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Texto para el Debate: LA ÚLTIMA CRUZADA

Texto para el Debate: LA ÚLTIMA CRUZADA

 El presente documento histórico se remonta a finales del año 2001. Se trata de un bosquejo interpretativo de las estrategias imperialistas neoconservadoras tras el 11-S. Se muestran aquí ante nuestros ojos, los primeros pasos de la agresión mundial del Eurosionismo, del eje Washington-Vaticano, del totalitarismo globalitario  y del aparato industrial-militar norteamericano en un momento en el que muchos "revolucionarios" antimundialistas decidieron arrimarse a la protectora sombra de Judás del antiislamismo militante, reaccionario e identitario.

Buena re-lectura.

LA ÚLTIMA CRUZADA



Colectivo "Resistencia
"

 

"Debemos protestar, atraer la atención de todos,para hacer comprender finalmente al mundo que estos judíos y sus sostenedores tienen como objetivo la destrucción del Islam y la instauración de un gobierno universal judaico; y puesto que se trata de un pueblo astuto y activo me temo que antes o después consigan alcanzar este objetivo y que, gracias a la debilidad de algunos de nosotros, nos encontremos bajo un gobernante judío ­ ¡que Dios nos ampare!" (Imam Jomeini)

 

Como era de esperar, tras el ataque al corazón del imperio, la maquinaria de guerra de los Estados Unidos de Israel se ha puesto en marcha.

“Guerra contra el terrorismo”. “Justicia Infinita”. “Libertad Duradera”. “Civilización”. “Cultura Occidental”. ”Democracia", etc. etc. Los “valores” de Occidente, como valores universales, movilizados unidireccionalmente al compás de la habitual campaña de propaganda orquestada desde los medios de deformación de masas al servicio del capitalismo de guerra.

TERRORISTAS SOMOS TODOS

Un liberalismo fuerte, musculoso, bien pertrechado, consciente de sí mismo, al que (véase el “Informe Lugano”) le sobra buena parte ya de la humanidad para alcanzar sus objetivos. Los excluidos del sistema representan desde hace tiempo lo Prescindible. No habitan en un lejano “Tercer Mundo”, sino que están entre nosotros. Es decir, tarde o temprano seremos nosotros. Los tiempos posthistóricos en los que vivimos no admiten discrepancias internas ni disidencias organizadas. Pasar del estado de outsider global al de terrorista potencial no es especialmente difícil. Desde el 11 de setiembre este paso es muy corto. Terroristas somos todos.

La “guerra” en acto, ya lo anuncian, la van a ganar, y por goleada. El “enemigo” (sea el que sea, supone siempre lo Imprescindible) si bien maligno por naturaleza, probará de grado o por la fuerza la amarga copa de la venganza del imperio, apurándola hasta las heces. Comprobará, como dijera el presidente Taft en 1912 al iniciar la enésima intervención norteamericana en México, que “existe un Dios en Israel y está en guardia”. México, Centroamérica y América del Sur han degustado durante dos siglos la venganza de ese Dios de Israel –siempre en guardia- que habita al otro lado de Río Grande. Otras partes del globo tienen una experiencia más corta en el tiempo, pero igualmente intensa de la ira yahvítica de los Estados Unidos.

Y sin embargo, los imperialistas nunca estuvieron menos seguros que ahora. Desde hace unos pocos años un fuerte movimiento, heterogéneo y persistente, de contestación al nuevo orden mundialista había empezado a tomar las calles, más allá de los puntuales y espectacularizados episodios violentos, para protestar masivamente contra la “globalización” y contra los “globalizadores”.

No eran masas de desheredados y sobreexplotados los que obligaban a los poderosos de la tierra a encerrarse en auténticos búnkers, bloqueando ciudades y sacando a la tropa mercenaria a la calle para proteger sus preciosas vidas, sus vastas posesiones y sus pretenciosas reuniones. Los militantes antiglobalización, al margen de su particular orientación sociopolítica, pertenecían al hemisferio “globalizante”, son hijos de la democracia de mercado y de esa clase mediaconvertida en clase única ya del occidente plutocrático.

