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Visiones y Revisiones: Racismo y Supremacismo

Visiones y Revisiones: Racismo y Supremacismo

EL PROBLEMA DE LA SUPREMACÍA DE LA RAZA BLANCA

JULIUS EVOLA

  

Dado el estado actual de la civilización occidental, el problema del origen, de los fundamentos y del porvenir de la hegemonía mundial de la raza blanca es, sin duda, uno de los más relevantes y apasionantes, al margen de suministrar, hoy, para Italia, elementos de un muy especial interés.

A tal problema Wahrhold Drascher acaba de consagrar una voluminosa obra (Die voherrschaft der weissen Rasse, Stuttgart-Berlin 1936), de la que vale la pena ocuparse, con objeto de establecer una base firme en torno a esta temática, tratada demasiado a menudo con dudosa imparcialidad y con fundamentos doctrinales más que insuficientes.

El hecho de que un determinado grupo de pueblos haya logrado someter a su voluntad, durante siglos, al resto del mundo, plegarlo a sus deseos e incorporarlo a sus destinos, constituye para Drascher, no sin razón, un hecho único en la historia universal, al grado de imponer antes de nada un examen sobre las raíces mismas de semejante posibilidad.

La explicación más vulgar es también la más unilateral e insuficiente; esto es, para explicar un hecho de tal calibre no se puede aducir una superioridad puramente material. Si a los Ingleses les ha sido posible controlar con apenas doscientos mil hombres a trescientos millones de hindúes; y si un Cortés y un Pizarro con un puñado de aventureros lograron sojuzgar gigantescos  imperios, esto trasciende cualquier interpretación exclusivamente materialista. Además, muy frecuentemente se suelen extrapolar las fases más recientes de un dominio, organizado a la sazón sobre sólidas bases militares, económicas y técnicas, con las que fueron las formas originarias de la conquista, vinculadas a dotes morales y aptitudes espirituales  bien distintas. En opinión de Drascher, lo que condujo a la raza blanca al dominio del mundo fue un sentimiento de superioridad inscrito en su misma sangre: sentimiento no derivado de fusiles y naves de guerra, y ni siquiera de un “derecho”, pero capaz de ser utilizado según la naturaleza de quien se fabrica todo lo  preciso para sus objetivos. El sentimiento de superioridad fue más bien una determinada expresión de la personalidad, impregnada del espíritu de una época especial, que Drascher denomina “época oceánica”

En lo que atañe al tipo o estilo común esencialmente definido en términos de carácter, Drascher  confiesa que, en el fondo, sólo en este sentido el problemático concepto de “raza blanca” recibe un sentido positivo: incluso cuando los pueblos de dicha raza se enzarzaron en ásperas disputas, aun entonces aparecieron ante otras razas, tanto en su conducta como en su esencia, como una única familia.

Rasgos principales, para Drascher: la más dura voluntad, frialdad, perseverancia, desprecio de la  vida y de la muerte, visión clara.

En un principio, tales aptitudes fueron, por decirlo así, guiadas hacia la aventura, hacia las grandes distancias, por una especie de oscura voluntad de infinito, que, por otra parte se remite al espíritu íntimo del Renacimiento. De suyo, todo esto trasciende cualquier motivación racional, mercantil o utilitaria. El dominio del mundo no fue “organizado”, casi ni siquiera “querido”. Un deseo de distancias, de presa, de pura conquista precedería  a toda colonización, en estrecha conexión con la era de pleno dominio de los mares; pues también desde el aspecto interno del impulso que estamos refiriendo debía recibir la experiencia oceánica su máximo implemento. “El mar, superficie sin medida, que de todo límite está libre. En punto alguno tiene fin: más allá de cualquier horizonte, otro horizonte, siempre igual, empujándote a ir todavía más allá. Su elemento es fluido, inestable. No invita nunca al descanso, a establecerse, siempre te obliga a partir hacia nuevas metas. El mar es, en un sentido superior,  la idea misma de lo ilimitado. Es adusto, poderoso, trágico, es una fuerza adversa que tan pronto parece dominada, se prepara para aniquilarte si no te muestras más fuerte que él”.  En este elemento, y al lado del nuevo impulso hacia lo inmanente característico del Renacimiento, toma forma un nuevo espíritu, el espíritu oceánico, dimanante de los más recónditos estratos de la raza, a fin de conducir a través de las propias rutas del mar, que señalan ya a cualquier parte de la tierra,  a los hombres blancos hacia la conquista del resto del mundo.

