esencia del fascismo donde todavía hoy reside la única y exclusiva posibilidad de restituir a Europa un destino histórico.

Adriano Romualdi ha demostrado claramente que los movimientos fascistas de la primera mitad de siglo y las distintas corrientes filosóficas, artísticas, literarias de la llamada Revolución Conservadora tienen la misma esencia común, obedecen a un mismo sistema de valores, tienen una idéntica concepción del mundo, del hombre, de la historia. Hoy, sin embargo, una nueva intelligentsia de derecha querría poner en contradicción Fascismo y Revolución Conservadora, de la misma manera que, por otra parte, a fin de legitimarse -es cierto- en el seno del mundo democrático, coloca en paralelo stalinismo y nacional-socialismo, regímenes comunistas y regímenes fascistas, metiéndolos grotescamente en el mismo saco de un mal definido totalitarismo. El Fascismo -dice esta gente- habría en cualquier caso explotado ideas de la Revolución Conservadora, pero desnaturalizándolas y falsificándolas. Es pues necesario, justamente en el marco de esta celebración del pensamiento de Adriano Romualdi, reafirmar con fuerza la común esencia del fascismo y de la Revolución Conservadora y, a tal objeto, ilustrar esta esencia y, a la vez, precisar su contenido.

Romualdi ha intuido que el origen del fenómeno fascista era ante todo de orden espiritual, enraizado en un específico filón de la cultura europea. Y lo más importante: ha sabido reencontrar este origen en la obra de Nietzsche o, más exactamente, en el sistema de valores propugnado por Nietzsche (y, luego también, en segundo término, en ciertos aspectos del romanticismo, que anuncian y preparan la obra de Nietzsche). Su prematuro y trágico fin no ha permitido a Adriano Romualdi encuadrar su pensamiento en una completa visión filosófica de la historia y definir, así, de modo exhaustivo y preciso la relación genética que media entre la obra de Nietzsche, la Revolución Conservadora y el Fascismo. Hay que reconocer que poner en evidencia esta relación no es tarea fácil. Y no lo es por una simple razón, a causa de la naturaleza particular de la obra de Nietzsche, que no es una obra puramente filosófica, es decir: de reflexión y sistematización del saber, sino que es también, y sobre todo, obra poética, sugestiva, creadora, que expresa y da históricamente vida a un sentimiento nuevo del mundo, del hombre y de la historia. La relación entre comunismo, socialismo y filosofía marxista, teoría marxista, es clara y tangible. Socialistas y comunistas son y se dicen marxistas, aun cuando después, fatalmente, cada uno de ellos interprete a Marx a su modo. Contrariamente, en lo que respecta a los movimientos fascistas, un reclamo explícito a Nietzsche no existe. En algunos casos, estos reclaman a Nietzsche como a una fuente entre tantas otras, como un precursor entre otros tantos. Pero también se da el caso de movimientos fascistas que ignoran a Nietzsche o que, desconociéndolo, creen su deber rechazarlo, en todo o en parte. Los movimientos fascistas de la primera mitad del siglo son la expresión política, inmediata e instintiva, de un nuevo sentimiento del mundo que circula por Europa a partir ya de la segunda mitad del siglo XIX. Tienen el sentimiento de vivir un momento de trágica emergencia y se precipitan a la acción obedeciendo a este sentimiento; se movilizan políticamente pero, al contrario que otros partidos y movimientos, no hacen referencia a alguna concreta filosofía o teoría política y asumen más bien casi siempre un comportamiento antiintelectualista. Los movimientos fascistas se coagulan por instinto en torno a un programa de acción inspirado por un sistema de valores que se opone drásticamente al sistema de valores igualitarista, que se encuentra en la base del democraticismo, liberalismo, socialismo, comunismo. Por contra, resulta fácil constatar que, en el seno de un mismo movimiento fascista, personalidades de primer nivel expresan y defienden filosofías y teorías bastante diferentes, a menudo poco conciliables entre ellas e incluso opuestas. La filosofía de un Gentile no tiene nada en común con la de Evola; Baumler y Krieck, filósofos y catedráticos, eran nacionalsocialistas y nietzscheanos, pero el nacionalsocialista Rosenberg, en cambio, criticaba duramente aspectos destacados del pensamiento de Nietzsche. Esto es un hecho innegable sobre el que se han apoyado y se apoyan adversarios del fascismo para afirmar con intención denigratoria que las referencias filosóficas del fascismo, cuando han existido, habrían sido grotescamente arbitrarias, además de contradictorias, y que por otra parte los movimientos fascistas carecerían de cualquier contenido positivo común desde el punto de vista filosófico o teórico. Éste es también, como se sabe, el punto de vista de un Renzo de Felice, y por tanto un punto de vista que permanece tanto más actual en el presente debate italiano. La argumentación es especiosa, ya que para negar una unidad de esencia se contraponen filosofías allí donde la unidad está originariamente fundada por un idéntico sentimiento-del-mundo. El fascismo pertenece a un campo, opuesto a otro campo, el igualitarista, al cual pertenecen democracia, liberalismo, socialismo, comunismo. Es este concepto de campo lo que permite captar la esencia del Fascismo, del mismo modo que permite captar la esencia de todas las expresiones del igualitarismo. Esto, Romualdi, lo había visto perfectamente, lo había afirmado de modo bastante claro. Concluyendo el breve ensayo previo a su antología de fragmentos nietzscheanos, ha dejado escrito: "Frente a Nietzsche se separan los campos. Para los otros su intolerable pretenciosidad social y humanitaria, la utopía de progreso de una humanidad de ceros. Para nosotros la conciencia, que Nietzsche nos ha dado, sobre aquello que fatalmente vendrá: ¡el nihilismo!". En este breve fragmento todo o casi todo lo esencial queda dicho. Y queda dicho, del modo más pleno, aquello que los movimientos fascistas y la Revolución Conservadora deben a Nietzsche: una conciencia históricamente nueva, la conciencia del fatídico advenimiento del nihilismo, esto es, para decirlo con terminología más moderna, de la inminencia del fin de la historia.