Enfrentados a tamaña contradicción social, los mundialistas, empresarios, banqueros, militares, economistas, burócratas, gobernantes y demás parásitos sistémicos, que precisamente habían jugado duro durante los últimos cincuenta años para asegurarse la estabilidad social y la seguridad política en su territorio “metropolitano” (la ciudad del mundo), indispensable para lanzar el asalto final contra el “campo del mundo” (la periferia), asistieron estupefactos a la formación de una nueva e inclasificable Oposición Global.

El principio de la Resistencia se estaba instalando, pues, en el corazón mismo del novus ordo saeculorum, ante las puertas mismas de la pirámide masónica-imperial, esa que aparece en los billetes de dólar, golpeándolas con violencia. Las últimas protestas ante la reunión del G-8 en Génova: una ciudad convertida en un virtual campo de batalla y tomada policialmente por los pretorianos de la Opresión mundial era una imagen que, por más que repetida, resultaba ya insoportable.

Los “señores de la Tierra y de la Guerra” no dudaron en enviar a sus esbirros para sofocar el conato de rebelión, detener a los militantes antagonistas, maltratarlos y torturarlos en comisaria y en algún caso, matarlos a sangre fría. Si hacen esto con los propios “hijos mimados del sistema”, barruntemos lo que harán con los “bastardos de la periferia global”: feos, pobres, desarrapados y “genéticamente” terroristas.

Se había abierto un nuevo frente en la retaguardia de los Devoradores del Mundo en sincronía con los preparativos de la ofensiva final que debía conducirles a la implantación de un Gobierno mundial, tras años de dudas, renuncias y vacilaciones.

El ataque del 11 de setiembre y la inmediata llamada a la Unidad Imperialista desde el “partido de la guerra” ha tenido la virtud de exponer crudamente ante la opinión pública europea, el carácter puramente colonial y americanodependiente de sus fatuas democracias capitalistas, productos no de la cacareada “victoria de la libertad contra el fascismo”, sino de la derrota absoluta de Europa frente al poder de los Estados Unidos en 1945. Regímenes made in Usa mantenidos por estructuras secretas de carácter político-militar y alimentados por una verdadera Cultura de la derrota.

La criminalización de los “antiglobalización” era sólo cuestión de tiempo. Tras el 11 de setiembre el Movimiento antagonista europeo debe efectuar una autocrítica sobre sus referentes históricos, su efecto social, su metodología operativa y su capacidad real de desembarazarse de la asfixiante influencia de esa Cultura de la derrota en todos los niveles del sistema social dominante.

AMÉRICA, “PATRIA NOSTRA”

No nos engañemos. La verdad es dura, pero es la verdad. Cincuenta años de “lavado general democrático de cerebros” dan para mucho.

Mirémonos a nosotros mismos. Miremos a nuestro alrededor. Somos norteamericanos. Norteamericanos sin derecho a voto en las presidenciales USA: pero norteamericanos a fin de cuentas.

Y el ataque a la común patria imperial ha reforzado nuestros lazos sicológicos con los vencedores. También en el caso de aquellos que, por lo bajinis, se han alegrado, no por las víctimas civiles inocentes, claro está, sino del golpe inferido al amo. Típico comportamiento del subalterno, del perdedor, moralmente carcomido por años de cultura de la derrota.

Norteamericano es todo lo que hacemos y producimos. Nuestra producción “nacional” televisiva, por ejemplo, es toda ella un facsímil del original yanqui. Series de policías, médicos, periodistas, abogados, etc. ridículamente plagiados (“intertextualizados”, se dice ahora) del modelo transoceánico, sin que nadie ose denunciar que la copia nunca superará al original, ni en la dramatización televisiva ni en la pura realidad. Sin que nadie se atreva a denunciar, así mismo, que el original es una falsificación patética de la realidad represiva que preside la existencia social del pueblo norteamericano.