Así pues: impulso hacia distancias ilimitadas, espíritu de aventura y sed de oro y de predación, pero en sentido guerrero y todavía no económico o “colonial”, espíritu oceánico, férreas dotes de carácter. A tales elementos, hay que añadir un último factor, el principio cristiano, que predicó una superioridad categórica de las razas blancas en cuanto cristianas, estableciendo una distancia clara e insuperable frente al resto de la humanidad, considerada como bárbara e ignorante de la verdadera fe. Esto es válido especialmente para el ciclo de las conquistas españolas; pero también para el ciclo sucesivo  anglosajón, si bien mucho más solapada, y más apreciable en las consecuencias que en los principios, sigue actuando, sobre todo en el caso del puritanismo protestante, idéntica premisa. Y el protestantismo fue más allá al ofrecer, mediante su teoría de la prosperidad y del éxito como señal divina, un instrumento para el rápido tránsito de la fase “heroica” y “oceánica” de la conquista mundial hacia la propiamente económica y colonial, en la cual el beneficio y el comercio se colocaron en el primer puesto, la supremacía se hizo esencialmente industrial, técnica y económica; y el elemento guerrero y militar asumió el papel de una especie de policía armada protectora del capitalismo occidental en países considerados únicamente fuente de materias primas y mercados de productos manufacturados.

Drascher, que sigue atentamente todas las fases de desarrollo material, geográfico y etnográfico de la expansión blanca, no concede la misma atención a la contrapartida interna referente a transformaciones como la antes apuntada. Por lo demás, el examen que realiza sobre las bases de la hegemonía de la raza blanca, ¿permite verdaderamente justificarla y convertirla en un propio y auténtico  principio? El único punto medianamente sólido, es la referencia al espíritu “oceánico”, que incluso, aparte del nombre, no es siquiera original. En cuanto al resto, Drascher parece concluir en la siguiente evidencia puramente pragmática: una raza se ha creído superior, esta firme creencia le ha dotado de una aptitud, un modo de actuar y de conducirse que le ha conducido efectivamente al dominio, rodeándola, frente a muchas otras razas, de un halo de prestigio y de temor reverencial. Que este sentido de superioridad esté justificado con una superioridad efectiva en términos de pura civilización, Drascher, muy honestamente, lo niega constatando que, con relación a lo que existía en la India, en China, en la misma América precolombina, difícilmente los blancos hubieran podido establecer su derecho de conquista,  incluyendo a la rapiña y a la destrucción, en términos de absoluta preeminencia de civilización. “Lo decisivo no fue un valor superior de nuestra civilización en sí misma –apunta Drascher- sino la fe de sus exponentes en que dicha civilización era la mejor, incluso la única”. Con tal premisa, los conquistadores  mostraron, y aun ostentaron, una incomprensión absoluta y desprecio a priori por todo aquello que se encontraron e, inicialmente, se creyeron con derecho a desencadenar todos sus instintos y ejercer  toda clase de violencia. Así pues, permanecemos en el plano de lo puramente irracional. Y ahí se sigue todavía –añadimos nosotros- y mucho más plenamente incluso, en cuanto se llegó a los tiempos modernos. En tiempos así el argumento fundamental que sostuvo el sentido de supremacía fue la superstición evolucionista, la idea de que la ciencia material y la técnica, acompañadas de un par de hueros mitos social-humanitarios, fueran la última palabra de la historia mundial y dotaran a sus representantes más eminentes, o sea los pueblos blancos, del derecho al dominio del mundo como base para una tarea de universal “civilización”, es decir de conversión de cualquier civilización al modelo iluminista-racionalista occidental.