Cristianismo, en cuanto proyecto mundano, democracia, liberalismo, socialismo, comunismo, pertenecen todos al campo del igualitarismo, del llamado humanismo. Sus filosofías y sus ideologías difieren, pero todas obedecen a un mismo sistema de valores, todas tienen una misma concepción del mundo y del hombre, todas consciente o inconscientemente proyectan un fin de la historia y son -por consiguiente- desde un punto de vista nietzscheano, nihilistas negativas. El fascismo es el otro campo, que yo he llamado sobrehumanista como referencia al movimiento espiritual que lo ha generado y lo conforma. Romualdi ha sabido poner de manifiesto, a tenor de sus estudios nietzscheanos, el sistema de valores del campo sobrehumanista y fascista. Romualdi es un historiador y se interesa en un fenómeno político: desde el punto de vista de la política -que es aquel que precisamente le interesa- individualiza y pone de relieve el principio de acción, y el fin común a todos los movimientos fascistas. Él ha situado el principio de acción -repito- en el sistema de valores propugnado por Nietzsche, y el fin común en el hombre nuevo, esto es en la fundación de un nuevo comienzo de la historia, más allá del inevitable fin de la historia al cual nos condenan dos mil años de cristianismo y de igualitarismo. Todo esto nos dice de dónde viene el fascismo, qué ha querido y qué quiere, cuál ha sido en el fondo su implícito método de acción (que, dicho sea entre paréntesis, no es otro que el nihilismo positivo, que quiere hacer tabla rasa para construir, sobre las ruinas y con las ruinas, un mundo nuevo). No se dice, empero, qué cosa sea el fascismo, que cosa sea el sobrehumanismo que lo genera, lo sostiene y lo orienta. En una palabra: no se dice cuál es la esencia del fascismo, aun resaltando y afirmando que tal esencia existe. Romualdi es un historiador, no un filósofo de la historia. Ahora bien, lo que sea la esencia del fascismo solamente la filosofía de la historia puede decirlo, en virtud de una reflexión sobre la historia del fascismo, de la misma manera que el propio Romualdi ha sabido -junto a algún otro- sacarla a la luz.

Yo he intentado explicar lo que pueda ser la esencia del fascismo en dos ensayos publicados en estos últimos años: uno se titula precisamente La esencia del fascismo; el otro, más amplio, está dedicado a Wagner, Nietzsche y el mito sobrehumanista. (...) Me limito a resumir del modo más simple posible el resultado de mis estudios, que pueden considerarse una continuación y una profundización de los de Adriano Romualdi. La esencia del sobrehumanismo, como por lo demás, la de toda tendencia histórica, hay que buscarla en su fundamental concepción del mundo, del hombre y de la historia. Esta concepción, que antes de ser tal nace como inmediato sentimiento e inmediata intuición, está íntimamente ligada al sentimiento y a la concepción del tiempo de la historia. El tiempo de la historia es un argumento que a primera vista puede parecer extremadamente arduo, pero de hecho es una noción que todos poseen, incluso sin darse cuenta de ello. El mundo antiguo tenía una concepción cíclica del tiempo de la historia, consideraba que todo momento de la historia estuviera destinado a repetirse. El tiempo mismo de la historia era representado como un círculo, tenía naturaleza lineal. Con el cristianismo nace un nuevo sentimiento del mundo, del hombre, del tiempo de la historia. Este tiempo de la historia permanece lineal; pero ya no es circular, sino más bien segmentario, más exactamente parabólico. La historia tiene un inicio, un apogeo, un fin. Y no se repite. Por otra parte, a la historia se le atribuye un valor negativo: provocada por el pecado original, la historia es atravesada por un valle de lágrimas. El advenimiento del Mesías, apogeo de la historia, pone en marcha la redención, esto es, la liberación del hombre del destino histórico, el apocalipsis, el advenimiento final de un eterno reino celestial. Esta concepción de la historia, mítica en el cristianismo, será posteriormente ideologizada y, en fin, teorizada por el marxismo; pero sigue siendo en sus rasgos esenciales la misma: en el lugar del pecado original, encontramos en Marx la invención de la explotación de la naturaleza y del hombre por parte del hombre mismo; la lucha de clases y la alienación que constituyen la travesía del valle de lágrimas, el advenimiento del Mesías se hace mundano en el advenimiento del proletariado organizado del partido comunista y socialista; el Reino de los Cielos deviene reino de la libertad, en el cual es abolida la lucha de clases y, a la vez, la propia historia (que Marx llama prehistoria).

La concepción sobrehumanista del tiempo no es ya lineal, sino que afirma la tridimensionalidad del tiempo de la historia, tiempo indisolublemente ligado a aquel espacio unidimensional que es la consciencia misma de toda persona humana. Cada consciencia humana es el lugar de un presente; este presente es tridimensional y sus tres dimensiones, dadas todas simultáneamente como son dadas simultáneamente las tres dimensiones del espacio físico, son la actualidad, lo devenido, lo por venir. Esto puede parecer abstruso, pero sólo porque desde hace dos mil años estamos habituados a otro lenguaje. De hecho, el descubrimiento de la tridimensionalidad del tiempo, una vez producido, se revela como una especie de huevo de Colón. En efecto, ¿qué es la consciencia humana, en tanto que lugar de un tiempo inmediatamente dado a cada uno de nosotros? Es, sobre la dimensión personal de lo acaecido, memoria, es decir presencia del pasado; es, sobre la dimensión de la actualidad, presencia de espíritu para la acción; es, sobre la dimensión del porvenir, presencia del proyecto y del fin perseguido, proyecto y fin que, memorizados y presentes en el espíritu, determinan la acción en curso.