En Estados Unidos no hay policías conmovedores tipo “Hill Street”. Ni médicos maravillosos a lo “Urgencias”. Existe sencillamente un Estado policial donde la información es tratada militarmente, y filtrada a través de poderosas agencias federales (United States Information Agency, USIA). Donde no hay acceso a la asistencia sanitaria gratuita, y en el que pertenecer a una minoría excluida – o en fase de exclusión- es un calvario al que solo una muerte violenta y silenciosa pone fin. Donde la Justicia es un negocio fraudulento que sólo actúa “por un puñado –bien gordo- de dólares”. Es un Estado democrático donde votar es un privilegio y cuyo presidente actual ha sido elegido (¿y cuántos antes de él?) mediante un sonoro pucherazo. Dónde ser pobre es pecado y delito a la vez. Delito que acaba a veces en la silla eléctrica; pecado que es un estigma viviente de ignominia social. El “perdedor” es un muerto civil.

Alumnos aventajados, el maestro nos permite reproducir su modelo de existencia (“way of life”), a sabiendas que ni el discípulo será nunca más que el maestro, ni que el mono por más que imite al hombre conseguirá ser como él. Así funciona la cultura de la derrota.

Pero no sólo en el ámbito televisivo, o en la adaptación de ritmos musicales y modas sociales de todo tipo provenientes del Gran Hermano americano, o en el modelo político-económico, etc. se hace patente nuestra condición de sometidos/satisfechos.

Durante el pasado día 12 de octubre, fiesta “nacional” de España, la realidad quedó evidenciada muy gráficamente. Por primera vez, durante una parada militar, la bandera de las barras y estrellas desfiló ante el populacho y las autoridades coloniales en lugar destacado, portada por personal militar norteamericano y reverentemente acatada por todos y cada uno de los presentes que reconocían en la enseña de los Estados Unidos la suya propia, y mostraban sin vergüenza y hasta con cierto “orgullo” cual era y cual es nuestra “nacionalidad” genuina.

Pero España no es un Estado que, como otros de Europa, haya luchado y perdido una guerra mundial, aunque en cierto momento pareciera que había elegido el campo de los futuros perdedores. Aquí, la guerra doméstica, que fue más que guerra una cruzada, se ganó. Por lo tanto el Estado Español ha elegido su “nueva nacionalidad” voluntariamente. Se ha puesto al servicio del imperio ejerciendo su libertad, al menos lo que le quedaba de ella. No hay por tanto ninguna circunstancia “atenuante” en su elección.

La patética imagen del presidente Aznar y de su ministro-lacayo (el de los cabezazos a Bush), Josep Piqué, compitiendo con otros “dignatarios” europeos en genuflexiones ante el dolor norteamericano y en ofrecimientos belicistas hacia quien no necesita más poder de destrucción del que ya tiene, pasará a la crónica nacional (o ex nacional) de la infamia. Pero en realidad no es más que una “legítima” expresión del patriotismo atlántico, del nuevo nacionalismo yanqui, que todo buen conciudadano debe ofrecer a su nuevo país.

Aprovecharán, por supuesto, los administradores coloniales europeos la “santa ira” del amo para arrimar el ascua a su sardina. No por nada, hemos visto hasta la saciedad cómo Aznar y su Brunete mediático piden a las estructuras norteamericanas en Europa (Unión Europea, Alianza Atlántica, etc.) que ETA y Batasuna sean incluidas entre los “objetivos” antiterroristas de la operación “Libertad duradera”.

¿Sueña tal vez la clase política “española” con ver caer de los cielos a la 101ª División aerotransportada sobre los Pirineos o jalear el desembarco de los marines en la playa de la Concha? Cuando se ha perdido definitivamente la dignidad: ¿ que nos queda? La democracia, of course.

HACIA LA CUARTA GUERRA MUNDIAL

La guerra actual no es una nueva guerra. Es la guerra de siempre. La última cruzada.

Jean Braudillard, en el contexto precisamente de la guerra-cruzada de los Balcanes nos recordaba lo esencial de los acontecimientos, cuya manifestación es ahora pura actualidad:

“El enemigo público número uno mundial es, evidentemente el Islam y el frente islámico, porque es el único profundamente refractario a la mundialización que se está llevando a cabo. Ahí reside la cuarta guerra mundial.”