En realidad, es también en estos terrenos donde nuestro autor termina hundiéndose. Para explicar la originaria presunción de superioridad, incluso como “hecho”, no dispone más que un clave universal hallada al presente en Alemania útil para toda cuestión: el racismo. Pero decir que el sentido de la superioridad es un dato racial, algo innato en la sangre blanca, significa colocar en distintos términos el mismo problema sin avanzar un paso más adelante. Por otra parte, al objeto de cerrar con un balance de resultados la hegemonía de la raza blanca, Drascher anota en el “pasivo”, “crueldad y egoísmo sobre todo”; y en el “activo”, señala la liberación de la miseria, de la esclavitud y de la mortalidad de amplias poblaciones de color, la explotación de ignoradas riquezas naturales, comunicaciones mundiales, prosperidad, comercio, pacificación de  los individuos, etc. Por lo cual,  todo  ello sumado, el activo sería excedentario y el principio de la supremacía europea debería defenderse a toda costa y por cualquier medio, y sobre todo, gracias al primer punto, mediante un nuevo despertar de la conciencia de la raza y una nueva higiene y política racial, siguiendo de cerca las directivas nacionalsocialistas.

Pero las cuentas no salen del todo, y Drascher, como indicábamos, permanece detrás de los pretextos iluministas y evolucionistas antes señalado para las expresiones últimas de la pretensión hegemonista occidental. De hecho, sería fácil demostrar que todos los beneficios de la “civilización” – la del jabón, la radio, la fábrica de montaje y la del cine, ha sido Europa la primera en experimentarlos, con la cual ha sido ella la primera también en experimentar adonde conducen precisamente. No hay razón alguna para admitir que, tras el aparente y fugaz bienestar material, cuyo milagro hemos experimentado ya en el pasado siglo, las diversas ventajas anotadas por Drascher en el activo no conduzcan también a los pueblos así alzados hasta el nivel de la civilización occidental a las mismas crisis y a las mismas destrucciones espirituales contra las que combatimos; algo que, por lo demás ya es evidente aquí y allá en Oriente, lo cual Drascher no puede dejar de constatar, pero que debiera inducirle a situar el problema en otros términos y acabar con muchos mitos y fútiles presunciones

* * *

Distingamos las explicaciones sobre el pasado de la problemática del presente inmediato.

Nosotros mantenemos firmemente que no se puede verdaderamente garantizar la primacía de una raza en el dominio absoluto, cuando no exista la premisa de su superioridad espiritual absoluta.

Acerca del pasado, para entenderlo, debemos ir un poco más lejos del hecho del “espíritu

 oceánico”, considerándolo de este modo, menos un principio que no una consecuencia. A ello se ha aproximado por un instante Drascher, al hablar del espíritu de la época humanista, cambiando sin embargo –como era previsible- el signo negativo al positivo. Cuando la visión humana se distanció de la trascendencia, la ineluctable voluntad de infinito inherente al hombre debía proyectarse hacia fuera y traducirse en una tensión, en un impulso irrefrenable, en una saturación abnorme e insostenible en el domino que se sitúa inmediatamente debajo del dominante el de la espiritualidad pura y de la contemplación, a saber en el dominio de la acción y de la voluntad. De donde, el giro hiperactivista, del cual el “espíritu oceánico”, la perenne insatisfacción “faústica”, el indomable impulso hacia delante, porque ninguno círculo cerrado y ninguna meta temporal son capaces de poder agotar una fuerza de lo alto. La voluntad de infinito, secularizada y traducida involutivamente, en términos ulteriores de pura acción, de conquista, de aventurera expansión comercial, se encuentra en la génesis del dominio de la raza blanca: pero se encuentra, por ello mismo, también en el punto exacto de la primera caída interna de la civilización espiritual occidental (preservada todavía hasta finales del Medioevo)y, verdaderamente, respecto uno de otro, en relación de efecto causa.

A esto se le debería enfrentar – aparte la inferioridad efectiva, en cualquier sentido, de distintos pueblos de color auténticamente salvajes- con una degeneración interna de ciertas grandes civilizaciones extra-europeas, degeneración acaso conforme con las denominadas “leyes cíclicas” y probablemente derivadas del hecho de que dichas civilizaciones no llevaron su desarrollo material en términos de acción a una altura adecuado a su elevado nivel espiritual (especialmente en el caso de la India) donde su estructura se encontró totalmente inerme frente al desencadenamiento occidental de los “conquistadores” e incluso luego, en espíritus orientados especialmente hacia una realidad y un conocimiento no-materiales, el imperativo de reacción no supo asumir una fuerza proporcionada, mientras los elementos inferiores, ante la disgregación y sojuzgamiento de sus estados, pasaron desde un temeroso respeto primero, a una imitación de los blancos después.