Esta concepción tridimensional del tiempo es la única que puede lógicamente afirmar la libertad del hombre, la libertad histórica del hombre.

En la visión cristiana, la historia del hombre está predeterminada por el plan divino, por la llamada providencia; en la marxista, por la materialista ley de la economía, de la cual los hombres pueden sólo tomar conciencia. En estas concepciones de la historia y del hombre, la libertad humana se convierte en realidad en un flatus vocis, en el que el porvenir está siempre determinado por el pasado. El sentimiento tridimensional del tiempo revela que el hombre es históricamente libre: el pasado no lo determina ya, no puede determinarlo. Lo que nosotros hemos llamado hasta aquí pasado, pasado histórico, no existe de hecho más que a condición de ser de algún modo presente y presente en la consciencia. En sí, en cuanto pasado, es insignificante o, más exactamente, ambiguo: puede significar cosas opuestas, revestir valores opuestos; y es cada uno de nosotros, desde su personal presente, quien decide que debe él significar con relación al porvenir proyectado. El denominado pasado histórico es materia devuelta al estado bruto, materia bruta ofrecida a cada uno de nosotros para construir su propia historia. Esta ambigüedad del pasado se ofrece siempre en modo tanto más concreto a nuestra decisiva significación. Así, por ejemplo, nosotros somos herederos de un mundo europeo, que a su vez puede ser considerado heredero del mundo pagano y de aquel semítico-judaico. Si, desde el presente que es nuestro, estas dos herencias se revelan inconciliables, está en nosotros decidir cuál es nuestro verdadero origen. Adriano Romualdi -digámoslo como inciso- ha sabido también aquí escoger y decidir clara, serenamente: en favor del origen indoeuropeo, con una decisión proveniente de su proyecto de porvenir europeo.

Poetas, pensadores, artistas, filósofos conservadores-revolucionarios y fascistas han sabido a menudo dar expresión a este instintivo sentimiento del tiempo tridimensional, ilustrándolo con la imagen de la esfera (y no ya, repito, con la del círculo).

Este sentimiento, aun cuando es casi siempre inconsciente, sostiene el pensamiento político y los juicios históricos de los movimientos fascistas y se refleja de forma inmediata en sus vocabularios, junto a una nueva concepción paralela del espacio de la historia, esto es de la sociedad humana. La racionalidad del discurso fascista no puede ser explicada más que con relación al principio que lo rige: y este principio por otra parte no es sino la tridimensionalidad del tiempo de la historia. Cuando el fascismo habla en términos de lenguaje recibido, se afirma conservador (o reaccionario) y simultáneamente revolucionario (o progresista), precisamente porque estos términos no describen ya direcciones opuestas del devenir en el seno de un tiempo tridimensional. En el fascismo, el reclamo a un pasado mítico, elegido entre otros pasados posibles, coincide con la elección misma del proyecto del porvenir: la elección de lo devenido no es otra cosa, por así decirlo, que la memoria misma del porvenir proyectado y, a la vez, la actualidad que en él revive, vive y siempre se apresta a vivir. Aquí está también la razón de la complicada relación que los propios pensadores y hombre políticos fascistas mantienen con la denominada tradición, cuando no han adquirido aún clara conciencia del sentimiento del tiempo que sin embargo les anima. Pues resulta que ellos siguen pensando la tradición a la cual se refieren como si esta existiese y tuviera significado independientemente de la elección que han realizado. Todo movimiento fascista se ha reclamado siempre de un origen, y con él, de una tradición: romanidad en el fascismo mussoliniano, germanidad en el nacionalsocialismo, realeza católica de un catolicismo que es aquel imaginario del dios rubio de las catedrales en el fascismo maurrassiano, y así más. Si la relación de ciertos fascistas con la tradición resulta complicada, no es más -repito- porque no se dan cuenta de lo que entienden por tradición.

Por otra parte, es fácil constatar que los movimientos fascistas se reclaman siempre de una tradición perdida o cuando menos sofocada y en mortal peligro. Esto, pensándolo bien, significa que los movimientos fascistas preferían de hecho -frente a una tradición afirmada predominante en el seno de una sociedad dada- una tradición muerta o, en su defecto, reprimida y condenada a vivir subterráneamente, viva solamente en un restringido círculo de iniciados. El reclamo fascista de la tradición es así de hecho elección contra la tradición afirmada en las instituciones sociales y en las costumbres de las masas, y es elección de una tradición perdida, de una tradición que en realidad ha dejado de ser tal. Precisamente porque el origen elegido no es ya el socialmente afirmado, los movimientos fascistas cuando llegan al poder se vuelven notablemente pedagógicos con la pretensión de forjar el hombre nuevo de una tradición venidera que todavía no es. Adversarios del fascismo han hablado a este respecto -cito a Hans Mayer- de "detestable confusión del pasado y porvenir, de nostalgia de los orígenes y utopía del futuro". Pero lo que para los adversarios del fascismo aparece como detestable desde un punto de vista ético y desde el punto de vista de la racionalidad, es precisamente la esencia del fascismo, es la concepción nueva del tiempo de la historia, de un tiempo tridimensional en el que pasado y futuro, origen y fin histórico, no se contradicen y oponen, sino que por contra armoniosamente juntos constituyen, con la actualidad, el presente mismo de la consciencia histórica nueva alcanzado por el hombre nuevo fascista.