Crearon en los Balcanes un protectorado militar gestionado por el “partido de la estrella polar” (la OTAN). Retiraron de la circulación a Milosevic, su “cruzado” cristiano-estalinista en la zona, después de haberlos servido bien limpiando étnicamente el país. Lo han acusado - ¡ellos!- de “crímenes contra la humanidad”. Deben capturar ahora a Bin Laden (en plan Far-west, vivo o muerto), e incluso defenestrar –de paso- a Saddam Hussein tras haberlo dejado al frente de un Iraq, destruido, hundido y hambreado por un embargo criminal que –este sí- es un verdadero “crimen contra la humanidad”. Es preciso borrar siempre las huellas. Saddam fue útil para frenar la revolución islámica en los años 80, de la misma forma que los talibanes y Bin Laden lo fueron en los noventa. Arabia Saudí y las petromonarquías del Golfo pagaban los gastos: ¿qué más podían pedir los Estados Unidos? Ahora se encuentran en Asia Central dispuestos a controlar un espacio geoestratégico y geoeconómico de la máxima importancia. Un espacio, no por casualidad, de masiva presencia musulmana.

En efecto. El Islam, en sí mismo, es el enemigo. Y por mucho que se esfuercen en negarlo los dirigentes norteamericanos tanto de aquí como de allá, asistimos a una nueva cruzada contra el Islam. Tan cierto es que muchos periodistas en nómina (los perros de la prensa: los mejores amigos del poder) no se han recatado en afirmarlo sin tantos miramientos. No porque se decida ahora efectuar una represalia de guerra a un país devastado por más de veinte años de conflicto provocado por los imperialistas mismos, y de confesión musulmana. Sino porque – como ya denunciamos en su momento- los Conceptos Estratégicos de la Alianza Atlántica así lo exigían.

RESISTENCIA, es un hecho, ha afirmado siempre, desde su nacimiento, que el Islam revolucionario constituye el “aliado principal” para todos los verdaderos revolucionarios europeos. Que el eje Eurasia-Islam es la única barrera al proyecto expansionista del occidente judeomundialista. Así, lo declaró ya en el año 1994 nuestra colaborador Maurizio Lattanzio en su documento “Eurasia-Islam. Alternativa revolucionaria al sistema”:

ElIslam cumple actualmente la función de imprescindible "polo" de referencia estratégica internacional en el ámbito de toda propuesta táctica realista de lucha nacional y popular antimundialista. No puede prescindir de él. El Islam es la guía revolucionaria de los pueblos desheredados y oprimidos del planeta frente al eje occidentalista en torno al cual se articula el proyecto hegemónico mundialista elaborado por la plutocracia judaico-masónica cosmopolita en vista a lograr la instauración de un gobierno mundial judío.

Aclaremos. No el llamado “fundamentalismo islamista”, sino el Islam como concepción del mundo y de la sociedad. No el ex agente de la CIA, Bin-Laden y su grupo Al-Qaeda. No esa ridícula creación política de los servicios secretos (ISI) pakistaníes, el llamado “Emirato islámico de Afganistán”. No la multitud de pequeñas sectas de opiómanos wahabbitas financiadas por el principal aliado musulmán de los USA. Sino el Islam revolucionario ejemplarmente encarnado en la República islámica de Irán. El Islam de los oprimidos y de los humillados que combate por la verdad y la justicia. No contra los pueblos y las civilizaciones, sino a favor de su conocimiento y cooperación.

La cruzada imperialista terminará conviertiéndose en guerra revolucionaria. Y si no al tiempo. Tal es nuestra predicción y nuestra esperanza. Lo hemos previsto durante años y nos hemos preparado mentalmente para tal eventualidad. La cuestión principal – la gran cuestión- es saber si vamos a estar –todos- a la altura de estos años decisivos. Si seremos capaces de pensar y actuar como revolucionarios.

SIONISMO CRISTIANO Y JUDAÍSMO “CRUZADO”

Resulta paradójico que en el origen de esta idea de cruzada sea imposible hallar teólogos cristianos u obispos católicos. Al contrario, abundan oficiales de inteligencia y rabinos sionistas.