Las bases generales de la primera fase de expansión blanca se pueden reducir, más o menos, a los estos términos. “Valor”, en sentido superior, resulta difícil encontrar cerca de ella. Este desarrollo expansivo de la civilización que coincide con su primera crisis posee de forma considerable el sentido de un principio de agitación y perturbación explosivamente esparcido por el mundo entero.

En tal fase, la parte válida permanece en los límites del aventurerismo y de lo novelesco, dotes de carácter,  de coraje, de dura voluntad –es decir, las dotes de la casta guerrera-  son las únicas predominantes.Pasando al periodo siguiente, su examen no puede prescindir de la constancia de una rápida involución posterior de la civilización occidental. Es una ley fatal que cuando un elemento de una jerarquía pierde contacto con lo que su superior, se rebaja, ni siquiera tiene forma de seguir siendo el mismo, tiende a descender de nivel, a caer en el dominio del elemento inmediatamente inferior. Así la voluntad de infinito, proyectada fuera del plano de la espiritualidad pura y de los fines trascendentes, reducida a ser alma de simples empresas de conquista y aventura mundiales no debía tardar en acabar en un nivel todavía más bajo, esto es en el que está más debajo de la propia casta guerrera, en el nivel mercantil, y es así como penetra la segunda fase de la hegemonía blanca, en la cual las distintas compañías comerciales prosiguieron la huella de los antiguos conquistadores [ndt.- en español en el original] y de los navegantes sedientos de infinito, no asumiendo los restos de la sangre guerrera –como dijimos- mas que para su protección, como guardia armada de la economía. Pero en una caída resulta difícil detenerse a medio camino: por lo tanto del mundo del imperialismo mercantil y de la aventura capitalista se debía pasar al de las ideologías mas o menos demagógicas y democráticas, las cuales habrían de terminar lesionando gravemente el principio mismo de la hegemonía europea despojándolo de toda verdadera justificación.Así están hoy las cosas.  Por ello –digámoslo cuanto antes- resulta inútil formular  consignas y lanzar voces de alarma, mientras se descuida la tarea fundamental de reconstrucción interna, la cual, al revés de lo que cree Drascher, va mucho más allá del plano del simple espíritu de “raza” y de solidaridad.

Del peligro que corre la supremacía de la raza blanca, sólo Europa es responsable.

El verdadero enemigo está dentro. Las razas de color, también las de otra civilización, pueden ser todavía mantenidas a raya por el puño de hierro de una tropa de conquistadores. En el mundo de la técnica y de la ideología humanitaria por un lado, nacionalista por otro, toda primacía se torna problemática.La técnica, ante todo. Por su propia naturaleza la técnica es impersonal y transitiva. Que ella sea, en buena parte, una creación de la raza blanca poco importa, puesto que tal creación se vuelve pronto independiente, y es solo cuestión de tiempo que las mejores razas de color –los japoneses lo demuestran- se enseñoreen de la técnica como los blancos; quedando lejos la época en la cual los instrumentos técnicos desconocidos podían infundir un sentimiento de espanto y de místico terror casi, convirtiéndose en símbolos de aparente superioridad. Precisamente al “civilizar” otras razas, al “iluminarlas” y “desarrollarlas”, los pueblos blancos se han cavado su propia fosa.Pero esto era irremediable y, de un modo u otro, el fenómeno siempre habría sucedido. Resulta imposible convertir en monopolio y privilegio una civilización técnica como tal. : repitámoslo, tal civilización es impersonal y transitiva; al no estar ligada a ningún valor cualitativo, queda virtualmente abierta a todos.Los blancos podrán seguir estando siempre en vanguardia del “inventar”; pero ya no podrán conseguir que esos inventos les pertenezcan solo a ellos.Este es el primer punto. La guerra mundial, en la cual Drascher quiere ver la quiebra del prestigio de los pueblos blancos frente a los demás, si ha operado en tal sentido, lo ha sido principalmente por haber acelerado y difundido el contacto, entre algunos pueblos de color, con los instrumentos del poderío técnico de los blancos. El hecho de que también el antagonismo entre blancos haya sido causa del desprestigio, es algo que, viceversa, puede ser válido solamente para las razas más inferiores, negras y asimiladas[1], que no entran de lleno en el problema principal. De hecho resulta obligado reconocer que a ojos de cualquier hindú, chino, japonés de un cierto nivel, incluyendo a los más puros indígenas norteamericanos, dicho prestigio no ha podido caer, por el simple hecho de que éste nunca ha existido: si tales razas han reconocido la superioridad material de los blancos, han estado lejos de reconocer al mismo tiempo una verdadera superioridad espiritual. Mas la misma supremacía se ha vuelto problemática en el momento en que los misterios de la técnica han dejado, más o menos, de serlo.El segundo punto consiste en la difusión de la ideología humanitaria, nacionalista y, finalmente, bolchevique-proletaria. Difundir el dogma de la igualdad fundamental de todo ser dotado de apariencia humana no podía mas que equivaler a la destrucción del presupuesto de cualquier superioridad. También Drascher lo percibe: si solo hay hombres iguales, es naturalmente “injusto” que una raza domine a otra. El dominio, a lo más, será la línea de salida de una libre competencia, en igualdad de condiciones iniciales, y afectará únicamente a lado exterior, es decir material y administrativo.