La concepción sobrehumanista del tiempo, decía, vuelve manifiesta la libertad histórica del hombre. Esta libertad histórica del hombre conlleva el enfrentamiento y la lucha en el cuadro de un destino heroico y trágico a la vez. Toda acción histórica en vista de un fin histórico es libre, no depende de otra cosa que de sí misma y de su éxito, no está escrita, por consiguiente, en ninguna fatalidad. La historia misma de la humanidad es libre, no predeterminada, porque se deriva de la libertad histórica del hombre.

La historia es siempre, en todo su presente, elección entre posibilidades opuestas. El fin mismo de la historia es una posibilidad, justamente porque el hombre es libre en todo momento de elegir contra la propia libertad, libre de abolir la propia historicidad, libre de poner fin a la historia. Esta es la elección nihilista de la cual hablaba Adriano Romualdi en la conclusión de su ensayo sobre Nietzsche, la elección realizada consciente o inconscientemente por el campo igualitarista. La otra elección es la elección de la propia historicidad humana, elección -como decía Martin Heidegger- de un nuevo "más originario origen", que es también un nuevo origen de historia. Escoger esta posibilidad significa escoger a los míticos antepasados que eligieron en favor de la historia, y al mismo tiempo significa querer convertirse en los antepasados de una humanidad nueva, regenerada.

Las últimas palabras del ensayo de Adriano Romualdi sobre Nietzsche son una cita de algunos versos de Gottfried Benn, poeta particularmente estimado por él. Querría, en su nombre recordarlas hoy:

 

"Y al final es preciso callar y actuar

sabiendo que el mundo se derrumba

pero tener empuñada la espada

para la última hora..."

 

Callar: porque nuestro discurso -fuera de nuestras catacumbas- es discurso fuera de la ley. Pero aun callando actuar en obediencia a aquel principio y a aquellos ideales que, desde siempre son los nuestros.

 

(1) La mención que hace el autor a la Revolución Conservadora que se hace no se refiere a las políticas liberales ejercidas a comienzos de los años 80 por los gobiernos de Thatcher y Reagan ni a sus ideólogos, sino que hace mención a los intelectuales que a comienzos de este siglo plantearon en Alemania una alternativa teórica al capitalismo y al marxismo y que en opinión del autor constituye el particular Fascismo alemán del que el nacionalsocialismo sería una de sus formas. Ver por ejemplo Die Konservative Revolution in Deutschland, 1918-1933 de Armin Möhler o Konservative Revolution. Introducción al nacionalismo alemán, 1918-1932 de Giorgio Locchi y Robert Steuckers. ndr.

9 comentarios

Stefano Vaj -

Para las personas que fueran interesadas a la obra de Giorgio Locchi me gustaria señalaros que todos sus escritos han progresivamente publicados en la dirección web http://www.uomo-libero.com, incluidas las traducciones en español y en portugués cuando estas sean disponibles (si alguien quisiera añadir otras serán bienvenidos).

Un libro en italiano, que recoje sus artículos breves, ha sido publicado de reciente por la editorial SEB (http://www.orionlibri.com).

ARANTXA -

Estamos acostumbrados a escuchar en cada vez más medios la necesidad de defender nuestra identidad frente a las amenazas externas representadas, según estos mismos medios, por la cada vez mayor presencia de inmigrantes y el efecto negativo del islam en nuestras sociedades, lo que implica en definitiva una falta de integración de los foráneos.

Tal vez sea el momento adecuado para replantearnos una vez más el auténtico significado de la identidad. La problemática surge con la aparición del concepto de nación en escena, y a partir de entonces se comienzan a confundir ambos términos. Por esto mismo es preciso aclarar qué es una nación, cómo surge ese concepto en los tiempos modernos, para simultáneamente definir lo que es la identidad.

El concepto moderno de nación hace su aparición a finales del s. XVIII, y muy especialmente con las revoluciones que se dan en aquella misma época. Más adelante, en el s. XIX, se desarrollaran formas diferentes de definir una nación, y así nos encontraremos con la escuela alemana y la escuela francesa. Pero lo que aquí nos interesa es esclarecer qué definición de nación ha terminado triunfando, y por tanto poner de manifiesto qué es lo que hoy se entiende como nación.

Así pues, con la emergencia del tercer estado encarnado por la burguesía y los comerciantes, la monarquía fue incrementando su dependencia económica con esta clase social en la medida en que era esta la que le proveía de los recursos económicos necesarios para llevar a cabo la política de conquista colonial y las diferentes guerras. Esto produjo el progresivo endeudamiento lo que situó a la monarquía en una difícil situación para pagar las deudas contraídas, lo que dio lugar a un incremento de los impuestos sobre la nobleza, el clero y el campesinado. Esta situación fue la que desembocó en las subsiguientes revoluciones dirigidas por los burgueses, quienes ante la imposibilidad de acceder al poder político debido al sistema jurídico estamental que impedía la movilidad social, aprovecharon el descontento entre la población para apoyarse en esta y conquistar el poder destronando al monarca absoluto; destacar que en el antiguo régimen existían varios estamentos, el del soberano representado por el monarca, la nobleza junto al clero constituían el segundo estamento, y finalmente el estamento de los productores cuya representación la ostentaba la burguesía.