El proceso de criminalización del mundo árabe-islámico que alimenta la nueva cruzada tiene su inicio en los años sesenta en el contexto de las guerras que el Estado de Israel dirige contra sus vecinos árabes, mientras continua inalterablemente el genocidio del pueblo palestino. Y tras la caída del bloque soviético, sustituye al comunismo en el imaginario colectivo occidental. La presencia de musulmanes entre las masas de inmigrantes a Europa refuerza el papel de “quinta-columna islámica”.

El “terrorista” (el que luchaba contra la ocupación sionista de Palestina) era siempre árabe. El árabe es, para la ignorante opinión pública occidental, el “sarraceno”, el “moro”, el “turco”, el fanático islamista. El Corán, finalmente, no es más que un manual de guerrilla urbana en manos del fanatismo terrorista.

La contraparte es, por oposición, naturalmente “buena”. El judío ya no es el “pueblo deicida”, sino el pobre pueblo de Dios perseguido por su fidelidad a la alianza con Yahvé. Nuestros “Hermanos mayores”. Dos mil años de antijudaísmo cristiano son “milagrosamente” borrados de la conciencia moral de Occidente. El Papa polaco de Roma, el Gran Brujo de Europa, ejecuta mágicamente el más gigantesco “transfert” de culpabilidad de todos los tiempos. Más o menos, viene a decir: “Pedimos perdón a los judíos: Hitler era el Anticristo. Nosotros, cristianos, somos todos semitas”. Amén.

Nada hay como buscar la sombra de los poderosos. Siempre en el momento justo, claro.

Lo demás es una secuela, mera agit-prop, al servicio de los intereses más inconfesables de la burguesía de masas occidental. Así, Umberto Bossi, zafio representante de una de las burguesías europeas más repugnantes, y superministro de “reformas” del nuevo gobierno italiano, señala ya la imposibilidad práctica de distinguir entre “inmigrantes musulmanes y terroristas”.

Un año antes otro paisano suyo, eminente factótum del poder eclesiástico, señaló al “enemigo” –según la nueva “doctrina Wojtylla”- de forma más diplomática:

<< Giacomo Biffi, cardenal arzobispo de Bolonia, ha desatado una áspera polémica al reclamar al Gobierno italiano una política que favorezca la entrada de inmigrantes católicos, para preservar la "identidad del país". Fuera de las fronteras italianas deberían quedarse, a juicio del purpurado, los inmigrantes musulmanes, que en estos momentos representan un tercio del total de 1,25 millones de inmigrantes que viven legalmente en Italia. (…) "Los criterios para la admisión de inmigrantes no pueden ser sólo económicos o de carácter fiscal", explica Biffi en el documento. "Es necesario que exista una preocupación seria por salvar la identidad de la nación. Italia no es un territorio deshabitado, sin historia y sin tradiciones, que se pueda poblar indiscriminadamente". >> (El País, 15 de setiembre de 2000).

Para la Curia, la identidad nacional italiana nunca fue una preocupación cuando las tropas estadounidenses invadieron su península. Antes al contrario, el Pontífice de turno bendecía sin descanso a las fuerzas de ocupación aliadas en Europa. Ningún obispo de Roma ha dejado de ejercer nunca su ministerio vocacional de “Capellán Mayor de la OTAN” hasta la fecha.

Pero en realidad, Juan Pablo II y sus cardenales, Berlusconi y sus ministros, son sólo epígonos de una estrategia de guerra sicológica activada muchos años atrás mientras las divisiones blindadas israelíes “hacían añicos a las hordas harapientas del Islam anticristiano”.

La entidad sionista comprendió entonces que no se trataba simplemente de derrotar militarmente a los árabes, lo cual no era un problema insalvable cuando se contaba con el apoyo incondicional del Pentágono y del Departamento de Estado. Era preciso dotar a los episodios bélicos de algún tipo de “metafísica”, ya sea mitológica o teológica.