El efecto más destructivo provocado por la guerra mundial ha sido causado por la ideología puesta en marcha a la sazón contra los Imperios centrales: punto importante que Drascher casi pasa por alto. Se trata de la ideología, mediante la cual la guerra mundial habría consistido en una especie de cruzada contra el “imperialismo agresivo” de los pueblos germánicos y, con la derrota de éstos, habría hecho triunfar, el “principio de las nacionalidades”, de la autodeterminación y de la soberanía de los diversos pueblos, con plena independencia de cualquier principio jerárquico superior. Una ideología semejante es justamente aquello que faltaba para dar un  golpe de gracia también al imperialismo de las razas blancas y para santificar la emancipación de los pueblos de color, su derecho de “paridad”, una vez que, más o menos, se han “civilizado”, es decir europeizados. Un drástico ejemplo de este desatino está muy reciente: a saber, Abisinia promovida, en el contexto de la Sociedad de naciones, al mismo rango que Italia, con derecho a mantener una voz absolutamente igual a la de cualquier nación occidental, siendo Italia señalada como el “agresor”.

El último empujón lo ha dado la ideología bolchevique-proletaria, y es este punto sobre todo que, aun sin suficiente conexión con el resto, Drascher tiene el mérito de haber resaltado. El mito de la solidaridad internacional del proletariado “oprimido” en la revuelta contra el capitalismo “explotador” y su tiranía es precisamente lo que faltaba para que los estratos más bajos de las razas de color se levanten en rebelión a fin de liberarse del yugo de los blancos, transformados, obviamente, más o menos en capitalistas explotadores, conquistando y administrando libremente los instrumentos de trabajo. Cae de esta manera el último halo de prestigio y de la superioridad de los blancos, dando lugar a un odio y a un desprecio, que a menudo la Unión soviética fomenta ideológicamente, sino también con concretas acciones políticas: “Mientras los rusos hacen odiosos a los blancos –dice acertadamente Drascher- los japoneses aparecen como innecesarios.”Empero, llegados a este punto resulta extremadamente importante determinar que los presupuestos de la revuelta de los pueblos de color enlazan en la forma más íntima con su propia degeneración, con su marcha por el camino de nuestra propia decadencia interna. Sobre todo Oriente surge como posible adversario de Occidente solo en el momento en que padece las ideologías más letales e inicuas, desdeñando sus auténticas tradiciones de raza. Es preciso darse cuenta que tras la primera invasión occidental, tras la material, ha irrumpido una segunda invasión, la ideológica, y es sólo ésta  la que está dando lugar al peligro de la emancipación, si no incluso al del contraataque, de las razas de color. La ideología del “principio de las nacionalidades” y de la “justicia social” a la democrática, sus secuelas de economía nacional soberana, junto a los presupuestos generales técnico-mecánicos y racionalistas del tipo que hasta hoy se ha convenido en llamar y se sigue llamando “civilización”, está destinada a generar por doquier tantos facsímiles de naciones occidentales, como tantas otras fuerzas en lucha o competencia, donde no será posible establecer ninguna sólida y auténtica supremacía, por el hecho mismo de que no existirá ya ningún verdadero principio, ningún prestigio intangible, ninguna ley reguladora desde arriba: el cuadro de la crisis y de la quiebra europeo se reproduciría en mucha más grande proporción abarcando a todos los continentes.