Con el derrocamiento de la monarquía absoluta se produjo una radical transformación en la sociedad y en las estructuras de poder. Se suprimió el orden jurídico que fundamentaba el antiguo régimen y se impuso la igualdad ante la ley, lo que en la práctica supuso la abolición del orden estamental y el imperio de la ley. Con este nuevo orden jurídico, representado sobre todo por la Constitución, se limitó el poder del propio Estado.

Se suprimieron los cuerpos intermedios y se culminó la centralización del poder político y la concentración de los ingresos del Estado a través de un sistema fiscal burocratizado. La igualdad jurídica eliminó los restos de la antigua sociedad y en el orden económico permitió el establecimiento del libre mercado y la aparición del trabajo asalariado. Además de esto se instauró la figura del ciudadano como sujeto portador de derechos civiles y políticos, pero que al mismo tiempo tenía una serie de obligaciones como la de pagar impuestos. La condición de ciudadano únicamente la tenían quienes disponían de una determinada renta y la posesión de una hacienda. Sólo los ciudadanos tenían derecho a participar en política eligiendo representantes o siendo elegidos, imperaba así el sufragio censitario. Fue de este modo como el dinero pasó a ser a partir de entonces la fuente real de poder.

Una vez destruido el antiguo régimen, con la igualdad jurídica de todos los habitantes de un Estado y suprimidas las castas que hasta entonces habían prevalecido, se dio el crecimiento y la expansión del mercado que hasta entonces había estado restringido y controlado por el poder político, ahora había abarcado ya la dimensión del propio Estado incluyendo a toda la población, la era de masas no había hecho más que comenzar. Con las revoluciones industriales se extendió la producción en masa así como también el consumo de masas, al mismo tiempo que el Estado organizaba la educación del conjunto de la población para transmitirles una conciencia nacional.

Con la toma del poder por parte de la burguesía se dio lugar a una refundación del Estado y por tanto de la nación. La burguesía era la que acaparaba los medios de producción y quien controlaba la financiación de los Estados. La capacidad tanto material como económica de esta clase social fue la que facilitó la divulgación de sus ideas ilustradas durante el s. XVIII, y más adelante la movilización del pueblo llano en la toma del poder. Es notorio el hecho de que los propios burgueses llevaban a los empleados de sus talleres a las manifestaciones y protestas contra las autoridades políticas.

Con estas revoluciones se produjo la definitiva consolidación del Estado-nación, y el Estado fue refundado a través de las nuevas estructuras de poder establecidas, que constituían la objetivación política de la ideología ilustrada y liberal de los revolucionarios. La nación, entendida ya como Estado, era creada a partir del consentimiento expresado en el contrato social, a partir del cual los individuos libres e iguales dieron lugar a la constitución de una institución política común que detentara el ejercicio de la violencia legítima. El Estado pasó a ser la nación constituida.

El nuevo sistema político instaurado era el resultado de la creación de una serie de leyes e instituciones por quienes disponían de la capacidad material y económica de tomar el poder por la fuerza, para acto seguido instaurar un orden a la medida de sus intereses económicos de clase social reflejados por la ideología liberal. A partir de entonces el Estado pasó a convertirse en el principal instrumento de dominación de la clase económica dirigente.

La legitimidad del sistema político vendría dada a partir de entonces por la voluntad de las masas en la medida en que se fue democratizando el régimen. Así, quien dispusiera de mayores recursos económicos podría lograr una mayor influencia sobre las masas para persuadirlas y recabar de esta manera su apoyo respaldando su candidatura en el ascenso al poder político.

Las naciones modernas han sido fundadas siempre por la clase burguesa, que se ha encargado de destruir los rescoldos del antiguo régimen para establecer un nuevo orden y un nuevo Estado, donde las estructuras de poder sirvan para la dominación de una clase sobre las demás y consecuentemente para que los intereses de esta prevalezcan sobre el resto. Las leyes resultan la expresión de la voluntad de las clases económicas pudientes, por lo que no son más que el resultado de la política de dominación que ejercen sobre el resto de la población, que es justamente lo que les permite de manera oficial detentar un estatus hegemónico en la escala social.

La burguesía como centro económico en un determinado territorio ha sentido la necesidad de hacerse también centro político, por lo que el destronamiento del monarca absoluto y su ejecución representa dentro de la historia el fin de una era y el comienzo de otra muy diferente pero que se venía gestando en la fase anterior. Las contradicciones llegadas a su apogeo estallan en una confrontación que da como resultado una nueva situación, la cual constituye la superación sintética del estadio anterior.

La definición de nación que ha triunfado ha sido aquella que la define en términos políticos, la cual genera una identidad a partir de las estructuras de poder que la organizan y constituyen, y que como acabamos de ver reflejan los intereses de una clase, teniendo su base y origen en el dinero. Esta definición ha triunfado en la medida en que es la que impera en el ámbito de las relaciones internacionales, siendo los Estados los que detentan la representación oficial de la nación y en torno a los cuales se organiza el propio orden internacional.

La nación, más allá de ser una realidad natural que se sitúa más allá de la historia, supone una construcción histórica en un determinado momento, respondiendo a los intereses de una determinada clase social por expandir su mercado, incrementar sus beneficios y tener acceso al poder político. A partir de aquí nace la nación como construcción histórica, siendo más un concepto económico ideologizado que una realidad tangible más allá de esas estructuras de poder que la han fundado. A partir de entonces la nación fue la dadora de identidad para los habitantes de su territorio para generar homogeneidad social y cohesión, de tal modo que las diferencias culturales no constituyeran un impedimento. Las estructuras políticas pasaron a ser el eje central de la seña de identidad de los miembros de una nación: instituciones, Constitución, sistema jurídico, himno, bandera, moneda, lengua común, etc…

La construcción de la nación moderna estuvo marcada por la ideología liberal, que fue justamente la que le dio el soporte y el revestimiento ideológico preciso para su fundación a través del Estado. El liberalismo, inspirado por los valores de las clases económicas pudientes, viene a respaldar y legitimar las estructuras por ellas creadas, y es el fiel reflejo de los intereses de clase. Desde entonces entre el Estado y el ciudadano no existiría absolutamente nada, los cuerpos intermedios desaparecieron totalmente y se implantó el más férreo centralismo.