Para Theodor Herzl, padre fundador del sionismo, el futuro Estado judío debería ser “un puesto avanzado de la civilización occidental contra la barbarie oriental”. Pero, más de medio siglo después de pronunciadas estas palabras, Israel, que había surgido con el apoyo incondicional soviético –entre otros- se encontraba luchando por hacerse un hueco como “principal aliado estratégico” del “mundo libre” en “Oriente próximo” en competencia con otros estados laicos y con monarquías feudales que reivindicaban para sí el “honor” de ser consideradas por Estados Unidos como “socios exclusivos y aliados fieles” frente al comunismo internacional.

La comunidad de los servicios de inteligencia sionistas puso a trabajar a sus agentes y antenas dispersos por todo el mundo. Apenas tuvieron problemas en encontrar “colaboradores internos,” dentro de la diáspora judía. Contando con el apoyo además del todopoderoso lobby judío norteamericano, el Mossad se lanzó a una campaña internacional de crímenes, sabotajes y atentados orientados a reforzar la presencia de Israel en el “mundo libre”, y allí donde los intereses geopolíticos y estratégicos del imperialismo lo demandasen. Dotarse del arma nuclear fue una operación delicada. No había más remedio que sustraer los secretos de la industria atómica a los “aliados” norteamericanos. Llegado el caso no hubo dudas incluso en hundir un buque de guerra norteamericano (el Liberty en 1967). Asesorar a dictadores bananeros africanos o americanos fue otra de esas “tareas sucias” demandadas por la intelligence yanqui. No hacía falta que la CIA se manchara las manos con más covert operations. Ellos, los judíos, se ocuparían de casi toda la mierda, a cambio de impunidad para sus crímenes de Estado.

Ciertamente, Estados Unidos ha retribuido con creces a su “aliado” (6.000 millones de dólares al año, es decir, casi 1300 dólares por habitante/año). Así, entre 1949 y 1966, la Entidad sionista recibió la bonita cifra de 7.000 millones de dólares. Como evoca Garaudy: “Para evaluar el significado de esta cifra, basta recordar que la ayuda del Plan Marshall desde 1948 a 1954, fue de trece mil millones de dólares, es decir, que el Estado de Israel recibió (sobre un período más largo), para menos de dos millones de habitantes por aquel entonces, más de la mitad de lo recibido por doscientos millones de europeos. Es decir, cien veces más por cabeza que los europeos”.

Y si trasladamos esta comparación a la media de la ayuda anual recibida por los países “subdesarrollados” (esos que se han atrevido a condenar al sionismo públicamente como racismo en la Conferencia de Durban), la proporción resulta aún más escandalosa: “Dos millones de israelíes han recibido, por cabeza, cien veces más que dos mil millones de habitantes del Tercer Mundo”.

Son datos, estos últimos, anteriores a la década de los sesenta. La década en que la maquinaria de guerra sionista estaba lo suficientemente engrasada para dirigir su poderío militar contra todo lo que considerara una potencial amenaza.

Sin embargo, la agresividad judía en Palestina y en otras partes del mundo enajenaba las difusas simpatías de la opinión pública europea por la causa de Israel. Hacía falta algo más que una Teología legitimista y un Terrorismo de Estado judío para apoderarse de la voluntad y mantener férreamente sometida a esa opinión pública a los dictados de la causa sionista. Una nueva religión, una nueva fe irrumpía en el descreído y escéptico Occidente: el Holocausto. La creación del Estado de Israel es la respuesta de Dios al Holocausto. Tal será la doctrina oficial del estado de Israel, del lobby judeo-norteamericano y de todos aquellos que en el futuro no quieran ser tildados – y acusados – de promover la causa del antisemitismo y del genocidio.

Ciertamente, el mito existía. Había servido para sustentar parcialmente los “derechos seudohistóricos” de Israel en los primeros años de la Entidad sionista. No se quería más antisemitismo en Occidente y el Estado de Israel asumía la tarea de reprimir cualquier manifestación “antisemita”, aunque fueran “semitas” (árabes) los culpables de cometerla por el simple hecho de oponerse a la expansión territorial de Eretz Yisrael.