Si tal es el verdadero estado de cosas, analizado sin ficciones, colocar el problema de la supremacía occidental y de su defensa en simples términos de raza y de solidaridad racial es obviamente un error; y es también un error basarlo todo en dotes de carácter de voluntad, de tenacidad, de las cuales se ha comprobado que, cuando se lo proponen y concentran su espíritu en tal sentido, pueblos de color como los japoneses y los árabes, son tan capaces como nosotros. El verdadero problema es interno, no externo, es aquel de la reconstrucción de nuestra propia civilización en términos de una nueva civilización espiritual.

Resulta admirable que Mussolini, en pocas palabras, en su discurso a los estudiantes orientales, haya determinado los conceptos esenciales de tal problema. El punto de partida consiste en rechazar la identificación Occidente con esa civilización basada en el capitalismo, el liberalismo y el cientifismo, privada de alma y de ideal, que encarnada especialmente en las razas anglosajonas,  en los siglos precedentes ha agredido al mundo entero, considerándolo como un simple mercado de manufacturas y como una fuente de materias primas, estableciendo con Oriente meros lazos materialistas y de subordinación. Esta civilización está en la base tanto de nuestra crisis interna como de la externa, es decir la que está llevando a la erosión de  la hegemonía occidental y a la rebelión de los pueblos de color. “De los males bajo los que gime Asia, en su desencanto, en sus rechazos –ha dicho además Mussolini- nosotros vemos reflejado nuestro mismo rostro”. Es la consecuencia de la generalización de nuestra “civilización”, de la conversión de las “razas inferiores” a nuestra verdadera civilización. Si no sabemos renunciar a esta civilización o, cuando menos, si no sabemos circunscribirla a un  espacio determinado, reconociendo toda el relativismo de sus valores y de sus “conquistas”, no hay que hacer: a lo más, intentar la aventura de los choques armados intercontinentales de inmensas masas conducidas por nuevos jefes cesáreos, como dice Spengler.

La restauración de nuestra primacía puede venir únicamente mediante un retorno al espíritu, recorriendo hacia atrás los grados de esa involución que se oculta detrás del “progreso” occidental, recobrando el impulso de la “época oceánica”, `pero sin detenerse ahí. Des-secularizar ese impulso, reespiritualizarlo, enderezar en el sentido vertical de la trascendencia la voluntad de infinito desencadenada y progresivamente difundida, a partir del Renacimiento, en los circuitos de la inmanencia y de la exterioridad: tal es la verdadera misión y el principio de toda acción posterior. Si la civilización occidental logra integrarse en tal dirección, la posibilidad de restaurar su primacía mundial pueden ser afirmativas, en función no de consideraciones sentimentales, sino reales, en el siguiente sentido.Nosotros hemos aludido a leyes cíclicas que presiden el desarrollo de la civilización y que, entre otras cosas, se manifiestan por el hecho de que las formas últimas de todo ciclo pierden su originario carácter espiritual, se materializan, se solidifican, y finalmente se disuelven desordenada y “activisticamente”, para posteriormente dar lugar a un nuevo principio organizador. No este el sitio para detenerse en una exposición de dichas leyes, ni para demostrar que ellas, desde hace cierto tiempo, parecen actuar no sobre un pueblo en particular, sino sobre el conjunto de la  humanidad terrestre. Todo ello nos dice, en cualquier caso, que Occidente se halla en el punto más extremado de este general movimiento descendente: en él la crisis está en su plenitud, las consecuencias finales de toda una civilización material y antitradicional son evidentes. Por consiguiente, Occidente se encuentra más adelante – más próximo al final pero también al principio de un ciclo- que cualquier otra civilización, como Oriente, que solo ahora, en su incipiente europeizarse y levantarse, comienzan a entrar en la crisis propia y verdadera, y aun cuando conserven mayores restos de espiritualidad tradicional, pero que, al fin y a la postre, deberán recorrer nuestro mismo calvario. Por lo cual, si a nosotros nos lograra conducir al final de la crisis, si fuéramos capaces de recuperar un contacto con el auténtico espíritu metafísico, propio de Occidente, con ésta su nueva civilización, este se encontraría en una posición de cabeza, mientras las otras razas, tras haber disfrutado del rápido milagro de los beneficios de una civilización técnico-material, se encontraría en el punto de nuestra crisis actual. Y tal será el punto de la restauración de nuestra primacía: de una primacía absoluta, pues será la que posea como presupuesto para cualquier hegemonía el derecho de una sólida, compacta y superior civilización.Y si la Italia fascista, es,  entre las distintas naciones occidentales, la que, en primer lugar, parece haber sabido superar el punto muerto, que ha lanzado el llamamiento para reaccionar contra la degeneración de la civilización materialista, democrática y capitalista, contra el egoísmo del más carente de luces de entre los pérfidos imperialismos occidentales y, por último, contra la ideología societaria, tenemos derecho a suponer, sin sombra alguna de fatuidad chovinista, que Italia se hallará también en  primera línea entre las fuerzas que guiarán el mundo por venir y restablecerán la supremacía de la raza blanca. 