La nueva identidad creada a partir de la nación, no sólo serviría para cohesionar a los habitantes de un Estado y darles algo en común, sino que también generaría el sentimiento de pertenencia y su adhesión a una realidad común, más allá de las clases sociales, y de la que todos sin excepción formarían parte. Su identificación con la nación representada por una serie de símbolos generaría la llamada conciencia nacional, la cual despertaría en las masas el deseo de luchar y sacrificarse por ella.

Una vez esclarecida la definición vigente de nación, hay que establecer la distinción que esta tiene con la identidad, entendida ya no como una categoría histórica construida ad hoc por el hombre, sino como concepto que se sitúa en el plano de las realidades vivas de los pueblos.

La identidad no es más que aquello que define a un pueblo, es el pueblo en sí, con todo cuanto lo hace ser particular y diferente de cualquier otro, comprendiendo una serie de rasgos culturales, étnicos, religiosos, lingüísticos, etc… La identidad no se adquiere, es una herencia del pasado que proyectándose hacia el porvenir cobra entera actualidad en el presente. A diferencia de la nacionalidad que en la mayor parte de los países se puede conseguir residiendo en ellos durante un tiempo, o simplemente con haber nacido en aquel lugar, la identidad supone la pertenencia a una determinada comunidad, por lo que la base antropológica es profundamente social al cobrar dicha dimensión su primacía.

Asimismo la identidad está sometida al cambio, no es una realidad estática e inmutable, sino que evoluciona con el paso del tiempo. El impulso interior de los pueblos les lleva a desarrollar su personalidad en diferentes facetas de la vida humana, lo que implica un cambio y una evolución que se ve reflejada a posteriori en su identidad.

La identidad responde a un criterio inigualitario por el que no nacemos iguales, sino como miembros de una comunidad con unos rasgos y una identidad que hacen de ella algo específico y diferente. De igual modo, y en función de la identidad de cada comunidad o pueblo, la libertad es entendida de forma diferente por lo que todos no somos libres de la misma manera.

La problemática actual de lo que es la identidad y la nación parte de una inversión de los significados, llamando identidad a lo que es nación y nación a lo que es identidad. Por esto mismo nos encontramos con dos corrientes igualmente perjudiciales para los pueblos y que vamos a ir detallando a continuación.

Con la colonización cultural americano-occidental, la destrucción de la cohesión social fruto del individualismo y la desaparición de cualquier lazo comunitario, los pueblos, como consecuencia de la ideología liberal y del racionalismo imperante, han devenido en masa amorfa de consumidores que persiguen todo cuanto la publicidad les ofrece. No son miembros de una comunidad, son individuos que han perdido su dimensión social al pensar únicamente en sí mismos y en su utilidad, pero al mismo tiempo por haber desaparecido ese marco de referencia cultural que les proveía su respectiva comunidad.

La identidad es confundida premeditadamente por los pseudointelectuales del régimen y por los políticos con una clara intención: hacer pasar como propio a la sociedad algo que realmente no le pertenece. Esa identidad de la que nos hablan últimamente no es más que las estructuras políticas, jurídicas y económicas del actual sistema, que son precisamente las que sustentan a las oligarquías económicas que controlan el poder. La inspiración de esas mismas estructuras es el liberalismo, cuyos principios de sobra conocidos son sobre los que se asienta la explotación económica y la destrucción de las identidades de los pueblos. Es el revestimiento ideológico de los intereses de una clase.

Todas esas estructuras que articulan la nación y el sistema imperante son las que garantizan nuestro estilo y forma de vida (basado en el materialismo del mercado, no lo olvidemos); se nos dice que todo eso está en peligro por la existencia de grupos de radicales que quieren destruir nuestro modo de vida, según ellos basado en la igualdad, la libertad, la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, etc… Y que por este motivo es preciso y necesario emprender en nombre de los valores de la civilización una lucha por la defensa de nuestra identidad, que no sólo se concreta en esos valores-ideas, sino también en nuestras instituciones y sistema político, aquel en el que la base del poder es el dinero. Para mantener todo esto es necesario afirmar esa pretendida identidad en todo el mundo, reivindicando para ello su superioridad moral con respecto a las formas de barbarismo que se encuentran fuera de la civilización, y que por tanto no responden al modelo cultural americanomorfo del mercado.

La defensa de estas estructuras y esta “identidad” es una cuestión fundamental para que el propio sistema desarrolle su aparato inmunológico frente a los flujos migratorios. De ahí que se insista tanto en la integración para que los foráneos no pongan en peligro las estructuras que sustentan a las elites económicas. Pero se trata sobre todo de concienciar a la sociedad e imbuirle de un sentido de pertenencia hacia esas estructuras, con el único fin de utilizarlas y movilizarlas a su antojo.

Así, los políticos cuando nos hablan de nuestra identidad y de su defensa no es más que para el mantenimiento de lo que tenemos, de lo que ya hay, para que su posición social y sus intereses no se vean en peligro. De igual manera cuando nos hablan de la extensión de la civilización no es más que la implantación a escala planetaria del sistema capitalista y la cultura del mercado.