Pero es sólo a partir de las poco justificables guerras preventivas contra los árabes y la brutal expulsión de los Palestinos de su territorio, que el mito holocaústico empieza a transformarse en una verdadera industria y en una verdadero religión. Fe y dinero nunca estuvieron demasiado reñidos en la historia religiosa de los israelitas, pero ahora había llegado el momento, dos mil años después de la invención de la religión cristiana por el rabí Saulo de Tarso, de ofrecer a los gentiles un nuevo dogma de fe que justificara no sólo la compasión sin fin hacia los pobres judíos de la Diáspora y de Palestina, sino un compromiso activo en la defensa de la causa de Israel frente a la barbarie sarracena. Los nuevos cruzados ya no se volverían a reconocer por el signo de Cristo, sino por la Estrella de David.

EL MITO DEL SIGLO XXI

Nada de esto podía desagradar a los norteamericanos que de cruzadas sabían bastante. No en vano estaban inmersos en plena tercera guerra mundial contra el “imperio del Mal” soviético, frente a un bloque compacto de fuerzas que del ateísmo hacían bandera. Igualmente, acababan de ganar una guerra que no por nada habían calificado también como “santa”. La cruzada en Europa, como la llamó el propio Eisenhower contra el fascismo, contra Hitler cuyo proyecto político continental no era más que la aplicación de la “doctrina Monroe” a este lado del atlántico: “Europa para los europeos”. Pero, para los norteamericanos, tal “doctrina” no era materia de exportación. Menos aún a Europa de cuya eliminación como potencialidad política dependía la afirmación del leadership mundial yanqui.

Volviendo a la mitologización holocaústica, hay que señalar que hasta entonces la “Shoah” era un dato más de una conflagración que había dejado millones de víctimas en los campos de batalla de Europa, Africa y Asia. No era prudente atormentar más todavía al pueblo alemán con la “doctrina judía del recuerdo” en pleno desarrollo del “plan Marshall”.

Solamente después de aquellos años el recuerdo del Holocausto fue una presencia perenne en los medios educativos, informativos y de distracción del sistema occidental. La responsabilidad del exterminio fue socializada progresivamente a toda Europa, magnificada sin medida y reproducida simultáneamente como verdad de fe y de razón. Ante semejante sufrimiento, los padecimientos palestinos eran un simple detalle. El crimen era excepcional porque excepcional era el pueblo hebreo. Israel era más que una nación porque los judíos son más que un pueblo. El pueblo elegido tenía al fin un Estado que era más que un Estado, porque era la expresión de la alianza concertada entre un dios y un pueblo. La “Shoah” fue la señal. El Estado de Israel se había transformado en el Dios de Israel.

El rabino Haim Druckman definió la nueva mística en términos inequívocos: “La tierra de Israel es santa, el pueblo de Israel es santo, el ejército de Israel es santo, los carros de combate del ejército de Israel deben ser objetos de culto”. Los “objetos de culto” han entrado –escasos días hace- en Gaza y Cisjordania, en la misma Belén, en el umbral mismo del lugar que la tradición cristiana asigna al nacimiento del Salvador.

Ni una sola palabra de condena o de reproche ha salido de boca de esos obispos, cardenales y capellanes que han bendecido a los aviones y a los buques de guerra de los ejércitos norteamericanos y aliados.

Hoy Ariel Sharon, que ya llevara hace dos décadas el terror y el crimen al Líbano, puede volver a masacrar impunemente tras un momento de confusión posterior a la creación de un supuesta Coalición internacional contra el Terrorismo. El Papa de Roma calla, la Unión Europea disimula y sólo el Departamento de Estado yanqui presiona a su hombre en Tel-Aviv por razones de marketing diplomático.

Efectivamente, tras la muerte de un ministro israelí de amplio historial genocida, el premier sionista ha dado rienda suelta a los chacales de su ejército. Arafat, ese que hace apenas unos días reclamaba material antidisturbios para reprimir a su propia población, vuelve a ser su Bin Laden. Y sus “afganos” siguen siendo los mismos. Matar niños palestinos es en el fondo salvarnos de un futuro talibán y de un más que presunto kamikaze. Si además se lo elimina en el seno materno junto a su propia progenitora, se consigue el “dos por el precio de uno”. Economía de balas. Economía de guerra. Negocio redondo.