Nota del Traductor.- El presente texto figura como apéndice de la edición de 1979 de “Indirizzi per una educazione razziale” (Padova, Edizione di AR). Se trata de un artículo de Evola aparecido en julio de 1936 en la publicación periódica fascista “Lo Stato”. Léase, pues, tanto en el contexto internacional de la época (Invasión italiana de Abisinia, Sociedad de naciones, conflicto con el imperialismo británico, racismo de Estado alemán, primeras declaraciones “racistas” del régimen de Mussolini, proclamación del “imperio”, etc.) como en el sentido integral, coherente, de la obra evoliana, específicamente dentro de su preocupación por dotar al Fascismo de una amplia y estructurada Doctrina Racial basada en la relectura crítica de la “civilización” occidental moderna desde la Cosmovisión Tradicional propia de Evola. (Trad. A. Beltrán, 2004) 



[1] Nota del Editor italiano- “Por lo que respecta a la presunta incapacidad de las razas negras para dar a luz a cualquier forma de civilización, ampliando su organización social más allá del fraccionamiento tribal, -leemos en una recensión del Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas de A. De Gobineau- se puede comprobar que, en realidad, no existe base seria alguna en la suposición de que el estado originario de los pueblos negros fuera el de la disgregación y el del desorden social; antes bien, existen muchas y muy buenas razones para admitir que condiciones de este tipo constatadas entre ciertas poblaciones sean a menudo el resultado de  una degeneración y de una involución, en los que se puede distinguir todavía los signos de un precedente fundamento espiritual que organizaba sus vidas  Ni se debería olvidar que fue precisamente la brutal intervención de los blancos la que favoreció en última instancia dicha disgregación; piensesé por ejemplo, a comienzos del esclavismo, en hechos menos conocidos pero muy significativos, como el asesinato sistemático  por parte de los alemanes de todas las autoridades políticas locales de Camerún, o la destrucción de un imperio de vastas dimensiones en el Africa suroccidental a manos de portugueses y belgas. Y, por lo demás, una buena ocasión para reflexionar nos la podría ofrecer también una imagen hallada en Angola, que representa al hombre blanco moderno con la boca cerrada, porque ha perdido el Verbo, y que ostenta sobre el pecho, en el lugar del corazón, la  representación de la única luz capaz de concebir: una lamparilla eléctrica” (cf. Jean Servier, L `Homme et l´Invisible, pag. 305). Así pues, pudiera  decirse que, no obstante su degeneración, ciertas poblaciones “inferiores” han mantenido siempre ese mínimo de sensibilidad y discernimiento que les ha  permitido protegerse de esa atrofia de las facultades interiores humanas tan generalizada entre los blancos más desarrollados; mientras que estos últimos, al contrario, en la mayor parte de los casos, ya no se dan ni siquiera  cuenta, haciendo inútil cualquier referencia al respecto” (“Rivista di Studi Tradizionali”, nº 18. Enero-marzo 1966, pp. 43-44) El autor de este comentario reproduce, además en nota a pie de página, el testimonio de los primeros navegantes europeos de finales del Medioevo, tal como han ido resumidas por Leo Frobenius en Storia della civiltà africana, Einaudi, Torino 1950, p. 38. “...cuando arribaron al golfo de Guinea y pisaron tierra cerca de Weida, los capitanes quedaron desconcertados. Calles trazadas con esmero, a lo largo de las cuales se abrían por millares hileras de arboles; durante jornadas enteras de viaje, una tierra cubierta  de espléndidas praderas, hombres vestidos con magnifica telas de confección propia. Más lejos, hacia el sur, en el reino del Congo, multitud de personas ataviadas con seda y terciopelo: grandes Estados bien organizados, con una estructura cuidada al mínimo detalle, señores poderosos, exuberancia industrial... De los relatos de los navegantes de los siglos XV al XVII, se desprende que el Africa negra florecía entonces en el pleno esplendor  de una civilización armoniosamente constituida”

  

16 comentarios

yo soy evola -

yo soy evola, y me opongo con firmeza a que la clase obrera tenga acceso libre a la educación científica, a una vivienda digna y al pan de cada día. eso sí, no soy racista.