Son las estructuras de poder que nos reducen a la mera condición de consumidores las que generan la correspondiente deshumanización en el hombre, la publicidad, el marketing, modas y demás establecen los cánones y pautas de conducta, como también una serie de valores que configuran una mentalidad concreta que responde al paradigma cultural hegemónico.

Pero por otro lado nos encontramos con aquellos que dicen defender también la identidad, pero que realmente dan claras muestras de infantilismo al reducir ésta al mero folklorismo; lejos de ser una realidad viva en los pueblos, esta pasa a ser algo que queda circunscrito a determinadas fechas y eventos, como parte de los festejos más o menos habituales dentro de una comunidad, en definitiva, se trata ya de una pieza de museo. Ha desaparecido la expresión viviente y específica de la identidad, y por tanto esta ya no existe, ha sido sustituida por la forma de vida comercial y sus valores, habiendo sido el mercado y la economía los encargados de neutralizar la propia identidad convirtiéndola en un artículo de consumo.

Finalmente ese folklorismo pasa a representar lo que para ciertos grupos es y significa la identidad, lo cual está muy alejado de la realidad. Más bien hay que afirmar, pese a todo, el hecho de que el pueblo se ha disuelto y convertido en masa por causa del colonialismo cultural y económico del capitalismo y de los EE.UU., máximo baluarte de la civilización Occidental y de la globalización. La cultura de los pueblos ha sido sustituida por la mentalidad que difunde el mercado con sus valores y forma de vida, y lo mismo tenemos que decir sobre el sentido de comunidad, pulverizado por el efecto devastador del individualismo.

El folklorismo no es otra cosa que un articulo de consumo más en nuestras sociedades, un vestigio acerca de cuál es nuestra identidad originaria que hoy se ha visto suplantada por la puramente económica. De todo esto se deriva lo inútil e insustancial que comienza a resultar un debate en torno a la identidad, ¿qué identidad?. No queda nada de nuestra identidad, la hemos perdido y es preciso reconquistarla, pero ello no es posible sin una revolución de los espíritus que libere a nuestras sociedades de la esclavitud del mercado.

Unos nos dirán que la identidad son las estructuras de poder vigentes, los valores que fundamentan las leyes y el sistema en conjunto, todo cuanto nos ofrece el mercado y el estilo de vida que nos ha implantado transformándonos en números dentro de masas amorfas movidas por la publicidad. Nos dirán que la identidad es lo que tenemos y que hay que preservarla frente a enemigos externos, y nos dirán esto porque eso a lo que llaman identidad es el entramado estructural que los sostiene en la cima del poder. Otros, por el contrario, se empeñan en reivindicar una identidad que no sólo no existe, sino que incluso carece de completa vigencia en el imaginario colectivo y es considerada como una pieza de museo más.

Frente a esta disyuntiva no hay más posibilidad que asumir que a día de hoy la identidad nace del esfuerzo y la lucha prolongada en el tiempo propia de toda labor de conquista. El contexto actual nos ofrece nuevas posibilidades a través de las que plasmar nuestra identidad en la historia bajo formas nuevas, recuperando así su vigencia y entera actualidad como realidad viva; pero es a su vez indispensable que para esto ocurra se de lugar una completa revolución espiritual que organice a las masas en pueblo y el caos en cosmos restaurando los principios imperecederos de la Tradición.

aj -

al final despues de tantas vueltas al fascismo y su historia alguien se atreve a decir con propiedad que el fascismo es "antigualitarismo" y que esta en otra "orilla" al socialismo.
bien dicho esta para que algunos tengan claro (que aun sacando "inspiraciones" del fenomeno facista primigenio) si eres socialista no te puedes llamar con propiedad fascista.
(aunque el socialismo que se defienda como es mi caso pueda considerarse pratiotico o nacional)
el fascismo de Sorel es discutible (aunque muchos sorelistas acabaran siendo fascistas, tambien los hubo anti.), su socialismo no.
es acertada tambien definir el fascismo como icono europeo, pero no lo es decir decir que es el unico movimiento que representa el espiritu europeo.
no soy antifascista solo soy (parafraseando a alguien) anticapitalista.
revindico mi ideologia Nacional Bolchevique, y defiendo mi derecho a inspirarme tanto en Lennin Troski o Mussolini (este ultimo por lo que le quedaba de socialista y por su espiritu nacional, que no por lo de fascista propiamente)
y como nacional bolchevique soy radical en lo nacional y en lo social que es pienso la verdadera condicion socialpatriota.
lo que me molesta de algunos fascistas (como ocurre tambien con algunos de la llamada derecha nacional) es que se consideren mas patriotas que nadie, o se apropien para si el espiritu nacionaleuropeo.

aj -

al final despues de tantas vueltas al fascismo y su historia alguien se atreve a decir con propiedad que el fascismo es "antigualitarismo" y que esta en otra "orilla" al socialismo.
bien dicho esta para que algunos tengan claro (que aun sacando "inspiraciones" del fenomeno facista primigenio) si eres socialista no te puedes llamar con propiedad fascista.
(aunque el socialismo que se defienda como es mi caso pueda considerarse pratiotico o nacional)
el fascismo de Sorel es discutible (aunque muchos sorelistas acabaran siendo fascistas, tambien los hubo anti.), su socialismo no.
es acertada tambien definir el fascismo como icono europeo, pero no lo es decir decir que es el unico movimiento que representa el espiritu europeo.
no soy antifascista solo soy (parafraseando a alguien) anticapitalista.
revindico mi ideologia Nacional Bolchevique, y defiendo mi derecho a inspirarme tanto en Lennin Troski o Mussolini (este ultimo por lo que le quedaba de socilista y por su espiritu nacional, que no por lo de fascista propiamente)
y como nacional bolchevique soy radical en lo nacional y en lo social que es pienso la verdadera condicion socialpatriota.
lo que me molesta de algunos fascista (como ocurre tambien con algunos de la llamada derecha nacional) es que se consideren mas patriotas que nadie, o se apropien para si el espiritu nacionaleuropeo.