Pero ni Bin Laden ni Arafat son los verdaderos enemigos de Israel y de los Estados Unidos. La propia existencia física de Arafat es una prueba palmaria de esta realidad. No se monta una cruzada ni se sigue perpetrando un genocidio para acabar con semejantes figuras.

Lo que se solventa en esta cruzada es quién va a gestionar finalmente el Imperio norteamericano y, a través de él, quién va a determinar la nueva Weltpolitik que el propio proceso de expansión capitalista (globalización) está reconfigurando.

 

* * *

 

 

Fukuyama afirmó, tras la guerra del golfo, que fuera de la democracia liberal y de la economía de mercado, no hay realidad, y por lo tanto no hay “historia”. Otro intelectual orgánico del departamento de Estado, Hungtington, agregó a esta tesis un nuevo coeficiente “conflictual”: el choque de civilizaciones. Aún no sabemos que nuevo elemento será aportado por los “thinks tanks” de las corporaciones multinacionales de capital estadounidense, tras el fin oficial de las operaciones militares en Asia Central y eventualmente en otros puntos calientes geoestratégicos. No diferirá mucho de los anteriores.

Para el Monoteísmo de mercado fuera de su Realidad no hay realidad. Y esta profesión de fe dogmática debe ser común a todo el género humano, sin excepciones. Por ello y para ello, se montan cruzadas, guerras “justas” y coaliciones antiterroristas. Lo que se juega aquí, en última instancia, no es simplemente a quien corresponde la gestión monopolista del sistema imperial de democracia liberal y de economía de mercado, es decir, del capitalismo actual en su fase global de desarrollo (globalización, mundialismo, etc.); sino algo mucho más decisivo: La supervivencia misma de ese sistema sometido como está a un conjunto de desafíos y contradicciones creados por él mismo y que ha decidido de una vez por todas resolver. El capitalismo vuelve por tanto a sus orígenes depredadores. La ley de supervivencia. La “life strugle”. La hobbesiana “guerra de todos contra todos”. La Mano de Dios como prefiguración de la Mano Invisible del mercado. Los super-ricos como Elegidos de esta nueva guerra de religión. Todos nosotros como sus esclavos. Aquí paz y después gloria.

“Dios lo quiere”, decía San Bernardo para arengar a las masas cristianas y liberar los Santos lugares de la perfidia de los infieles. Los Estados Unidos de Israel, brazo ejecutor de ese dios, y en última instancia Dios mismo en la tierra, lo quieren, lo precisan y lo demandan.

Y quién, pobres mortales como somos, ¿podría oponerse a la voluntad manifiesta de Dios?

4 comentarios

ps -

"No nos engañemos. La verdad es dura, pero es la verdad. Cincuenta años de “lavado general democrático de cerebros” dan para mucho.
Mirémonos a nosotros mismos. Miremos a nuestro alrededor. Somos norteamericanos[...]Norteamericano es todo lo que hacemos y producimos"

sauerkraut -

En toda esta comedia sangrienta de la islamofobia al servicio del yanki-sionismo, no podemos olvidar el "curioso" hecho del petróleo de oriente medio, y qué papel cumple el estado sionista ilegal en el (des)control de la zona...

Ex-Identitario -

La verdad es que yo leí este artículo en su momento. Me pareció disparatado, pues entonces estaba próximo a un grupo nacional-catolicista y despues me relacioné con T&P.
Hoy me parece una reflexión profética.

Uno de Orientaciones -

Esto es "publicidad", pero complementaria, supongo.
Sobre este importante asunto el blogia Orientaciones sacó un par de artículos el año pasado («motivos del PP para apoyar a USA e Israel», y «Recambio de Totalitarismos», de la misma autora) que iba por los mismos tiros: la recuperación de la ideología cruzada como justificación de la hegemonía e intervenciones de Occidente.