Venator -

No, no se confirma. Rusia sigue enviando combustible nuclear para la central irani.

¿Se confirma? Rusia también... -

...contra Irán:

http://actualidad.terra.es/nacional/articulo/ministros_consejo_seguridad_alemania_iran_2194104.htm

Avizor -

Pues si la guerra está cerca que se preparen libaneses e iraníes que les va a caer una buena, mientras que a sus enemigos (que son los nuestros) sólo les afectará los bolsillos.
No encuentro valor alguno esperar una guerra donde mueran a montones los justos, y los injustos vuelvan a salir de rositas.
¿Como decía la canción?
"no quiero hablar de la lucha sino estamos preparados".

el lobo -

Nasrallah ha amenazado a Israel y Bush a Iran.LA guerra esta cerca.

Proto XXI -

Interesante artículo el de Evola. "Lo decisivo no fue un valor superior de nuestra civilización en sí misma –apunta Drascher- sino la fe de sus exponentes en que dicha civilización era la mejor, incluso la única”. Con tal premisa, los conquistadores mostraron, y aún ostentaron, una incomprensión absoluta y desprecio a priori por todo aquello que se encontraron e, inicialmente, se creyeron con derecho a desencadenar todos sus instintos y ejercer toda clase de violencia".
Ese desprecio y esa soberbia pueriles les facilitó actuar como actuaban. La misma soberbia, ignorancia y falta de escrúpulos que demuestran los EEUU.

Handschar -

Nuevos articulos de interes en el blog Moqawama estan invitados a opinar camaradas

http://moqawama.blogia.com/

De lectura imprescindible -

Artículo de Michel Chossudovsky (esencial para comprender la gestación y utilización del terrorismo internacional a cargo del Imperio):

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=61772

Antieuropa -

Primacía del Espíritu, “recorriendo hacia atrás los grados de esa involución que se oculta detrás del “progreso” occidental”,
“en función NO de consideraciones sentimentales” (o más bien sentimentalistas en grado máximo como sucede en la práctica al día de hoy, y no sólo en el sector declaradamente ‘identisicario’)


«descendemos al campo de batalla contra las democracias plutocráticas y reaccionarias de occidente» B. Mussolini

Venator -

Supongo que la razón por la que Antagonistas ha incluido este artículo de Evola es porque desarrolla una crítica contra el supremacismo y el racismo, posiciones que hoy son defendidas por los identitarios blancos.

Lo de la primacía me parece, dado el contexto en el que se encuentra, algo más bien anecdótico que esencial.

Salud.

Primacía -

Debo confesar que sólo replicaba a lo de Antieuropa. Lo de Evola lo he mirado por encima (me da pereza detenerme más en los rollos esotéricos), encontrando cosas aún peores...

Pido perdón en todo caso.

Antagonistas -

Si es esto todo lo que has sacado en claro del artículo es como para echarse a llorar..

Primacía -

Así que al final, como todos los mediocres morales (incluidos los papistas), los evolianos buscan la primacía.

¡Bah!

Antieuropa -

«La restauración de nuestra primacía puede venir únicamente mediante un retorno al espíritu, recorriendo hacia atrás los grados de esa involución que se oculta detrás del “progreso” occidental, recobrando el impulso de la “época oceánica”, pero sin detenerse ahí»

«El verdadero enemigo está dentro»

Handschar -

Nueva actualizacion del blog antagonista moqawama:

http://moqawama.blogia.com/2008/011101-sarkozy-ese-sionista-agente-del-mossad.php

difndamos la verdad

Prometeos -

Muy interesante este artículo en su contexto original achaca Evola o al menos eso viene a acusar al Cristianismo ciertos términos de dominio antropocéntrico de la raza blanca.Se puede estar de acuerdo o no,pero no cabe duda,de que el artículo es interesante,máxime aún teniendo presente las palabras de Mussolini que se exponen en este texto.
En fin,una delicia leerlo.
Saludos.