Benn -

Y al final es preciso callar y actuar

sabiendo que el mundo se derrumba

pero tener empuñada la espada

para la última hora..."

Anónimo -

«Locchi ha acabado por apartarse de la "Nouvelle Droite" francesa precisamente a causa de su interpretación del fascismo. "Hoy -le decía a Tarchi -, según me parece, muchos “fascistas" no osan decir, por causas conocidas, su propio nombre, optando por llamarse antigualitaristas. Y este es un modo como otro de castrarse, puesto que el nombre "hace la cosa". En si mismo "antigualitarismo" es pura negatividad y -como tal - entonces forma parte de la dialéctica misma del igualitarismo". Claro que en la oposición a la "Nouvelle Droite" no hay solo un motivo lingüístico. Desde que Alain de Benoist se enganchó al carro de Giscard nuestro autor, Locchi, no ha querido saber nada más de sus antiguos compañeros; el uso ambiguo de palabras como "antirracismo ", "antitotalitarismo", etc..., que hace la "Nouvelle Droite" es -Para Locchi -, insoportable. »

De la introducción a la “La esencia del Fascismo” por Carlos ‘Caballero’…

Anatgonistas -

La pretensión por parte de los identitontos de apropiarse del pensamiento de gente como Locchi, Romualdi, Evola, etc. debe ser combatida con precisión y destreza por parte del movimiento cultural antagonista.
Hay que tener en cuenta que lo que define a los Faye Boy`s es el Oportunismo y el Diletantismo, dos conceptos ajenos por completo a una Metapolitica verdadera .

Prometeos -

Muy bellas sin duda y emotivas las palabras de Giorgio Locchi,de este autor que en su Esencia Del Fascismo,demuestra un nuevo sentimiento moral y estilizante del Fascismo llevando a traves de los mundos de Friedrich Nietzsche y de Richard Wagner,o mejor dicho de entre el poeta-filósofo y el dramaturgo-músico.
Saludos cordiales.

Comunidad León -

Es muy apropiada esta nueva actualización. Locchi ha sido una rara excepción de rigor intelectual, de profundidad filosófica y de precisión estilística. Con él y a través de la esencialidad de sus textos se puede, quizás no aferrar totalmente pero sí vislumbrar de modo sugestivo la ruptura epocal que comporta el sobrehumanismo y sus plasmaciones político-culturales mediante el fascismo histórico. Asimismo, su marcado énfasis en la historicidad como hecho específicamente humano nos sitúa una y otra vez ante la decisión política de saber qué tipo de destino queremos forjar en función de qué pasado. En otras palabras, Locchi nos ha explicado que el pasado no es aquello que ya hemos dejado atrás irreversiblemente sino que más bien es aquello que nosotros decidimos en la actualidad atendiendo al esfuerzo revolucionario que queremos desplegar en pos de un proyecto histórico. El pasado, no obstante, no es imitable ni debe ser observado como un ente fetichizado, el pasado depende de nuestra decisión dinámica en favor de un nuevo inicio. En tal sentido, Locchi se reconoce explícitamente en la originariedad indoeuropea, lo cual, a día de hoy, puede llevar a algunos equívocos y a interpretaciones abusivas por parte de ciertos indigentes intelectuales.
La publicación de este texto coincide también con la publicación en Italia de algunos textos inéditos de Locchi. La fortuna de esta nueva visibilidad de Locchi ha de ser celebrada pero también observada con algo de cautela. Locchi no sé hasta qué punto pudiera ser considerado un “identitario” avant la lettre, como propone Faye, pero, en todo caso, es un autor que ya está siendo reconducido (con qué legitimidad y con qué autoridad intelectual, vosotros me diréis) a la galaxia identitaria como un precursor cuyas formulaciones metapolíticas serán interpretadas por ellos en clave específicamente política. Me consta que en Italia se está preparando un libro-homenaje y contará con la participación de lo más granado de ese mundillo.
Habría que distinguir, en todo caso, entre autores como Adriano Scianca, Francesco Boco y Stefano Vaj y los identitarios a la francesa, que se proclaman como los identitarios propiamente dichos. Los primeros, de quienes he traducido algunos textos, se encuentran metapolíticamente en un ámbito de explícita fidelidad a Locchi y son políticamente más serios, más conscientes y francamente antimundialistas. Los identitarios tipo Faye han abandonado sus mejores intuiciones (como las contenidas en El sistema de Matar a los Pueblos) intercalando apuntes interesantes con bobadas manifiestas y otros como Vial sólo pueden causar sensación entre los vocingleros y los patanes. No obstante, el primer grupo y el segundo tienen relación entre sí, colaboran y se conocen, pero, insisto, me parece conveniente diferenciar y sobre todo evaluar los argumentos de los primeros, su productividad intelectual y la viabilidad de su discurso. Es más, si hay un camino mínimamente transitable que no ceda a las derivas neoconservadoras, que no aspire al perdón de los sionistas, que atienda a la realidad con criterio propio y que pueda ser en parte comprendido por algunos de sus destinatarios naturales, creo que ese camino se puede transitar con esos autores.